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Historia del chip 011 - Un desnudo fugaz - Kim 006

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1) HdC 011 — Un desnudo fugaz – Kim 006

Ciertamente, la noche del concierto supuso una transformación para ambos. Puede que más para Roger, que nunca hubiera creído posible que Kim se aviniese a sus fantasías hasta tal extremo. Para un observador externo la relación era eminentemente sexual, sin embargo, ninguno de ellos hubiera coincidido con ese dictamen.

El verdadero cambio fue desnudar sus almas. Contarse lo que sentían. Roger se abrió a Kim, que ya estaba entregada. Era una relación desigual, como todas. La necesidad de posesión de Roger les marcaba. Pero a Kim no le importaba. No quería buscar otro hombre. No quería más desesperación por un orgasmo.

Había pasado un mes más o menos desde el concierto y los dos habían conseguido sosegarse. Aunque sólo lo conseguían si no se veían. Roger le confesó que seguía viendo a otras amigas, algo que Kim ya imaginaba. No le parecía mal, los nuevos tiempos eran el paraíso para los hombres. Tampoco es que él le impidiese ir con nadie, sólo que Kim no veía ninguna necesidad en ello. Simplemente, eran diferentes.

Como siempre, Kim no sabía adónde irían o qué harían. Llevaba un práctico vestido azul, algo liviano para las fechas. A medio muslo y largo para lo que estilaba últimamente. Debajo un tanga minúsculo y un sujetador de media copa. En cuanto llegó al callejón, se quitó el vestido por la cabeza. La ropa interior sólo servía para realzar sus atributos. Kim se colocó de espaldas a la abertura de la calle, protegiéndose ligeramente por si pasaba alguien. No como pudiera pensarse por un pudor hacia sí, sino más bien por el viandante. También para permitirle a Roger disfrutar sin interrupciones.

Disfrutar quería decir saborear los pezones con los dedos, manipular los pechos entregados o disfrutar de su hipnótica atracción. Los brazos de Kim en la nuca, favoreciendo la contemplación, ofreciéndose al máximo. Sólo cuando Roger sentía que Kim se había excitado, se planteaba parar. No había regla fija. Kim ya conocía lo suficiente a su amado para ser cuando deshacer la postura, soltar el sujetador, si lo llevaba puesto, y quitarse el tanguita. Ambos iban al calabozo virtual, junto con el bolso y cualquier otro cachivache que llevase por casualidad. Kim se introducía de nuevo en su vestido, internamente satisfecha de su actuación y contenta de no llevar nada debajo.

Había una sincronización en sus pensamientos. Él, contento por sentir que deseaba desnudarse, ella deseosa de agradarle, de descubrirse para él. Los rituales eran la manera de unirse, no el sexo. Con los pechos semidesnudos de Kim tocando el cuero de Roger, los dos eran conscientes de su tremenda suerte.

No fueron muy lejos, el paseo duró menos de diez minutos. Era un parque cercano a la casa de Kim. Habían estado por allí otras veces. Roger aparcó por la parte de atrás. Kim saltó a toda velocidad mostrando su vagina reluciente al elevar la pierna izquierda. Ese gesto era otra rutina en el altar sagrado. Kim casi no creyó a Roger cuando le habló de cuánto le gustaba que le mostrara el clítoris y los labios vaginales de esa manera. Que deseaba saber cuánto le anhelaba. No lo consideraba algo sexual, ni siquiera una invitación. Más bien, una manera de decirle que confiaba en él. Después de todo, iba sin nada debajo. Abría las piernas porque se sentía cómoda y feliz de estar junto a él.

La sinceridad hace milagros. A Kim le resultaba embarazoso realizar un gesto tan elocuente, tan poco femenino. Al menos tal y como se entendía la femineidad, llena de contradicciones. Pero llegó a una cierta comprensión sobre la visión de Roger. Las faldas eran en ese aspecto fantásticas. Cubrían mientras permitían descubrir al instante. Seducían con su movimiento, con su aspecto, con su colocación. Kim ahora sabía lo que sentía Roger cuando realizaba el gesto. Que era demasiado fugaz. No le daba tiempo a fijarse con claridad en los labios, en la ranura agasajadora. O en los muslos desplegados. Era lo que imaginaba lo importante. La pizca de realidad mezclada con dosis de fantasía eran el cóctel perfecto.

