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Siempre me calentaron los viejos (2)

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Él terminó de desvestirse, trepó a la cama y luego de ordenarme que separara bien las rodillas se ubicó entre ellas y enseguida sentí en mi ano el contacto de la punta de su pija, pugnando por entrarme.

(continuará)

¡Y me entró! ¡Me entró hasta el fondo! ¡Me entró hasta que sentí los huevos de don Benito repiqueteando contra mis nalgas.

¡Qué dolor intenso sentí mientras la verga del viejo se abría paso por el estrecho sendero! Yo gemía y corcoveaba tratando de librarme de esa invasión y don Benito jadeaba con fuerza en tanto que me aferraba por las caderas para inmovilizarme.

Pero la tortura duró poco. Para mi sorpresa el dolor fue reduciéndose hasta desaparecer cuando la verga ocupó toda la profundidad de mi culo y empezó a avanzar y retroceder según el ritmo que le imponía mi violador, y todo fue placer.

-Ay, sí… Sí, don Benito… ¡Sí!... -me escuché decir.

-Te gusta, ¿eh, niño puto?... ¡Mueres por una buena polla! ¡Eres putísimo! –me humillaba don Benito y yo ardía de calentura.

-Sí… Sí, don Benito, soy… soy putísimo y soy… soy todo… todo lo que… lo que usted quiera que sea…

Él ya no dijo nada, sólo jadeaba y seguía bombeando, dándome un placer como yo nunca había imaginado. Hasta que por fin se corrió llenándome el culo de leche mientras lanzaba un rugido como de animal y se derrumbaba después sobre mi espalda. Sentí que su polla me abandonaba y vi que el viejo caía en la cama para yacer de espaldas y quedar ahí, desmadejado, tratando de normalizar su respiración.

Yo estaba súper excitado y con muchas ganas de masturbarme. Entonces le pedí permiso y en cuanto me autorizó corrí al baño y me desahogué, para después volver junto a don Benito. Me tendí en la cama a su lado y sin poder resistirme me puse a jugar con su polla. Tenía ganas de seguir tragando y él me dijo: -Sigue, niño, sigue… Si lo logras vuelvo a culearte…

¡Y lo logré! Me costó pero después de un rato don Benito tenía una nueva erección que palpitaba en mi mano derecha. ¡Qué hermosa verga tiene! algo curva hacia arriba y muy venosa cuando está parada.

-Don Benito, me… me gustaría hacerle una mamada, que me acabe en la boca y tragar toda su leche calentita… -propuse.

-Claro que sí, Jorgito, anda, chúpamela y te lleno de leche esa boca de mamón…

Entonces me incliné sobre él, que seguía tendido de espaldas, estuve un ratito lamiendo sus huevos y su verga y por fin me la metí en la boca para empezar a chupársela.

No puedo explicar el placer indescriptible que me da el tener en la boca una verga bien dura. ¡Ay, ay, ay!

Don Benito gemía y jadeaba mientras yo tenía aferrados sus huevos en mi mano derecha. Finalmente se corrió y me echó en la boca dos chorros de semen que tragué hasta la última gota.

-Eres increíble, Jorgito… -me elogió mientras respiraba con fuerza y yo limpiaba con mi lengua los restos de semen en su verga.

Antes de despedirnos me dijo que cuando volviera al día siguiente debía vestir esa ropa tan provocativa que le había gustado mucho. A partir de entonces –de esto hace ya un mes- siempre me pongo la musculosa y el shorcito para ir a su encuentro, y me desnudo lentamente en su dormitorio.

Pero ahora tengo que hablarles de don Ernesto, el dueño de la casa, que viene a cobrarnos el alquiler todos los meses a mis padres y a don Benito.

Me excita don Ernesto. Debe tener unos sesenta años, delgado, de estatura media, muy formal y atildado, siempre de chaqueta y corbata. Papá me deja el dinero en un sobre, yo se lo doy y él me extiende el recibo.

A pesar de que me calienta nunca me atreví ni siquiera a insinuarme, porque su formalidad me intimida, pero acaba de pasar algo asombroso.

