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Las chicas con la polla de latex

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Aquellas dos chicas querían follarme para apartarme de las bragas de mi madre, pero no había color, mi madre las lleva mejor puestas.

Soy Pancho Alabardero, tengo treinta y algunos años, vivo en Madrid y mi madre vive conmigo a modo de madre de día y amante de noche. Me considero a mí mismo Edipo Rey, y en mi largo peregrinar en busca del sexo perdido, aquel que no llegué a disfrutar durante mi adolescencia y mi primera juventud por la ocurrencia de enrolarme en una orden religiosa, cuyo mayor despropósito era la abstinencia sexual entre sus miembros, entenderán que ande dando tumbos de cama en cama, y es posible, sólo posible, que lleguen a comprender esta extraña relación sexual entre dos mujeres que no son lesbianas, pero que se follan como leonas y que se acuestan cada una de ellas con una polla de látex encintada entre sus piernas, para sentir durante toda la noche, la dulce sensación de sentirse rozadas por una enorme polla entre sus nalgas.

La cosa empezó hace unos días cuando en el grupo de empresas que dirijo en Madrid me salió la oportunidad de adquirir una pequeña empresa de tecnología informática en Barcelona. Ya sabrán por anteriores relatos, y si no se enteraran por éste, que soy un genio en los negocios. No, no digo lo de genio por voraz o inteligente, lo digo porque en los negocios siempre soy capaz de ver situaciones que para los demás pasan desapercibidas.

Y es el caso, porque la empresa es una bicoca, pero sencillamente no tiene mercado y los trabajadores llevan penando meses, con la zozobra de no saber si ese mes cobrarán el salario o tendrán que vivir de fiado hasta que consigan cobrar. En este caso, lo peor que se puede hacer es sentarse con la dirección y negociar a la baja, porque sin lugar a dudas conseguirá dos cosas que no le convienen: comprar la empresa a precio de saldo y perder definitivamente la posibilidad de colaboración de sus trabajadores, porque un buen profesional siempre sabe cuando ha sido moneda de cambio y nunca conseguirá su confianza, ni por supuesto "La Excelencia", por tanto se trata de comprar una baratija o una mina de oro, y eso es lo que me propuse: comprar y explotar esa mina de oro.

Y para ello puse a trabajar desde hace más de un mes a una de mis secretarias, Doña Lola, una mujer que posee una voz sugerente y que le encanta hablar por teléfono. Su anterior jefe estuvo a punto de echarla por perder el tiempo hablando por teléfono, yo en cambio la puse a hacer marketing telefónico y estoy encantado por los resultados. Yo satisfecho, ella satisfecha y la empresa haciendo negocios.

Doña Lola tenía que hablar con todos los empleados de la empresa (más de cincuenta), y con sus parejas para invitarles a un cóctel en un lujoso hotel de la ciudad. La idea era ganármelos para después negociar, es decir un Caballo de Troya: que ellos me metiesen dentro y librar la batalla sin resistencia, de modo que comprenderán que para tal argucia no llevase a ninguno de mis colaboradores, en cambio la que no podía faltar era Doña Lola, porque es a ella a quien conocían.

La cita era un viernes noche, de modo que decidí irme el jueves por la mañana, instalarme tranquilamente y estudiar todos los detalles. Y eso hice, citar a Doña Lola para el jueves a las ocho de la mañana y recogerla en su casa para irnos desde Madrid a Barcelona, pero salieron imprevistos. No, no es que Dona Lola se negase a acompañarme a gestionar este negocio, es que me pidió si podía acompañarla una amiga, porque el Viernes por la mañana había que comprar unos regalos para los invitados y su amiga conocía bien la ciudad.

-Será un privilegio para mí y para la empresa contar con la colaboración de su amiga- le dije con todo el cinismo que era capaz, porque la verdad es que no me parecía oportuno la presencia de nadie más. La discreción era esencial para el caso.

El jueves a la hora acordada estaba con mi coche delante del portal de la casa de Doña Lola y allí estaba Doña Lola y su invitada Marita, que así me la presentó. Bueno así y con un par de maletones que más parecía que iban de crucero por El Caribe que a un fin de semana de negocios.

-¿Vives cerca de aquí?- le pregunté inocentemente a Marita nada más iniciar el viaje.

