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La reeducación de Areana (11)

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Elena recibió a Marta en la puerta de entrada al edificio y la librera, después de devolverle a Areana, le preguntó:

-¿Va a ser posible tener otra vez a esta preciosura? –y en su rostro se dibujó la ansiedad con que esperaba la respuesta.

-Claro que sí, siempre que la nena lo haya pasado bien. –contestó Elena y le preguntó a la sumisita:

-¿Lo pasaste bien, putita?

-Sí, señora Elena… Muy bien… -respondió la niña, que permanecía en la posición correcta, con las piernas juntas, la cabeza gacha y las manos atrás.

-Bueno, en ese caso ya arreglaremos para que usted la tenga otra vez, Marta.

-¡Muchas gracias! –exclamó entusiasmada la librera. Luego ella y Elena se despidieron con besos en las mejillas y Elena llevó a la niña de regreso al departamento.

-Estoy muy caliente, perrita… ¡Muy caliente!... Me puse así mientras te imaginaba cogiendo con esa mujer… -dijo mientras la excitación brillaba en sus ojos.

–Vamos al dormitorio. –ordenó y tomó de un  brazo a la niña. Una vez en la habitación, Areana sintió que en realidad estaba cansada después del encuentro sexual con la librera y hubiera preferido irse a dormir, pero su conciencia de sumisa le recordó que ella no tenía derecho alguno a hacer su voluntad y entonces obedeció cuando Elena le ordenó que la desvistiera. Sabía cómo debía hacerlo y comenzó por arrodillarse y quitarle las zapatillas, luego los zoquetes, después el jean celeste debajo del cual no había bombacha, y por último la musculosa negra, único velo para las tetas. A pesar de su cansancio Areana notó que la desnudez de Elena la estaba excitando y se entregó a un beso apasionado en cuanto sintió los labios de la hembra sobre los suyos. Mientras ambas lenguas pujaban por prevalecer una sobre la otra en ardoroso combate, Areana sintió ambas manos de Elena en su cola, con dedos que le aferraban con fuerza las nalguitas. En ese momento Elena echó atrás su cabeza y le dijo:

-Me lavé bien la concha y el culo para esperarte, pendeja, así que vas a poner a trabajar esa lengua de putita que tenés… -y se tendió en la cama de espaldas, con la cintura sobre la almohada doblada en dos. Areana imaginó lo que Elena quería y amagó con desnudarse, pero la mujer la detuvo:

-No, no te saques la ropa… Me excita verte vestida de colegiala y con el collar y la cadena… ¡Vamos!... ¡a trabajar, perrita!

Areana se arrodilló entonces entre las piernas de Elena, flexionadas y bien abiertas, y sintió que la situación la calentaba cada vez más y hacía que se olvidara de su cansancio. Acercó su rostro a la concha y la besó, deslizando después su lengua de arriba abajo por los labios exteriores una y otra vez, mientras metía sus manos debajo de las nalgas y las sostenía algo elevadas. En esa posición su lengua tenía acceso tanto a la concha como al ano y empezó por la concha. Hundió su lengua entre los labios externos y apenas un par de segundos de lamidas bastaron para que Elena comenzara a gemir y a verter flujo, que la niña bebía con avidez.

-Así, grandísima putita… ¡Así! ¡Asíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!... ¡Qué lengua tenés!... ¡¡¡Qué lenguaaaaaaaaa!!!... ¡¡¡La quiero en el culooooooooooooo!!! –gritó Elena y Areana se aplicó a lamer ese diminuto orificio que olía a jabón. Lamía y besaba y volvía a la concha y apresaba el clítoris entre sus labios y lo mordisqueaba y Elena aullaba de placer y Areana entonces volvía a dedicarse al culo, presionando con su lengua y hundiendo la punta en ese orificio que cedìa al embate, hasta que durante un regreso al clítoris Elena se arqueó hacia arriba, lanzó un grito ronco, permaneció arqueada durante un segundo y cayó después de espaldas sacudiéndose en las convulsiones del orgasmo mientras Areana le abría los labios vaginales y tragaba la abundante eyaculación hasta la última gota.

Después de un rato, cuando Elena ya respiraba normalmente, la sumisita dijo:

-¿Puedo hablar, señora?

-Hablá, ¿qué pasa?

-Yo… yo venía con mucho sueño de la casa de la señora Marta y quería… quería irme a dormir… Pero… ya cuando la desvestí empecé a excitarme, señora, y me excité muchísimo cuando la hice gozar… No le pido que me use, pero… pero… ¿me… me permite masturbarme en mi cama, señora Elena?...

