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Cómo me cogí a tu madre

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Pues sí, por medio de estas palabras quiero confesarte que he penetrado sexualmente a tu madre también. En más de una ocasión, siendo sincero, y quisiera contarte cómo fue que se dio la primera vez. Lo digo con estas palabras, un tanto formales aunque crudas, para que veas que hablo en serio y sin ánimo de ofender. Pretendo que leas lo siguiente con la mente abierta.

Como sabes, a tu mamá la conozco desde cuando yo aún iba a la secundaria. En aquellos tiempos ella tenía poco más de dieciocho años. Aún siendo muy joven, yo la veía como toda una mujer, debido a los años que me llevaba. A su lado yo me sentía como un chiquillo. Un puberto, como ahora dicen.

Siendo compañera de prepa de tu papá, se hicieron novios. Y, para serte franco, aún hoy no sé que vio en él. Tu padre siempre ha sido un pelmazo; tú ahora bien lo sabes. Ella, en cambio, siempre ha sido muy bonita, inteligente y chambeadora. Por ello me gusta hasta el día de hoy.

Desde el primer día que la conocí, la recuerdo poseedora de una piel muy tersa y clara, con algunas pecas de tono marrón cubriéndole la alta espalda y su bajo cuello. Gozaba de una silueta muy femenina gracias a sus marcadas curvas en muslos; caderas; trasero y pecho. Su rostro siempre fue hermoso, de ahí tus mejores facciones. Sus senos ya eran notablemente turgentes; incluso años antes de que te amamantara.

Ya como novia de tu padre, constantemente la veía de reojo cuando iba a la casa. Desde el principio no le agradó a mi madre, debo decirlo; pensó que era una cualquiera, una chica de barrio bajo sin la mejor educación, pero ya conoces a tu abuela. Quién iba a pensar que el pendejo de tu papi iba a embarazarla, provocando que quedara unida a nuestra familia por ello.

Ni modo, nuestra madre tuvo que tragarse aquella píldora, pero eso pasa por criar a un imbécil como lo ha sido tu progenitor; lo siento pero es verdad, y eso que les ha hecho, tanto a ti como a tu hermana, lo comprueba. Mira que traerse una culona a casa diciendo que esta sí es la buena... hijo de...

En vez de andar buscando viejas en Tinder, debería dedicarse al cuidado de ustedes, ¡carajo!

Qué bueno que aquella otra lo dejó. Pinche irresponsable. Siempre ha sido así, por lo que fácilmente podrás imaginar que nunca se tomó la molestia de usar condón cuando fornicaba con tu mamá, y fue así que te concibieron.

Cuando tu mami se mudó a nuestra casa, para vivir con tu papá (trayéndote en su vientre), yo tuve que dormir en el sillón pues ella dormiría con él en el cuarto que antes compartíamos. En principio eso me molestó mucho, pues perdí mi espacio propio, sin embargo, pronto me acostumbré. Además me alegró el que viviera con nosotros pues, desde el principio, demostró ser una persona muy trabajadora (a diferencia de tu papi). En ocasiones llegaba, incluso, a lavarme la ropa. La verdad eso me daba vergüenza, más cuando había veces que había lavado mis calzones manchados de semen, y es que, en ese entonces, estaba en la edad de la chaqueta diaria; ya te imaginarás. Pero ella se hacía la disimulada y eso me hizo tenerle confianza.

Te juro que en aquellos días le empecé a tener un afecto de hermana, o por lo menos creía que así se sentiría si hubiese tenido una hermana mayor. Además, el tener en casa a una mujer tan hermosa y alegre lo cambiaba todo.

A diferencia de mi madre, tu mami era siempre muy divertida, pocas veces la vi enojada. En comparación con tu abuela era todo un contraste.

Sin embargo, ese cariño fraternal que le tuve no duró mucho, pues despertaba en mí deseos fervientemente carnales. Tal vez me juzgues como pervertido, pero teniendo una mujer así en casa yo no podría haber hecho algo distinto a lo que hice; te lo digo sinceramente.

Ella iba al baño por las noches y yo, con las calenturas propias de la adolescencia, acudía a espiarla. Me asomaba por un huequito que tenía la puerta del baño, el cuál tapaba con pasta de jabón para que nadie se diera cuenta de tal orificio.

Una vez le quitaba la tapa a dicho agujero, podía ver a tu mami sentada en la taza. Era la primera vez que yo veía a una mujer así, por lo que tú entenderás cómo me hacía sentir.