-Compartimos piso- me contestó espontáneamente Marita.

-Vivimos Juntas- me contestó a la vez Doña Lola.

Ustedes, al igual que yo, habrán apreciado de inmediato la contradicción. No es lo mismo compartir piso que vivir juntas, ni mucho menos, la diferencia es evidente. Aunque no sólo era evidente lo de vivir o compartir, también era evidente que se trataba de dos mujeres bien diferentes.

Doña Lola, mi secretaria, era mujer menuda, de modales exquisitos, de cara alargada y fina, de media melena, siempre bien peinada y siempre bien vestida, de ojos verdes y sugerentes, de labios finos y quizás dulces, apetecibles desde luego, de tetas discretas pero firmes, de culito llamativo y bien proporcionado, de esos que tienes que sujetar la mano para no palparlo cada vez que se menea a tu lado. Marita en cambio era alta y ancha, no gruesa pero si un tanto atlética, de pelo negro azabache y melena sobre sus hombros, de labios gruesos y sensuales, de tetas generosas aunque quizás un tanto desparramadas y de ojos negros y profundos, aunque algo tenían en común: ambas habían superado hace tiempo los sesenta años. Nunca se lo pregunté, porque me parece una grosería preguntar a una señora la edad, pero Doña Lola debía estar muy próxima a la jubilación.

El viaje lo tomé con tranquilidad y con tranquilidad al cabo de casi dos horas conduciendo por la autovía de Barcelona, enfilé el coche hacia un área de recreo y les propuse parar para tomar unos cafés. Ya sentados a la mesa y saboreando el café les volví a preguntar lo que desde el inicio del viaje me intrigaba.

-¿Entonces vivís juntas o compartís piso?-

Vivimos juntas. Compartimos piso. Volvieron a contestar las dos.

Yo me quedé mirándolas, como esperando una aclaración y Marita me la dio. Fue explicita y convincente:

No somos lesbianas, pero follamos juntas.

No, no crean que se ruborizaron, no piensen ni por un momento que alguna titubeó por la confesión, no imaginen que esto las incomodó. Yo casi diría que al contrario, se sentían satisfechas, se cruzaron una mirada de complicidad y se cogieron de las manos como asintiendo y reafirmando.

Yo quise decirlas algo, pero no me dio tiempo, porque al instante Doña Lola, mi eficiente secretaria a la que tanto le gustaba hablar por teléfono me lo explicó:

-Somos las "Infértiles Girls", ayer ejecutivas mediocres y hoy mujeres frustradas. Somos esa generación de mujeres trabajadoras que creímos erróneamente que nuestro trabajo era lo más importante de la vida y nos dedicamos a viajar por el mundo y olvidarnos de formar una familia y ahora nos encontramos con que no tenemos familia, no somos consideradas en el trabajo y viajar ya no tiene aliciente alguno, de modo que nos apañamos como podemos y a falta de otra cosa, la soledad de la cama la solucionamos dándonos compañía-

No sé ustedes cómo habrían actuado en tal situación, pero yo, que soy bastante pardillo en estas cosas, les diré como actué:

Lo primero ponerme cachondo. La polla se me empalmó y tuve que confesárselo. Ellas, un tanto divertidas por la situación, me ayudaron a salir de la cafetería de la manera más discreta, es decir, tapándome para no dar el cante.

Ya en el coche la cosa fue diferente, ellas desde luego se volvieron a acomodar en los asientos traseros muy tranquilas, pero yo no las quitaba ojo por el espejo retrovisor, de modo que al rato, ellas sabiéndose ansiadas, van y se meten mano la una a la otra, vamos, como haciendo una gracia, pero maldita la gracia que a mi me hizo, porque me volví a empalmar de tal manera que tuve que confesárselo:

-Me estáis poniendo cachondo-

Ellas no dijeron nada, pero mis palabras las enardeció. Se sintieron protagonistas y no tardaron en sacarse la una a la otra las tetas y reírse, medio nerviosas medio divertidas. Yo creo que ambas sabían mis carencias en asuntos de sexo y las divertía ponerme en celo, pero a la vez ellas mismas se estaban calentando con las chupadas y los toqueteos que se estaban metiendo.

