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De nuevo, mi vecina

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Esta tarde hacía un calor irresistible cuando salía de mi casa, para dirigirme a la oficina.

Ha sido en el jardín interior donde la he visto. Venía hacia mí, cargada con unas bolsas de compra y unas gafas que cubrían sus ojos. No recordaba que llevara gafas.

En su cara se ha ido dibujando un brillo especial y con una sonrisa dibujada, ha empezado a hablarme cuando se encontraba aún a unos metros de mí

-“Ya sabemos que hace calor, pero… ¿dónde vas tan serio?”.

Era ella, la mujer que hace un tiempo me había invitado a subir a su casa, vestida con aquella faldita de colegiala, la misma que su hija llevaba cada día para ir al colegio…

-“Pues mira, al trabajo. Pensaba en ir a jugar un rato a la pelota vasca… pero tengo el tiempo limitado”.

Su risa, mezclada con nerviosismo me hizo pensar rápidamente.

-“Y tú, ¿a dónde vas?”-

-“A mi casa. He ido a comprar un poco, aprovechando que hoy los niños están fuera, en casa de mi hermana y de que mi marido no vendrá en toda la semana. Pero he escogido un mal horario, ahora es cuando más aprieta el calor y estoy toda sudada”.

No había tiempo para vacilaciones. Su respuesta había sido muy explícita y tenía que probarlo.

-“Dame unas bolsas que te ayudo a subirlas antes de irme al trabajo”.

-“Pues mira, me haces un favor…”.

Nos dirigimos a su portal, al lado del mío, y esperé que abriese la puerta para ir hacia el ascensor.

Hablaba de cosas banales, sin mucho sentido. Nerviosa. Mientras yo intentaba controlar ese ímpetu que me estaba invadiendo.

Cuando se cerraron las puertas del ascensor, dejé rápidamente las dos bolsas en el suelo y la empujé contra el espejo.

-“Creo que sí que me apetece hacerte ese favor…”.

Llevaba unos pantalones de esos anchos, que no dibujan la figura, pero  que se sujetan con una goma en la cintura, y mis manos se han apresurado a palpar sus nalgas, mientras de su boca se escapa un gemido, entreabriendo sus labios y apoyando su mejilla contra el espejo. Las dos bolsas que ella llevaba, se desprendieron de sus dedos y cayeron al suelo, esparciéndose todo lo que contenían.

-“Estoy sudada...”- se atrevió a murmurar entre suspiros.

-“Y mojada”- le susurré al oído mientras mis dedos hábiles se abrían camino por debajo de su pantalón, para, apartar ligeramente el hilillo de su tanga, y hurgar en su interior.

-“Cabrón, como me pones”.

-“Y tu a mí, puta”.

El ascensor había ya llegado al cuarto piso, y se detuvo. Ella se agachó a recoger toda la compra derramada, doblando sus rodillas, y yo me he apresurado a bajarme la cremallera para sacarme el miembro y ofrecérselo a su cara

-“Toma, chupa, lame, como sabes hacer, como me gusta”.

Han sido solo unos segundos, porque el ascensor volvía a cerrarse y había que bajar de él, pero he sentido su lengua recorrer todo aquel camino que me ha permitido soltar un seguido de improperios lascivos.

Apenas entrados en su piso, las bolsas han vuelto a caer por el suelo y mis brazos han agarrado su cintura para levantarla en volandas y sentarla encima del mármol de la cocina.

Con diligencia he buscado dos sillas para colocarlas a ambos lados y que pudiese apoyar encima de ellas sus pies, dejando su pelvis abierta.

Sus manos se han levantado por encima de sus hombros, para asirse a la campana extractora, y a un golpe de las mías, apoyándose en  sus pies, ha levantado ligeramente su cuerpo para permitirme deslizar sus pantalones hacia sus tobillos.

Pantalones que, hábilmente, y con la ayuda tan solo de sus pies, pronto han caído al suelo.

Mis manos ya arrugaban la blusa y empujaban el sujetador que ofrecía poca resistencia y dejaba al descubierto sus pechos hermosos y excitados.

-“Fóllame cabrón, que hace mucho tiempo que no me siento puta, deseada, manoseada, como sabes hacerme tú”.

