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Madres sacrificadas 1: Cecilia paga por los pecados del hijo

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Cecilia recibió el primer mensaje una tarde de verano, mientras colgaba la ropa para que se seque al sol. Sintió la vibración dentro del bolsillo del pantalón, sacó el celular y leyó el mensaje: “sabemos lo que hizo tu hijito” el corazón le dio un vuelco. No sabía a qué se refería el mensaje, pero no dudaba de que era cierto que el chico andaba en algo raro. Tomi siempre fue un nene malcriado al que no supo controlar. Desde que se casó con Fernando hizo todo lo posible para ser una buena madre para el hijo de su pareja. Tomi tenía cinco años cuando Cecilia se unió a la familia, durante unos años se llevaron bien, ella pronto lo consideró un hijo propio. Pero llegando a la pubertad comenzó a descarriarse, tenía malas influencias, tomaba alcohol, y a ella ya no le hacía caso y le contestaba insolentemente.

Además, amparado en su belleza y en su posición económica acomodada, siempre se creyó mejor que los demás. Era agrandado y arrogante, despreciaba a los pobres y a las personas que no consideraba bellas. Cecilia nunca pudo con él. Lo adoraba porque lo sentía propio, pero no tenía nada que ver con ella.

A los veinte años Tomi se fue a vivir sólo. Ella nunca estuvo de acuerdo, pero su marido, un exitoso abogado que se llenaba de dinero sacando a los presos de la cárcel, le permitió vivir en un departamento que tenía en Almagro.

Ahora que lee el mensaje se pregunta en qué lío se habrá metido su hijo. La respuesta llega enseguida en forma de video. Cecilia no sabía si descargarlo y mirarlo, pero la duda la atormentaba. Tocó la pantalla del celular, y una vez descargado lo abrió: era una filmación de tres minutos. Al principio aparecía borrosa y el que estaba grabando movía mucho el celular con el que lo hacía, sólo se escuchaban algunas voces, pero poco a poco la imagen se fue aclarando y la cámara se detuvo en una mujer. Era una adolescente, tendría como mucho dieciocho años, aunque Cecilia temía que fuese menor de edad. La chica estaba desnuda. Cecilia sintió escalofrío, porque ya sospechaba cual era el contenido de esa grabación. “por favor, no quiero” sollozaba la chica que estaba siendo filmada. Estaba arrodillada, y la rodeaban al menos tres personas a las cuales sólo se les veían las piernas. “Mirá, si no nos chupás la pija a todos, te vamos a escrachar por internet, vamos a publicar el video que te hiciste con tu noviecito y no vas a poder ni salir a la calle de la vergüenza”, se escuchó decir a una voz clara, a través del parlante del celular. La chica de la grabación comenzaba a balbucear algo, suplicaba que la dejen ir, y que si su viejo veía el video la iba a matar. Mientras Cecilia veía y escuchaba aquel video rogaba mentalmente para que la chica no se deje amedrentar por esos malditos, pero la adolescente dejó de implorar, lo que de alguna manera significaba un asentimiento, porque los tres hombres se bajaron los pantalones al mismo tiempo, y la chica, con lágrimas desbordando de sus ojos, comenzó a mamar a los tres abusadores.

Luego le llegó otro video más largo, que mostraba de muy cerca, cómo la chica los mamaba, hasta que ellos acababan en su boca. No quería mirar, le daba repulsión, pero necesitaba estar segura de que tenían algo en contra de su hijo. Mientras el último hombre eyaculaba sobre la cara de la víctima, Cecilia creyó reconocer el pantalón de Tomi, pero quienes le enviaban el video necesitarían mucho más que eso para sacarle plata, porque estaba segura de que era eso lo que querían. Como respuesta a este pensamiento, el celular que usaban como filmadora hizo un movimiento rápido hasta enfocar a un chico rubio, de ojos verdes, con una sonrisa burlona dibujada en la cara. Era su hijo, Tomi, que mirando a la cámara dijo “bueno señoras y señores, así es como se convence a una pendeja calienta pavas de que chupe tres pijas” y el video finalizó.