-Te lo ganaste, perrita… andá a tu cuarto y masturbate, nomás… Estas autorizada…

-Gracias, señora… -dijo Areana y salió apresuradamente del dormitorio.

……………..

Al día siguiente Elena despertó al mediodía y luego de ir al cuarto de servicio y comprobar que la sumisita aún estaba durmiendo la zamarreó para despertarla:

-¡Vamos, nena, vamos! ¡Arriba, que quiero mi desayuno!

El susto barrió del cerebro de Areana las brumas del sueño:

-Sí… Sí, señora Elena… Ya me levanto y se lo preparo… -balbuceó la niña.

-Si no te veo en la cocina dentro de cinco minutos vengo y te despellejo el culo a cintarazos. –amenazó la mujer antes de retirarse.

Cinco minutos después Areana estaba en la cocina, preparando el desayuno para Elena, que sentada a la pequeña mesa contemplaba los desplazamiento de la niña deleitándose con su belleza desnuda y morbosamente realzada por el collar.

“Nació para llevar ese collar”, se dijo en un momento y cuando la sumisita terminó de depositar en la mesa la taza de café con leche, la azucarera, el vaso con jugo de naranja y las dos tostadas con manteca y mermelada de ciruela, le ordenó:

-Echate a mis pies, perrita.

-Si, señora Elena… -murmuró Areana y se tendió en el piso de costado.

Cuando terminó de desayunar Elena llamó a Amalia:

-Te cuento que lo de anoche con la librera salió perfecto. La nena se portó muy bien y Marta me pidió tenerla otra vez.

-Muy bien… ¡Muy bien!... La perrita dio el primer paso de su emputecimiento.

-Che, a propósito, ¿eso era lo que me decías de tus planes para las dos, para ella y su mami?

-Efectivamente, voy a convertirlas a las dos en putas. Voy a hacerlas coger por cuanta hembras las quiera.

-Contame. –pidió Elena, entusiasmada morbosamente por semejante perspectiva.

-Voy a empezar por poner un aviso en páginas de contactos para lesbianas, pero además, vos y yo vamos a movernos con nuestras relaciones. Yo tengo al menos cuatro turras que creo van a estar muy interesadas. Vos pensá si tenes alguna candidata.

-Sí. –contestó Elena. –Tengo dos seguras.

-¡Fantástico! Movete ya, entonces, y además llamá a ésa de la librería y decile que tendrá a la nena cuando quiera. Y otra cosa, a la mami ya la tengo lista, así que hoy a las siete de la tarde traeme a la putita y de acá se van las dos a la casa con instrucciones muy precisas.

-A esa hora me tenés ahí con la nena.

En cuanto cortaron la comunicación, Elena llamó a la librera para darle la buena noticia.

-¡¿De veras, Elena?! ¡Ay, que feliz me siento!... ¿Y cuándo la podré tener?

-Diga usted, Marta. Por parte nuestra no hay problema.

-Bueno, entonces, a ver…

-Pero, escuche. –interrumpió Elena recordando su charla con Amalia.

-Sí, dígame.

-Usted sabe que Areanita tiene una dueña, la señora Amalia.

-Sí, recuerdo eso.

-Bueno, le cuento que Amalia quiere convertirla en una putita muuuuuuuuuuuuuy putita. Quiere empezar a entregarla y usted fue la primera. Una privilegiada… -dijo Elena y emitió una risita.

Marta acompañó esa risa y dijo:

-Cuente, Elena, cuente…

-¿Usted tiene alguna amiga a la que le gusten las mujeres?

-¡Sí, querida!... Somos un grupo de tres damas que morimos por las cachorras…

-¡No me diga!... Voy a comentarle esto a Amalia y desde ya le aseguro que vamos a organizar algo con la nena para usted y sus amigas.

-Ay, Elena, estoy empezando a mojarme…

-Escuche, llame a esas damas y las quiero ahí con usted la próxima vez que le prestemos a Areanita. Cuando tenga el asunto arreglado llámela a Amalia.

-Me puso muy caliente, Elena…

-Bueno, mastúrbese si le hace falta, pero después no pierda tiempo y ponga en marcha el asunto.

-Le aseguro que ya mismo hablo con mis amigas, les cuento y llamo a esa señora Amalia.

