Nuevos relatos publicados: 7

Negación - Capítulo 10

  • 15
  • 8.249
  • 9,35 (17 Val.)
  • 5

Nos habían dejado solos. No sin antes advertirme que contara toda la verdad. Me miraba con cara de… nada. No había emoción alguna reflejada en su rostro. Sin embargo, cada vez que ella abría la boca para preguntar algo, me obligaba a filtrar cada una de las palabras que decía, sentía que me estaba ahogando en un vaso de agua. Me dolía la cabeza por el uso constante de neuronas que requería para mantener en pie la historia falsa que había inventado. La Oficial Tamar Rodríguez era buena y parecía dudar de todo lo que decía. Sus preguntas eran precisas, sin rodeos.

- ¿Y? – Preguntó.

La miré, sin saber cómo responder bien a la pregunta que acaba de formular. El relato era sencillo, había decidido salir a trotar luego de un extenuante día de trabajo cuando un hombre apareció de la nada, me golpeó y me subió medio inconsciente a un vehículo. Me amarró y me cubrió la cabeza, rondó por la ciudad mientras me pedía dinero, me negué, me siguió golpeando y luego me tiró en un lugar desconocido. Traté de no decorar mucho la historia, pensando en que al hacerla más simple, daría menos lugar a los cuestionamiento, y sería más fácil mantener la coartada sin decir algo que pudiera resultar sospechoso. Eran, precisamente las cosas que faltaban por explicar, las que llamaban su atención.

- ¿Por qué salió a trotar sin ropa interior? – dijo, enfatizando cada palabra como si se estuviera comunicando con un niño de pre-escolar. Así me sentía.

- No entiendo… - mentí.

- ¿Qué no entiende Señor González?

- Yo sí… bueno… yo si salí con ropa interior – me miré los pies fingiendo, ocultando la vergüenza y el miedo en mis ojos. No había contado con esto.

- El informe escrito por los Paramédicos que acudieron en su rescate, dice claramente, que el individuo, ósea usted, fue hallado en deplorables condiciones, en estado de hipotermia y vistiendo sólo un sudadera y un pantalón de buzo. Nada más – puntualizó -  ¿Debo suponer entonces que el Personal de Salud está mintiendo, Señor González?

- Yo… - quise explicar.

- ¿Fue usted violado, Sr. González? – preguntó con toda naturalidad, como si me estuviera preguntando por el clima, o el ganador en una partido de futbol.

- ¿¡Qué!? ¡No! – me apresuré a decir horrorizado – No… nada de eso.

- Puedo pedir un examen, si usted tiene dudas.

- ¡No las tengo! – la Oficial no parecía convencida – No las tengo… es solo que no recuerdo claramente.

- Entonces debemos asegurarnos, le podemos pedir al Dr. Obregón o algún otro médico que realice un examen… es un poco tarde, pero si hubo acceso carnal, siempre queda algún vestigio… ya sabe… algún fluido, alguna fisura, incluso las paredes rectales sufren trastornos… ¿lo sabía? – Esto no puede estar pasando – pensé.

- Estoy seguro que nada de eso pasó – le aseguré.

- Sr. González… - vaciló - Fabián, no serías el primer hombre al que le pasa, ¿lo sabes?, esto no tiene nada que ver con tu masculinidad, o de lo macho o fuerte que te sientas… estás cosas pasan más a menudo de lo que piensas y muchos hombres lo callan, lo hacen por vergüenza o miedo… no te sientas mal… nadie va a juzgarte, nadie tiene ese derecho… - me quedé paralizado ante su muestra de humanidad y genuina preocupación - …Necesitamos saberlo, necesitamos asegurarnos de que nada de eso pasó… debemos hacer las pruebas correspondientes, examen de sangre que nos aseguren que no te contagiaste de ninguna enfermedad… escúchame… no es normal lo que me estás contando, me dices que saliste a trotar con ropa interior, pero fuiste hallado sin ella. ¿Quién te la sacó? ¿Qué más te hicieron?

- Quiero que me dejes solo – le dije, con mi mente llena de alarmas pidiendo al personal que evacuaran porque se había desatado una catástrofe.

- Te dejaré un segundo, pero volveré… no hemos terminado de hablar – me advirtió.