Cecilia no podía creer que su hijo fuera tan miserable, y sobre todo tan estúpido. ¿Cómo era capaz de obligar a una pobre chica a hacerle sexo oral? ¡Y encima grabarlo todo! Estaba furiosa, sentía cómo la ira se convertía en calor y enrojecía su rostro. Sus dedos se cerraron con fuerza y formaron dos puños. Se había olvidado que tenía el celular en una de sus manos y sólo cuando sintió quebrarse la pantalla volvió en sí.

Aun dañado, el celular funcionaba y pudo ver que tenía nuevos mensajes. “mire Cecilia, se la vamos a hacer corta” decía “Su hijo puede ir en cana si difundimos ese video, y la carrera de su marido se viene abajo, así que usted nos va a pagar por nuestro silencio, y no vaya a pensar que el precio se abona con plata”. Cecilia estaba aturdida, no entendía qué pretendían aquellos chantajeadores, aunque en el fondo lo intuía. “¿y entonces qué quieren?”, les escribió con las manos temblorosas por los nervios. A los pocos segundos llegó la respuesta. “señora, usted es muy hermosa e inteligente, no nos haga explicar obviedades… Mañana le vamos a mandar un mensaje con una dirección a la que va a tener que acudir en un lapso no mayor a dos horas. Desde ya le digo que la cita va a ser bastante lejos de su casa, así que esté preparada desde temprano para llegar con tiempo”.

No sabía qué contestar, por lo que optó por no hacerlo. Estuvo toda la tarde nerviosa y enojada. Pensó en llamar a Tomi para putearlo y recriminarle lo que hizo; también se le ocurrió dejar que los chantajeadores hagan lo que quieran con aquel video. Al fin y al cabo, su hijo merecía pagar por lo que le hizo a esa pobre chica. Pero luego lo recordó cuando todavía era un niño inocente, un niño normal, sin ambición ni maldad. Entonces se culpó a si misma porque en definitiva, los defectos del hijo sólo mostraban sus propias falencias como madre.

Todo el día estuvo pensando en aquellos mensajes, en aquel video, en todas las alternativas que tenía. Su esposo Fernando la notó extraña durante la cena, pero cuando le preguntó qué le pasaba, ella le contestó que estaba de mal humor por el período. Esa noche se hizo larguísima, el reloj de la mesita de luz hacía un ruido insoportable a medida que avanzaba el segundero. En un momento se sinceró consigo misma y se dijo que lo mirase por donde lo mirase, la decisión a tomar sólo podía ser una: iba hacer cualquier cosa para proteger a su hijo. Esa franqueza la liberó de su tormento y finalmente pudo conciliar el sueño.

Se despertó recién a las diez, porque como se había dormido tarde no pudo hacerlo antes. Se sobresaltó creyendo que quizá ya le habían mandado el mensaje con la dirección de la cita, pero para su alivio se había equivocado. Se dio un baño, se enjabonó en cada rincón de su cuerpo, usó el bidet por varios minutos, se perfumó. Se sintió ridícula cuando se percató de que se estaba preparando para tener sexo con unos chantajeadores, así que eligió una ropa común y corriente para vestirse: una camisa a cuadros y un pantalón de jean. Pero sabía que aun así se veía sexy. Resultaba muy difícil esconder su trasero parado usase el pantalón que usase, y su cara era hermosa con maquillaje o no. Siempre se sintió orgullosa de su belleza, era el arma con la que enfrentaba la vida. A sus treinta y seis años atraía la mirada de hombres de todas las edades. Y ahora usaría ese cuerpo que tanta admiración despertaba en los demás y en ella misma, para salvar a su hijo.