Ayer vino a cobrar el alquiler y llamó a la puerta del comedor cuando yo acababa de volver de la escuela, pero la sorpresa fue que venía con don Benito. Eso me turbó.

-Hola, don Ernesto… -murmuré mientras después de abrir la puerta me hacía a un lado para que entraran.

-Hola, Jorgito… -respondió él mientras don Benito emitía una risita que me intrigó.

-Siéntensé, por favor, ya le doy el dinero, don Ernesto… -dije y fui hasta la cómoda donde guardaba el sobre.

-No hay apuro, Jorgito… -le escuché decir a mis espaldas y cuando volví con el sobre vi que ambos sonreían de una manera rara.

-Don Benito me habló de vos, Jorgito… -dijo de pronto don Ernesto después de intercambiar guiños con el viejo.

-¿De… de mí, don Ernesto?... –murmuré turbado.

-Sí, de vos… me dijo que… que sos putito… ¿es cierto?

Yo no sabía dónde meterme de la vergüenza que sentía por cómo se estaban dando las cosas.

-¿Es cierto, Jorgito? –insistió don Ernesto.

-¡Contesta, niño! –me apuró don Benito mientras la vergüenza, la ansiedad y la excitación me invadían.

-A mí me gustan mucho los nenes putitos… -dijo don Ernesto y semejante revelación terminó de darme el coraje que estaba necesitando.

Con la cabeza gacha dejé el sobre sobre la mesa, tragué saliva y dije: -Sí… sí, don Ernesto, es… es cierto…

-Le conté que te culeo… -acotó don Benito haciendo que mis mejillas se encendieran de vergüenza.

-Es que está para no perdérselo de tan lindo… -dijo don Ernesto.

-Y todavía no lo ha visto desnudo… -desafió don Benito.

Ante semejante situación yo no podía controlar el temblor que me agitaba de pies a cabeza. Era evidente que don Ernesto iba a cogerme y eso me hacía hervir de deseo.

-Venga, Jorgito, desnúdate para don Ernesto… -me ordenó don Benito y yo, después de vacilar de puro nervioso que estaba, le obedecí… Tenía el uniforme del colegio: el blazer azul, el pantalón gris, la camisa blanca, corbata celeste y mocasines sin medias… Me saqué todo con manos que temblaban y quedé desnudo ante los dos viejos, mirando al piso…

-No se puede creer, don Benito… ¡No se puede creer! –le oí exclamar a don Ernesto.

-Y todavía no ha visto usted todo… -dijo don Benito y me ordenó: -Ponte de espaldas, Jorgito, muéstrale el culo a don Ernesto…

Se lo mostré y escuché la exclamación del viejo: -¡Por favor! ¡Qué culo!

Y al oírlo me pareció ver mi culo, mis nalgas bien empinadas, redonditas, carnosas y firmes.

-Don Ernesto, ¿nos ponemos en cueros? –le oí decir a don Benito.

-Sí, claro, y le damos al nene… -convino don Ernesto.

Y me dieron.

–Primero usted, don Ernesto. –invitó don Benito -¿En qué posición quiere usarlo? –consultó.

-Me acuesto de espaldas en el sofá cama (donde yo dormía) y que el putito se siente sobre mi pija.

-¡Vale! –se entusiasmo don Benito y el visitante fue a tomar posición mientras yo los observaba a los dos: pieles de un blanco lechoso y pelambre grisácea en el pecho.

Cuando don Ernesto estuvo tendido de espaldas en el sofá cama don Benito sacó de un bolsillo del pantalón un pote y me lo dio.

-Embadúrnale bien la polla con esta vaselina, niño. –me ordenó y lo hice con manos temblorosas por la excitación que me provocaba tener entre mis manos esa verga que iba poniéndose cada vez más dura y por fin empecé a sentarme mientras don Benito me sujetaba por la muñecas para ir guiándome. De pronto sentí la punta de la verga en mi orificio anal y las manos de don Ernesto entreabriéndome las nalgas.

Inmediatamente la penetración y ese dolor intenso que me hizo gemir pero que cesó cuando la ansiada verga me entró hasta el fondo del culo y don Ernesto y yo empezamos a mover las caderas.

(continuará)

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