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Jimi contra Mandy, la revancha

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De vuelta en el apartamento de Betty la abracé y confesé de inmediato. En vez de ponerse furiosa, ella prendió un cigarrillo y me peinó el flequillo con sus largas uñas, pensando en alguna manera astuta de salir del embrollo. Puesto que nosotros éramos los vigentes campeones del Maná, teníamos derecho a defender el título, así que podríamos ofrecer a Marvelous Mandy una revancha oficial. Aún asustado besé la piel fina de su muñeca. Ahora tenía otra razón más para derrotar a Mandy, defender a mi leal compañera, la mujer que me cuidó y me endureció a un tiempo.

A Bruno le encantó nuestra propuesta. Mandy se lo pensó más pero aceptaría tras poner una condición: libertad total para elegir a su pareja. La condición aparentemente inofensiva resultó extremadamente onerosa para nosotros, que teníamos que sufragar los gastos, pues el compañero elegido por la maravillosa Mandy para la pelea resultó ser un japonés del circuito profesional de tekoki, que por premura de tiempo tuvo que viajar en primera, y por imposición de la chica maravilla se alojó tres noches en una suite doble del mejor hotel de la ciudad. Bruno reservó la primera soirée disponible para lo que anunció a bombo y platillo como la defensa del Rey Jimi de su título de campeón del Maná.

La gente del Maná nos informó que el formato de la revancha sería similar al de la final pero con pequeñas mejoras destinadas a garantizar el show. La pelea se decidiría al mejor de tres rounds, y para ganar un round la lechera debía vaciar completamente a su semental antes de que su compañero empezase a escupir, de lo contrario se registraría un nulo. El ganador del round no estaba autorizado a aliviarse durante el receso, lo que confería una ventaja al perdedor en el siguiente round. La gente del Maná esperaba así que las peleas durasen como mínimo tres rounds, y probablemente más en caso de registrarse algún nulo.

Cuando nuestro amigo del sex-shop nos llevó hasta el club la sala estaba ya abarrotada y el aire era una densa nube de humo de cigarro. El evento había sido anunciado masivamente entre las élites locales y gente que tenía problemas para gastar las ingentes sumas que ganaban de pronto encontraron una nueva y excitante diversión para adultos. El club corría apuestas oficiales que proporcionaban sustanciales ganancias adicionales de las que nosotros apenas tocábamos un modesto cinco por ciento.

Entramos por la puerta trasera y el staff del club nos empujó a los camerinos. Marvelous Mandy y su partenaire amarillo nos esperaban ya en el backstage. Su soberbio tipazo ponía a prueba la resistencia de un modelito dorado de una pieza, elegante como un traje de noche y revelador como un trikini brasileño. Tengo que reconocer que Betty no estaba a la altura, a pesar de sacar partido de su delantera con un traje negro sin mangas que no obstante fallaba en la parte de abajo, tan apretado e incómodo que la obligaba a caminar como un pingüino sobre el escenario. El devorador de arroz que hacía pareja con Mandy se mostraba sorprendentemente calmado, casi aburrido, y su atuendo una vez libre de camiseta y vaqueros se limitaba a unos vulgares calzoncillos blancos. No sé en qué se gastaría la pasta el famoso chaval, pero desde luego no en ropa.

Una bailarina del Maná pescó su tímido sexo y empezó a bombearlo furiosamente, tratando de expandirlo. Al final, sudorosa, lo soltó dándose cuenta de que ya no crecía más. Por mi parte me sentía ansioso e intranquilo. La chica maravilla me parecía más atractiva que nunca con su modelito dorado, pero lo que me chocó fue verla extender entre los dedos una especie de tiza blanca, similar –pensé- a lo que usan las levantadoras de pesas.

Mi bailarina era particularmente habilidosa y me puso tan duro que Mandy con su aire de seguridad bromeó,

-Para ya, chiquilla, deja algo para mí.

Pero en seguida borró la sonrisa de su rostro anguloso y entornó sus ojos de fiera.

-Te voy a destrozar, Jimi- me espetó tirando la tiza con violencia- vas a llorar como el niñato que eres.

Saltamos al escenario. Mandy hizo crujir sus nudillos y tan pronto como me agarró la parte distal, colocando los dedos uno a uno para apretar mejor, supe que aquello iba a ser muy distinto, la fiera estaba desbocada.

Al salto me di cuenta de que los polvos blancos habían fundido sus dedos a mi piel, le daban completo control de mi miembro y le permitían dominar mis sensaciones a su antojo, eligiendo el ritmo, la presión y el ángulo ideales para hacerme puré. Cuando decidía subir el ritmo sus majestuosas tetas, las que habían derrotado a mi campeón en el motel barato, se batían a empujones entre ellas. Quizá estaban calentando por si en algún momento tenían que intervenir en la pelea.