Miré a la Oficial salir, estupefacto. Esa menuda mujer, de cuerpo sinuoso y rostro serio me tenía entre la espada y la pared. Repasé mentalmente la historia que le había contado. Demonios, la estuve preparando durante la semana, según yo, no quedaba espacio para las dudas, mi mentira era concisa. Me preparé, de todas formas, para muchos cuestionamientos. Jamás consideré la justificación de mi escasa vestimenta como parte importante del asunto. Mucha gente anda por la vida sin ropa interior después de todo. Era una trivialidad y a ella se le ocurría indagar, justamente, respecto a ese detalle. Tenía que encontrar una respuesta para esto, tenía que hallar una salida. La puerta se abrió.

Sergio entró rígido, sin esa chispa de humor en sus ojos. Me evaluó por unos segundos en la entrada. Suspiró una vez y se acercó, se sentó junto a mí en la cama, mirando a la ventana, mi yeso rozaba levemente su pie. Apartó su mirada y me quedé viendo su perfil, mientras el parecía estar perdido en algún lugar del espacio y el tiempo.

- Cuéntame – dijo sin voltearse.

- ¿Qué cosa? – sus ojos se entrecerraron.

- ¡Cuéntame la verdad! – apremió, había algo urgente en la forma en que dijo esas tres palabras. Como si fuera importante para él, escuchar de alguna forma los secretos que guardaba.

- ¿Qué verdad?

- ¡Lo que pasó!… yo tengo una idea ¿Sabes?... pero quiero escucharlo de tu boca.

- No hay…

- ¡No empieces con tus juegos! – me advirtió.

- ¿Qué juegos?... Tú no me conoces  - le recordé.

- Pero en estos días he visto más que tus “amigos”… - dijo “amigos” con desprecio - ¿O qué? ¿Tú crees que se pondrán muy felices cuando sepan que eres un drogadicto de mierda? – soltó, me quedé analizando sus palabras por un segundo.

- Ni siquiera sabes los que estás hablando… - murmuré, enojado.

- ¿¡Qué no sé!? – su tono cambio, ahora lleno de rabia – Tengo el pre-informe del test toxicológico, estabas bajo la influencia de una droga… aún no sé de qué se trata, pero el analista dijo que había dos opciones, o era una cantidad baja… o te habías administrado la droga muchas horas antes de que llegaras aquí. Me decanto por la segunda…

- Eres un Imbécil – dije, cerrando los ojos, alarmado por el curso que estaban tomando las cosas, primero la Oficial y ahora el Médico.

- Seguramente se trató de un ajuste de cuentas ¿no?... por eso trabajas tanto, para tener dinero para pagar tu vicio y tus deudas… Debes estar bien metido, para que unos cabrones te agarren a golpes hasta casi desconfigurarte la cara… Vas a tener que decirles, a Tamar, a Claudia, a Miguel, a todos… Vas a tener que decirles en que andas metido… Sinos le dices tú… ¡les voy a tener que contar yo! – le propiné un golpe en la cara con mi puño, vertiendo todas mis fuerzas en él.

- ¡No te atrevas a amenazarme! – le grite. No sabía de qué parte venía ese arrebato de agresividad, pero esas advertencia tan simple, hizo que todo el rencor que sentía, toda la vergüenza que viví, todo el dolor, la impotencia, el miedo y el odio que he estado experimentando aflorara. Me tomó un segundo comprender lo que había hecho, golpeé a una persona que nada tenía que ver con los sucesos que me han estado atormentando desde que mamá enfermó. Golpeé a una persona que nada tenía que ver con las decisiones que yo había tomado. Golpeé a una persona que solo trataba de ayudarme.

En el segundo en que entendí eso y experimenté toda la oscuridad en mí interior, algo se derrumbó alrededor. De pronto el mundo ya no tenía luz de día, en él sólo existía penumbra de noche. Igual a todas aquellas madrugadas en las que caminé rumbo al paradero, para venderle mi cuerpo y mi alma al Diablo. Y sentí un pesar nuevo, en el centro de mi pecho, una agonía que me ahogaba dejándome sin aliento. Traté de inhalar aire dos veces, mientras veía un par de ojos verdes sondeándome, mirándome con lástima.

Lloré mientras unos fuertes brazos me contuvieron, calmando mi dolor. Lloré sobre ese hombro minutos y horas, que se convirtieron en días y años. Y ninguno de los dos dijo nada. Sólo se oía mí lamento.

- - -

Me gustaba el pueblo, me traía recuerdo de tiempos mejores. Llevaba meses sin venir. Su aire fresco llenaba mis pulmones de nuevas energías positivas. Muy diferente a la polución a la que me había adaptado, demasiado rápido para mí gusto. Provenía de este sucucho rural, de este lugar apartado del mundo, cuya población no superaba los mil quinientos habitantes.

