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Una entrada sin salida al bar del placer

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"La mayor astucia del Diablo es la de convencernos que no existe"

(Charles Baudelaire)

 

Llegamos por fin al lugar, un bar que asemejaba a una gruta del siglo XV. La entrada tenía una puerta de hierro muy alta y un poco oxidada, de un color negro casi grisáceo corroído por el paso del tiempo. De pronto, una nube de humo blanco comenzó a salir desde el suelo y apenas se divisaba la tenue luz violeta que titilaba desde el cartel que publicitaba el lugar: la palabra Alastor con su luz de neón aleatoria, nos marcó el camino para distinguir la puerta y la entrada al lúgubre bar.

Noelia tomándome del brazo me susurraba en el oído las ganas de volver a casa. Le conteste que se tranquilizara y que la fama de este lugar estaba garantizada por la publicidad y por los numerosos comentarios que auguraban un templo de diversión y fiesta

Nuestra primera impresión cuando ingresamos fue la de un bar común y corriente. Los latidos de los tambores africanos sonaban con fuerza. Los gritos desgarradores de Mick Jagger anunciaban su viejo éxito "simpatía por el diablo", allí, Lucifer tomando el lugar de diferentes personas, todas emparentadas con la maldad y el exceso: la policía que maltrataba a los negros en Norteamérica y el asesino de Kennedy fundidos en una sola persona.

Nuevas bandadas de humo volvían a aparecer y de pronto comenzaba a distinguir algunos rostros que uno solo tiene en fotos y en videos. Vestido con piel de lagarto, Jim Morrison bebía un vaso gigante de bloody mary y Charles Manson tocaba su larga barba al mismo tiempo que una señorita le practicaba una fellatio por entre la mesa. Mire desconcentrada a mi compañera quien observaba excitada a un hombre alto, de una gran espalda, el pelo azabache hasta sus hombros y unos ojos que asemejaban a los de un felino. Este sonreía odiosamente y con lascivia, con su boca grande y su lengua larga y filosa. Como por arte de magia, las manos de mi amiga ya formaban parte del cuerpo desnudo lubricado por la transpiración, sus dedos dibujaban círculos en ese tórax apabullante, en el sexo bien marcado entre una fina lona blanca que tenia entre sus piernas. Todo empezó a parecerme raro. Apenas había probado un poco de vino en la entrada pero mi cabeza comenzó a darme vueltas y mi vista parecía alucinar. A mi izquierda, una mujer cercana a los dos metros exhibía para todos lo que quisieran ver y tocar, unas exuberantes tetas que se movían al mismo tiempo que su baile pélvico.

Mi amiga a esa altura ya desaforada, ingería un pene monumental, muy venoso y de una piel que semejaba a la de una serpiente. Lo saboreaba, le pasaba su lengua por su glande, se lo metía hasta su garganta sintiendo el calor de ese sexo monstruoso. Mi desconcierto aumentaba al observar en un sillón cercano a la barra de bebidas, a una mujer sentada arriba del pene de un hombre gordo cabalgándolo a un ritmo desenfrenado. Pude llegar a ver el movimiento de sus tetas que se bamboleaban rápidamente y eso llegó por fin a excitarme de un modo insurrecto. Mi corazón latía al ritmo de AC/DC con su Autopista hacia el infierno, mi entrepierna comenzaba a humedecerme y la temperatura de mi cuerpo aumentaba a cada segundo.

Las mesas que estaban en el medio de unos sillones de pana servían para administrar muchísimas líneas blancas de cocaína que la gente que se acercaba aspiraba a un ritmo frenético. El alcohol seguía desfilando por doquier y el sexo explicito estaba dominando la escena del bar. Quise rápidamente moverme de mi estado de aturdimiento e intenté dar unos paso en busca de mi amiga. No tarde mucho en encontrarla por que en otros sillones cercanos al baño estaba siendo doblemente penetrada por dos monstruos, por así llamarlos, de aproximadamente dos metros de alto. El que estaba abajo era un hombre moreno muy apuesto y el otro, también de color, parecía tener el rostro desfigurado. Esto, sin embargo no le prohibía follarse sin piedad por el culo a mi amiga que gritaba desaforadamente como si cada embestida fuese un orgasmo infinito.

Quise huir para el lado del baño cuando una fuerte mano me tomo del hombro. Era el mismo hombre al que mi amiga se le abalanzó minutos antes para chupar ese miembro tan varonil.

-Permítame presentarme señorita, soy el dueño de este lugar. Mister Beelzebuth, quizás haya oído hablar de mí.