Recién a las tres de la tarde recibió el mensaje con la dirección. “ok voy a ir, pero sólo esta vez, no quiero que me molesten más después de esto”, contestó. “jajajajaja, usted no pone las condiciones Cecilia”. Esa respuesta fue un golpe bajo para ella. ¿Hasta cuándo tenía que soportar a esos extorsionadores?

Buscó la dirección en el GPS y descubrió que tal como le habían dicho, el lugar del encuentro era muy lejano, pero con el auto podría llegar en una hora y media.

Durante todo el trayecto el corazón le latía frenéticamente. Se sorprendió de sí misma por no sentirse tan indignada como suponía que debería estarlo, más bien estaba ansiosa por saber cómo pensaban poseerla. Creía que si no se ponían violentos y no eran tipos demasiado repulsivos la experiencia no sería tan traumática. Este tipo de cavilaciones se alternaban con una fuerte auto recriminación “no puedo ser tan puta”, se insultaba. Pero luego se justificaba diciéndose que ante una situación inevitable lo mejor era enfrentarla de la manera menos dramática posible. Luego pensó que hace mucho no estaba con un hombre que no fuese su marido. Si bien durante su noviazgo ambos tuvieron aventuras, desde que se casaron hace dieciséis años Cecilia fue absolutamente fiel. La idea de estar con otros hombres le generó calor en la entrepierna, y luego le vino otro ataque de autocensura, y así transitó su viaje hasta que finalmente llegó.

Era un barrio bastante diferente a donde vivía, tan diferente como los son el conurbano bonaerense de la ciudad de Buenos Aires. Pero no se quiso detener a observar las calles de tierra y los perros callejeros vagando con la misma libertad que las personas. Llegó a una casa grande, bastante lujosa para lo que era el barrio. “ya llegué”, les escribió. Luego preocupada por el auto mandó otro mensaje: “no pienso dejar el auto acá afuera” como respuesta, la puerta de una cochera se abrió lentamente. Ella ingresó con el auto y se dijo que ya no había vuelta atrás.

Cuando guardó el auto la puerta se cerró a sus espaldas. Alguien la controlaba desde dentro de la casa. Caminó por el largo pasillo y fue hasta la puerta de atrás, cuando golpeó para que abran le llegó otro mensaje. “la puerta está abierta, pasá y Ponete la venda que está encima de la mesada; no se te ocurra intentar mirarnos porque si lo hacés le vamos a arruinar la vida a tu hijo.”. Cecilia pensó en Tomi, su malvado hijo, aquel por el que estaba en esa situación, le dio bronca pero sacudió la cabeza, se armó de valor y entró a la casa.

