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Mi secretaria

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Estaba absorto en mis papeles como siempre. El cierre del ejercicio era inminente y el trabajo apretaba. Le había pedido a Sheila, de ventas, que me sacara esos informes que precisaba para mi memoria de fin de año. Ya hacía días que Sheila y yo, desde aquel último encuentro fugaz habíamos pactado una tregua.

De pronto se abrió la puerta de mi oficina y entró ella. “Te traigo los informes”- me comentó- “pero quiero que les eches un vistazo, y que luego abras este pequeño obsequio que te traigo”- me dijo al tiempo que me alargaba un carpesano de esos de lomo ancho y gomas para su cierre. “Además, hoy vengo a cumplir mi promesa”- continuó.

Para mostrarme los informes no se colocó como de costumbre frente a mi mesa, si no que volteándola se puso a mi lado derecho.

Empezó con voz monótona a describirme los informes, yo la miraba ahí tan cerca, oliendo su perfume que me cautivaba. De repente, en medio del relato, me dijo súbitamente: “abre el regalo”- Le obedecí y abrí el carpesano. En su interior un precioso tanga blanco, de puntillas. Le miré atónito, estaba algo arrugado, ella me dijo: “lo llevaba puesto hace un rato, era la promesa que te hice, venir a tu despacho sin bragas, compruébalo”-

Al tiempo que pronunciaba esta última palabra se abalanzó un poquito más sobre la mesa, apoyando sus manos en ella, y ladeó su cintura hacia mí. Su falda plisada y corta revoloteó cerca de mi brazo.

La oficina tenía justo enfrente de mi mesa una gran cristalera que daba a la oficina general. Sus compañeras, algunas de ellas de cara a nosotros nos podían ver perfectamente las caras. No me lo pensé dos veces, y deslicé mi mano derecha por debajo de su falda hacia sus muslos. El contacto de su piel me produjo un escalofrío, y poco a poco al ir subiendo mi mano hacia su pubis, ardía en calor. Sheila seguía explicándome los informes, con voz entrecortada, y yo miraba con atención para que los movimientos no fueran visibles desde el exterior. Mi mano encontró su sexo, cuidadosamente depilado, y al rozar sus labios vaginales con mis dedos pude comprobar que estaban mojados. Sheila estaba soltando sus primeros jugos. Con habilidad separó un poco más las piernas, y yo, con mi dedo pulgar en su ano, empecé a tocarla fuertemente con primero el índice y después con dos dedos. Ahora sus explicaciones estaban mezcladas de suspiros, de leves gemidos.

Yo cogí su tanga y con la mano izquierda me lo pasé por encima del pantalón, justo donde cubría mi miembro que presentaba un tamaño considerable. Esta imagen, este gesto todavía la enervó más. Ya empezaba a resoplar mientras jugaba nerviosamente con su bolígrafo en la mano. Mis dos dedos ya en su interior, trabajaban hábilmente poniendo su clítoris grande y duro, mientras el pulgar le hacía presión en el hueco de su ano.

Yo estaba colorado como un pimiento, mientras que Sheila, más que hablar gemía constantemente. Al poco rato sus muslos se cerraron sobre mi mano, y sus espasmos me indicaron que se venía con mis dedos hurgándola. Su voz se entrecortó por espacio de unos largos segundos, aunque no cesó de relatar los informes.

Mi mano se llenó de sus preciados jugos. Lentamente se separó, se colocó enfrente y con voz suave, pero sensual, tal y como es ella, bajito me comentó: “guárdate el tanga cerca de tu polla, para que huela a ella, cuando a la salida, tú mismo me lo volverás a poner”.

La verdad es que el resto de la tarde no me moví del sillón con el tanga junto a mi miembro, tieso al principio, algo húmedo después de estar constantemente pensando en lo que vendría.

Esta Sheila es sensacional, una muy buena secretaria.

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