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Las guerreras mágicas caen en una trampa

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Vanesa y Melisa entraron al vestidor. Se trataba de una habitación enorme, que a simple vista parecía vacía. Del techo colgaban dos reflectores que proyectaban dos luces circulares sobre el piso. Las chicas se pararon, cada una en el centro de uno de esos círculos de luz. Entonces, de las cuatro paredes, surgieron repentinamente decenas de tentáculos mecánicos que se estiraron hacia ellas y las despojaron de sus ropas en un santiamén. Ese era un mecanismo creado especialmente para que las guerreras mágicas pudiesen ponerse su uniforme de batalla en el menor tiempo posible, y así acudir a las misiones sin perder tiempo.

Vanesa veía con admiración y cierta envidia el cuerpo de su compañera: Melisa era una chica bajita, de nalgas grandes y redondas, y pechos desproporcionadamente enormes en ese pequeño cuerpo moreno. Melisa, a su vez, disfrutaba de la belleza de su compañera, quien poseía un cuerpo más delgado y armónico que el suyo, la piel nívea y los enormes y expresivos ojos marrones combinaban a la perfección con ese rubio claro con el que había teñido sus cabellos hace poco.  

Los tentáculos mecánicos se acercaron nuevamente a ellas y esta vez trajeron los uniformes de batalla, y vistieron a las guerreras en unos segundos.

A Vanesa siempre le parecieron ridículos esos trajes que las obligaban a utilizar para ir a sus misiones: el suyo consistía en una pollera escocesa muy corta, una camisa blanca y encima de ella, un saco azul con botones dorados. La bombacha también formaba parte del uniforme, la de ella era azul, hecha de una tela especial que resultaba muy cómoda porque no tenía elásticos que le dejaran marcas y le estorbaran a la hora de la batalla. Sin embargo, cada vez que daba una patada o saltaba varios metros en el aire, la pollera se levantaba y dejaba a la vista de sus enemigos la bombacha azul. Era realmente humillante, Vanesa estaba segura de que, quien haya inventado ese uniforme era un pervertido adicto a la pornografía.

Aun así debía utilizarlo, porque esos ropajes eran mágicos y le otorgaba a quien los vistiera una fuerza y agilidad que jamás alcanzarían a tener en su estado normal.

Melisa, en cambio, no se sentía tan contrariada cuando debía usar el uniforme. El suyo era igual al de Vanesa, pero el saco y la ropa interior eran rojos. Pertenecía a una familia conservadora, y estaba cansada de vestirse recatadamente tal como se lo imponían sus padres. Así que cada vez que se vestía con sus ropajes mágicos, se sentía más mujer que nunca.

Montaron en sus pegasos y volaron hasta las coordenadas que el imperio les había indicado.

Enseguida llegaron. Era una zona llena de árboles con una pequeña laguna. En alguna parte de todo ese pedazo de terreno estaría escondido Camus, un siniestro mago que se había rebelado ante el imperio y pretendía crear su propio reino, con sus propias reglas y costumbres. Vanesa había escuchado que Camus pretendía permitir los casamientos entre hermanos y legalizar las violaciones grupales, entre otras atrocidades.

Aterrizaron sobre la llanura verde, dejaron a los pegasos ahí para que no corran peligro, de poco les servirían su capacidad para volar en medio de tantos árboles. Entonces se internaron en el territorio enemigo para atrapar, y si era necesario, matar al malvado Camus.

Caminaron varias horas, sigilosas, sin percibir ninguna presencia extraña más que las de los pequeños animales que vivían entre los árboles.

— Ese Camus es un cobarde. Debe estar escondido temblando de miedo. — Dijo Melisa, que luego de varias misiones exitosas estaba demasiado confiada.

Vanesa se dio vuelta para reprenderla, no quería que su vida corra peligro por culpa de la negligencia de su amiga. Pero cuando iba a decir algo, se quedó embobada viendo las tetas de Melisa. Ya la había visto muchas veces desnuda, pero se impresionó al notar que varios de los botones del saco y la camisa estaban desabrochados. Eso iba contra el reglamento, pero también era cierto que sería imposible abotonar por completo esas prendas, las tetas no cabían en ellas, eran realmente grandes e hipnóticas.

Sacudió la cabeza para apartar ese pensamiento de la mente y recordó lo que quería decirle.

— Camus no es como los magos a los que nos enfrentamos antes. Está entre los diez más buscados, así que no te distraigas ni te confíes por nada del mundo. — le dijo.