Estando así, medio desnuda, me ponía cachondo cabrón; y más estando en esa posición. Yo fantaseaba con la idea de que así como esas nalgas se sentaban allí, en la boca de la taza, se me sentaran sobre las piernas, o mejor aún, sobre mi propio rostro. Te lo confieso, muchas noches fantaseé con aquel hermoso par de cachetes arriba de mi cara, amenazándome con caerme encima. Y casi podía sentirlos aplastándome el rostro, asfixiándome. De verdad se me antojaba que tu madre me ahogara con sus tremendas carnes.

En aquel tiempo no sabía que aquello que tu madre tenía por asentaderas se le conocía popularmente como atrapa mocos. Probablemente así lo calificaban los tenderos y comerciantes del mercado cuando hacía el mandado, pues, según mi madre, mal miraban y piropeaban a tu progenitora. Pero eso es lo que tu mami ha tenido siempre como trasero, un verdadero atrapa mocos cuya forma bien lo define. Nomás verlo te dan ganas de...

Pero bien, sentada en el inodoro, tu mami se pasaba el tiempo leyendo revistas mientras hacía sus necesidades. Sus pantaletas reposaban a la altura de sus pantorrillas; sus apretados muslos creaban un triangulo oscuro entre ellos; sus caderas se veían sumamente antojables, tan blancas y carnosas que me moría de ganas por tenerlas en mis manos y estrujarlas. Tu madre sí que era muy deseable, déjame te digo. Pudo tener a cualquier hombre, y eso es lo único que le reprocho; se casó con un imbécil, se casó con tu papá.

Con nerviosismo, temiendo ser descubierto ya fuera por tu padre o tu abuela, pasaba minutos contemplándola mientras ella hacía su obligado depósito nocturno.

Temía que mi madre o mi hermano salieran en ese instante y me vieran allí, así que, mientras echaba uno que otro vistazo a mis espaldas, mi corazón latía veloz e intenso. Inmerso en el silencio nocturno, mis latidos eran tan fuertes que yo mismo escuchaba mi pecho retumbar y sentía que podría ser oído por alguien más.

A veces tu mami sólo orinaba, por lo que no tardaba mucho, podía escuchar el chorrito caer en la taza hasta que un leve goteo lo daba por terminado. Ella tomaba un trozo de papel de baño y se secaba la pelambrera; en esas ocasiones se subía su calzón mientras colocaba un trozo de papel higiénico en él, justo para quedarle frente a la hendidura. Pero en otras, ella cagaba y tardaba más; yo podía oír sus pujiditos y eso me excitaba; pasaban varios minutos y yo deleitándome con aquello. Me imaginaba su ano; era como si lo pudiera ver realmente al dilatarse para liberar aquel grueso pedazo de mierda que estaba por expeler.

También hubo veces que llegué a escuchar sus pedos y me daba risa; risa que contenía, claro, pues no quería que me llegara a escuchar. A decir verdad, sus pedos eran leves, apenas un suspiro, breves escapes de gases intestinales que durante su evacuación levemente se oían. Me creerás degenerado pero eso me hacía pensar que aún era virgen del ano, aunque quién sabe. Lo cierto es que yo la deseaba tanto que me hacía chaquetas en honor de aquel orificio todas esas noches. Las siguientes manchas que aparecerían en mis calzones, cuando ella los lavara, serían en su honor y ella no lo sabría.

Pero bueno, llegó tu nacimiento.

Cuando ella te amamantó, no sabes cuánto te envidiaba al ver cómo le mamabas aquellas tetazas que le vinieron en esos años. Se las chupabas con tal fruición que amenazaba con dejarla seca. Mientras la miraba darte su leche, yo fantaseaba con ser el amamantado. Quería ser yo quien le agotara la leche de sus divinos pechos, pero eso aún era una fantasía.

Poco después, con los gastos que trajo tu nacimiento, tu mami le pidió al huevón de tu padre que se pusiera a trabajar de una vez por todas. Para esos días te informo que tu papá no trabajaba, ya que, según él, estudiaba. Pues bueno se le fueron cinco años en concluir la prepa, ¿y todo para qué? Para nada.

Nunca salió de casa de mamá; nunca se hizo responsable de ustedes y, por supuesto, nunca se comportó como un adulto.

Luego de la prepa se la pasaba tomando un cursito de esto y de lo otro, sólo para abandonarlo y nunca ejercer lo aprendido. No te miento; disque estudió repostería, reparación de celulares, carpintería, para camarógrafo... bueno, hasta de “cultor de belleza” se las dio, y nada. Nunca sacó buen provecho ni buen oficio de nada.

Tu mami tuvo que ponerse a trabajar para sacar la situación adelante.

