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Historia del Chip 014 - Postura altiva - Irma 003

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Los días posteriores Irma estuvo esperando a Galatea durante la hora reglamentada. No se presentó. La vergüenza era lo peor. Y el dolor en brazos, hombros y espalda. No se atrevía a moverse hasta que sonaba la alarma del móvil. Al tercer día, con el desespero en el cuerpo, los dedos llegaron a los pezones. Una vez más, movió las manos. Fue casi imperceptible pero oyó la voz de su ama.

—Has fallado, Irma. No estás lo suficientemente atenta.

Galatea no dejó de sobar los pezones y comprobar la firmeza de los pechos. Irma se lamentó por su falta. Iba a ser casi imposible evitarlo. Sus pezones eran demasiado sensibles. Daphne escuchó a Galatea suspirar.

—En fin, qué le vamos a hacer. Falta mucho entrenamiento. Abandona la posición. Vamos de compras.

Ella misma rebuscó entre los cojines y buscó el top de su indisciplinada compañera de juegos. Salieron al jardín y Galatea rozó un pezón a través del top. Irma no retiró el pecho y no hizo nada para estimular el contacto. Se sentía demasiado al descubierto en el jardín. Galatea la puso firme al instante.

—Fuera la blusa y adopta la posición. Te he tocado un pecho y ésa es suficiente señal.

Con torpeza, Irma realizó todos los movimientos y como no sabía qué hacer con su parte de arriba, la sujetó con sus manos detrás de la nuca. Galatea jugó con los pechos un instante antes de indicarle a Irma su descontento.

—No hay armonía, ni ganas, en tus gestos.

Pegó otro suspiro y dio un chasquido. Irma abrió los ojos y recordó dónde estaba. Los pezones se endurecieron todavía más por la excitación. Se puso la blusa como pudo. No habían andado dos pasos cuando Galatea volvió a rozar ligeramente un pezón sobresalido de Irma. Esta vez no hubo tardanza, los pechos desnudos y exaltados estaban en perfecta formación con rapidez. Los brazos en la adecuada posición y las manos de Galatea comprobando que las redondeces de su amante no se habían modificado desde hacía unos minutos.

—¿Te gusta esperarme en nuestro rincón cada día? —  preguntó la ama.

—Sí, Galatea. Es muy excitante. Pero muy cansado. Y, como me tocas de sopetón, no soy capaz de evitar la reacción— admitió Irma, pero a la vez intentando de que no pareciese una disculpa.

—Es por tu bien y por el de tus pechos. Mira cómo se va a reforzar su musculatura. Y lo atractiva de tu postura. Sin olvidar la edad. Se van a hacer más grandes. Quiero verlos siempre bien arriba en tu cuerpo. Pero me gusta que seas tímida.

Galatea no dejaba de recorrer la piel siempre fina de los senos y de apremiar a las puntas duras.

—Me siento humillada. Tratada como un objeto— confesó Irma. Al no estar entre la protección de las paredes, su confianza se había derrumbado.

—Es parte de tu formación. Vamos a ver cuánto aguantas. No quiero que bajes los brazos salvo que escuches el chasquido. No importa si oyes una voz o sientes que alguien más nos está observando. Quiero que tu atención se centre primordialmente en tus pechos y particularmente en los pezones. Olvídate del dolor en tus brazos o la necesidad de taparte. Cuando estés conmigo en esa postura, tu anhelo debe ser hacerme feliz ofreciendo tus senos. Nada debe perturbar eso.

Cuando oyó el chasquido, Irma se derrumbó en el suelo. Habían estado mucho rato. Ya era de noche. Le dolía todo de estar rígida y en esa postura maldita. Galatea estaba sonriendo. Irma estaba ardiendo de necesidad.

—Estoy agarrotada, Galatea— le confesó Irma. Pero su amante sólo hizo el gesto de rozar un pecho e Irma se puso en la posición que se esperaba de ello. Galatea sólo comprobó que todo seguía en su lugar y pegó el chasquido.

—Así funciona el entrenamiento.

*—*—*

Era una de esas tiendas de lujo. Irma no se imaginaba como iban a pagar nada de lo hubiera allí. Su rigurosa amante cogió un sujetador con un cuarto de copa para Irma, a todas luces exiguo e incómodo, y se encaminó con presteza al probador. Irma la siguió como pudo. Cerrado el cubículo, -que para alivio de Irma tenía puerta y no cortinillas-, notó como Galatea le apretaba el pecho. A toda velocidad se quitó la blusa y se puso en posición. El conjunto de gestos bastaba para excitarla al máximo. Después de unos minutos de escarceos, sintió como Galatea comprobaba el sujetador. Irma notó que los pechos quedaban libres, realzados y apretados en las pocas zonas que llegaba a tapar, en la base de las mamas.

