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Encuentro en el bus

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Me gustaba ir en buses. Me gustaba estar apretado entre la gente, buscando donde apoyarme, que nalgas acariciar, que escotes espiar.

Aunque los olores y la presión de las demás personas pueden llegar a ser insoportable, los beneficios, cuando los había eran extraordinarios.

Ese día en particular, tomé el bus a las seis de la tarde rumbo a mi casa, agotado por un día de trabajo particularmente duro.

La gente se apretaba y empujaba cada vez más, casi ni se podía respirar. A empellones llegue a ubicarme tras una mujer vestida de sastre. Al inicio no me di cuenta de ella pues andaba perdido en mis propios problemas. Observaba a través de la ventana el pasar de las casas y edificios.

Cada frenazo y nueva subida de pasajeros me hacía perder el equilibrio, opté por colocar una de mis manos en una de las asas que tiene la silla y la otra la dejé en la barra del techo. El hacer esto hizo que me pegara más a la mujer del traje. El olor de su delicioso perfume me excitó. Observe su cuello de cisne, el cabello negro recogido en un moño, un lunar negro destacaba en su morena nuca.

Mi pene empezó a reaccionar, pero aún no quería apoyarlo en sus nalgas, me moví un poco a su derecha para tratar de ver su escote, llevaba una blusa donde había soltado un botón de más y se observaba el nacimiento de unos senos turgentes y duros.

Aproveche uno de los frenazos que hizo bus para pegarme un poco a ella. Apoyé mi pene a una de sus nalgas unos segundos y lo retiré pidiendo disculpas. La chica ni siquiera volteó. Envalentonado por la falta de reacción pensé usar cada bandazo del bus para acercarme más, pero el pasajero que estaba en el asiento se levantó y ella tomó su lugar.

La situación era ridícula, su hermoso rostro de labios finos estaba a la altura de mi pene duro. Se había formado un notorio bulto y la punta del glande apuntaba directamente a sus ojos.

No se dio por enterada, se acomodó en el asiento con la espalda recta y las manos sobre la falda. Desde donde estaba podía ver mejor el nacimiento de sus senos y el delicado brassiere de encaje que llevaba. Mi pene creció aún más y no podía evitarlo, mi rostro estaba enrojecido de vergüenza.

La chica, que tendría unos veintiocho años, volteó hacia la ventana y a través del reflejo me descubrió espiando su escote. Si antes estaba avergonzado, ahora estaba aterrado por cómo podría reaccionar.

Me sonrió cómplice, movió sus hombros y se acomodó de tal manera que ahora podía ver más de sus hermosos senos.

Nuestras miradas se cruzaron en el reflejo. Mi pene estaba duro y cerca de su cara. Ella sonreía pícara y se mordía el labio inferior con sensualidad. Seguimos con ese juego por unas cuadras más, luego murmuró “sígueme”.

Volteo delicadamente y su boca quedó a la altura de mi pene, puso su mano sobre la mía y la sentí caliente, se levantó con sensualidad oliendo todo mi cuerpo, sus labios estaban a centímetros de los míos. Me guiñó un ojo y su mano izquierda acarició mi bragueta con disimulo.

Bajé tras ella a empellones, estaba a unos metros delante de mí, caminando y moviendo su hermoso culo de una manera que me alocaba. Di unos rápidos pasos, me coloqué detrás de ella, la tome por la cintura y le di un beso en el cuello de cisne.

Dio un pequeño salto y encogió los hombros, volteó, puso sus manos detrás de mi cuello y nos besamos. Nuestras lenguas se enredaron con furia y deseo, mis manos acariciaban su espalda, sentía sus deliciosos senos en mi pecho, la abracé con fuerza y apoyé mi pene en su vagina, sentí como suspiraba.

Nos tomamos de la mano como dos enamorados y caminamos por unas cuadras, ella se llamaba Sandra y trabajaba en un banco. Llegamos a un hotelito y pagué la habitación. Cuando entramos en ella nos tiramos uno sobre el otro con desesperación y deseo.