Se puso la venda en los ojos tal como se lo habían ordenado. No tuvo que esperar mucho para escuchar que unos pasos se dirigían a ella. Sintió que alguien le tomaba de las manos y se sobresaltó “no te asustes, te voy a llevar a un lugar más cómodo” dijo una voz afable. Caminó de la mano con aquel desconocido que olía a cigarrillo hasta llegar a su destino. “quédate ahí quietita nomás” le dijo el hombre soltándole la mano. “y ahora qué” dijo Cecilia. “Así que por fin conocemos a la mamita de Tomi” dijo una voz diferente, más gruesa y potente. Se preguntó si acaso no se trataban de los mismos hombres que estaban en el video incriminatorio con su hijo. Era lo más lógico, quien si no tendría acceso a ese video, además el único que mostraba la cara era el imbécil de su hijo. “me habían dicho que estabas buena, pero no sabía que tanto” dijo el hombre, y mientras hablaba Cecilia escuchó la voz cada vez más fuerte y notó los pesados pasos que se acercaban a ella. “miren las gomas que tiene” dijo el hombre al mismo tiempo que las estrujaba. “Vengan chicos, vamos a divertirnos”, invitó a los otros. Entonces sintió el olor a cigarrillos acercarse, y una tercera persona avanzaba hacia ella, dejando una estela de perfume que le resultaba familiar. De un momento a otro, los tres tipos le desabrocharon la camisa, le bajaron los pantalones y le quitaron las zapatillas. Ella no se oponía a nada pero tampoco les seguía el juego, sólo estaba plantada en el piso, sintiendo cómo la tironeaban de un lado a otro para despojarla de su ropa. Un par de manos se ocuparon de bajarle la bombacha, y otra de dejarla en tetas. Una vez desnuda alguien puso algo muy frío en su espalda, se estremeció por la sorpresa, pero luego la siguieron acariciando con ese objeto helado y una vez que se acostumbró, siendo que hacía mucho calor, le resultó agradable. Luego sintió otra vez frío, pero en esta ocasión en tres partes diferentes del cuerpo. Los tres hombres la rodeaban y la acariciaban con objetos que para ella eran un misterio. Unos dedos se deslizaban por su generoso trasero, hasta ir a parar a la raya que divide sus nalgas y meter ahí el objeto frío, para frotárselo sobre el ano. Estaba segura que se trataba de un cubo de hielo, pero todavía no adivinaba con qué le enfriaban los pezones y los muslos. Entonces un líquido cayó sobre su cuello, para desparramarse en sus tetas, y luego otro chorro de líquido helado bañó su cuerpo desnudo. Entonces supo que la estaban frotando con vasos que contenían alguna bebida alcohólica.

Mientras dos de ellos se abalanzaban sobre sus pechos para chuparlos y sentir simultáneamente el sabor de su carne y el de la bebida, se sintió sucia, pero sobre todo se sintió muy puta, porque a su marido Fernando nunca se le hubiera ocurrido hacerle eso: condimentar su piel con una bebida, como si fuese un cacho de carne que se iban a devorar, pero los abusadores eran originales y ella ya estaba comenzando a disfrutar, tenía que reprimir los gemidos que le producían las mordidas en los pezones, las caricias en las piernas, y los masajes del tercer tipo, aquel que despedía un perfume que ella conocía pero no recordaba de dónde, que frotaba su lengua en el ano y cada tanto le daba cachetazos violentos en las nalgas.

Más líquido cayó sobre sus tetas mientras alguien las saboreaba, esta vez le vaciaron una botella. Alguien separó sus labios vaginales, percibiendo la humedad del sexo, luego llevó un dedo húmedo y dibujando formas circulares le masajeó el clítoris. Cecilia abrió más las piernas y soltó un gemido involuntario “yo sabía que te iba a gustar” dijo la voz gruesa “miren cómo le gusta que la manoseen a la mamita de Tomi” le dijo a los demás, frotándole el dedo un buen rato mientras el otro seguía saboreando de sus mamas y el tercero escupía su ano para asomar sobre él la punta del dedo.

El hombre que la hizo gemir reemplazó los masajes manuales con otros lingüísticos. Cecilia ya no podía ocultar su calentura, separó más las piernas y las flexionó un poco, para que el que estaba abajo pudiese meter su cabeza entre ellas y chupar con mayor facilidad. Mientras sentía el placer ahí abajo, comenzó a menear las caderas, como bailando al ritmo del tipo que la chupeteaba, mientras tanto un dedo le perforaba el culo, despacio, pero implacable, cosa que hizo arquear su cuerpo y largar un grito de placer.

 “muy bien Ceci, todos sabíamos que eras una putita reprimida, viniste obligada, pero te vas a ir agradecida” dijo aquella voz cortés que la había recibido ni bien llegó. El tercer hombre, silencioso, seguía escarbando el culo, cambiando de dedo cada tanto, parecían lombrices cavando agujeros en la tierra. Luego dejó de penetrarla, la abrazó, ella notó aquel aroma tan familiar, y también notó la piel desnuda y el miembro erecto apoyándose en sus nalgas. Pensó que le iba a hacer un anal, le dio miedo porque lo sentía enorme, pero el tipo se inclinó y en un rápido movimiento la levantó.