— Ya sé, jefa. — dijo Melisa con ironía. A veces sentía que su compañera se ponía pesada, y por tener unos años más de experiencia, se tomaba la libertad de darle órdenes. Aun así le gustaba la mirada penetrante con que la perforaba cuando se ponía seria, le parecía adorable.

Cansadas de tanto andar, y viendo que el sol ya se disponía a ocultarse, fueron hasta el lago para refrescarse.

Como una broma del destino, después de la ardua búsqueda, encontraron al malvado enemigo, aparentemente por casualidad. Estaba en la otra orilla, sentado en el pasto con las piernas cruzadas. Era igual a como se lo habían descrito: un hombre que ocultaba su rostro detrás de una copiosa barba negra, larga y enmarañada. Su cabello también era abundante y estaba peinado hacia atrás. Vestía una especie de túnica negra, vieja, llena de polvo y con remiendos en todas partes. Sólo un hombre de corazón oscuro podría verse así, pensó Melisa. A Vanesa le pareció que había algo raro en esa situación. Creía que el hombre las estaba esperando, y ya no estaba segura de quien era el cazador y quien la presa. Estaba a punto de comentarle su sospecha a Melisa, pero esta, llena de adrenalina, había tomado carrera y corría para dar un gran salto y aterrizar al otro lado del lago donde se encontraba Camus.

— ¡No Meli, es una trampa! — Gritó, pero su compañera ya estaba en el aire en un vuelo impresionante.

Vanesa no pensaba dejarla sola. Su tonta amiga había cometido el error de atacar de frente, y ahora no tenía más opción que hacer lo mismo para aumentar las probabilidades de éxito. Así que tomó carrera tal como lo había hecho Melisa, corrió, y una vez que estuvo en la orilla, flexionó las piernas para dar el salto que la llevaría hasta el otro lado.

Sus piernas se abrieron en el aire y observó la risa libidinosa de Camus al descubrir la bombacha azul de su enemiga. Incluso en esa situación enrojeció de ira y vergüenza.

Pero entonces otra cosa llamó su atención: Melisa no había aterrizado, sino que había quedado suspendida en el aire justo frente al enemigo. El cuerpo de su amiga se movía torpemente, como queriendo sacarse de encima unos hilos invisibles que la sostenían. Una vez que Vanesa llegó a su destino comprendió la extraña situación en que se encontraba Melisa. Su cuerpo chocó contra un campo de poder invisible. No podía avanzar, pero tampoco retroceder, ni si quiera podía moverse. Su cuerpo ya no le respondía, y con mucho esfuerzo, apenas podía mover sus brazos y piernas unos milímetros. Habían caído en la trampa. Sabía que Camus era poderoso, pero no imaginaba que fuese capaz de lanzar un hechizo tan potente.

Camus tenía a sus presas frente a él. Los muslos de las guerreras mágicas estaban a la altura de su cara, por lo que tenía una visión exquisita ante sí. Podría cortarles la cabeza cuando lo deseara, pero no había apuro, se haría un tiempo para divertirse con esas esclavas del imperio.

Hace tiempo que no poseía mujeres tan hermosas: la morocha tenía los pechos más enormes que haya visto jamás, y la rubia poseía un rostro de belleza singular. Los ojos de esta última se clavaban en los suyos con ira asesina.

— Jajajaja. — se rió en sus caras. — Perritas del imperio, cayeron en una trampa para principiantes, que decepción. — les dijo, y luego de pararse y acercárseles, comenzó a acariciar los muslos de ambas, simultáneamente.

Vanesa estaba hirviendo de furia, pero nada podía hacer, ni con toda su fuerza podía librarse de ese hechizo. Sentía los dedos callosos recorrer su pierna y pasar por debajo de su maldita pollera escocesa. Melisa estaba a su lado, no podía verla con claridad, su campo visual apenas podía percibir la silueta de su amiga, pero se daba cuenta de que estaba en la misma situación que ella.

Camus introdujo sus manos despacio, hasta llegar al sexo de sus enemigas. Acarició ambas vulvas al mismo tiempo, tanteando sus formas con los dedos, percibiendo los labios vaginales a través de la textura de la tela, frotando en el medio de ellos con el índice, ahí, donde pronto penetraría. Un hilo de baba sale de su boca y se pierde en la barba oscura. 