Y fue así como lo conoció. Álvaro era taxista y tu mamá lo contrató de fijo para llevarla y traerla del trabajo. Y de nuevo, todo gracias a tu papi quien no se dignaba a ir por ella pese a que su jornada era nocturna. Claro que el que tu mami contara con chofer le pareció muy cómodo a tu papi y lo dejó ser. Qué se iba a imaginar que su señora le iba a terminar poniéndole los cuernos con aquél.

A mí me tocó verlos una noche. Regresaba de haber ido a la tienda ¡...y tómala! Que la veo despidiéndose de beso cachondo con el taxista. Ella se dio cuenta de que los estaba viendo así que me hice el disimulado.

Luego... no sé, pero los días siguientes me pareció especialmente cariñosa conmigo. Me hice a la idea de que quería congraciarse para que yo no contara nada. De todas formas no pensaba decir nada, si bien aquello me había sorprendido, no quería crearle problemas. Como ya te dije, ella me caía muy bien y, la verdad, el que le pusieran el cuerno era algo que tu papi se había ganado a pulso. Luego tu abuela, ella de seguro la correría de la casa aprovechándose de aquello como pretexto, y yo no estaría de acuerdo.

En fin, el chiste fue que, una noche, apenas me había vestido para dormir cuando vino tu madre a la sala. Ya estaba vestida con su ropa de dormir: una camiseta y un pants. No se veía muy sexy, claro, así que en ese momento no me despertó la libido.

—Oye, quería preguntarte si no has visto algo... unas bolitas chinas. Creo que las dejé en el baño pero no las encuentro —me dijo.

—Ah, sí claro —le dije al mismo tiempo que iba por ellas.

Era cierto, aunque yo no era quien las había encontrado, había sido mi madre cuando hacía limpieza. Ella me pidió que se las entregara, ya que creía que eran uno de tus juguetes.

Tomé las dichosas bolitas. Eran unas esferas negras unidas entre sí por un hilo y cada una más grande que la anterior.

—Mamá me pidió que te las devolviera cuando regresaras del trabajo, como ella ya no te ve. Se me había olvidado, disculpa. ¿Son de...? —le pregunté, pensando que fuesen tuyas, asumiendo también que sólo fueran un juguete de bebé.

Tu mami me vio con una sonrisa un tanto pícara.

—No. ¿A poco no sabes para qué son? —me dijo.

Yo dudé y no respondí, pues era evidente por la expresión en su rostro que no eran lo que mi mamá y yo nos habíamos imaginado.

Cuál fue mi sorpresa cuando ella, ahí mismo, se bajó su pantalón con todo y pantaletas para, posteriormente, introducirse una a una aquellas bolas unidas por el hilo en su vagina. De la más chica a la mayor entraron en su sexo y yo quedé pasmado.

Las bolas habían completamente desaparecido, quedando sólo el delgado hilo escapando de sus labios vaginales, colgando libremente entre sus piernas.

—Las uso para ejercitar la vagina y así recuperar elasticidad después del parto.

Me lo dijo en un tono muy serio y aquello me quedó como uno de los mejores recuerdos de mi vida. Sin embargo, aún faltaba algo más excitante.

—¿Quieres que te demuestre que bien aprieto? —me cuestionó con una expresión de diablilla en su cara que aún hoy recuerdo.

No pude emitir palabra alguna.

Me veía con una mirada completamente llena de lascivia y coqueta a la vez.

Aún ahora no sé si aquello lo hacía para asegurarse de que yo no dijera nada de su relación con el taxista, o si era sólo por deseo, pero sea como sea me vi beneficiado.

Fue ella quien tomó la iniciativa, así que procedió a desvestirme. Ya estando desnudo quedé inmóvil y a su merced.

Entreabriendo su boca me besó. En ese momento aún me sentía un niño. Como si ella me estuviese usando sólo para divertirse un rato, pero me dejé hacer. Su lengua se introdujo en mi boca como una total invasora. Sentí como aquella húmeda y carnosa lengua exploraba mi interior, recorriendo mis muelas y dientes. Fue algo único, maravilloso, una experiencia totalmente nueva para mí. Sentí como si fuera a comerme, a tragarme de un bocado. Fundimos nuestras lenguas entre sí, bebiéndonos mutuamente nuestras salivas, respirando nuestros alientos.

Cuando nos despegamos de ese húmedo beso y nos miramos, nos sonreímos el uno al otro, yo ya no era el mismo. Por primera vez en mi vida me sentí hombre de verdad.

Ella misma llevó mis brazos a rodear su cuerpo y yo me afiancé inmediatamente a ella.

Luego, nada tonto, la agarré de sus turgentes nalgas (no iba a desperdiciar ese momento).