Areana había escuchado con la piel erizada lo que Elena decía, tanto hablando con Amalia como después con la librera y lo que pudo comprender hizo que su conchita estuviera mojadísima.

-Escuchaste lo que hablé con tu dueña y con esa Marta. –le dijo Elena apenas cortó la comunicación con la librera.

-Sí, señora Elena…

-Y seguramente entendiste lo que te espera, ¿cierto?

-Sí, señora Elena, me di cuenta por lo usted decía… -respondió Areana.

-Perfecto, además a las siete de la tarde tenemos que estar en lo de Amalia, que ya tiene lista a tu mamita, y se van a las dos a casa con órdenes muy precisas, como me dijo tu dueña.

-Sí, señora Elena… -murmuró Areana. Elena quiso entonces comprobar el efecto que sus diálogos con Amalia y con la librera habían provocado en la niña y la hizo ponerse en cuatro patas, con el culo en dirección a ella.

-Separá bien las rodillas. –le ordenó y al imaginar lo que venía la sumisita se excitó aún más.

Elena le metió mano y ratificó lo que sospechaba. Entonces se llevó a la boca esos dos dedos que había metido en la conchita de la nena y disfrutó de esos jugos cuyo sabor no le disgustó.

-Te excitaste, putita… Te calentó escuchar lo que yo hablaba con Amalia y con la librera...

-Sí, señora Elena… Es verdad, me… me excitó escucharla…

-Te excita saber que te vamos a convertir en una nena muy puta…

-Sí, señora… Es cierto, me excita… me excita eso…

-Ya veo, grandísima perra en celo. Ahora vas a desayunar. –dijo Elena y puso galletas dulces trozadas en uno de los cuencos y leche fría en el otro.

-Vamos, perrita, a desayunar. –ordenó y Areana se aplicó a comer las galletas y a beber la leche con el solo auxilio de sus dientes, sus labios y su lengua.

Cuando terminó, Elena la dejó encerrada en el cuarto de servicio, con las manos atadas a la espalda para evitar que se masturbara, la obligó a ingerir un somnífero y se retiró con la idea de empezar a prepararla a las cinco de la tarde para su devolución a Amalia.

………….

Mientras tanto, Amalia entraba a la habitación-celda acompañada por Melina, quien sacó a Eva de la cucha tirando de sus tobillos hasta que la dejó en el piso, de espaldas.

-Sacale las esposas y los grilletes. –ordenó la dómina y una vez que Eva estuvo libre hizo que se pusiera en cuatro patas, tomó la cadena de su collar y la llevó al baño.

-Melina, ponele una enema. –y la asistente se aplicó a cumplir con esa tarea. Llenó la bolsa con agua apenas tibia, puso un poco de vaselina en el extremo superior de la cánula y la introdujo unos centímetros en el orificio anal de Eva, para después abrir la válvula.

La perra gemía a medida que el agua la iba invadiendo, gemía molesta pero a la vez excitada por esa práctica humillante a la que era sometida. Por fin la bolsa se vació y Eva, hinchadísima, esperaba poder sentir rápidamente la necesidad de deshacerse de todo eso líquido mientras Amalia observaba con morboso deleite ese gran culo del que era propietaria.

Un rato después Eva se libraba con intenso alivio de todo esa agua que la había inundado por dentro y era llevada por Amalia en cuatro patas al dormitorio. La dómina se sentó en el borde del amplio lecho y le ordenó a Eva que se echara boca abajo sobre sus muslos. Bastó sentirse en esa postura de absoluta indefensión para que Eva comenzara a excitarse. Recordó el intenso placer que había sentido durante la primera paliza recibida y ansió desesperadamente que Amalia comenzara a pegarle. Pero la dómina, antes de empezar con los chirlos, se deleitó acariciando largamente esas nalgas casi gordas de tan carnosas, redondas y de una firmeza admirable en una mujer de cuarenta años. Su mano derecha se deslizaba lentamente por ambas redondeces y de vez en cuando sus dedos pellizcaban y retorcían ese trozo de carne apresada y entonces Eva gemía de inocultable goce y de pronto Amalia alzó el brazo y descargó el primer golpe que hizo corcovear a Eva.

-Voy a darle una buena zurra, puta.

-Sí, señora…

-¡Cierre el hocico que le estoy hablando!... La voy a nalguear en forma y usted va a decir gracias, señora después de cada chirlo. ¿Entendió?