Les baja las bombachas hasta las rodillas. El campo de energía es como una extensión de su propio cuerpo, por lo que actúa de acuerdo a la voluntad del mago, así que con solo desearlo, esa fuerza invisible hace que ambas mujeres separen un poco más las piernas. Camus moja sus dedos con su propia saliva y los introduce en la vagina de las guerreras. Los mete por completo, sintiendo el calor de los orificios, que todavía estaban secos. Los introduce y los saca, viendo la cara de ira de la rubia, que retuerce su cara en un intento por insultarlo, y la cara de espanto de la morocha, que se deja violar sin resistencia, esperando que todo termine cuanto antes. Le gusta ambas reacciones: la tenacidad estéril de una, y la resignación patética de la otra. Ambas le generan una erección que no puede ocultarse detrás de la túnica.

Se la quita, quedando con su cuerpo peludo completamente desnudo. Vanesa ve al mago velludo y piensa que se parece más a un animal que a una persona. Camus baja el cuerpo de la morocha tetona hasta casi hacerlo pisar el suelo. La chica comenzaba a largar lágrimas de los ojos. “que se joda el imperio por mandar a adolescentes hermosas a capturarme”, se dijo Camus. Arrancó los pocos botones del saco que estaban abrochados y luego hizo lo mismo con la camisa. Desabrochó el corpiño y se encontró con las enormes tetas desnudas. El pezón era grande y oscuro. Se lo metió a la boca, estrujando ambos pechos con las manos. Vanesa miraba desde arriba, indignada, no se había unido al imperio para ver cómo violaban a una amiga. Sabía que podía perder la vida en una batalla, pero esto era algo más horrible.

Camus enterraba su rostro barbudo en medio de las tetas, y llevaba las manos por debajo de la pollera descubriendo un culo casi tan voluptuoso como los pechos.

— Sea quien sea el que las reclute, es un genio. — dijo, burlón. Mientras arrimaba su miembro al pubis de ella.

Melisa sintió el vello púbico tan abundante como la barba del malvado mago, chocar contra su cuerpo. Y luego de que Camus apuntara su falo, dio su primer ataque. Melisa se retorció en el aire. Si no estuviese sujeta por esa fuerza invisible que la paralizaba, su cuerpo iría a parar al piso, como reacción al dolor generado por esa despiadada embestida. En cambio, sí pudo gritar, porque si bien sus labios eran incapaces de articular palabras, su garganta emitió un grito desgarrador, que incluso Vanesa pudo oír.

Ambas lloraban. Una por dolor, otra por indignación, ira e impotencia.

Camus se la cogió de parado, una y otra vez, a un ritmo frenético, agarrándola de las tetas, estrujándole el culo. Cada tanto le escupía en la cara para demostrarle su desprecio por el imperio, y para que quede claro que para él sólo era un objeto para saciar sus instintos básicos.

Cuando estuvo a punto de acabar dejó de penetrarla y eyaculó sobre sus tetas.

— Yo nunca acabo dentro de las perras del imperio. Jajajaja. — dijo, y luego irguiendo la cabeza para dirigirse a Vanesa. — Ahora te toca a vos blanquita.

Vanesa sintió su cuerpo descender hasta estar a la altura de su compañera. Camus le bajó la bombacha azul que todavía estaba en sus rodillas. La sintió deslizarse en sus piernas, como preludio de lo inevitable. Una vez que la prenda cayó al piso, el mago ya estaba enterrando su rostro entre las piernas de la guerrera. No pensaba desnudarla, las tetas de la rubia no le interesaban, sólo quería ver su preciosa cara mientras la poseía. Pero primero quería saborearla.

Vanesa sintió la barba en los muslos, y luego la lengua que atacaba directo al clítoris. El mago lamió hasta llenarla de saliva, pero en el sexo de su enemiga no sintió otra humedad que no fuera la que él mismo había generado con su lengua. Así que se aburrió y con su miembro ya erecto, optó por comenzar a violarla.

Agarró su rostro con la mano.

— Esa mirada desafiante me encanta. Seguí mirándome así que me la pone más dura. — le dijo en un odioso susurro.

Vanesa ya no lloraba, perecía que ya no le quedaban lágrimas por derramar. Sintió el brazo de Camus rodear su cintura, y luego bajar para acariciarle el culo con sus manos rasposas.

— Mmm, son más delgados que los de tu amiga, pero están muy lindos — le dijo, y luego le dio una nalgada.

