Nuevos relatos publicados: 6

Historia del Chip 012 - Escarceos - Irma 002

  • 9
  • 5.676
  • 9,17 (6 Val.)
  • 0

Estaba nerviosa. El primer día del nuevo trimestre. La universidad era un suplicio. Menos mal que tenía a Galatea. Pero las exigencias aumentaban día a día. Las dos visitaban un foro extraño al que su amiga había tenido acceso. Allí explicaban como tener una específica relación de amantes. Una relación basada en la dominación. Irma estuvo a punto de negarse a seguirle el juego a su compañera. Bastaron dos semanas sin hablarla para rendirse. Galatea, -por su parte-, fue estricta.

—No puedo consentir esas dudas, amor mío. Si quieres estar conmigo, yo debo poner las condiciones. O buscaré a otra persona. ¿No has leído nada en el foro?

Irma asintió, cohibida. Miraba a los pechos de su amiga, tal y como lo tenían establecido cuando estaban solas. Se pasaba la vida jugando con ellos. El pasatiempo siempre empezaba con Irma en topless, las manos en la nuca y los ojos cerrados. Galatea comprobaba que los pezones estaban duros y los pechos bien erguidos y orgullosos de ser tocados y exhibidos. Después de un rato, también se quitaba la blusa y el sujetador y se acariciaban mutuamente. Sólo los pechos. Galatea tenía una mentalidad marcial.

Cuando Irma toqueteaba los pequeños senos de Galatea, ya estaba a cien. Su necesidad de acariciar y ser acariciada era tan grande que aceptaba que fuese algo tan medido y poco espontáneo. Era tremendamente excitante. En cuanto llegaba a casa, se pasaba horas palpándose sus tetas, sobándolas. Le hubiera gustado tocarse abajo. Lamentablemente lo tenía estrictamente prohibido. Sin que ella lo supiera, estaba condicionada. Su visita mensual al psicólogo traía resultados.

Irma creía que estaba algo regordeta, lo que impedía que los hombres se acercasen a ella. Asimismo, debía atarse a una mujer que protegiese su integridad y fuese el apoyo que le permitiese explorar su sexualidad. Siempre que no llevase a nada entre sus propias piernas. Debería ser su amante quién la masturbase, a su libre albedrío. Como todo esto era muy confuso para Irma, su terapeuta le fue explicando con paciencia cómo debía comportarse.

Irma no era consciente de todo ello. Reaccionaba a los influjos sugeridos y a los deseos latentes, añadíendo sus propias fantasías. Galatea le había pedido que la esperase ya preparada. Hacía días que no se veían, debido a las vacaciones de navidad. Si no hubiera sido por eso, Irma no hubiera estado tan alterada.

Tenían un rincón secreto cerca de la casa de Galatea, lo que le obligaba a caminar hasta allí. Eran sólo diez minutos, pero cuando quedaban le molestaba que la hiciese esperar, así que Irma trataba de llegar con antelación. Esta vez no pudo evitar entretenerse en clase y supuso que no llegaría a tiempo. Para colmo, Galatea había sido muy explícita. Preparada supondría que ya debería hallarse en la posición de pechos fuera, ojos cerrados, manos en la nuca y codos bien rectos a los lados. Sin olvidar la barbilla levantada, con porte orgulloso.

Tuvo suerte, Galatea no había llegado. Se arrancó literalmente la blusa. No llevaba sujetador. Estaba en el bolso. Salía de casa con él puesto, debía quitárselo antes de llegar a clase. No lo necesitaba por la firmeza de sus senos, aunque Galatea, con pechos menores, siempre lo llevaba puesto. Irma sabía que había un sutil control. Sin darse cuenta, le excitaba ir con los pechos sueltos y tenía buen cuidado de moverse con lentitud para rozarse lo menos posible con los tejidos de algodón que solía llevar.

El pequeño cubículo no tenía llave, pero nadie entraba allí. Estaba en la esquina del inmenso jardín de los padres de Galatea y éstos dejaban que su hija tuviese allí su propio espacio. Galatea lo había arreglado de manera que había una alfombra, unos cojines y varios posters. Irma, aliviada, se colocó en la postura debida. El mero hecho de hacerlo la llevó a excitarse. Hacía al menos un año que las dos habían estado realizando ese coqueteo.