Aun existían construcciones antiguas, rememorando el tiempo en que los primeros colonos llegaron a invadir este valle con su asfalto y sus ladrillos. La pequeña iglesia frente al parque era un ejemplo claro de ello, llevaba cerca de doscientos años erguida, inexorable al paso del tiempo, contemplando la vida de miles de personas ir y venir en busca de mejor fortuna. Me hallaba mirándola con detención, sentado en una banca, bajo la sombra de un antiquísimo árbol. La brisa del viento me llegaba desde el sur, desordenando mi cabello. En este lugar perfecto, me sentía ligeramente en paz.

De alguna forma, Sergio prometió no decir nada, por ahora, cuando la verdad era que no había nada que decir. De todas formas me justifiqué, al volver a mis cabales y abandonar las lágrimas, le mencioné que tenía una pequeña lesión – precisamente en el pie enyesado – y que estaba usando un anestésico en aerosol, Lidocaína para ser precisos, que me ayudaba, principalmente, a cumplir con mis deberes en el gimnasio. Inventé la historia a toda máquina, y tuvo cierto efecto positivo, aunque no pareció él todo convencido. Con miedo le pedí que no indagara más, existían detalles del pasado que era mejor olvidar. Este accidente encabezaba la lista. Hizo mutis por la escena al rato, sin proferir una palabra.

Respecto a la Oficial Rodríguez, volvió, pero no sola. Miguel la seguía moviendo el rabo como un perrito faldero. Me hizo mucha gracias verlo embobado nuevamente, deslumbrado por una joya nueva para su colección. Por motivos de protocolo la declaración debíamos hacerla en solitario. Me negué rotundamente a que Brawny abandonara la habitación, este pareció extrañado al principio, pero luego, entendió la indirecta del plan maquiavélico que había puesto en marcha, yo le estaba dando más tiempo con la Oficial. No hubo más preguntas ese día. Y Tamar resultó ser una mujer débil bajo esa máscara de rectitud, que cayó rendida fácilmente a los pies de Miguel. Creo que tuvieron su primera cita el miércoles. No me extrañaría pensar que esa salida terminó en la cama.

Apagué el teléfono en el momento en que subí al bus el sábado por la noche, por lo que me desconecté de todo y de todos. Sabía que Claudia hablaba con Laura, porque en ocasiones mi hermana insinuaba que estaba siendo grosero con mis amigos. Existían tantas versiones de la historia, que ya me estaba empezando a confundir. Me estaba convirtiendo en un mentiroso consumado. Les dije a Laura y Sofía, mis hermanas, que había chocado en el auto. No pareció agradarles la idea, no por mi salud, sino por la del vehículo, comenzaron un interrogatorio sobre su estado, los costos de reparación y si ese gasto “extra” alteraría de laguna forma el aporte monetario mensual que les daba. No me dolió, las conocía, sabía que la invitación era más obligatoria que por verdadera preocupación. Como tantas otras veces, lo dejé pasar.

Seguí mirando la Iglesia. Y seguí debatiendo en mi interior la posibilidad de entrar. Hace un año y medio la pisé por última vez, viví en su interior, bajo la mirada de una representación de un Cristo que parecía juzgarte en todo momento, la experiencia más triste y desesperante de mi vida. Es parte de la naturaleza, después de todo, vivir la muerte de tus padres. Sin embargo, cuando esa vida tan especial, tan propia, te es arrebatada en forma tan prematura y  sufrida, no puedes no enojarte con el Dios al que tanto le has implorado piedad y ayuda. No he hecho nada para ganarme esa misericordia, pero he vivido el castigo. Me pregunto si eso nos deja en un punto muerto.

Nunca superé la muerte de mamá del todo. Aun puedo sentirla cerca, o quiero hacerlo al menos. Volver al pueblo solo lo hace más real, me di cuenta cuando llegué aquí y sentí el dolor en el pecho. En la Ciudad, puedo olvidar el dolor, he generado distracciones que me mantienen alejado de la culpa, por no haber hecho más, o haber tomado decisiones muy tarde. Si yo hubiese sido más decidido, tal vez mi madre aun seguiría con vida.