—¡Míralo! —me dijo en tono guasón.

Al sentir tales gajos de carne creí que eran demasiado para mí, eran enormes.

Pese a que mis manos se sentían muy bien al estar aferradas de sus frondosas nalgas, no dejaron pasar el momento de recorrer sus caderas y sus muslos en caricias torpes pero ansiosas.

Di francos apretones a tan deliciosas carnes. Mi miembro se había puesto duro y lo más grande que podía. Sentí como rosaba con sus rollizos muslos y me restregué contra ellos.

Poco después nos dejamos caer en el sillón, en donde continuamos con nuestro faje cachondo. Cuando ella quedó arriba, sentí las puntas de sus pezones marrones y especialmente el gran volumen de sus tetas, tetas duras y firmes (pese a tu lactancia). Tetas que prometían placer.

Avanzó su mano izquierda y sus finos dedos recorrieron de forma rápida mi piel, acariciándola con las tibias yemas, explorando mi cuello, mi espalda y mi bajo vientre. Por mi complexión de aquella época debí parecerle un mero juguete, un guiñapo, pero ya habría oportunidad de mejorar en ello.

De pronto, agarró mi sorprendida verga, la estrujó frenéticamente, masajeándola de arriba a abajo, varias veces. A la vez, sentía que los dedos de su otra mano acariciaban mi rostro y orejas, introduciéndose en mis oídos. Poco después, sentí que el mundo desaparecía cuando ella, con sus labios voraces, cazó mi palpitante verga y tuve la sensación más bonita hasta ese momento. La sensación de perderme en el infinito.

Su boquita traviesa sorbió varias veces mi virilidad. Recorría con ímpetu toda la longitud de mi miembro devorándolo con hambriento placer.

Recuerdo que hasta me lastimé el cuello al mantener levantada mucho tiempo mi cabeza, tratando de no perder detalle alguno de cómo era que ella me lo mamaba tan rico.

Sentí que iba explotar y...

¡Tómala...! Ella me sorprendió nuevamente al tragarse mi esperma.

Fue algo mágico. Una comunión especial entre ambos. Y es que, aún en esos días, ya me daba cuenta y era plenamente consciente de que aquellos espermas, eran algo vivo que minutos antes habitaban en mis testículos, y ahora vivían en ella, aunque fuese por breves segundos.

Ella se hizo lugar junto a mí y se recostó en el sofá. Al tenerla así, acaricié su tersa piel; fina, suave, delicada. Me recreé contemplando su figura, especialmente ese par de chichotas tan grandes. Mordí sus pezones que cobraron rigidez en mis labios. Los mordí, los sorbí, los chupé, y después hice lo mismo con el capuchón que resguardaba su clítoris. Ella se contrajo.

Esa noche no tuve el privilegio de entrar en el túnel secreto de tu mami. Su túnel de felicidad, como tiempo después ambos le llamamos (del que, por cierto, saliste tú, je je je). Pero se dio la oportunidad tiempo más adelante.

Lo que sí puedo asegurarte es que, pese a tu nacimiento, tu mami apretaba bien rico. Poseía un particular apretón vaginal marca propia. Siendo así, caí en cuenta que, en realidad, aquel ejercicio con las mentadas bolitas chinas sí que le había resultado. En efecto, apretaba rico.

Y ese pendejo ni siquiera se lo valoraba, ¡cabrón! Debió valorar todo el esfuerzo que hizo por él, en vez de haberse metido con aquella otra que no le llegó ni a los talones.

Es cierto que se la piropeaban en el mercado, pero era justo por eso. Tu mami estaba bien buena y mi hermano se había sacado la lotería con ella pero ¡...imbécil! Mira que dejar a tu mami por una mujer mayor y tripona, ¡pinche pendejo! ¿Todo para qué? Nomás para que no se la envidiaran, cabrón estúpido.

Y es que quiero manifestar que si me atreví a hacerte esta confesión es sólo porque, ahora que conozco la práctica de tus propias actividades sexuales, y el buen provecho que bien sacas de las mismas, considero que es pertinente que recuerdes de donde provienen tus obvias ventajas físicas, y así valores más a tu madre. La mera verdad es que pienso que tu padre (con ayuda de tu abuela, debo reconocer) las ha envenenado tanto a ti como a tu hermana en contra de ella.

Quiero que sepas que el mejor beneficio que puedes heredar de tu madre es su notable calidad de mujer, y lo anterior expuesto es sólo para ilustrarlo.

Bueno, pues hasta aquí mis palabras. Me despido deseando que tú heredes los mismos atributos que han hecho de tu progenitora una verdadera dama; mujer digna de deseo.

Hasta pronto.

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