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Trío por equivocación

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Ahora estoy sentado en mi escritorio, pensando en cosas en las que uno sólo se detiene cuando hay poco trabajo por hacer, y en el monitor de la compu sólo se despliegan fotos y videos de modelitos de publicidad, colegialas exuberantes, guachitas posando en playas paradisíacas, y un sinfín de bombardeo sexual, a punto de narrarles mi historia.

Soy un hombre de 48 años, de estatura normal, asqueado de la rutina, casado y con muchas fantasías. Lo que les cuento me sucedió hace unos meses atrás, gracias a los fetiches de mi mente.

Hace poco más de un año me veo con una pendeja de 18, que no solo es preciosa, sino una sátira degenerada y morbosa mujer sedienta de sexo, que prefería a los hombres de mi target. Por supuesto, no iba a negarme a satisfacer sus deseos de perra.

Un día, luego de una hora de paja telefónica con Piukén, que significa corazón en mapuche, quedamos en juntarnos en mi oficina durante el mediodía, que es el horario de salida del personal administrativo, que es mi área.

Cuando al fin llegó, solo quedaba en el recinto Liliana, mi reacia secretaria malhumorada y un tanto histérica, tal vez hasta celosa. Tenía algunas razones porque, ella y yo estuvimos boludeando mucho con encamarnos y, si aquello pasaba yo debía darle un aumento y mejor jerarquía en la empresa. Nunca se dio porque no me atraían sus berborrágicos 35 años repletos de conflictos, aunque algunas veces me fijé en su orto bien parado para dedicarle alguna pajita en el baño.

Pero yo necesitaba aire fresco, despreocupado y sin rollos. Así que para evitar chusmeríos entre ella y mi esposa, hice pasar a la nena rápido a mi oficina y le ofrecí un café para entrar en clima, además de unos bocaditos con nueces y almendras.

Ella lucía un provocativo vestido suave al tacto y olía a pistilos primaverales. Eso me puso como loco y quise acelerar las cosas.

Pero en pleno cortejo Liliana interrumpió con una nota poco importante y nos descubrió, todavía sin hacer nada para mi fortuna. Aunque nos cortó todo ambiente posible.

Pidió disculpas y salió de mi despacho con los ojos extraviados.

Piuquén dijo que se sentía incómoda y que prefería irse, ya que no quería problemas. Pero me rompió los esquemas cuando a cambio de su ausencia se sacó la bombachita y la dejó sobre el fichero. Ni siquiera quiso que la acompañe a la puerta.

Ni bien estuve solo en el ascensor me entregué a esa tela llena de flujos exquisitos para beberme su aroma y lamer su sabor. No pude soportarlo, y me hice una paja padre sobre aquella delicia, hasta dejar toda mi leche en la parte de la concha, imaginando que luego de semejante voluntad la nena volvía a ponerse la bombachita sucia y me comía la boca.

Nunca había sudado tanto, ni el tiempo me pareció tan corto en ese ascensor!

Pasó un tiempo considerable hasta que volvimos a hablar con la piba. Fue cuando me envió un mail con fotos de su cola en traje de baño. Volví a invitarla a mi trabajo, pero esta vez por la siesta, donde todo el mundo en Buenos Aires sale a almorzar.

Tocó el vidrio polarizado con su anillito y abrí con sorpresa. Traía un short muy cortito con un cierre que iba de la concha al culo sin escalas, y una remerita azul suelta de textura liviana.

No saben cómo le resaltaban esos pomelitos!

La abracé inquieto y noté algo raro en su corpiño. Comencé a palparla mejor y pensé:

¡qué rico, son de esos que usan las madres para dar de mamar a sus bebés!

Porque tenían unos abrojitos.

En breve encaré una manoseada bestial contra la puerta a sus tetas y a ese orto envidiable que desordenaba mi libertad. La besé como no recuerdo haber besado a una hembra así, apoyándole mi pene rocoso en su pantalón, mordisqueando sus orejas y buscando la forma de desnudarla.

De la puerta la llevé al escritorio donde la recosté autoritariamente, tirando desesperado al suelo todo lo que había encima para rozar con mi lengua sus pezoncitos erectos y su ombligo que clamaba por que mi saliva lo conquiste, mientras su risita era un pecado sonoro perfumando mi moral.

En el camino quedó su short, sus tacos altos y su remerita, cuando ahora mi pija hacía contacto con su sexo entre las costuras de su húmeda bombachita rosa, impulsado por la adrenalina y las cosquillas que ella me juraba sentir.

En un segundo de distracción, tal vez cuando estuve por penetrarla para repartir bombazos en su interior, noté que la puerta estaba entreabierta, y entonces vi a mi secretaria mirarnos con cara de puro placer, tocándose por encima del pantalón, y por momentos dándose algunos golpecitos en su entrepierna.

Me hice el boludo y la dejé que fuese espectadora de cómo le corría la tanga a Piukén para entonces chuparle esa conchita tierna, jugosa y con aquel aroma perverso que decoraba la tela que me desestructuró por completo en el ascensor.

Cuando atrapaba su clítoris en mis labios la nena hasta lloriqueaba extasiada y toquetona, porque a toda costa intentaba agarrarme la pija.