Finalmente levantó la pollera y acercó su pubis peludo y le ensartó el miembro con la misma potencia con que lo había hecho a su otra víctima.

Vanesa tampoco pudo retorcerse del dolor tanto como lo hubiese hecho en otras condiciones. Su cuerpo seguía petrificado en el aire, levitando a pocos centímetros del suelo. Camus aferraba su rostro con fuerza, y lo apretaba aún más cada vez que la penetraba, no quería que aparte esos grandes ojos de los suyos. También le gustaba lamer su cara, como si fuera un animal, el sabor de la perra del imperio era delicioso. Pasaba su lengua por toda la cara de Vanesa, desde el mentón hasta la frente, pasando por los labios, la nariz y los ojos.

La mirada de ella, ahora era una mezcla de ira y repulsión. Eso lo ponía más duro aun, y embestía con mayor violencia una y otra vez. También escarbaba el culo de su enemiga, y metía el dedo hasta el fondo sin perder de vista la mueca de dolor que se reflejaban en los bellos ojos de la rubia.

El cuerpo velludo del mago se refregaba sobre pequeño cuerpo níveo, uniformado de Vanesa. Pronto sintió la respiración del repulsivo mago más agitada y supo que ya estaba a punto de acabar.

Fiel a sus principios, retiró el miembro del interior de Vanesa y eyaculó encima del ridículo saco de la chica, pintando el azul con algunas pinceladas de blanco. Vanesa, iracunda, sacó fuerzas de algún rincón de su interior y logró moverse lo suficiente como para amagar con darle un cabezazo.

El mago, por primera vez sintió miedo. Pero pronto se repuso. Era impresionante que una persona pudiese mover una parte de su cuerpo, varios centímetros, dentro del campo que había creado, pero aun así, eso era lo máximo que podría hacer.

— Jajajaja, sin lugar a dudas este día será memorable. — dijo, regocijándose. — Creo que ya es hora de cortarles la cabeza. — De repente apareció en sus manos una espada de doble filo con la empuñadura negra.

Las guerreras mágicas se estremecieron por dentro.

— Aunque hace mucho que no entro en un lindo culo. — comentó el mago, cambiando de opinión.

Dejó caer la espada sobre el pasto y se acercó a Camila, quien era, por lejos, la que tenía el trasero más apetecible. La hizo girar e inclinarse.

— Así estás perfecta, perrita del imperio. Te voy a culear, y si te portás bien vas a tener una muerte rápida.

Vanesa ya no toleraba que ese maldito se siga saliendo con la suya. Juntó energías de ese mismo lugar oculto de donde había sacado fuerzas hace poco, pero esta vez acumuló más poder en su interior. Cuando se sintió lo suficientemente poderosa, expulsó todo esa energía hacia afuera, y en un grito de guerra destruyó el campo de poder que la apresaba. Le pareció ver pedazos transparentes, similares a vidrio, caer sobre el pasto y luego desvanecerse.

Todo sucedió muy rápido.

Camus estaba adentro de Melisa. Había introducido gran parte de su falo en el culo de la guerrera mágica que estaba sangrando, por lo que le costó separarse de ella cuando vio que la otra se había librado. Hasta que pudo despegarse de Melisa, Vanesa ya tenía la espada en sus manos, y de un solo golpe en el cuello, le cortó la cabeza a Camus, terminando por fin con su miserable y diabólica vida.

La sangre Salió a chorros y tiñó de rojo el agua de la laguna, y bañó de escarlata los uniformes de las guerreras.

Una vez que el mago murió, el pedazo de campo de energía que todavía apresaba a Melisa se desvaneció lentamente. Ella cayó al suelo sollozando.

— ¡Fue todo mi culpa! — gritó avergonzada.

Vanesa fue a su lado. La abrazó. Sintió las enormes tetas de su amiga y compañera presionada sobre las suyas.

— Ya pasó todo — le dijo, limpiándole las lágrimas con la mano. Le dio un beso en la mejilla, y luego otro, y otro. Le acariciaba el rostro con ternura, y la seguía besando, Y cada beso que daba  se acercaba más a los labios de Melisa, hasta que se fundieron en un beso largo y delicioso.

Se bañaron en el lago. Se ayudaron a limpiarse. Se dieron más besos, se abrazaron y disfrutaron de los cuerpos que tanto admiraban y deseaban mutuamente, a pocos metros del cadáver tibio de su enemigo.

Fin. 

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