Estuve frente a su tumba durante la mañana. Le llevé un ramo de flores. Camelias, sus favoritas. Estuve largas horas conversando con el mármol frio. Aclarando hechos, revelando eventos del pasado. Sincerando los secretos que nunca le dije a nadie. Lo que nunca le dije a ella. Reviviendo los tiempos ahora idos, perdidos en el río eterno del tiempo. Me recosté a su lado, mirando el cielo, observando las nubes pasar, mientras le hablaba. Traté de recordar su voz y me llegó como un susurro traído por el viento. Pero cuando cerré los ojos y traté de invocar su rostro, ninguna imagen llegó a mi mente. Con desesperación busqué el relicario que colgaba en mi cuello, lo abrí con manos temblorosas, buscando su pequeño retrato, lo miré y todas sus muchas caras retornaron a mí, su risa y los hermosos hoyuelos de las mejillas, la forma en la que se fruncían sus cejas cuando me reprendía, y la forma en que sus ojos caramelo se aclaraban hasta tomar un color miel pálido cuando la invadía el dolor y la pena. Estás últimas imágenes, las de su congoja, fueron las que más se repitieron. Me entristecía pensar que en su vida, hubo más llantos que risas, que siempre hubo más dolor que alegría.

El campanario de la Iglesia llamaba a los feligreses. Con el movimiento de las campanas, cientos de palomas emprendieron vuelo desorientadas, retornando a sus nidos. Me puse de pie, mientras el último eco del repique de las campanas aún permanecía en el ambiente, y volví a casa.

- - -

Retornaría a la Ciudad dentro de unas horas. El tiempo de aislamiento y la naturaleza me habían ayudado a sanar no solo física, sino que emocionalmente. Me sentía fuerte a pesar del pie entablillado y la muleta que me veía obligado a utilizar para trasladarme de un lugar a otro.

Había ido al cementerio a diario para ver a mamá. A veces sólo para estar en su compañía, y acunarme en su seno. Otras para hablar. Ya no existían secretos entre ambos, al menos de mi parte. Regresaba a casa caminando, a la velocidad de un caracol, lo positivo es que me volví un experto en ser y parecer lisiado. Me sorprendió la amabilidad de la gente cuando me ayudaba a cruzar la calle, o llevar los carros de compras. Lo más probables es que en la Ciudad me hubiesen robado el soporte, antes de prestarme algún servicio comunitario.

No esperaba ver caras conocidas, hasta que un día, haciendo la fila del supermercado alguien tocó mi hombro. Me volteé lentamente, no por darle un efecto dramático a la situación, así me movía ahora, pausado, pidiéndole permiso y colaboración a todos mis músculos para efectuar una acción. Me quedé mirando al hombre que había llamado mi atención.

- ¿Faby? – reconocí su voz, pero esta era más grave de lo que recordaba y además, la persona que veía no se parecía en nada al joven con el que compartí la infancia, y al que le entregué mi virginidad. Tenía un estilo bastante peculiar, algo como un Surfista-Naufrago, con evidente bronceado y barba descuidada, seguía siendo tan alto como siempre, pero estaba más robusto, macizo, todos sus músculos explotando en tensión. Su condición física me recordó a un Brawny con exceso de anaeróbicos. Solo en sus ojos aún vivía el niño de antaño.

- ¿Rodrigo? – he dicho con la voz cargada de incredulidad. Primero por la imagen y luego porque él me estuviera hablando.

- ¡Faby! – me sonrió - ¡Que agradable sorpresa! ¡Llevo años sin verte!

- ¡Hola! – lo saludé, extendiéndole la mano, la cual estrechó con firmeza.

- ¿Qué te pasó?

- Accidente automovilístico, ya sabes, la saqué barata – dije al tiempo que miraba mi cuerpo, al menos la cara ya estaba deshinchada y ya solo quedaban moratones difuminados, las suturas aún estaban cubiertas por apósitos que cambiaba diariamente. El lunes tenía cita con el Dr. Obregón, esperaba que indicara el retiro de las puntadas.

- Me alegro que te estés recuperando – me miró directamente a los ojos –. Siento mucho que nos distanciáramos.

- ¿A qué te refieres? – pregunté nervioso, esperaba que ninguno de los dos tocara el asunto. Además, fue él el que se distanció de mí, no yo de él.

- Bueno… fuimos amigos desde siempre, crecimos juntos, casi vivíamos juntos, y luego pasó lo que pasó y no nos hablamos más.

- ¡Ah! – fingí una risa que sonó patética – no te preocupes, deja el pasado atrás.

- ¡No pude! – me susurró – no puedo, aun pienso en esa noche.

- ¡No seas un cretino! – lo reprendí – no pasó nada en ninguna noche. No que yo recuerde, estábamos borrachos.

- ¡Pero lo hicimos! – gritó.

- ¡Shhh! – lo miré con fastidio – creo que no es el momento para hablar de estas cosas, menos en un lugar público.