Así que Kim practicaba el gesto en casa con una silla a una altura parecida, pero Roger no lo sabía. Hasta la sinceridad tiene sus límites. No era un engaño realmente, más bien una omisión. Venial pero pecaminosa. No era algo que practicase muchas veces, sí que lo hacía con cada nueva falda que adquiría, con cada par de tacones recién estrenados. Mostrándose ante el espejo. No conseguía saber qué era lo más importante, si la apertura de piernas, la disposición por no llevar braguitas o el movimiento de por sí. Que a Roger le gustase, provocaba que se excitase. A estas alturas, le bastaba hacer el gesto para humedecerse.

Roger decía que ese tipo de simbolismos mantenían su valor si se volvían conscientes, siempre que no se abusara de ellos. Dicho de otro, mientras no se buscaba una situación artificial, mientras el gesto fuera espontáneo, el erotismo se mantendría.

Kim veía una cierta contradicción en esas palabras. Por muchas vueltas que le daba, no era algo espontáneo y por fin lo comprendió cuando en cierta ocasión realizó el gesto sin realmente pensar en él. Un desnudo fugaz. ¿Una invitación? En esas ocasiones estaba contenta, porque había sido consciente del gesto y también porque no lo había pensado de antemano. Desde ese momento, aprendió a valorar cada una de las palabras, cada caricia, cada penetración.

Así que, al salir de la moto, ya había realizado ese día el gesto en dos ocasiones. Teniendo en cuenta que el viaje en el vehículo también resultaba excitante en esas circunstancias, estaba muy mojada.

*—*—*

Su hermana notó el cambio, -la transformación-. Aunque esperó el momento para descubrir qué le había ocurrido. Tenía el video de la tienda como arma, sin querer realmente utilizarlo. Como mucho sólo serviría para molestarla. Sí estudió la película con meticulosidad. Después de verla innumerables veces, entendió que Kim se había excitado estando desnuda en la lujosa cabina y lo que todavía era mejor, no se había molestado con ella

Kim volvía de madrugada en ocasiones y siempre los duros pezones anunciaban que había practicado el sexo. Algún tipo de sexo. Mary no era idiota. Meterse entre los amantes hubiera sido estúpido. Llegó la ansiada oportunidad el día que vio a Kim rebuscando entre el armario. Naturalmente iba a salir esa noche.

—Kim. ¿Cómo estás? No me dijiste nada de cómo te fue el concierto— cuestionó Mary dando a entender que estaba molesta. Había pasado un mes.

—Hermanita, ¡Fue fantástico! Perdóname. He estado flotando. A Roger le encantó el vestido. Demasiado atrevido, ya sabes. Creo que por si por el fuera, debería ir desnuda a todos lados— replicó Kim.

—¿Y te preparas para hoy? — preguntó Mary, obviando la afirmación anterior con la que estaba plenamente de acuerdo.

Kim asintió con cierta timidez. Como si asumir su cita, la sexualidad implícita en el hecho, fuese algo de lo que debería avergonzarse.

—¿Y dónde vais? — indagó Mary con pretendida inocencia

—Con Roger nunca se sabe. Pero me da lo mismo. Te lo debería haber dicho: según él deberías escoger siempre mi vestimenta.

Kim lo dijo aparentando que bromeaba, pero Roger le había exigido que se lo pidiese a Mary. Había sido hacía tres días y se veían esa noche por primera vez desde entonces. El nerviosismo se había apoderado de ella, incapaz de decírselo. Le había dado vueltas al asunto y no podía imaginar cómo iba a hacerlo. Por eso había dejado la puerta abierta y se había puesto a rebuscar cuando siempre sabía qué ponerse. Sólo le costaba un poco más elegir el sujetador, si es que llevaba.

—A mí no me importaría. Ojalá tuviera tu cuerpo. Pero si quieres que colabore…— ofreció Mary con la mejor de sus sonrisas.

—Gracias— contestó Kim, incapaz de decirle los términos de su relación con Roger e inquieta por si le buscaba algo demasiado recatado. No quería mentirle a Roger. Debía de escoger Mary por ella y a la vez Mary no debía saber que tenía el poder de hacerlo. Se sentía como un equilibrista entre dos edificios.

