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Los chicos de la comparsa

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Integrando una comparsa de samba de carnaval, un grupo de chicas nos complotamos para aprovecharnos de la calentura que por nosotras tenían unos de los chicos de la batería.

Algo menores que nosotras, aquellos chicos eran unos verdaderos bomboncitos masculinos, pero dueños de una "burrez" asombrosa.

Nosotras, bailarinas de la comparsa y dueñas de esculturales figuras, los teníamos por demás calientes, y día a día aquellos chicos hervían más y más por nosotras.

Entonces, fue cuando un día, nos reunimos aparte siete chicas, y cocinando entre todas nosotras un plan bien cochino, decidimos capturar a aquellos siete chicos que estaban ardiendo por nosotras, y agarrarlos para divertirnos con ellos.

Ellos, que eran sólo calentura pura y nada de inteligencia, resultaron fácil presa para nosotras. Los llamamos aparte para hablarles y proponerles formar un grupito para tener sexo orgiástico, y entraron como caballos los muy animalitos!!!

Obviamente que les pusimos condiciones donde nosotras seríamos las dominantes absolutas si ellos querían tener sexo con nosotras, y sin pestañar, aceptaron absolutamente todo... todo-todito. ¡Jajaja!!!

Nosotras, éramos muchachas con más de veinte años todas, pero ellos, eran chicos de 18 apenas.

Comenzamos aquellas primeras orgías sumergiéndolos en avalanchas de placeres que los volvíamos como locos de placer haciéndoles sentir unos orgasmos de mil maneras distintas y disfrutando también nosotras de aquellas virilidades que en ellos eran como de bestias más que de humanos. Eso, mas todavía nos encendió a todas en ese deseo cochino por aprovecharnos de sus inexperiencias, y todas nos divertíamos haciéndoles cualquier cosa que ellos -dada la condición que les habíamos previamente impuesto-, debían aceptar si querían seguir gozando de aquella cosa. Aceptaban... ¡todo!

Solíamos montarlos completamente desnudos y pasear acaballadas en ellos hasta cansarlos bien cansados para luego hacerles el amor así bien agotados haciéndolos sentir de esa manera orgasmos más atroces, y aquellos chicos eran juguete de nosotras.

Los hacíamos lamernos los pies, la concha y el culo, axilas, tetas y cuerpo entero, y cada vez más, más y más aquello seguía esa vorágine donde los teníamos a nuestros pies.

En los ensayos astutamente los encendíamos atrozmente moviéndonos de manera que los excitábamos inmensamente, para luego salir con ellos hacia esas orgías donde nos divertíamos como puercas con sus calenturas de chicos bestias.

Nos tragábamos sus inmensas vergotas y les devorábamos sus ríos de leche que nos acababan como caballos, y cada vez, los abusos de nosotras sobre ellos, crecían más, más y más. Tanto, que un día nos protestaron y se armó entre nosotras y ellos cierta discusión, pero hábilmente supimos controlar las cosas, convenciéndolos para que aceptaran las cosas como eran, y aunque a regañadientes lo aceptaron, quedó aquello como antecedente.

Nos enteramos después que ellos habían estado comentando que nosotras éramos demasiado abusadoras con sus cuerpos, y rápidamente nos reunimos nosotras para hablarlo, y sin demoras, resolvimos trazar una estrategia. Una estrategia en la cual, lejos de aflojarles, los apresaríamos todavía más.

Y fue en aquella ocasión cuando concurriendo con ellos a una orgía que haríamos allá en un alejado establo abandonado en las afueras de la ciudad, luego de excitarlos de manera atroz encendiéndolos como hogueras eróticas, los maniatamos a los siete así completamente desnudos más que obvio, y comenzamos a enloquecerlos a cosquillas y cosas, montarlos y mamarlos, para que en un momento de tregua y descanso teniéndolos maniatados y desnudos, comenzamos a andar por un lado y otro de aquel establo curioseando por todas partes, cuando una de las chicas, revolviendo en unos estantes, encuentra aquellas cajas que al leerlas, descubre que las mismas contenían ampollas con un poderosísimo excitante sexual para inyectarles a los equinos antes de juntarlos con las yeguas para obtener de ellos máximo rendimiento con varias yeguas en una sola jornada. A los gritos la chica que eso descubre nos llama a todas para eso mostrarnos, y las risas de todas, van transformándose en carcajadas. Ellos -los chicos-, curiosos se acercaron para saber de qué se trataba, y nosotras, entre risitas y mirándonos...no les decíamos nada, pero ante la insistencia de ellos, una de nosotras, riéndose les dijo qué cosa era aquélla, y un silencio breve, se hizo allí. Enseguida, todas comenzamos a soltar risitas, a mirarlos y hacerles las más cochinas miraditas con morisquetas, sacándoles la lengua. Ellos, mirándonos y mirándose, entendieron.