—Bien— dijo Galatea —ya tenemos la talla. Ahora vengo. Espérame así.

Irma no tuvo más remedio que mantenerse en la posición de pechos expectantes con ese sucedáneo de sujetador elevando todavía más los senos. Cuando Galatea volvió comprobó el estado de los pezones. Irma no movió los brazos de la nuca.

—Fabuloso. ¿Ves? No hay nada como la práctica. Esta va a ser tu talla de sujetador desde ahora. Y no es que vayas a llevar muchos. Pero si necesitas alguno, me gustaría que fuese uno como éste.

Galatea se lo quitó, indiferente a la posición de su compañera. Iba a haber muchos días, mucho tiempo para disfrutar de los pechos expuestos.

—Voy a buscarte unas braguitas. Vete quitándote los pantalones y, ya no hace falta que te lo vuelva a decir, te colocas en la misma posición— le indicó Galatea, divirtiéndose de lo lindo. Podría acostumbrarse a dar órdenes.

Irma, cohibida, esperó a que la puerta se cerrase, sin darse cuenta de que cuando se volviese a abrir ella estaría desnuda y en posición. Ni siquiera sabría de quién se trataba.

Por suerte era Galatea, con múltiples tanguitas y similares. A duras penas pudo Irma evitar caerse mientras levantaba una pierna para ayudar a que le colocasen un tanga azul diminuto. Con las manos colocadas detrás de la nuca sentía que un traspiés la llevaría directamente al suelo, o en este caso, a golpearse con la pared.

—Bien hecho, Irma. Sin permiso no puedes abandonar la posición. Y me gusta colocarte el tanga. Baja los brazos y abre los ojos. Contempla como te queda durante un instante. Puedes dar una vuelta completa y vuelves a la posición— ordenó Galatea.

Su intención era humillar todavía más a Irma, imaginando que verse semidesnuda en el espejo sólo serviría para acentuar la idea de lo desvalida que estaba.

En cuanto abrió los ojos y vio el minúsculo triángulo rojo brillante que apenas tapaba su pubis y su cavidad sintió como se humedecía. Manchó la prenda. Tendría que comprarla. Era minúscula y atrevida. ¿Cómo iba a poder llevar algo así? Era peor que estar desnuda. Se giró. No tenía tiempo de elucubraciones. El culo quedaba desnudo y la mínima porción de tejido que sentía entre las nalgas sólo servía para estorbar. Era como las tanguitas que se veían en las playas, con agarre pasadas las caderas. Pero el material no iba a absorber fluidos o evitar olores. Su función era únicamente realzar el cuerpo. Sentía la grieta del culo apretada. Por lo demás, la braguita era como si no estuviese.

Se colocó en su posición habitual. Estaba tan acostumbrada que se había convertido en un gesto automático en los últimos meses. Tuvo un atisbo de esperanza, por la humedad. Quizás su problema podría resolverse, aunque según su terapeuta, no era posible.

No pudo continuar en sus pensamientos. Galatea le sugirió una vuelta completa a la derecha y otra a la izquierda. Un giro lento y destinado a la correcta apreciación de como le sentada el atuendo.

Irma, condicionada, no dejó de hacerlo preguntándose que había que apreciar... salvo su cuerpo desnudo. Galatea no tenía tiempo para disquisiciones. Su única duda era si el tanguita apretaría lo bastante. Cuando se le pudiesen añadir unos tacones bien altos, la imagen sería perfecta. Todo llegaría.

—Bien, te queda perfecto. Nos llevaremos unos cuantos así o con una talla más pequeña. No hace falta que te lo quites. Vístete. Voy a la caja a pagar.

Antes de irse, jugueteó con los pezones, que en todo momento parecían rogar ser atendidos. Irma no se movió, aunque no se lo esperaba. Poco a poco, había aprendido a prepararse a cualquier contacto.

Fue una sensación extraña sentir la gruesa tela del pantalón en contacto directo con las nalgas. Sintió como humedecía el tanga. Volvió al pensamiento anterior. Había nuevas esperanzas. Quizás la enfermedad estaba remitiendo. Se lo preguntaría a su terapeuta.