—¿Por qué no te pones el vestido ajustado que compramos? — le dijo Mary

Kim supo a cuál se refería al instante. Se lo había probado cuatro veces y las cuatro lo había desechado. Además del escote frontal, los pezones tenían la habilidad de salirse casi sin esfuerzo. Y era corto de solemnidad. Había llevado vestidos parecidos, sin tanto escote. Y le parecía que debía reservarlo para una ocasión especial. Una cena íntima, quizás.

—¿No es excesivo? Prácticamente cedo los pechos a sus ojos— imploró Kim. Pero Mary no transigió, intuyendo que tenía la sartén por el mango, Kim no tendía a escucharla.

—Claro que no. Esa es la idea. ¿Por eso no los has llevado hasta ahora? Quítate el chándal.

Mary empezó a hacerlo por ella. El gesto de Kim de levantar los brazos cuando Roger le sacaba el vestido o el top surgió de manera automática y estaba en topless al momento. Y seguidamente Mary le bajó los pantalones. Como iba descalza, ahora estaba desnuda y con la puerta abierta, lo que no significaba nada porque sus padres nunca subían a la parte de arriba, pero la sensación de Kim era la acostumbrada de excitación.

Mary no perdió el tiempo en buscar el vestido, sin dar la menor importancia a la desnudez de su hermana que no sabía qué hacer con sus brazos salvo para taparse. Había una fuerte conexión de su desnudez con su sexualidad incluso sin estar Roger presente.

Mary no dejó que tuviese tiempo de asimilar sus sentimientos y le puso el vestido por arriba. Con un talle tan estrecho iba a costarle pasarlo por los pechos. Kim siempre se lo había probado desde abajo y a duras penas pasó las caderas y casi se mordió la lengua pues sin pensarlo ya había vuelto a levantar los brazos. Mary, que debía haberse dado cuenta del problema, tiró del vestido con fuerza. Los pechos quedaron comprimidos y se expandieron en cuanto la tela pasó.

Kim prefirió aparentar que todo era normal y se ajustó el vestido lo que pudo. Lo que no era mucho. Si lo bajaba mostraba más los pechos, si lo subía prácticamente mostraba la rajita. Y pensar en llevarlo en la moto...

—Te sienta como un guante, hermanita— alabó Mary.

Kim trató de aclarar su voz, mientras se miraba en el espejo. Le encantaba el vestido siendo... terrible. Todo el frontal de los pechos hasta los pezones era visible. Y la cortedad del vestido prácticamente limitaba cualquier movimiento.

—Faltan unos tacones, sexy Kim.

Era una de las bromas que le hacía cuando quedaba con Roger. Que era la hermanita más sexy del planeta.

Buscó entre los zapatos. Naturalmente escogió los que más temía Kim. Unos nuevos de diez centímetros de tacón.

—No había visto estos tacones. ¿Le gustan a Roger? — preguntó ingenuamente.

—No me los había puesto todavía— contestó Kim, sabiendo el resultado final.

Mary se agachó para calzárselos. Naturalmente desde abajo, la vagina resplandeciente, húmeda y escandalosa de Kim quedó a la vista de Mary. El vestido era incapaz de cubrirla desde ese ángulo.

Los tacones trajeron nuevos problemas y nuevas vistas. Los pechos sobresalían más y Kim hubiera jurado que las nalgas rompían el vestido. Si seguía así tendría que irse al baño a masturbarse antes de que viniese Roger.

Mary, -incansable-, buscó entre las baratijas de Kim. Poco satisfecha, le dijo que esperase un momento. Volvió con unas cintas negras, finas y elegantes. Sin preguntarle a Kim, se las ajustó, lo que implicó colocarle unas pinzas en los lóbulos de las orejas. Kim se quejó.

—¡Como duelen! ¿Cómo pretendes que lleve eso? — se quejó Kim, pero fascinada ante la imagen en el espejo. Roger estaría encantado.

—Bah... es sólo un instante. Luego ya ni lo notas. Espera, no me acordaba. Falta algo.