-Sí… sí, señora, sí… -respondió Eva respirando agitadamente por la boca, presa de una excitación cada vez mayor. Y la paliza comenzó. La sumisa sentía que la palma de esa mano sabia cayendo con fuerza sobre sus nalgas la introducía en ese placer oscuro e irresistible sin el cual ya no sería capaz de vivir. Su “gracias, señora” repetido después de cada golpe le surgía desde muy adentro y era un agradecimiento sincero a esa mujer por haberle descubierto ese mundo que deseaba habitar para siempre a los pies de su dueña. De su concha manaba incesantemente el flujo mientras gemía y jadeaba entre cada “gracias, señora”. Por fin la paliza cesó, cuando las nalgas le ardían y Amalia las disfrutaba rojas y calientes. Entonces la empujó y Eva cayó al piso, donde quedó inmóvil, sin atreverse a ceder al impulso de frotarse el culo en procura de aliviar ese ardor.

Amalia fue hasta el placard y volvió enseguida con el dildo doble del arnés de cintura y un pote de vaselina. Había llegado el momento de cogerse a su nueva perra.

-Desvístame, puta. –ordenó y Eva obedeció de inmediato, temblando de calentura y ansiedad. Ya sin ropas y mientras Eva permanecía arrodillada ante ella, con las manos atrás y la cabeza gacha, Amalia se colocó el arnés y exhaló un suspiro cuando se sintió penetrada por el dildo posterior.

-Trepe a la cama, perra. –dijo y Eva ascendió al lecho, donde debió ponerse en cuatro patas y abrir la boca para recibir el dildo principal, que Amalia le hundió hasta la garganta y no retiró hasta ver que la cara de Eva estaba roja y la pobre a punto de asfixiarse. Disfrutó perversamente de su poder sobre su presa y luego ordenó:

-Chupe. –después de meterle nuevamente el dildo en la boca.

-¿Se la chupaba a su marido, perra? –quiso saber

-Sí… -murmuró Eva, conmovida por el súbito recuerdo de aquella época, cuando no imaginaba ni remotamente en qué iba a convertirse.

-¿Y tragaba el semen?

-A veces sí y… y a veces él me… me acababa en la cara…

-Ah, muy bien… Muy bien por su marido… Bueno, pero eso se acabó, puta, ya no más hombres, solamente mujeres, ya no más semen sino sólo flujo y eyaculación femenina… ¿Está claro?

-Sí, señora Amalia…

-Bien, ahora échese de espaldas, con los riñones sobre la almohada doblada en dos. ¡Vamos!

-Sí, señora… -musitó Eva y se aplicó a obedecer la orden mientras Amalia ponía vaselina en el dildo y también en el ano de Eva, ya en la posición indicada, con las piernas encogidas y las rodillas bien separadas.

-Esta vez quiero verle la cara mientras me la cojo, perra en celo. –dijo Amalia y sin más hundió el pene artificial en la vagina, hasta el fondo, para después moverlo hacia atrás y hacia delante mientras se regodeaba con la expresión de goce en el rostro de Eva. Sin interrumpir los embates del dildo se inclinó para apresar entre sus dedos los pezones de la sumisa hasta que los notó erectos y rígidos. Entonces comenzó a estirarlos y retorcerlos provocando en Eva una intensa mezcla de dolor y placer que la hacía gemir y jadear con los ojos cerrados y moviendo su cabeza de un lado al otro.

-Está gozando, ¿eh, puta de mierda?...

-Sí, señora… Sí, aaaayyy… sí… estoy gozando… ¡muchoooooooooooo!... ¡aaayyyyy!...

Entonces Amalia retiró el dildo de la concha y lo dirigió al pequeño orificio anal. Apoyó la punta y después de presionar un poco lo introdujo unos centímetros y enseguida de un solo envión terminó de meterlo por completo, acompañando con una sádica carcajada el grito de dolor de Eva. Siguió haciendo avanzar y retroceder el dildo dentro de ese sendero estrecho mientras la sumisa sentía que el dolor inicial iba disminuyendo para dejar paso a un goce cada vez más intenso que alcanzó la cumbre cuando Amalia comenzó a jugar con el clítoris y entonces Eva creyó enloquecer de placer. Su finado marido jamás le había hecho eso de penetrarla por el culo mientras le estimulaba el clítoris y entonces creyó advertir entre el vertiginoso disfrute que la envolvía por completo, que nadie mejor que una mujer para hacer gozar sexualmente a otra, por conocedora del cuerpo femenino y las sensaciones eróticas que se pueden provocar desde la sabiduría. Estaba cubierta de sudor por fuera y de placer por dentro. Amalia, por su parte, sentía que el dildo posterior metido en su concha y esa lengüeta que le acariciaba el clítoris a cada ir y venir la estaban llevando al clímax. Siguió trabajando el clítoris de Eva con una mano y con la otra los pezones de su perra, hasta que de pronto ambas, al mismo tiempo, fueron presas de las convulsiones preorgásmicas y segundos después estallaron juntas entre alaridos de un placer que sentían como interminable.