En la silla opuesta la talla XS del japonés entraba y salía de puño de Betty impertérrita, duro e insensible como un hueso. Mandy no tenía prisa. Percibía perfectamente como su puño jugueteaba a placer con mi excitación, esclava de su inagotable inventiva. Disfrutaba sintiéndome crecer dentro de su poderosa mano hasta un tamaño sin precedentes. Aflojaba para dejarme respirar y en seguida apuraba el ritmo para registrar un nuevo record de expansión en mi campeón.

-A que nunca te habían puesto tan grande?

Comprimió mi miembro contra mi vientre. La punta, que ardía en tonos morados, superaba el nivel del ombligo.

-Apuesto a que no. Ellas no saben hacerlo.

Tiró de él hacia abajo venciendo la resistencia de los tendones que lo unían al pubis. Estaba tan tenso que tuvo que hacer mucha fuerza para alcanzar la horizontal.

-Ves cómo te pongo, podrías levantar un autobús con este empalme.

Mordiéndose la punta de la lengua, Mandy completó su imponente creación con un par de toques maestros. Sus ojos rodaron dentro de las órbitas.

-Puede alguien medir esto? –chilló- Creo que es record mundial junior para machos de menos de 70 kilos.

Sus labios devoraron la tira dorada. Si no fuese porque le costaría la descalificación instantánea se hubiese empalado allí mismo. Pero aquello era la pelea por el título. Se recompuso y me atravesó con sus ojos de tigresa.

-Ok chaval, cómo quieres que acabe contigo? O te está gustando y prefieres que dure un poco más? No saboreas algo así con frecuencia, a que no?

Quería contestar pero no me atrevía a mover un músculo. Mis ojos goteaban de puro deseo de explotar. Bajé la cabeza incapaz de sostenerle la mirada a la imponente chica maravilla. Yo era el rey del Maná, no podían pegarme una paliza así. Mordiéndome el labio de arriba logré reprimir la explosión, pero era como tratar de construir con palillos un dique para contener una riada. Para empeorar las cosas, Betty no lograba hacer progreso alguno con el hueso del amarillo.

El humo, la adrenalina y la testosterona embazaron mi visión. Las manos de Mandy se movían muy despacio, rotundas, aplastantes. Alcé la mirada hacia su rostro anguloso, preparado para el sacrificio, y ella acabó conmigo con un simple toque del dedo medio de su mano libre, que dejó deslizar suavemente sobre mi nervio del perineo. Escupí tan fuerte que mi maná alcanzó los focos del techo y diluvió sobre su melena de leona en celo, estallando sobre sus rotundos hombros abultados por el esfuerzo de la lucha. Agotada, Betty soltó al amarillo y rompió a llorar. Me levanté con dificultad de mi silla y la abracé, mientras Mandy se pavoneaba por el borde del escenario, totalmente empapada en mi lluvia.

……

Pero los duelos first-to-cum son cuestión de poder mental, algo en lo que me había convertido en un experto, el mejor del Maná, y no estaba dispuesto a cruzarme de brazos y ver como aquella furcia hipercachonda nos robaba el título. Volví a mi silla y me meneé hasta alcanzar de nuevo tamaño record.

-Vuelve aquí, cachonda, esto sólo acaba de empezar. Ya estoy preparado.

Betty se recompuso, se bajó de un trago un irlandés doble sin hielo, apretó a muerte el hueso del japonés dentro de su puño y envolvió su puño con los dedos de su otra mano para hacer más fuerza.

-Ready! – chilló mirando al árbitro.

…….

El Segundo round sigue siendo un clásico que hace record de descargas en los sitios de streaming de pago. Inspirada por el ansia de batir al Rey, Mandy realiza quizá la mejor actuación de su trayectoria competitiva como ordeñadora profesional. De hecho alguna de sus maniobras están hoy prohibidas en las reglas oficiales de los campeonatos de tekoki, sea por demasiado violentas, sea por excitar zonas del cuerpo no permitidas, sea por ambas cosas a la vez. Pero en el nombre de Betty yo me propuse resistir a la chica maravilla, para hacer honor a su generosa lealtad y entrega, por no romper la burbuja de su sueño dorado, y estaba dispuesto a resistir aunque la superzorra me encadenase a una máquina de tortura medieval.

Betty por su parte también había entendido que estaba viviendo un momento especial, irrepetible, y que aquella ocasión no podía dejarla pasar pues no se volvería a presentar jamás. Ella era una luchadora nata, acostumbrada a ganarse las cosas a base de esfuerzo, y sabía que hasta el hueso más seco tiene médula dentro.

La audiencia consume sus cigarrillos, las gargantas se enrojecen, las escorts se afanan sirviendo más bebida, los corredores de apuestas no dan abasto. Sobre el escenario chicas del club limpian de sudor las brillantes pieles de las combatientes. La gente del HRP pide cargadores para las exhaustas baterías de sus cámaras.