Salió corriendo volviendo con otras cintas en la mano. Kim no entendía nada. Mary se lo explicó mientras las ajustaba. Con habilidad colgó estas nuevas cintas de las otras. Soltó y el medallón o lo que fuese, se hundió en el escote de Kim que sintió el tirón como un latigazo en cada lóbulo. Suspiró por el dolor. El medallón era estrellado y aunque las puntas no estaban afiladas no dejaban de molestar entre los pechos. Se acercó al espejo y el medallón se movió entre los senos, golpeándolos sin remisión.

—Es un poco exagerado ¿no? — protestó Kim.

Mary comprendió que lo llevaría. Conocía a su hermana. Parecía pedir permiso. Era la Kim que había surgido en la tienda, tiempo atrás.

—¿Por qué? Es un simple medallón, nada ostentoso. Y original, con la sujeción en las orejas. Me gustaría regalártelo. Es más apropiado para ti.

Kim quería rechazarlo, pero si Roger se enteraba… tenía un dilema. Y los lóbulos ya le dolían.

—Me duelen las orejas. No creo que pueda llevarlo mucho tiempo— dijo sin llegar a objetar del todo.

—Tonterías. En cuanto estés con Roger se te pasará. Y estoy segura de que estará encantado. Ven, te maquillaré.

—Faltan un par de horas — recalcó Kim, pero Mary no hizo caso, luego se lo pensó mejor.

—Pues pégate un baño y luego te maquillo. Lávate el pelo y perfúmate. No cierres la puerta del baño— medio ordenó Mary.

Kim se apresuró a obedecer, aunque sólo fuera para escapar del efímero vestido, los tacones matadores, los pendientes y el medallón.

Aunque se relajó en la bañera, el hecho de que Mary pudiese entrar en cualquier momento destruía parte del beneficio. Y poner el pestillo no iba a hacerlo. Hubiera supuesto una victoria de su hermana, que a la postre no entró. Cuando volvió a su habitación, Mary, -que había preparado todo su inventario de potingues--, espetó: “¿Qué haces con ése chándal sucio después del baño?” Y sin miramientos se lo quitó una vez más.

Kim creyó que iba a maquillarla desnuda, pero Mary sacó una camiseta del armario.

—Toma, ponte esto.

Kim obedeció sin cuestionarlo, entre divertida y asustada. La camiseta era demasiado corta para cubrirla bien por abajo y no dejaba de ser similar al vestido salvo que era mucho más corta y con menos escote. Al sentarse se subió del todo dejando sus partes al aire. Iba a tratar de alargarla, Mary le indicó que no se moviese.

—También cierra los ojos. Quiero que sea una sorpresa.

Así que Kim se pasó la siguiente hora con una finísima tela cubriéndole los pechos mientras su vagina desnuda y húmeda quedaba visible y su culo tocaba directamente el taburete en el que estaba sentada. Ni siquiera estaba de cara al espejo sino a la entrada, cuya puerta seguía abierta. Sólo las largas horas que pasaba con Roger en situaciones parecidas, ya fuera en un bosque o en un banco del parque o en un césped de la mano de dios, permitió que se relajase. No sabía por qué, pero se sentía bien cuando los demás decidían por ella. No pudo dejar de pensar cómo estaba mostrando sus partes sexuales de forma impúdica, de manera indecente.

Cuando pudo verse en el espejo, sus facciones habían cambiado completamente. Se habían agudizado. No se apreciaba el maquillaje, se apreciaba su cara, mejor definidos los contornos. Sólo había algo que destacaba por encima del resto. Sus labios pintados de un rojo negruzco a tono del vestido que pronto llevaría encima. A efecto prácticos era una invitación para el falo de Roger. Ni el más obtuso de los hombres hubiera podido confundir el mensaje.

No tuvo demasiado tiempo para contemplaciones pues Mary ya estaba encima. Le ajustó primero los tacones antes de retirarle la camiseta para calzarle el vestido con el traspaso suicida en los pechos. Y le colocó las cintas con habilidad. El dolor retornó a las orejas de Kim.

—Un último toque. Cierra los ojos.

Mary moldeó los labios de nuevo aportando más brillo y oscuridad, pero no dejó que viese el efecto.

—No es para ti, es para él— apostilló con ojos brillantes.

Kim bajó la cabeza para al menos contemplarse desde arriba. Sus pechos aparecían completamente descubiertos desde su ángulo. El medallón se adentraba en las profundidades del escote. Tendría que mantenerla cabeza erguida. Las pequeñas puntas no resultan agradables, más bien un recordatorio de su situación.