Agotadas, se sumieron después en un sueño profundo y reparador del que Amalia emergió a las cinco de la tarde. Despertó a Eva y por el handy llamó a Milena.

-Llevátela a la cucha y tenémela a las siete en el living, vestida y con su cartera que a esa hora viene Elena con Areana y las dos se van para su casa.

-Entendido, señora… ¿Puedo decirle algo?...

-Sí, decime.

-Es que… es que Marisa y yo estamos calientes, muy calientes con esta perra y queríamos saber si usted nos permitiría que la  cogiéramos alguna vez…

Amalia sonrió encantada y dijo:

-Por supuesto que sí, Milena. Esta mami y su hijita Areana son putas de mi propiedad y claro que se las prestaré. No te preocupes y cumplí con mis instrucciones.

-Gracias, señora Amalia. –dijo la asistente entusiasmada y tomando la cadena del collar de Eva la sacó del dormitorio en cuatro patas rumbo a la habitación-celda.

……………

Minutos antes de las siete de la tarde Amalia esperaba en el living con Eva vestida, arrodillada sin apoyar el culo en los talones, con la cartera pendiendo de su hombro derecho y dentro de la cual estaban su collar de perra y su credencial de sumisa que iba a tener que plastificar en la librería de Marta.

Minutos después llegaba Elena con Areana, que a una orden de Amalia se arrodilló junto a su madre.

La dueña de casa, en el sofá, con un bolso de mano a su derecha, invitó a Elena a sentarse junto a ella del otro lado y luego se dirigió a ambas sumisas:

-Escúchenme con atención, perras. Ahora se vuelven a su casa, pero quedan a a mi entera disposición y bajo mi autoridad durante las veinticuatro horas de los siete días de la semana. Las quiero con los celulares encendidos incluso cuando estén durmiendo. Responden a mis órdenes y a las órdenes de Elena, que es mi mano derecha. ¿Está claro hasta acá?

-Sí, señora Amalia… -respondieron madre e hija.

-Bien, sigo entonces. Cada vez que necesiten o quieran salir deberán pedirme permiso, salvo cuando vos, putita, tengas que volver al colegio. Ésa será la única salida para la cual no necesitarás mi permiso, pero a la vuelta de la escuela me llamás y me avisás que volviste a tu casa. ¿Entendido?

-Sí, señora…

-Muy bien, tomen conciencia las dos de que son perras de mi propiedad y que carecen por completo de voluntad propia, que yo gobierno sus mentes, sus cuerpos, sus vidas y que no pueden hacer nada, absolutamente nada que no les sea ordenado o permitido, y cada vez que salgan, vayan adonde vayan, deberán llevar con ustedes el collar y las credenciales de sumisas, y vos, nena, también el contrato. Por último, cuando yo las convoque vienen y no habrá excusa que valga. ¿Está claro, perras?

-Sí, señora Amalia… -respondieron ambas sumisas estremecidas por el aire de inapelable autoridad que emanaba de esa mujer.

En ese momento la dómina tomó el bolso, lo puso ante ambas sumisas y les dijo:

-Ahí están sus cuencos y sus collares. En su casa van a andar siempre desnudas, con los collares puestos y en cuatro patas, salvo cuando necesiten estar de pie para hacer alguna tarea que lo requiera. Ahora pueden irse.

-Sí, señora Amalia. – dijo la sumisita tomando el bolso.

-Elena, vos andá con ellas hasta dejarlas en la casa pero antes pasen por el local de Marta para que le plastifique a la perra Eva su credencial y ya sabés lo del juego de llaves.

-Entendido. –dijo Elena y se llevó a ambas sumisas. En la calle abordaron un taxi y se acomodaron en el asiento trasero, Elena entre ambas perras, a las que de inmediato comenzó a toquetear para asombro del chofer, que las miraba a través del espejo retrovisor. Elena, divertida y excitada a la vez, acentuó los magreos y sus manos recorrieron las tetas y los muslos de Eva y de Areana, ambas coloradísimas de vergüenza pero incapaces de protestar y mucho menos de resistirse a los avances de Elena.