A estas alturas ya estábamos atravesando la autovía de pago que atraviesa Los Monegros, que como algunos conocerán, es un tramo de autopista sin apenas circulación porque la mayoría del tráfico circula por la autovía gratuita que transcurre casi paralela, de modo que cuando me peguntaron si no corríamos riesgo de tener un accidente con el coche, las tranquilicé aclarándoselo, aunque no conseguí tranquilizarlas ni tranquilizarme, porque yo creo que ellas, esta aclaración la tomaron como una invitación a follarse, y a fe que se follaron.

Doña Lola, mi eficiente y discreta secretaria se tumbó en el asiento de atrás de mi suntuosa berlina de lujo, y al instante ya tenía encima de ella a su compañera de piso follándola, o mejor dicho, haciendo como si se la follase, porque como comprenderán la cosa no daba para más: embestidas, jadeos y grititos histriónicos y nerviosos.

En ese momento pude darme cuenta que Doña Lola, o mejor dicho Lolita, como la llamaba Marita, no era ni tan eficiente ni tan discreta, porque la muy sosona, se dejaba hacer pero como si fuera una muñeca hinchable, porque no participaba para nada de la pasión de Marita, tanto que tuve que recriminarla:

-Lolita cielo, que mal follas. Todo lo tiene que hacer Marita-

Eso fue como un revulsivo para Lolita, porque furiosa me contestó que se sentía un tanto cohibida por mi presencia como jefe, y me dijo desafiante:

-Te vas a enterar del pedazo de tía que tienes de secretaria-

Y de inmediato sacó del bolso de viaje que llevaba a su lado un consolador, una polla de látex que se enfundó entre las piernas desnudas, tumbó en el suelo del coche a Marita, se subió encima de ella y se la metió con tanta furia que Marita rugía como una leona.

No tardó en correrse Marita, pero Lolita estaba lanzada de modo que se coló en el asiento de adelante, a mi lado, y me ofreció el consolador para que lo chupase. Yo, con una mano en el volante y la otra agarrando el consolador, me lo tragué, pero enseguida le metí mano en su culito, ese culito que se meneaba diciendo: "tócame, tócame, tócame" y claro, se lo toqué a conciencia, le metí un dedo en el culito y ella me bajó la cremallera del pantalón y liberó a mi atormentada polla que estaba a punto de reventar. Al momento Lolita me estaba haciendo una mamada que no resistí, me corrí como una bestia mientras desaceleraba el coche para no salirnos de la carretera.

Pero no crean que Lolita se calmó, al contrario, estaba enardecida de tal manera que hizo que Marita se calzara el consolador y se tumbó en el suelo del coche y Marita la estuvo follando mientras Lolita recitaba una sinfonía de pasión y sexo:

-Fóllame guarra, fóllame, que vea mi jefe cómo me follas. Fóllame guarra, que no eres más que una reprimida en busca de polla. Fóllame guarra, que sepa mi jefe que te haces pajas viendo a las parejas follar en el campo, fóllame so guarra, que se entere mi jefe que querías venir al viaje para ver si nos lo podíamos tirar y ligárnoslo para que no volviese a follar con su puta madre, fóllame, guarra, fóllame, que se entere mi jefe que hay más mujeres para follar que la cerda de su madre, fóllame y dile a mi jefe que la cochina de su madre me toca el culo cada vez que viene a la oficina, fóllame Marita, fóllame y dile a mi jefe que me voy a follar a su madre para que le deje tranquilo y nos folle a nosotras. Fóllame Marita, fóllame.

Y claro, Marita la folló tanto y tan bien que Lolita, mi dulce y discreta (perdón, indiscreta secretaria) se corrió de tal manera que Marita tuvo que contenerla:

-Lolita, cielo, que te vas a cagar-

¡Ah!, decirles que el negocio, como de costumbre, me salio redondo. Decirles que es un placer dormir entre dos mujeres que se follan con sus pollas de látex, y decirles que a pesar de la veteranía y la fogosidad de estas dos mujeres follando, mi madre folla mejor, inmensamente mejor.

¡Ah!, decirles también que le pregunté a mi madre qué tal estaba el culito de mi secretaria y ella me lo aclaro:

-De puta madre, un día de estos me la follo-

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