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Me la señaló un setter irlandés

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Años atrás, terminada la tarea del día, hice una escapada a la playa del hotel, en la costa argentina, para disfrutar un chapuzón y los últimos rayos del sol. A la tarde del día siguiente volvía a Buenos Aires y a la cotidianidad.

Celular, Nokia – de alto rango tecnológico para la época - con cámara digital incorporada recién adquirido, en mano, tenía intención de tomar una foto del mar, azul y calmo, de ese día. Me distrajo el aproximarse de un hermoso perro setter rojo caramelo que, casi metió su hocico, entre la zanja de un precioso culo, de una mujer tomando sol, acostada boca abajo, a menos de 4 metros.

-¡Pupi!! ¿Qué haces? ¡Vamos!!!- gritó el dueño del setter y, éste, siguió correteando por la arena hasta desaparecer.

El instante quedó grabado en mi móvil e, impensadamente, me fue de mucha utilidad.

Minutos más tarde descubrí que el precioso culo olfateado pertenecía una mujer, madura, grata a la vista, silueta espigada, seno respingón de tamaño justo, extremidades inferiores interminables y bien torneadas, facciones agradables, el cabello negro largo liso, los ojos color negro intenso.

Se sentó, en la loneta, torciendo la boca como con ligera repugnancia y manoteó una lata de gaseosa que tenía a su lado. La dejó con fastidio (estaba vacía).

“Vi luz y subí” en realidad me le acerqué, trago largo en mano:

-¿Le puedo ofrecer un poco de mi coca, para borrar esa fea mueca de su cara?

Titubeó, antes de aceptar con un “gracias” escueto. Bebió un par de sorbos y:

-¡Que agradable bebida! ¿Coca con qué?

-Con Amaretto. ¡Qué bueno que le gustó!

-¡Muy rica! La primera vez que la pruebo. Muchas gracias.

-No hay de qué. El agradecido soy yo: ahora tengo dos lindos souvenirs suyos.-

-¿Dos quéee?

-Recuerdos

-¿Serían?

-Uno, la marca de rouge de sus lindos labios en este vaso, me lo voy a quedar-

Se ruborizó, levemente:

-¡Qué tontería! ¿Y el otro?

Metí dedos en el celular hasta recuperar, en su pequeña pantalla, la foto de sus glúteos y el setter.

Miró, intrigada, luego incrédula al reconocerse y por lo insólito de la escena.

Ahí su rubor se fue “a las estrellas”.

-¡No te puedo creeerrrr!!! ¿Vos, vos... me sacaste esa foto horrible?- me tuteó para censurarme.

- A mí me encanta lo que veo y lo del perrito es… simpático, él también tiene buen gusto-

Intentó seguir reprobándome pero más pudo su ego y envanecimiento por mi adulación: suavizó su expresión, nos dijimos los nombres y pasamos a charlar de generalidades, luego sobre nosotros, nuestras ocupaciones – ella también estaba de paso por trabajo-, nuestras familias, y parejas, Yo no disimulé mi admiración por ella.

A la hora de volver al hotel:

-¿Cenamos juntos, Alicia?

-¡Dale! A las nueve ¿Te parece, Julio?

Bajó vestida y arreglada como para provocarle erección a una momia egipcia. Ni hablar la que me provocó a mí.

Durante la cena, con intención, veladamente, luego inmoderadamente, no dejé de decirle lo mucho que me agradaba y las “ganas” que le tenía.

-Sos mucho más joven que yo, Julio. Buscate una para tu edad... además no hay solteros en esta mesa… no es justo ni permitido imaginar eso.

-El único obstáculo para vivir los sueños es el temor a vivirlos. No seas pusilánime, tu ojos te delatan, animate al placer.

-Mis ojos, nada. En casa me espera mi marido y a vos tu esposa ¿Romina dijiste? ¿Con que cara los vamos a mirar?

-Con nuestra mejor cara de “todos los días”

-¡Ahiiii, Julio sos de lo peorrrrr!!!!

Apurada la cena, postre y cafecitos, subimos. En la puerta de su cuarto, cedió al deseo erótico y me dejó entrar.

Comenzamos con los besos y toqueteos de rigor. Me encantaron esos segundos entre cada beso con sus ojazos bailando por mi cara.

Se separó, desabrochó los botones de su blusa, se deshizo de ella, pollera y zapatos, volvió a acercarse y me comió la boca:

–¿Qué hacés aún vestido? –

La emprendió con mi camisa – soltados dos botones, voló cuello arriba- y mis pantalones - los dejó en mis tobillos- me tiró del cuello sobre la cama y sobre ella entre sus piernas abiertas. Le quité el corpiño y me “ensañé” con sus tetas, con dedos y boca. Ya urgido, con erección descomunal, me puse de rodillas, para terminar de quitarme los pantalones, slip y zapatos, puse pies en el suelo y manos en la bombacha para dejarla desnuda y regresé. Ella preparó mi verga para que se la metiese.

Se la metí. Percibí leve resistencia interna, pero Alicia le hizo lugar, hasta el fondo, al trozo de carne dura invasor, con un pequeño murmullo ininteligible que salió de sus labios, mientras empujaba su pelvis hacia mí. Me detuve dentro de ella, al sentir como sus paredes vaginales se contraían y apretaban una y mil veces mi miembro… Lo moví lentamente de adentro hacia afuera y viceversa, primero despacio, con ritmo sostenido después, hasta que comenzamos a coger salvajemente, yo encima de ella, después de costado, luego ella en cuatro y finalmente de nuevo en pose misionero, por supuesto sin preservativo

Alicia no se contuvo de exteriorizar, a viva voz, que la estaba pasando de maravillas.

-Si no te gusta, te la saco. Dejá de gritar parece que te estoy matando. Los otros huéspedes te van a escuchar…-

-No por favor… seguí, seguí… me callo... seguí… seguí… daleee-

Controló un poco la incontinencia verbal hasta que, cuando alcanzó el epílogo, no pudo evitar casi gritarlo. Ronroneó al recibir la erupción de mi semen en su intimidad.

Ya distendidos con los apetitos carnales, momentáneamente, satisfechos, ella pareció sufrir un ataque de remordimiento por la transgresión compartida:

-¡Qué me iba a imaginar yo, adornarle la frente a mi marido con un pendex! A mis 40 largos años cogiendo con un pibe de 30 y pocos. Es un dislate -

-Un disparate es lo que estas disfrutando y me haces disfrutar a mí.-

Sus ojazos bailaron otra vez por mi cara y se clavaron en los míos:

-¿No pretenderás seguir con esta barrabasada? Mañana hay que trabajar.

No tuve que pedírselo con ruegos.

Conversamos, nos contamos intimidades y reímos mientras yo disfrutaba su piel suave, olía su desnudez. Nos re-encendimos y me aboqué a besar y lamer su carne, sus bien torneadas piernas, su vulva, su vientre plano, sus senos con pezones erectos, su cuello de porcelana, sus labios encendidos. Mi miembro, de nuevo tenso, volvió a penetrar su vagina y cogimos, desaforadamente, por segunda vez esa noche.

A despecho de que lo primero que me atrajo fue su culo, no me atreví a pedirle sexo anal.

Nunca más volví a verla, sin embargo, su recuerdo me estremece el ánimo.

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