Cecilia estaba suspendida en el aire, el tipo la agarraba de abajo de las articulaciones de las rodillas, y ella se sostenía apoyándose en el cuerpo del hombre. Tenía las piernas muy abiertas. No estaba segura de lo que querían hacerle, pero entonces sintió como el miembro de uno de los otros hombres que se había puesto frente a ella, la penetraba.

Se la estaba cogiendo de parado. Una vez que la pija entró por completo, comenzó una cadencia ininterrumpida de embestidas brutales. El tipo se agarraba de sus tetas, y mientras las apretaba con fuerza entraba y salía una y otra vez, con velocidad, pero sobre todo con mucha fuerza, introduciendo todo su miembro de una sola vez, haciéndole sentir el roce de los testículos cada vez que llegaba hasta el fondo, para luego sacarlo y meterlo nuevamente. Lo hizo decenas de veces mientras el que estaba a sus espaldas la ayudaba a mantenerse en el aire, alzándola con unos brazos fuertes, que apretaban su pierna flexionada.

Cuando, luego de unos minutos, el tipo empezó a perder la fuerza y la velocidad, retiró su miembro y durante unos instantes Cecilia se sintió frustrada porque de seguir así, pronto acabaría. Pero su decepción no duró ni un segundo, porque inmediatamente fue penetrada por un falo un poco más chico que el anterior, pero con el mismo vigor.

Nunca la habían cogido con tanta intensidad durante tanto tiempo, ningún hombre aguantaba mucho haciéndolo a ese ritmo, pero los tipos se turnaban, y una vez que uno se sentía agotado era reemplazado por el otro, que comenzaba a penetrarla con la fuerza de un toro, mientras que su compañero recuperaba las energías.

Cecilia gozaba ya sin reprimir sus gritos y gemidos e incluso les decía a los chantajeadores “¡si, así hijos de puta, no paren de cogerme así, por favor no paren!” gritaba sintiéndose una puta nuevamente, pero esta vez sin remordimientos. “si morocha, sabíamos que te gustaba mucho la pija”, le susurraba el que la embestía colgado de sus tetas, “sabíamos que sos una puta”. Cecilia sintió el calor apoderarse de su cuerpo, se abrazó al tipo que la penetraba, y acabó apretada entre los dos cuerpos que la sostenían, retorciéndose en medio de ellos, gritando como nunca antes lo había hecho.

Quedó exhausta. Se tiró al piso sintiendo la alfombra. Se preguntaba si ahora que ya estaba entregada, los tipos se preocuparían porque los viera “¿me puedo sacar la venda ya?”, preguntó, llevándose la mano a la tela que cubría sus ojos. Pero un pie presionó su muñeca indicándole que no podía hacerlo. Era el tercer tipo, aquel que todavía no había abierto la boca y que despedía ese perfume que ella conocía no sabía de dónde. Se tiró encima de ella, besó su boca. Ella estaba muy agotada, y le hubiese gustado descansar un rato antes de empezar de nuevo, pero una vez que sintió el descomunal miembro invadiendo su sexo, la libido se apoderó de ella nuevamente.

Se la cogió en posición misionera, con embestidas más débiles y lentas que las de sus compañeros. Sin embargo Cecilia pensó que con semejante miembro era mejor a ese ritmo. Disfrutaba de sentir ese falo tan especial adentro, y le encantaba no poder ver a quien la cogía, algo en su interior le decía que era mejor así.