—Se me ocurre otra idea. Espera aquí. No te mires en el espejo.

Kim no hizo caso. En cuanto Mary abandonó la estancia, se contempló de arriba a abajo. Exudaba sexo por todos los poros. Para ir al parque, todo el conjunto era ridículo.

Mary trajo un bolso de su madre. Negro, ínfimo y casi inútil. Cambió las cosas del bolso habitual de Kim a este.

—¿Te has mirado?

Kim asintió sonriéndola, como una niña traviesa que se ha comido el dulce en cuanto su madre se ha ido. Volvió a verse en el espejo, con cierto orgullo. Casi se desmayó del efecto que tenía. Su sonrisa blanca contrastando con el rojo/negro oscuro conseguía darle más énfasis a todo el conjunto. A la sensualidad que emanaba.

Mary trajo dos brazaletes, -quizás tenía un arsenal de guerra-, que colocó en cada muñeca, y dos nuevas cintas, que eran casi iguales en longitud a las que colgaban de las orejas, pero el doble de gruesas según calculó Kim. Hacían juego. Mary le explicó cómo se usaban.

—Pon las manos a tu espalda. Y acerca los brazaletes.

Kim siguió el protocolo intrigada. Notó como de repente sus manos se enganchaban una con otra. Las cintas quedaban colgando entre unas minúsculas ranuras que surgían de los brazaletes.

—Ves. Así actúa. Tú misma podrás encadenarte cuando sea el momento. Para soltarlas es necesario estirar de las cintas a la vez y dando un buen tirón. Voy a buscar a mamá y papá— dijo Mary.

—Mary, no. Por favor. Que quede entre nosotras— suplicó Kim.

—¿Por qué? Estás guapísima. Ya sabes que son muy liberales. No se van a escandalizar. Ya intuyen o se imaginan que practicas sexo con Roger. No veo ningún problema porque resaltes tu cuerpo. Es algo natural—razonó Mary riéndose interiormente de su hermana.

—¿Te importa desatarme? — solicitó con una voz de lástima Kim. No conseguía salirle una energía más expeditiva.

—¿Te quedan unos minutos? ¿Verdad? — Kim asintió. Roger siempre avisaba cuando salía de su casa.

—Pues pasa un rato. Te irá bien practicar. Tengo la sensación de que Roger te tendrá así a menudo. Y es bueno que sepas como es la sensación.

Kim no se molestó. Mary era más inteligente que ella. Los juegos sexuales que pudiera imaginar estaban todos en internet, a un clic de la mente calenturienta de su hermana. No tenía sentido pensar otra cosa. Aprovechó el tiempo.

El vestido más los tacones y los brazos atrás levantarían a un muerto de la tumba. Y a sus pechos, pues no tardaron en salirse del vestido. No había forma de humana de introducirlos de nuevo. Cada bamboleo la excitaba un poco más. Oyó la alarma de su móvil. Mary vino al instante. Antes que nada, llevó el pecho derecho a su lugar correspondiente, lo que supuso tocarlo como si le perteneciese. Hizo lo propio con el otro y dándole la vuelta buscó las cintas liberadoras y tiró con fuerza. Kim apartó los brazos con alivio.

—Mira que eres mala, hermanita, pero como a Roger le va a gustar, te lo perdono.

Mary puso cara de no haber roto un plato, los años de ser la hermana pequeña daban sus frutos.

Cuando bajó las escaleras apenas tuvo tiempo de ajustarse el vestido, cuando se topó con su padre que no pudo evitar una exclamación, con suerte escapó a tiempo del control materno. En el ascensor se contempló con admiración por presuntuoso que fuese. Roger echó un silbido al verla.

—Se nota el toque de tu hermana, amor. ¿Imagino que tendremos que ir de cena?

Kim apenas asintió antes de sentarse en la moto, levantándose el vestido y descubriendo lo que había debajo. Al sentarse parte de las nalgas quedaron al descubierto. El vestido no tenía la anchura suficiente para poder bajar tanto. Kim suspiró, sus fases de pudor atacando. Y Roger ni siquiera lo vería. El resto del mundo, por supuesto. Apretó los pechos a su amado. Había cosas que no cambiarían nunca.