Nos desnudamos con rapidez. Cuando se quedó en ropa interior le pedí que no se la quitara, llevaba un brassiere y un hilo dental de encaje que se perdía en su magnífico y duro culo de carne morena. La llevé a la cama y empecé a acariciarla con la yema de mis dedos. Sus senos grandes y firmes se movían al compás de su respiración agitada le besaba los brazos, el cuello, las piernas. Sandra gemía y se retorcía su boca abierta me invitaba a besarla.

Con delicadeza le retiré el brassiere y hundí mi rostro entre sus hermosos senos, los bese, mordí, estruje, acaricie y saboreé de todas las maneras posibles. A cada lengüetazo mío Sandra pedía más y más.

Me saque el bóxer y Sandra tomó mi verga dura con sus delicadas manos, arrodillada en la cama lo olfateó y pasó su lengua por todo el tronco, suavemente, mientras me miraba a los ojos con lujuria. Atrapó el glande entre sus finos labios y con la lengua empezó a acariciar con rapidez la punta. Me volvía loco. La tomé de la cabeza y empujé mi pene hasta el fondo. Ella lo recibió en su totalidad sin chistar. Retiro la cabeza lentamente y un hilo de saliva colgaba de mi pene a sus labios sonrientes.

Tomó mi verga con la mano izquierda y la levantó, empezó a besar y lamer mis huevos como nadie lo había hecho jamás.

Me separé de ella y la acosté delicadamente en la cama, le retiré en hilo dental y empecé a comerle el coño con delicadeza. Mientras le besaba los labios giré mi cuerpo para que me mamara la verga. Pasé mi lengua por su monte de venus, atrapé su clítoris con mis labios, besé cada uno de sus bien recortados vellos. Mi lengua jugó con su ano mientras mis manos apretaban sus hermosas nalgas.

Le comí el coño hasta que se vino entre suaves gemidos, sus flujos resbalaron por mi cara. Nunca antes había sentido un sabor tan dulce.

Sandra se había convertido en una gata, arrodillada tomo mi pene y lo puso entre sus hermosas tetas. Me masturbaba lentamente mientras que con la lengua besaba la punta de mi verga. No pude aguantar más y me vine en sus pechos y su cara. Sonrió satisfecha, recogió el semen de su rostro, se lo llevó a la boca y me besó.

Mi verga seguía dura, Sandra puso su cabeza en la cama, levantó su delicioso culo, con ambas manos se tomó de las nalgas y las abrió.

- Reviéntame el culo – me pidió.

Me acerque de rodillas y empecé a besarle el ano, pase mi lengua por sus pliegues, mojé mis dedos en sus flujos y acaricié los bordes, primero metí un dedo suavemente. Sandra gimió de placer. Seguí jugando con mi lengua y mis dedos.

- Clavámelo ya – rogaba entre gemidos

Puse la punta de mi pene en su estrecho ano y empecé a empujar lentamente. Sandra boqueaba de placer, gemía de gusto, una de sus manos empezó a jugar con su clítoris. Seguí penetrándola suave pero firmemente. La tomé de las caderas y metí toda mi verga en su hermoso culo.

Pude ver el rostro de Sandra, una mezcla de placer y lujuria. Empecé a bombear suavemente.

- Muévete mierda, rompeme – me ordenó.

Nunca fui muy bueno con las órdenes.

Seguí clavándola suavemente, una de mis manos llegó a sus grandes y deliciosas tetas y le pellizqué los pezones. Sandra gemía, podíamos oír el chocar de nuestros cuerpos, mis huevos golpeaban su carne húmeda.

- Así, así, sigue, sigue.

Empecé a aumentar el ritmo de mis embestidas. No podía aguantar más, me estaba tirando a una hembra hermosa e insaciable. Sentí la leche a punto de salir de mi verga, con las dos manos la tomé de las caderas, di un último empujón, me tiré sobre su espalda y le mordí la nuca.

Sandra gritó, sus flujos mojaron la cama, su cuerpo empezó a temblar, sus ojos se blanquearon, mi leche inundo sus intestinos haciendo que tuviera un nuevo y húmedo orgasmo.

Fue el mejor polvo que me había dado hasta el momento.

De eso hace diez años. Seguimos casados y cada sesión de sexo es mejor que la anterior.

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