Por fin llegaron al local de Marta, que las recibió exultante:

-¡Ay, pero qué gusto volver a verte, pichona!. –dijo yendo al encuentro de Areana y saludándola con un beso en la boca.

-Bueno, Marta, bueno, tranquila que ya la va a tener. Ahora escuche a esta otra. –dijo Elena refiriéndose a Eva, que permanecía con la cabeza gacha y mirando al piso.

-¿Quién es? –pregunto Marta.

-Es Eva, la madre de Areana, sumisa también y también propiedad de Amalia.

-Ah, pero qué bien… -dijo la librera. -Madre e hija son perras.

-Así es, –confirmó Elena. -y la perra Eva le va a contar qué necesita. ¡Vamos, hablá!

Eva sacó entonces de su cartera la hoja donde estaba impresa su credencial y se la tendió a Marta:

-Necesito… necesito plastificar esta credencial, señora… -explicó.

Nombre

Eva

Apellido

Acevedo

Edad

40 años

Condición

sumisa

Propiedad de

Amalia Helguera

La librera tomó la hoja, recortó la credencial, la plastificó y se la devolvió a Eva para luego dirigirse a Elena:

-Hablé con mis amigas. –dijo y sus labios dibujaron una sonrisa morbosa.

-Ah, qué bien. Cuentemé.

-Están entusiasmadísimas. ¿Podemos tener a la pichona mañana a la noche? Y además, siendo tres pensamos que dos horas es muy poco tiempo para gozarla.

-¿Toda la noche estaría bien?

-¡Sería perfecto!

-Bueno, voy a consultar con Amalia y después la llamo.

-Lo antes posible, por favor.

-Hoy mismo. –prometió Elena y de inmediato se retiró con ambas sumisas. En casa de las dos llamó a Amalia y obtuvo de ésta la conformidad para que Areana fuera entregada durante toda la noche del día siguiente a la librera y sus amigas.

-Perrita, mañana a las nueve te vengo a buscar para llevarte a casa de Marta. Me esperás desnuda que te voy a poner una enema.

-Sí, señora Elena… -murmuró Areana ya excitada al saber que iba a ser entregada a tres mujeres maduras durante toda una noche.

-Bien, ¿dónde hay una cerrajería cerca?

-A la vuelta, señora… -respondió Eva.

-Bueno, vamos, perra, tenemos que hacer dos juegos de llaves de la entrada al edificio y de este departamento, uno para Amalia y otro para mí. Vos quedate, putita, desnudate enseguida, te colocás el collar y ya sabés, siempre en cuatro patas.

-Sí… sí, señora Elena… -respondió Areana mientras en el rostro de Eva se dibujaba una expresión de inquietud.

-¿Puedo hablar, señora Elena?...

-¿Qué pasa, perra? Hablá.

-Es por… por lo de las llaves, señora… ¿Usted y la señora Amalia van a poder entrar acá cuando… cuando quieran?... ¿En cualquier momento?...

-¡Claro que sí, perra imbécil! ¡¿Acaso pensás que vamos a tocar el timbre?! ¡Debería darte una buena paliza por preguntar tonterías!. Y ahora vamos, movete, supongo que tenés las llaves en la cartera.

-Sí, señora… -confirmó Eva y poco más tarde Elena la despedía en la puerta del local, ya en posesión de esas llaves que despojaban a ambas sumisas de toda intimidad.

-Bueno, a casa, puta, y ya sabés, en cuanto entrás te sacás toda la ropa, te colocás el collar y a partir de ahí vos y tu hijita siempre en cuatro patas, salvo cuando tengan que hacer algo que las obligue a estar paradas. ¿Entendiste, perra?

-Sí, señora Elena… -respondió Eva y cuando caminaba hacia su casa pasó por su mente, como si fuera una película, todo ese año de supuesta amistad con Elena, una amistad que esa mujer había fingido con el propósito de atraparlas a ella y a su hija y convertirlas en lo que eran: dos sumisas.

“Dos perras sumisas”… pensó Eva.

-Siempre lo fuimos aunque no lo supiéramos… Gracias, señora Amalia… -dijo y apuró el paso para estar lo antes posible en el departamento, desnuda, con el collar puesto y en cuatro patas.

(Continuará)

(9,00)