No sabía cómo ponerse. Supuso que de cara a la puerta. Esperaba oír como se abría. Se prometió que no bajaría los brazos. Galatea daba mucha importancia a ese gesto. Sólo cuando ella había acabado con los senos de su amada, tenía derecho a bajarlos. Era tan estricta que, en las pocas ocasiones que Irma, por excitación o por cansancio los había bajado, Galatea se había ido enfadada. No es que el disgusto durase mucho: unas horas o unos días. En alguna ocasión una semana. En esta ocasión, Irma no quería que sintiese nuevas dudas por su parte. Sus pechos estarían plenos y disponibles, sin limitaciones o titubeos.

Al cabo de un rato ya estaba cansada de la postura. Galatea no llegaba. Irma no sabía que hora era. ¿Debía irse? ¿Esperar más rato? De improviso sintió los pezones atacados como por una fría corriente. Los fríos dedos de Galatea habían comenzado su exploración. Adoraba que estuvieran duros para su amiga. Desgraciadamente, con el sobresalto abandonó la postura un momento. Supo corregirla, quizás era tarde. Abrió los ojos, comprobando que era Galatea y los había vuelto a cerrar. Pero tuvo tiempo de ver la decepción de su amiga.

—Lo siento. Ha sido la sorpresa— dijo Irma en tono compungido y sin darse cuenta de su necesidad de ser aceptada.

—Has roto la magia— le informó Galatea, decepcionada, aunque en su fuero interno con grandes ganas de sonreír. Su amiga estaba cayendo cada día más en el pozo del deseo, en el de la sumisión.

—Lo siento, de veras. Trataré que no vuelva a ocurrir— dijo Irma, dando por supuesto que ya se encontrarían así siempre.

—Es muy cansado este juego de ahora sí, ahora no. Puedes bajar los brazos y ponerte la blusa— insistiendo Galatea con su voz desangelada. Irma se quedó como estaba, a pesar el cansancio.

—Por favor, perdóname. Te prometo que lo intentaré con todas mis fuerzas— le ofreció Irma no queriéndose dar por vencida. Le hubiera gustado poder ver la cara de Galatea.

—Está bien. Puede que haya tenido demasiadas esperanzas puestas en ti. Cuéntame tus sensaciones— indicó Galatea, disfrutando de los pechos bien definidos de su futura esclava.

—Me excita aguardar en esta postura. Aunque me da miedo que entre otra persona y tener los ojos cerrados me hace sentir desvalida. Los brazos se me cansan de tenerlos tanto rato el alto— respondió Irma.

—Bien, falta entrenamiento. Eso se puede arreglar. Siempre que quedemos, yo vendré unos minutos más tarde. Ponte un avisador en el móvil para que suene al cabo de una hora. Si no he llegado en ese tiempo, te puedes ir a casa. Durante el tiempo de espera, debes estar alerta. En cualquier momento puedo llegar y acariciarte los pechos o dónde me apetezca. Aceptaré algún error, pero estableceremos un castigo entre las dos. Abre los ojos— ordenó Galatea.

Se miraron unos instantes y se besaron. No era su primer beso, sin ser habituales. Mientras juntaban los labios y saboreaban sus lenguas. Galatea llevó sus manos por fin a los pechos erguidos de su amiga. Casi no había podido resistirse durante todo ése rato. Irma no cometió el error de nuevo y sus codos quedaron bien altos y hacia atrás. Las manos no se movieron de la nuca, como si estuvieran atadas. La excitación le hizo pensar en quitarse los zapatos, el pantalón y las bragas. Quería estar desnuda y desnudar a Galatea. Se lo murmuró entre descansos entre besos.

—Tonta, eso lo decidiré yo. Tu misión es excitarme. Usa tu cuerpo para ello. Pero no te dediques a pensar en el asunto. Quédate en el ahora. Debes estar cansada. Siéntate— le indicó Galatea. Sin esperar a Irma, se tumbó entre un par de cojines. Irma iba a hacer lo mismo, miró su blusa. La había dejado allí mismo. Galatea se dio cuenta.