Todo hasta que oímos que Liliana desde su silla dijo:

¡no te da vergüenza Miguel… esa nena podría ser tu hija… seguro ni se lava los calzones… es una atorranta, y tu mujer lo va a saber!

Entonces me vi obligado a pedirle que entre, que no arme escándalos y que todo iba a estar bien. Hasta la amenacé con despedirla.

Vaciló un instante, pero entró con gesto decidido.

La nena me miró asombrada, y con desaprobación. Pero pronto se habituó a su presencia.

Besé con mucho fuego a la puta curiosa de Liliana, mordiendo impetuoso sus labios, le di unos chirlos estruendosos en esa cola blandita pero desnuda, ya que no traía ropa interior bajo su pantalón, la dejé en tetas y la obligué a pajearme mientras se las mamaba.

Piuquén registraba todo, hasta que se bajó del escritorio, le fregó su tanga en la cara a Lili diciendo:

¡te gusta mi olor perrita, yo soy una hembra de verdad, y bien calentona!

Se arrodilló para chuparme la pija con una furia desconocida para mí, y le pidió a Lili que se agache para ayudarla. Lo hizo eligiendo mis huevos y mis piernas. Hasta que comenzó a tenerle la cabeza a la pibita para que mi verga se haga lugar en lo profundo de su garganta estrecha.

Lili le manoseaba las lolas y me decía todo el tiempo:

¡dale Migue, atragantala de leche a esta putita barata, quiero ver cómo esta tragona se la come toda… no te salvás de cogértela adelante mío… es una trolita calientapija!

La nena sabía cómo hacerlo. La olía con brillo en los ojitos, me la mordía suavecito, juntaba su lengua a mi glande por adentro del prepucio y me babeaba hasta la consciencia.

No pude más que exigirles que me comieran todo el tronco después de ver a Liliana besuquear entera a la pendeja y detenerse en su vagina, la que saboreó como a esos manjares exóticos, diciendo:

¡ay nena, qué riquísima está tu conchita, te voy a sacar esa calenturita que tenés con mi jefe, me encanta tu olor a concha putita mía!, mientras fregaba su nariz en el oasis de jugos que latía en su piel, y colándose algún dedito en su argolla peluda.

Les acabé en la lengua a las dos después de que sus boquitas se intercambiaban mi pija hinchada. Las dos luego se besaron con mi lechita en sus labios.

Yo creí que todo llegaba a su fin cuando me senté en la compu para responder un mail. Pero Liliana tomó de los brazos a Piukén y la subió nuevamente al escritorio, y abriéndose los labios vaginales se le trepó para apoyar su clítoris en el de ella.

Cuando comenzaron a frotarse con cada vez más velocidad, el personal lentamente retomaba sus puestos, por lo que trabé la puerta y me senté a observar cómo la nena le metía un dedo en el culo a Lili, y lo propio hacía ella con la nena, que gemía repitiendo:

¡haceme acabar puta reventada!

Lili le devoraba las tetas, le marcaba el cuello con chupones, le hacía lamer sus dedos, le mordía los de ella, le arrancaba el pelito y le escupía la pancita, imagino que para generar alguna sensación resbaladiza con la refregada que se regalaban.

Además Lili le decía:

¡te gusta el dedito en la colita mami, te calienta chiquita?, eso sí, te vas a comer la pija de Miguelito, aunque haya mil personas acá perrita!

Mi pene estaba listo para actuar cuando al fin Piukén se me sentó en la falda, acabadita, sudada y con las huellas de Liliana en la piel, ya que le dejó tremendos besos pintados por doquier.

¡cogeme hijo de puta, dame pija!

Eso fue lo último que oí de su voz antes de clavar con precisión mi lanza de carne en su conchita ardiendo, y comencé a devastar sus entrañas con mis envestidas, moviéndonos incontrolables, entre nalgadas, rasguños, algún grito que Lili le ahogaba poniéndole la mano en la boca, por más que la guacha se la mordiera.

Pero no fue posible callarla cuando mi poronga seguía entrando en sus paredes, y Lili agachada le lamía el orto.

Sentía que se estaba meando mi nenita de tanto acabar mientras la lengua de Lili parecía tan larga como para los puteríos que solía armar.

La guachita había acabado tantas veces, que tuvo que hacerme acabar entre sus tetas, mientras Lili se vestía oliendo la tanguita de Piukén. Acabé en el exacto momento en que hablaba por teléfono con mi mujer, y mi pija estaba por empaparle las gomas y la cara de leche. Cuando mi esposa hablaba, la nena me la lamía despacito como si fuese un helado, y recorría mis bolas con su lengua agitada.

No sé cómo zafé, y entonces preferí que esa fuese la última vez que me enfiestaba con esa nena, aunque varias veces me tentó para ir a un telo. No quería bardo con mi mujer, y menos desde que alguien me alertó que posiblemente no tenía esa edad.

Hoy, eso no me impide echarme un polvito con Lili de vez en cuando, siempre con discreción. Ahora me mima casi todas las mañanas con un pete delicioso para arrancar bien el día. Además, la muy zorra se quedó con la tanguita de Piukén!     fin

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