*—*—*

Esperó a su amante en el lugar acostumbrado, sólo llevaba el cordel. La alumna era aplicada. Su perfecta postura, fruto de la práctica, aunque la actitud arrogante no se correspondía a la obediencia debida. Cuando llegaba su compañera de juegos, podía quedarse un buen rato contemplando la figura esbelta y sexy de Irma.

El cordel era un símbolo de castidad. Negro y fino, realzaba las caderas. Se hundía entre el surco de los globos traseros y emergía por el canal delantero. Su utilidad no era cubrir sino realzar aquello que no podía ser tocado. Irma ya sabía que si intentaba acariciarse la zona vaginal le saldrían erupciones, no podría dormir o estaría agitada durante días. El condicionamiento había dado resultado y trataba por todos los medios de no humedecerse demasiado o pensar en un pene introducido en su vagina.

Lo malo era que su cuerpo estaba hecho para el sexo. Modelado para ser contemplado, necesitado de caricias. Gracias a su terapeuta había encaminado su sexualidad tal y como habían planeado. Hoy se abriría una nueva puerta. Y comprobaría si sus esperanzas eran vanas.

Llevaba tres horas en postura. Los pechos habían crecido y estaba claro que iban a seguir aumentando. Los mantenían bien altos tal y como era requerido. Tenía los pies juntos. Iba descalza. Su vestimenta consistía en el cordel: símbolo de sumisión y castidad máxima. Sentía confianza plena en Galatea.

Los dedos realzaron los pezones, que reaccionaron acomodándose. Los labios se humedecieron esperando el beso. Se fundieron. Galatea disfrutó con enorme placer. Cada día era un paso más hacia el completo control de su amante. Derechos sin obligaciones. Era ideal.

Irma estaba cansada pero la excitación mantenía los brazos en su lugar. El beso resultaba maravilloso. Las manos expertas de Galatea hubieran podido producirle espasmos si no fuera por el control necesario en la postura. Su terapeuta se sentía muy satisfecha. Podría disfrutar del sexo, si renunciaba a la zona entre sus piernas, el lugar de dónde provenían sus problemas. Resultaría más fácil si tenía una relación clara, precisa y ordenada. Alguien que le indicara qué hacer y cuándo hacerlo.

Irma ya no se tocaba sin permiso previo de su terapeuta o de su amiga electa. Asumida la imposibilidad de acercarse a su pubis, el resto del cuerpo tampoco le pertenecía. No se trataba únicamente de prohibiciones, sino que había otorgado los derechos a otras personas, comprendiendo que era la mejor manera de afrontar el problema. Ahora debía de ofrecerse a su amiga de manera incondicional, salvo por una pequeña cláusula. Su vagina permanecería impoluta, el clítoris abandonado. Era la aceptación de su amante lo que buscaba. Galatea no había mostrado interés alguno por las partes bajas de Irma. Ahora sería algo explícito, un acuerdo elaborado por medio de palabras y sellado con amor. A cambio, Irma le daría su ser, le ofrecería el placer que fuese necesario. Sin otras contrapartidas. Sin cuestionamientos. Con plena dedicación. El chip impediría orgasmos en su ama, pero Irma haría lo posible por hacerla feliz, por acercarla lo máximo posible al gozo.

Las mujeres se estaban acostumbradas a una vida condicionada por su falta de orgasmos. Muchas tenían la suerte de poder obviarlos. Otras se acomodaban a un hombre dominante. Las que no podían, experimentaban formas sexuales originales y atrevidas. En la mente de Irma todavía resonaban las palabras de su última consulta. Sentía la fuerza de esas palabras. No es necesario renunciar a todo.

Los pezones eran el centro de su vida. Galatea opinaba igual. Las dos se unían a través de ese lazo. Escuchó atentamente las instrucciones de su compañera.

—Bien. Como ya hemos hablado multitud de veces, llegó el momento. Ha sido bonito esperar a mi cumpleaños. ¿Estas completamente segura de que quieres renunciar de manera unilateral a ser tocada entre tus piernas? No habrá vuelta atrás. Nunca volverás a pensar en ello, a desearlo o a imaginarlo— preguntó Galatea, mirando los pechos siempre arrogantes de su amiga.

—Sí, estoy segura— contestó con seguridad Irma, denotando aplomo con el tono que usó.

—Bien. Una vez resuelta esa cuestión, dediquémonos a cuestiones prácticas. Vamos a ir a un motel. A hacer el amor. A disfrutar plenamente de tu cuerpo. Me otorgarás todo el placer que desee. Hoy y siempre desde ahora— insistió Galatea con la mirada recorriendo todo el cuerpo desnudo de Irma.