—No es el sitio adecuado. Escóndela— señaló Galatea. Irma, con pudor, la recogió y la puso detrás del montón de cojines. Nunca se había encontrado en esa situación. Siempre había sido un juego con unas reglas definidas para situaciones específicas. Ahora se hallaba con los senos desnudos mientras Galatea, completamente vestida, trababa conversación como si no tuviera la mayor importancia.

Por nada del mundo iba a estropear el momento. Charlaron sobre las tonterías del campus y cuando sintieron hambre Galatea decidió que irían a la cocina a buscar algo de comer y se lo traerían aquí. Le cogió la mano a Irma.

—Vamos— conminó. Irma sólo pudo pensar en su blusa arrinconada. Iba a ser la primera vez que llevase los senos desnudos fuera del íntimo cobertizo, de su habitación o de los probadores. Hasta ahora, Galatea se ofrecía a traer algo si era necesario.

La Irma de hacía unas horas hubiera protestado o se hubiera negado. La actual necesitaba imperiosamente un repaso. Sus pechos desnudos ayudaron a excitarla. El tiempo que había estado esperando a Galatea se le había hecho muy largo. Los besos y toqueteos posteriores insuficientes para su necesidad. Hubiera querido gritar: ¿y tu madre? pero eso hubiera sonado a discrepancia. Galatea podía entenderlo como una manera de cuestionar su mando. Trató de salir con soltura, como si llevase el top. Los senos no le parecían firmes, los sentía temblorosos.

Volvieron en pocos minutos y disfrutaron de unos refrescos, almendras, pan tostado con queso y aguacate. Los pechos desnudos de Irma eran los protagonistas. Le resultaba extraño mirar a los senos cubiertos de su amiga mientras que al mismo tiempo no sabía cómo era contemplada o dónde. Le hacía sentirse insegura. Como si sus pechos no fueran lo suficientemente atractivos. Galatea le dijo que se llevaría los restos a la cocina y que la esperase en la posición de pechos expectantes.

En cuanto Irma se colocó en la postura, su cuerpo se enardeció más, si es que eso era posible con la excitación acumulada. Esperó con la máxima atención a que Galatea posase sus dedos sobre los pezones. Supo contenerse cuando sintió el contacto. Cuando Galatea se cansó de disfrutar de los globos proyectados, se quitó la blusa y el sujetador. Y besó a su novia, si es que podía llamarse así. Los pechos de ambas se rozaron y se apretaron. Los pezones sintieron el muto contacto. Irma no abandonó la postura, sabedora de la importancia de ser cauta y aplicada. No llegó a ver los pechos de Galatea y no pudo tocarlos con sus manos. Galatea terminó se vistió y se sentó. Estuvo contemplando a su amiga un buen rato.

—Ya puedes deshacer la posición. Has cumplido a la perfección— cumplimentó Galatea a Irma, de manera condescendiente. Con las hormonas a tope y alegre de haber contentado a su amante, Irma bajó los brazos y abrió los ojos. Se miraron un rato antes de que llevase de nueva la mirada al pecho cubierto de su amiga. Era tan frustrante. Se sentó junto a Galatea, quien llevó la mano a la cintura desnuda de Irma, en un gesto típico de posesión masculina. A Irma le supo a gloria, tan necesitada. Cualquier cosa le bastaba. La otra mano de Galatea fue al pecho descubierto. Irma no sabía reaccionar a este nuevo asalto. No tenía su mente patrones para esta situación. Galatea vino al rescate.

—No importa lo que estés haciendo o como estés. Si sientes el contacto, lleva las manos a la nuca, cierra los ojos y ofrece los pechos. Quiero que se convierta en algo automático. Yo te indicaré cuándo deshacer la postura.

Irma obedeció. Creyendo que las manos de Galatea se explayarían un buen rato entre sus colinas hambrientas, se llevó una enorme decepción. Los pezones apenas fueron rozados y los pechos bordeados con los dedos un instante antes de quedar abandonados. Se oyó un chasquido. Irma sintió sus mejillas enrojecer. La estaban entrenando como a un perro. Abandonó la postura.

—Nos vemos mañana en clase, cariño. Recoge tu blusa.

(9,17)