Ya en el puerto, a la luz de las velas y de las pocas estrellas que la contaminación lumínica permitía apreciar, tuvieron una bella velada. Kim se sentía en el paraíso, salvo por el culo inquietantemente desnudo, -algo que el camarero ya había comprobado-, y el medallón. Comer con esas cintas era endiablado. Tenía que estar bien erguida o las puntas rozaban las tetas. Roger miraba hipnotizado el espectáculo. Levantaba la vista de cuando en cuando, Kim estaba segura de que era para mirar la boca, no lo ojos.

—Es fantástico. ¿verdad? — dijo Roger después del primer plato. Kim sabía a qué se refería y asintió antes de recordar que era mejor no mover la cabeza.

—No le daré el permiso del chip a nadie más, amor. Pase lo que pase— concedió Roger. Kim no lo creyó. Era la fuerza de un hombre. Su arma definitiva. El poder de otorgarle orgasmos a la mujer que deseaba.

—Roger, ¿no es una declaración fuera de lugar? ¿Y más en este sitio? — replicó sin llegar a entenderle.

—No digo que no vaya con nadie más. ¿Qué te parece que por diez años nos comprometamos a no desvincular el chip?

—¿Ahora te has vuelto inseguro? — preguntó Kim con su sonrisa habitual y sin darse cuenta del efecto que iba a producir en su interlocutor.

—Al contrario, estoy completamente seguro de ello. Es más, no necesitas comprometerte. No anulare el chip durante diez años, aunque no estés conmigo. Y cualquier chica con lo que vaya lo sabrá— reafirmó Roger sin titubeo alguno. Kim se sintió morir. Ese Roger le resultaba desconocido.

—No quiero que lo hagas, amor. Es tu compromiso presente el que deseo, no el futuro. No voy a estar con nadie más.

—¿Ni siquiera si yo te lo pidiese? — preguntó Ralph viendo al camarero traer el segundo plato.

—Hare lo que tú me digas. Sea lo que sea— aseguró Kim, con nerviosismo. Creció al ver al camarero, que obviamente había oído esa parte de la conversación. Cuando se fue Roger prosiguió.

—Vigila con esas palabras. Yo quiero una esclava, día y noche, pendiente de mí, excitada todo el tiempo, dispuesta a hacer el amor, dispuesta a exhibirse a un gesto mío...

Kim ya sabía lo que Roger quería.

—Yo también quiero todo eso, amor. De una manera distinta. O también quiero aprender a quererlo, a que me enseñes. Ningún compromiso servirá, sólo nuestros actos.

—Hablando de eso. ¿Ya tienes el acuerdo con Mary?

Kim negó con demasiada vehemencia. El medallón tropezó una y otra vez, molestando a sus carceleros. La mirada de los dos fue hacia ellos. Kim ya había aprendido a no inclinar demasiado la cabeza para impedir que el medallón se adentrase más de la cuenta.

—No del todo. No sé cómo… abordarlo. Es... peculiar. Quiero decir…— farfulló, sin convicción alguna.

—Amor, no tengo prisa. Pero esos son los actos de los que hablo. Te pediré mucho más. Será mejor que lo expreses, que lo vocalices en voz alta. Cuando llegues esta noche a casa, la despiertas y se lo dices.

Kim se tragó el bocado a medio masticar. Roger recitó.

—Le doy el poder a mi hermana Mary de elegir mi vestimenta, en todo momento y en todo lugar, incluyendo desde ahora todas las compras de cualquier cosa que pueda llevar en mi cuerpo, salvo que esté en desacuerdo con lo que piense mi novio Roger.

Kim lo recitó diez veces hasta aprendérselo de memoria. Luego le contó todo sobre los preparativos hasta la cena. Sabía que Roger tenía una enorme intuición o una enorme habilidad. Su hermana estaba dotada para esas cosas. Y él, en cambio, no quería perder el tiempo. Por su parte, se sentía necesitada de tener una cierta polaridad. Sólo esperaba que a Mary no se le subiese a la cabeza.

—¿Debo contarle detalles de nuestra relación? — preguntó a su novio.

—¿Por qué no? Sin entrar en todos los detalles de nuestra vida privada, estoy seguro de que sabrá ser discreta, pero poco a poco y a cachitos. Probablemente proyectará un deseo de encontrar una relación parecida— recalcó con poco acierto Roger.