—Sí, te otorgaré todo el placer que desees. Sin contrapartidas o exigencias por mi parte— afirmó Irma. Había estado mucho tiempo meditando sobre esas palabras.

Irma esperaba que las manos se acercasen a los pechos, pero fueron a su espalda y se deslizaron hasta apretar las nalgas y comprobar su firmeza, evaluando la redondez y las formas. Faltas de costumbre, las manos firmemente ancladas a la nuca estuvieron a punto de separarse del cuello. No solía tocarla tan abajo.

—¿Has movido las manos? — preguntó Galatea. Irma afirmó levemente con la cabeza mientras notaba un pellizco en la nalga izquierda justo en su centro.

—No te castigaré esta vez por tu sinceridad, pero debemos mejorar hasta que ese tipo de pensamientos desaparezca— dijo Galatea mientras desde atrás levantaba los pechos de su esclava. Irma no se movió. Era una demostración de lo que debían conseguir para el resto del cuerpo.

Se oyó el chasquido. Irma bajó los brazos. Queriendo comprobar la disposición de su amante, Galatea acarició un pecho. Irma, sin dudas, se colocó en la postura con los codos atrás y los ojos cerrados. Le costó mover los brazos hacia arriba. Había estado tanto tiempo en la posición que se relajó de cansancio. Ahora notaba que no aguantaría mucho. Galatea notó los temblores y dio otro chasquido.

 —Vamos a mi habitación a buscar algo de ropa. Salgamos por ahí.

Irma acompañó a Galatea, vestida únicamente en su cordel. Cogidas de la mano. Una chica desnuda y otra vestida. Existía cierto peligro si los padres de Galatea estaban en casa. Irma no lo sabía. El frescor y la excitación endurecieron más, si cabe, los pezones de Irma. Al llegar a la casa, --había unos trescientos metros desde el cobertizo-, Galatea se llevó el dedo índice a los labios para indicarle que no hablase. Le apretó el culo como señal de aprobación.

Sin incidencias, llegaron a la habitación. Había dos vestidos preparados. El negro era evidentemente para Irma. Corto y sexy. Cuando observó que Galatea lo cogía, Irma cerró los ojos y se preparó para que le fuera colocado. Esperó con los ojos cerrados. Galatea le puso también unos tacones. Y un collar.

Cuando oyó el chasquido y abrió los ojos, su ama llevaba un vestido rojo con una raja al lado derecho.  Por lo demás era un vestido formal. Sugerente. Se miró en el espejo. El suyo era ajustado. Tan ajustado que los pechos quedaban enmarcados sin posibilidad de ser disimulados. Las piernas se mostraban desnudas y realzadas por los tacones negros y elegantes. Se estaba acostumbrado a ellos. En casa, si estaba sola los llevaba. Éstos eran más altos e incómodos que los que había usado. Nunca había salido a la calle con zapatos de tacón alto. Una nueva inquietud se apoderó de ella. Galatea vino a confortarla.

—Te sientas estupendamente. Piernas, culo y pechos. Todo va a quedar ensalzado. Te lo prometo. Tienes un cuerpo maravilloso y perfecto. Y me pertenece. Quiero presumir de él. Exhibirlo. Mostrarlo con orgullo— le dijo con tono sugerente y afirmativo.

Irma no supo que decirle. El cordel entre sus piernas era el quebradero de cabeza. Su atadura a la tierra. Deseaba ser penetrada. Verse en el espejo así de atractiva y sexy... y no poder disfrutar. No había escapatoria.

—Vamos, silenciosa— conminó Galatea.

En cuanto Irma se movió notó como los pechos bamboleaban. Mucho más de lo habitual. Estos tacones obligarían a mover más las caderas, la cintura y los senos. Bajó con cuidado las escaleras, agarrada del brazo de su amante, cómoda en sus zapatos planos. Fueron a despedirse de los padres de Galatea. Así que estaban en casa. Enrojeció al presentarse de esa guisa ante ellos.

Cogieron un taxi. Al entrar, -casi instintivamente-, Galatea le tocó el glúteo apreciando su forma y firmeza. Sólo el entrenamiento impidió que Irma diese un respingo. Al sentarse, el vestido resultaba demasiado corto para tapar el trasero del todo. Una parte debía estar haciendo contacto con el asiento, sucio del continuo ajetreo. Los pechos no habían parado de anunciarse. Era una nueva experiencia. Acostumbrada a la inmovilidad, debería habituarse al trajín de las oscilaciones.

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