Y aterrorizados, nos preguntaron con desesperación:

-¿No... no estarán pensando inyectarnos a nosotros con esa cosa, verdad???

Colorada de vergüenza por el cinismo de lo que estaba ya pensando, la que respondió, así expresó con la más puerca de las risitas:

-¿Y por qué no? las risitas, brotaban en unas y otras, mientras en ellos, la desesperación afloraba atroz. Recordemos, que estaban todos... maniatados.

-¡NOOO... no, chicas... noooo por favoooor noooo!!! -Exclamó casi llorando uno, y otra le retrucó de inmediato:

-¿Y por qué no???¿Acaso tienen miedo? ¡Maricones!!! Y explotó la discusión más airada entre ellos, y nosotras:

-¡Nooo!!! ¡Esa cosa es para caballos y nosotros no somos caballos, somos chicos humanos y es una crueldad hacernos eso!!! -dijeron-

-¿Por qué va a ser una crueldad, por qué??? Le gritó una de nosotras, y ya la discusión comenzó a los gritos y con ellos ahí completamente desnudos y maniatados discutiendo desesperados y nosotras riéndonos y discutiéndoles con cinismo despampanante.

Por gusto decidimos sólo entendiéndonos con nuestras miradas, hacerlos rabiar bastante, calentarlos, manejar los argumentos más puercos, para hacerlos rabiar más, más y más...

Maniatados y desnudos pataleaban desesperados discutiendo y negándose a aceptar ser por nosotras inyectados con aquello, y nosotras nos reíamos cínicamente y manejando argumentos que los íbamos acorralando y desesperando todavía más, y aquellos era una discusión donde ellos no tenían ninguna calma y se desesperaban como locos y comenzaron a correr desesperados y sin sentido tratando de escaparse cosa que era inútil, ya que los corríamos y atrapábamos enseguida, comenzando allí una especie de cacería donde los corríamos y capturábamos, para amarrarles también los pies, dejándolos a cada uno atados de pies y manos para correr a los que aún no habíamos capturado, hasta capturarlos a todos.

Nos insultaban y lloraban, nosotras nos reíamos a carcajadas y comenzamos todas a bailar burlonamente grotescas bailando brazos en alto en torno a ellos ya atados de pies y manos ahí todos juntos en un lugar done había pasto y se revolcaban desesperados.

Así, en ese entorno, comenzamos a toda velocidad a prepararlo todo para empezar a inyectarlos, y aquellos chicos parecían enloquecer de la desesperación revolcándose y llorando y gritando como marranos, mientras una, riéndose, iba y los cosquilleaba toqueteándoles las bolas y el chorizo.

Todo había allí pronto para inyectar: ampollas, jeringas, agujas... ¡todo! Lo aprontábamos todo con máxima rapidez y riéndonos, y ellos gritaban y lloraban revolcándose desesperados mientras nuestra amiga corría de uno en otro manoseándolos, y algunos se incorporaban como podían y comenzaban desesperadamente a tratar ridículamente de disparar de aquello, dando saltitos como gorriones así con los pies amarraditos y las manitos atadas atrás. ¡Nos largábamos las carcajadas viéndolos ir dando saltitos así desnuditos y la verga saltándoles en cada saltito! Jajajaja!

Uno a uno los agarramos y los fuimos sujetando para inyectarlos, y la desesperación de esos chicos era cosa de locura!!!

Una ya sostenía la jeringa ya prontita... bien llenita... con la aguja ya prontita...y mientras tres o cuatro lo agarraban al que iba a ser inyectado, la que lo iba a inyectar, lo miraba con la morisqueta más burlona mirándolo y sacándole la lengua, para así... inyectarlo bien despacito... despacito... pasándole adentro, todo aquel calientacaballos. Y soltando todas las carcajadas, salíamos ya corriendo a capturar al siguiente, en medio de aquella locura desesperada de ellos que andaban dando saltitos por un lado y otro, llorando y gritando, sacudiendo la cabeza y suplicándonos piedad.

Uno tras otro, corrieron la misma suerte. ¡Los siete!

Y entre el tronar de nuestras femeninas carcajadas estridentes y los gritos de ellos que ya comenzaban a experimentar en sus cuerpos los primeros efectos de aquella droga, comenzaba allí una nueva etapa en aquella cosa donde las orgías... ahora irían a ser cosa como verdaderamente del mismísimo infierno erótico para ellos, y de alocada felicidad lujuriosa para todas nosotras.

Ahora sí, la locura comenzaba a tocarles el timbre en la puerta de sus masculinos cuerpos! (Continuará).

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