Entre mi excitación y mi desconcierto no llegue a balbucear ni un saludo. El hombre continuó su introducción con su voz grave - Este es un lugar en donde lo mas importante es sacarse de encima las represiones y gozar de la libertad absoluta. En donde no exista ninguna moral burguesa que te enseñe que es o no pecado, prevalece aquí una sola ética que es la del disfrute y el deseo, la perversión y el desenfreno sin molestar a nadie. Volvió a sonreír sugestivamente. - Demás esta decir que estoy encantado de su presencia, una mujer tan hermosa. Agradecí con un susurro tímido y al mismo tiempo la escena volvió otra vez a substituirse. El apuesto dueño que estaba delante de mí se esfumó.

Un humo ahora más grisáceo casi negruzco retornó al ambiente, unas luces rojas se encendieron sobre mi presencia y numerosas manos de diferentes tamaños y texturas comenzaron a manosear mi cuerpo. Viajaban por entre mis piernas, mi cadera; sacaban suavemente mi falda y mi camisa blanca. La música tapaba mis gemidos; unos dedos jugueteaban en mi vagina bastante humedecida, otros con mis tetas turgentes. Lenguas que se desenrollaban de unas bocas enormes terminaban en mi boca y en mi cuello produciéndome como unas descargas eléctricas en mi todo mi cuerpo. Cuando abrí por fin mis ojos pude observar a solo un hombre de excelente porte y con unos músculos bien marcados en cada centímetro de su cuerpo.

Sin emitir ningún sonido, me tomó primero de una de las piernas para luego llevarme hacia su cuerpo desnudo y comenzar a penetrarme sin miramientos por entre mis bragas. Se movía dentro de mí con delicadeza y brutalidad. Arrancó luego mi camisa y mi sostén y al mismo ritmo que me follaba como un macho cabrío, me chupaba los pechos que ya me dolían del placer. No lleve la cuenta de los orgasmos que tuve ni la cantidad de tiempo, solo que aparecí cerca de la barra de bebidas transpirada y con olor a sexo y alcohol. La escena a mí alrededor se había convertido en una orgía colosal. Miré el reloj y este no marcaba ninguna hora. Quería estar ya en mi casa para descansar; buscando la puerta de salida me di cuenta que seguía totalmente desnuda apenas apoyada en mis elegantes tacos altos. Di unas vueltas al lugar y el que no estaba follando, bebía o metía todo lo que pudiera en su nariz. Por fín la encontré a ella completamente desamparada de su propia persona; borracha, con su desnudez radiante, con los ojos rojizos y tambaleante. La abrasé y la lleve en forma inmediata al baño para mojarle la cara y despejarla de su estado. Lave su cara. La miré bien a los ojos.

Observe que me quería decir algo pero no podía balbucear ni una sílaba. Me atreví a decidir por mi misma y creí a bien entender lo que ella quería decirme, por lo que comencé a besarla sin vergüenza, hurgando en el interior de su boca, compartiendo lo sucio de mi lengua todavía reseca del río de semen que quedó en mi boca. Abracé su blanco cuerpo y quise quedarme allí para toda la eternidad. Su cabeza acompañaba a la mía y ella me susurró algo que esforzadamente llegué a escuchar. Cumplí lo que yo suponía que era su deseo. La senté como pude y abrí bien sus piernas para tener su sexo a mi disposición. Sus olores eran una mezcla de azufre, semen y los exhalados por su propia excitación. Coloqué su cabeza entre sus piernas y comencé a chupar. Abrí bien sus labios y los exploré en toda su dimensión. Ella me pedía mas con unos gemidos exagerados. Mi lengua ya estaba áspera de tantos orgasmos que saboreaba.

Cuando ya el cansancio se apoderó de nuestros cuerpos decidimos salir de allí, buscamos puertas, atajos. Chocábamos con una mujer gorda frotando una verga entre sus senos, con un hombre firmando un largo papel con su sangre que le chorreaba de su muñeca, con un moreno con un afro característico quemando una guitarra. No podíamos, sin embargo, encontrar una salida. Solo volvimos a ver a nuestro anfitrión ya totalmente despojado de sus ropas y colgando su sexo desmedido. Él, reanudó su eterna sonrisa, abrió aun más sus ojos y nos hizo saber el reglamento el luga.

—Ustedes ya forman parte de nuestro elenco perpetuo de visitantes. No podrán salir nunca mas de aquí, firmaron un pacto con sus cuerpos, con sus lujurias y con su búsqueda de placer. Este es el precio que pagaron por eso.

Mi amiga y yo nos miramos atónitas, sin embargo, en nuestro subconscientes sabíamos que la entrada al lugar era eterna y no había vuelta atrás.

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