-Bravo chaval- escupe Mandy. Has roto mi record de resistencia de todos los tiempos.

Por suerte ella no sabe lo cerca que estoy de estallar.

-El torbellino!- le grito a Betty, desesperado. Ella me oye, lo intenta pero el pálido hueso es demasiado corto para lograr el efecto palanca suficiente de su letal movimiento y s ele escurre fuera del puño, indemne. Betty abandona, golpea con violencia la montura del invencible japonés y descarga su frustración chillando. El impertérrito amarillo parece ligeramente contrariado, como si esperase algo más. Escupe con precisión sobre la punta de su hueso y extiende la saliva a lo largo del tallo.

-Os rendís?- pregunta Mandy, casi decepcionada.

-Para nada, zorra. –le contesto, luchando para aguantar la técnica de péndulo que me está aplicando, que agarrándome por la base hace menear mi polla para que su asfixiada cabeza abofetee la palma de su mano, que en cualquier momento se cerrará haciendo presa sobre ella.

-Bien hecho, campeón, esto quiero decidirlo yo.

Cambió a un agarre invertido, me retorció y estiró su letal dedo medio. Estoy perdido.

-Betty, bonita, por favor sigue, por favor, aún podemos ganar, no te rindas, plis, quiero que vengas TU conmigo a Yokohama.

A la mujer flacucha, con buenas tetas pero no especialmente agraciada, de ojos grandes, dulces y tristes, se le escapó un profundo suspiro. Se había percibido de que estaba luchando por ella, Yo iría a Japón de todos modos. Era por ella por quien estaba peleando. Hinchó el pecho y se encaró al japonés, cuyos ojos se encogieron.

.....

Los últimos días bajo la disciplina manual de Betty llegaron preñados de emociones contradictorias. Sus ansias de fama le inspiraron nuevos movimientos increíblemente devastadores, Luna nunca me devolvió las llamadas, Irina desapareció de la faz de la Tierra. Cuando Betty e Irina me hicieron un sándwich entre sus dos rotundos pares de tetas yo ni siquiera lo disfruté. Era como una ilusión, que se volatilizaría tan pronto fuese consciente de ella, tan pronto como tratase de disfrutarla, como esas fantasías de primera hora de la mañana. Lo estaba viviendo desde fuera de mí, no tenía botón de pausa para hacerme consciente de que un par de tías igual de increíblemente bien dotadas luchaban por apretarme entre los duros pechos morenos de una y los rollizos pechos lechosos de la otra. Y así toda una noche. Aunque para ser sincero, aquello no habría podido clasificarse de trio. Realmente yo había usado la estamina que me bombeaban los puños de Betty para administrar a Irina el polvo de su vida. Lo más probable es que a estas alturas estuviese viajando deportada de vuelta a Cracovia tras ser detenida a la puerta de una iglesia católica junto a su padre, con lo que su vida sexual nunca volvería a alcanzar nuestros estándares. Pero todo eran prejuicios míos. Quizás en Polonia se casaría con un leñador de 130 kilos y su vida consistiese en una cadena de interminables festines de alcoba 7 días por semana desde el atardecer hasta el alba.

La revancha contra Mandy, la chica maravilla, y su impertérrito japonés, también había sido muy extraña. Nos machacaron en el primer round y llevaban trazas de hacer lo mismo en el segundo, pero de pronto Betty rompió a sollozar, conmovida al verme pelear por ella; se rehízo y destrozó el pálido hueso del amarillo. Como con el puño no podía hacerle mella, usando su intuición Betty lo peló para dejar sus únicas partes sensibles al descubierto y usó magistralmente sus uñas hasta encontrar su talón de Aquiles. Cuando al fin lo encontró chilló rabiosa “justo aquí!” y sus garras hicieron el resto. Nosotros también sabíamos jugar sucio y no queríamos arriesgarnos a un tercer round así que cuando le encontró el punto lo exprimió como una fiera hasta asegurarse de que sería incapaz de lograr una nueva erección y hacerle abandonar la pelea. Nunca nos habríamos imaginado que el amarillo tenía en realidad los ojos tan grandes… Más tarde supimos que la brutal presa de Betty tuvo al famoso japonesito apartado del circuito de tekoki durante más de tres meses.

Los suaves y voluminosos pechos pálidos de Irina permanecerían gravados en mi mente durante mucho tiempo. La buena de Betty se prestaría a aliviarme una y otra vez cada vez que me despertaba agitado con aquella imagen rondándome y las sábanas enredadas en mi verga. Nunca me pidió nada a cambio, lograr vencer mi mítico aguante fue toda su recompensa, aunque ahora, con perspectiva, creo que sí esperaba recibir en algún momento algo más de atención de mi hacedor de maná para con ella. Al fin y al cabo era en buena parte creación suya.

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