- Tienes razón – dijo mirándose las manos – que te parece si hablamos uno de estos días.

- Creo que eso no será posible, vuelvo a la Ciudad mañana por la mañana.

- ¡Oh, qué lástima! – parecía lamentarlo de verdad. Avancé un paso en la fila, el me siguió como un imán.

Me sentí incómodo, sin saber que más decir. La verdad es que su tan repentina y algo desatinada declaración me sacó de cuadro. Llevábamos algo así como seis años sin hablar, y lo único que me dice son tonterías.

- ¿Cómo está tu hijo? – pregunté de golpe.

- ¡Bien!... muy bien, gracias por preguntar. Va a cumplir tres años… adivina cuándo.

- Ehhhh…

- El veintitrés de septiembre – dijo riendo, como si fuera obvio.

- El veintitrés de…

- ¿Que coincidencia no? Cumplen año el mismo día – dijo riendo.

- Sí… - ese detalle, por alguna extraña razón, me dejó mudo.

No volvemos a hablar, y en cuanto he pagado, trato de salir corriendo del recinto. Me pregunto en que momento la presencia de Rodrigo, comenzó a parecerme tan poco familiar. Supongo que lo que dicen es mentira, el tiempo si destruye la amistad. De todas formas, cuando una amistad llega a su fin de la forma en la que la nuestra lo hizo, ni siquiera el tiempo puede sanar las heridas que eso provoca. Y yo terminé herido sin duda. Como siempre.

Voy llegando al aparcamiento cuando lo oigo gritar a mis espaldas llamándome. Por un momento cruza por mi mente la idea de ignorarlo, pero me detengo, respiro profundo y me giro.

- ¿Qué pasa? – le espeto.

- ¿Te llevo? – dice, al tiempo que indica un auto rojo estacionado a unos metros de donde nos encontramos.

- No es necesario, gracias. Caminaré.

- Yo te llevo, Fabo, no seas terco.

Mi cuerpo se relaja durante un segundo ante la mención del apodo que tenía para mí. Fabo. Así me decía desde que estábamos en la Pre-Escolar. Rorro, lo llamaba yo en cambio. La sensación dura un instante, y luego recuerdo ese despertar, su rostro y los que nos dijimos. Me doy vuelta y sigo mi camino.

- ¡Espera! – lo siento seguirme.

- ¿Qué quiere?, de verdad, ¿qué quieres? – le pregunto.

- Tu ayuda… - admite al fin.

Me detengo, y le hago frente, exigiéndole con mi cara que se explique.

- Me traslado a la Ciudad dentro de una semana. Ya no hay trabajo para mí aquí – me dice – lo dejo todo, ya sabes, familia, casa, todos… tal como una vez lo hiciste tú.

- Sigue – le pido.

- Me han dicho que te va muy bien por allá. Quería saber si me podías ayudar, los primero días al menos… para adaptarme y todas cosas… encontrar un lugar donde vivir, mientras encuentro un trabajo estable, esas cosas… Sé que estoy pidiendo mucho, pero te agradecería enormemente la ayuda… será como cumplir los sueños que teníamos en los viejos tiempos ¿recuerdas?... irnos juntos a la Ciudad y comenzar de cero…

- Ha pasado mucha agua bajo el puente – le recuerdo, sacándolo de sus ensoñaciones – ya nada puede ser como antes.

- Lo sé – admite por fin – pero siempre podemos tener un nuevo comienzo. Dame una oportunidad, por favor, ayúdame en esto. ¿Amigos? – pregunta y extiende la mano en señal de paz.

Miro su mano por un segundo, analizando las opciones. Decido rendirme, hacer una buena acción. Llevo mis manos a mi cartera y saco una tarjeta que le entrego.

- Llámame cuando viajes, puede alojar en mi casa por unos días mientras te acomodas – digo en un ataque extremo de bondad. Y siento que me arrepentiré de esto.

- Gracias… - es todo lo que oigo que dice y me alejo.

- - -

Voy camino a la Ciudad, luego de una semana de retiro, miro los bosques pasar a través de la ventana, lágrimas inundan mis ojos. Siento añoranza de los tiempos felices que viví aquí, y las pérdidas que sufrí. Mañana es lunes, vuelvo al trabajo en el Servicio de Salud y la Universidad, el gimnasio tendrá que esperar. Mañana tengo cita con el Fisioterapeuta, el Dr. Obregón y la Psicóloga. Si tengo suerte, abandonaré el yeso y las suturas.

De pronto me siento esperanzado. Todo puede ser mejor mañana.  

(9,35)