Cada tanto le daba besos, introduciéndole la lengua, y luego besaba toda su cara con picos tiernos. Después la hizo rodar sobre la alfombra para dejarla boca abajo, le tironeó el pelo y la penetró en esa posición, ahora con más violencia. A ella no le molestó el cambio de actitud, flexionó un poco la pierna para que aquel falo gigante entre con comodidad. El hombre tomó sus manos y las apretó, mientras seguía cogiéndola. Ella pensó que el tipo se comportaba como un amante enamorado, y le gustó. “acabame en el culo” le pidió. El tipo le dio una nalgada fuerte que retumbó y le causó dolor, luego retiró su miembro y ella escuchó los chasquidos de la masturbación antes de que el semen cayera en sus nalgas.

Le gustó esa última cogida, pero quería acabar de nuevo, así que giró y estando boca arriba abrió las piernas. “cójanme más” ordenó.

Se sorprendió al sentir aquel aroma familiar de nuevo, era increíble que ya estuviese duro de nuevo, pero así era. El hombre besó sus labios mientras entraba de nuevo en ella. La abrazó y la penetró con movimientos cortos y suaves, que sin embargo fueron aumentando en intensidad, de manera paulatina, casi imperceptiblemente.

A los pocos minutos Cecilia era sacudida con furia sobre la alfombra. Sus piernas pataleaban sobre el aire, como queriéndose escapar de su cuerpo por no soportar tanto placer. Los bruscos movimientos hicieron que la venda se corriera un poco, y cada vez se sacudía por las penetraciones del titánico pene se corría un poco más. Ya estaba a punto de acabar de nuevo. En medio de la excitación volvió a recriminarse por lo puta que era. Había ido extorsionada para proteger a su hijo Tomi, y terminó gozando como animal con tres desconocidos a los que no podía verles el rostro. Entonces la venda se corrió lo suficiente para que un ojo quedase al descubierto. Primero no vio nada, porque el tipo que la poseía le estaba dando otro beso. Pero cuando este alejó su rostro, lentamente, ella reconoció a aquel chico rubio y bello.

 “¡Tomi, ¿Qué hacés?, nooo!” gritó enloquecida. No lo podía asimilar, aquel que la cogía tan bien con aquel pene de caballo era su propio hijo. “¡soltame, estás loco!”, pero la que estaba enloqueciendo era ella, y lo peor de todo era que si bien había reconocido a su hijo, y se sentía asqueada, su cuerpo todavía no reaccionaba, y seguía sensible a las estimulaciones de las penetraciones de su retorcido hijo “¡soy tu mamá!” gritó con una pisca de esperanza. Quizá lo están obligando, quizá está drogado, se decía. “qué vas a ser mi mamá” habló por primera vez Tomi, mientras seguía embistiendo. Los otros dos se habían acercado para agarrarle de pies y manos y así evitar que Cecilia se salga del lugar, y por ende permitir que su hijo la siga ultrajando a su gusto. “que vas a ser mi mamá, vos sos la puta con la que se casó papá después de que mi verdadera madre muriera”, “¡no Tomi, no, yo te cuidé como si fueras mío!” dijo ella, apresada entre los tres cuerpos. “jajajaja, no me hagas reír, ¿me vas a decir que no te dabas cuenta de que nunca te miré como a una madre?” decía el bello rubio aplastándola con su cuerpo musculoso, penetrándola sin parar. “¿no te diste cuenta de aquella vez que tuve una erección cuando estábamos en la piscina? ¿Te acordás no? Yo tenía trece años ¿por qué te pensás que se me paró?”

“no Tomi, estás loco” decía Cecilia apenas susurrando, ya casi sin energías. “se me paró porque estabas en biquini y estabas re buena, putita ¿no sabías que la primera paja me la hice pensando en vos no? ¿no sabías que los espiaba a vos y al garca de mi viejo cuando garchaban a la noche? Jajajaja, no me hagas reír mamita” decía Tomi, y enseguida largó la eyaculación entro de ella. “tomá mamita, tomá la leche de tu hijito”

Cecilia quedó desnuda en el piso durante un largo tiempo. Su hijo y sus cómplices habían desaparecido. Se preguntaba cómo iba a seguir su vida.

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