MI miembro estaba ya acariciando sus labios vaginales, moviendo mi cintura para no penetrarla directamente, aumentando su deseo, provocando su excitación…

-“Vamos a qué esperas. ¡¡métemela!! -seguía implorando.

Ha sido entonces, cuando, dejando de mordisquearle sus pezones, he bajado mis manos hasta sus caderas, para hacer barrera a mi impulso, y apartando ligeramente ella misma su tanga, mi miembro ha iniciado una lenta pero constante carrera hasta lo más hondo de su ser.

La música de su boca ha acompañado esta entrada, mientras sus ojos me miraban lujuriosos.

Casi me mantenía en puntillas, para poder penetrarla hasta lo más hondo, debido a la altura del mármol, pero el vaivén de la penetración ha empezado su baile, al ritmo que mis caderas imprimían a mi cuerpo.

Sus manos, de nuevo apoyadas en la campana extractora, le servían de trampolín para ayudarse a izarse ligeramente y situarse más a la punta de la repisa en el instante en que mi embestida era más profunda. Empezábamos a compaginar el ritmo, y el placer crecía exponencialmente.

Sus pechos se bamboleaban al ritmo de sus movimientos, y una de mis manos se pudo librar de su cadera, para amasarle con fuerza sus senos. Con  rabia, con ira, casi desmesurada.

Mis dientes se apretaban entre sí, para liberar parte de la energía del deseo y no dañar su cuerpo, mientras que su voz me jaleaba a darle todavía más fuerte:

-“Así, así, como tú sabes, como me merezco, porque me siento puta contigo. Dame, dame fuerte, que me vengo, que me vengo”.

Sus primeros alaridos me lo confirmaron. Su cuerpo entró en convulsiones, mientras con una mano me agarraba el cabello estirándolo hasta casi dañarme.

No le di tregua. Seguía bombeándola, con más fuerza si cabe, mientras su agitada respiración me bañaba los oídos.

Sin salirme de su interior, la cogí de nuevo en volandas y mientras me devoraba la cara con besos y lamidas, me dirigí hacia la habitación. Conocía el piso. De la otra vez, y porque es igual que el mío.

Esta vez, la dejé sobre la cama, y con los brazos le indiqué que se voltease, para colocarse de rodillas de espaldas a mí.

El tanga se rindió a la fuerza de mis manos, rompiéndose en dos, mientras un “ohhhhh” cálido salía de su garganta.

Apoyando mis manos en sus caderas dirigí mi miembro a la entrada de su sexo, y volví a bombear con un ritmo progresivamente acelerado.

En cuestión de segundos, unas nuevas convulsiones me certificaron que el roce de mi miembro con su clítoris le estaba provocando un nuevo orgasmo. Esta vez clitorial.

Sin apenas tregua, mirándonos ahora de frente, con un cruce lascivo y ardiente, no nos ha hecho falta decir nada, para que mi miembro fuese de nuevo presa de su boca, de sus manos, caricias y labios.

Con tanta intensidad, con tanta eficiencia y firmeza, que me sentía acabar y así se lo dije. Pero ella no cesó.

Mis manos se apoyaron sobre su cabeza, para permitirme entregar todo mi cuerpo al orgasmo intenso que me invadía, mientras el semen caliente borboteaba en su boca.

Ha sido así, como, con una mirada ahora tierna, ha ido secando todo rescoldo de mi derrame.

Y por ello, antes de marchar, todavía he tenido tiempo de dedicarle unas caricias con mi lengua en todo su sexo, para conducirla hasta el éxtasis.

Rendida, y sonriente, la he dejado en la cama, mientras me reponía mis prendas para marchar presto a mis obligaciones.

Justo al traspasar el quicio de su habitación, me he girado a contemplarla, tendida en la cama, abierta en su pelvis, mojada, repasando sus labios con el dedo índice para relamer su yema, con la blusa arrugada por encima de sus pechos, hermosa, despeinada, bañada en sudor.

-“Sí antes del finde vuelves a colocar a los niños, me llamas…si quieres”- le he dicho en voz baja mientras le dejaba una tarjeta con mi móvil en la tapeta de la puerta.

Espero que así sea.

Es lo que tiene los primeros calores, que me ponen a mil.

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