—Lo dudo. No es como yo. Es muy mandona— le corrigió Kim y entonces comprendió que Roger se refería a eso. Mary buscaría una relación dónde ella haría de Roger. Por eso tenía tantos problemas en el colegio.

—¿Tomaran postre los señores? — preguntó el camarero antes de retirar los platos.

—Ya trajimos el postre— indicó Roger mirando a Kim.

—Estoy de acuerdo. Yo también tengo postre— replicó Kim esperando que el camarero no se molestase con la alusión al semen.

Los hombres tienen una capacidad de analizar diferente a las mujeres. Kim había comprendido que lo que deseaban era imaginar como desnudar a una mujer de cien formas distintas. Creyendo que estaba buscando un lugar oculto sugirió una zona oscura y camuflada, pero Roger dijo que allí mismo estaba bien. No habían andado ni cien metros y cualquiera que saliera del restaurante les vería y Kim era algo reticente. Roger la calmó.

—No te preocupes, sólo será un minuto. No sabes el esperma que tengo a rebosar.

Kim admitió el halago de buena gana. Se bajó el vestido de un tirón desnudando los senos y Roger le subió la falda. El vestido ahora semejaba un simple corsé en medio de su cintura, tenían cierta práctica con esas cosas.

Roger por fin supo qué eran las cintas que tan en vilo le habían tenido durante la cena. Quiso juntarle los brazos a la espalda y Kim ayudó. Ciertamente no tardó ni unos instantes en descargar, luego se quedó jugando con los pechos un buen rato, despreocupado de quién pudiera aparecer. Cuando tuvo a bien parar, ajustó el vestido él mismo, entre encantado y maravillado de lo difícil que resultaba sin llegar a desatarla.

Caminaron por el puerto, Kim con las manos atadas, esperando que nadie se diese cuenta. El problema era el vestido. Cada poco rato un pezón decidía salir a tomar el aire. Roger disfrutaba cogiéndolo, jugando y como siempre dándole tirones antes de llevarlo a la guarida. Cuando su depositó se llenó, -lo que ocurrió asombrosamente rápido-, volvieron a la misma posición que antes y volvió a soltar otra enorme cantidad de esperma. Cuando acabó Roger la ordenó estar quieta

—Espérame aquí. No te muevas y cierra los ojos.

Kim obedeció sin rechistar, excitada más de lo habitual pero acostumbrada a los juegos de su amante, desesperado por confirmar una y otra vez el amor que sentía.

Volvió con una botella de agua. Kim agradeció el detalle. También sabía que iba a besarla. La desató con el simple tirón en las cintas. Kim ya estaba de pie se juntó a él, presionando con los pechos desnudos la camisa de su amor mientras los dos amantes por fin se reconciliaban. Kim por fin conseguía adivinar qué buscaba, una esclava sin condicionantes.

Cuando Kim sintió que le bajaba el vestido supo que ya había alguien acercándose. Que, -además de contemplar el gesto de cubrir las nalgas-, no podría dejar de admirar el lateral desnudo de los senos fervientemente ofrecidos. Buscaron un nuevo escondite y por fin Kim tuvo su bien ganado orgasmo, con el vestido de nuevo en su cintura y las manos engarzadas. Después de que Kim expulsase su alma, Roger estuvo un buen rato disfrutando de sobando los pechos, la cintura y los muslos. Kim acabó tan excitada que sólo deseaba otro clímax. No lo obtuvo. Fue cuando se dio cuenta de que nunca sería cuando ella lo desease, sino cuando Roger lo creyese oportuno. Hasta ahora había pensado que había sido algo accidental, producto del egoísmo del macho, no de su necesidad vital.

Al llegar a casa, Kim despertó a Mary y le recitó el mantra. Mary —medio dormida— acertó a hablar.

—Está bien. Sí que os ha dado fuerte. Duerme aquí conmigo. Sólo quítate los tacones y las cintas de los lóbulos. Ve a hacer pis y vuelve con los brazos conectados a la espalda.

Kim hizo lo que le ordenaban. Se durmió con rapidez a pesar de que el vestido no daba tregua y que hubiera preferido irse a su cama y masturbarse largo rato. No pensó que se trataba de su hermana, sino que era Roger quien estaba junto a ella.

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