Nuevos relatos publicados: 16

La reeducación de Areana (15)

  • 16
  • 11.366
  • 9,33 (12 Val.)
  • 2

Al día siguiente Amalia y Elena disfrutaban otra vez de sus perras.

-¿Cuál querés? –preguntó la dueña de casa y Elena, luego de pensar por un momento, dijo:

-A mi amiguita. –y emitió una risa burlona.

-Bueno, putas, desnúdense. –les ordenó Amalia al par que invitaba a Elena a desvestirse entre ambas, tarea que hicieron mientras se besaban apasionadamente en la boca una y otra vez.

Ya sin ropas, ambas subieron a la cama y quedaron allí de pie.

-Aquí, putas, trepen y vengan a nosotras. –ordenó Amalia y las perras obedecieron de inmediato.

Amalia les ordenó entonces que se arrodillaran a espaldas de ella y de Elena. Cuando ambas perras estuvieron en el lugar indicado, Amalia les dio otra orden:

-Chúpennos el culo, putas. ¡Vamos! Pongan a trabajar sus lenguas y más vale que lo hagan bien o haré que se arrepientan.

Elena le sonrió a Amalia, encantada con la idea y se estremeció al sentir primero las manos de Eva entreabriéndole las nalgas y de inmediato su lengua en el diminuto orificio.

Idéntica sensación experimentó Amalia y a partir de allí ambas dóminas gozaron de esas lenguas que lamían y cada tanto hacían sentir la presión de sus puntas en la diminuta entradita posterior.

De pronto Eva rodeó con su brazo derecho la cadera de Elena y comenzó a acariciarle la concha.

-Síiiiiiiiiiiiiiiii!!! ¡¡¡Sí, grandísima perra puta!!!... Así… ¡¡¡Asíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!! –la alentó Elena y entonces ella, sin dejar de lamer, entrebrió los labios externos de esa vagina que había a comenzar a verter flujo y hundió allí dos dedos, para después moverlos hacia atrás y hacia delante una y otra vez y enseguida sumar el pulgar en la estimulación del clítoris. Ante semejante goce que le daban esa lengua en el culo y esos dedos en la concha, Elena no cesaba de gemir, jadear y gritar como un animal hembra en celo. Amalia, al advertir lo que estaba haciendo Eva, le ordenó a Areana que la imitara y entonces, poco después, ambas dóminas caían sobre la cama estremecidas por sendos orgasmos a cual más intenso y prolongado. Mientras tanto, Eva y Areana jadeaban excitadas y ansiosas, sin atreverse a pedir lo que anhelaban, pero rogando interiormente que Amalia y Elena las hicieran gozar y las libraran, así, de la dolorosa tensión que las atormentaba.

Pero nada de eso ocurrió. Por el contrario, después de reponerse, Amalia bajó de la cama seguida por Elena y les ordenó a madre e hija que hicieran lo mismo. Con ambas en cuatro patas ante ella les dijo:

-Vístanse que las llevamos a su casa, perras.

-Sí, señora… -mumuró Eva, dolida y sintiendo que había empezado a mojarse.

Algo más tarde, ya en el departamento de las perras, ambas debieron volver a desnudarse y a ponerse en cuatro patas. Entonces Amalia les dijo:

-Óiganme bien, putas. Mañana comenzarán a recibir visitas. Puse un aviso sobre ustedes, ofreciéndolas, y ya tengo muchos pedidos, así que váyanse preparando. Voy a hacer que Milena se instale acá para que reciba a las damas y damitas que vengan y más vale que ustedes se comporten como corresponde, putas, porque de lo contrario Milena se ocupará de corregirlas. Ustedes duermen juntas y vos, Eva, le dejás tu cuarto a Milena. ¿Está claro?

Ambas asintieron y fue Eva quien se atrevió a preguntar:

-¿Puedo… puedo hablar, señora?...

-Sí. Ladrá nomás… -la humilló Amalia.

-Estamos… estamos muy excitadas… ¿Podremos… cogernos, señora?...

Amalia lanzó una carcajada y dijo:

-¡Qué putas que son! ¡Qué putas! –y volvió a reír, esta vez acompañada por Elena, que inclinándose hacia Eva le dijo con tono burlón:

-Ay, qué amiga más puta tengo…

Entonces intervino Amalia:

-Díganlo, quiero escucharlas a las dos diciendo lo putas que son.

Ambas sumisas tragaron saliva, dispuestas a soportar cualquier humillación con tal de conseguir el permiso para cogerse, y Eva dijo:

-Somos… somos muy… muy putas…

-Sí… -murmuró Areana. –Somos muy putas…

-¿Las más putas de todas las putas? –preguntó Elena.

-Sí, señora Elena… -aceptó Eva. –Las más putas… de… de todas las putas…

-¿Quiénes son las más putas de todas las putas? A vos te lo pregunto, pendeja…

-Mi… mi mamá y yo… -aceptó Areana sintiendo que sus mejillas ardían de vergüenza y su concha era ya un torrente de flujo.

Amas dóminas se miraron sonrientes y complacidas y Amalia dijo:

-Bueno, putas, tienen mi permiso para cogerse, como buenas depravadas que son, y estén listas para recibir a Milena esta noche, a eso de las nueve. Ahora salúdennos como corresponde. –dijo Amalia y ambas sumisas besaron su mano y la de Elena y al quedar solas se miraron y fueron en cuatro patas una hacia la otra, jadeando de calentura, hambrientas de sexo. Ya frente a frente, Eva derribó a su hija al piso, donde quedó de espaldas y ambas comenzaron a besarse, a acariciarse con manos crispadas, a morderse, a buscarse las bocas, a capturarse los pezones para estirarlos y retorcerlos hasta escucharse gemir primero y enseguida gritar de dolor y placer. Los culos fueron enseguida el objetivo de ambas y los dedos partieron, raudos y precisos, bañados en saliva y penetraron por el estrechísimo sendero, primero uno y luego dos y todo fue el ir y venir de esos dedos y fue jadeos casi animales y cuerpos encendidos y en un tiempo sin tiempo otros dedos en otros senderos húmedos y de inmediato torrentes y pronto los cuerpos tensos y después estremecidos en violentas convulsiones interminables en medios de gritos y expresiones obscenas de la madre hacia la hija y de la hija hacia la madre estrechamente abrazadas y putas, cada vez más putas y cada una sabiéndolo y entregándose a su destino.

………….

Milena creyó estar soñando cuando Amalia le comunicó que a partir de esa noche debía instalarse en el departamento de Eva y su hija y ocuparse de organizar todo con las visitas.

-Señora, ¿puedo hacerle una pregunta?... –dijo con el corazón latiéndole aceleradamente.

-Claro que sí. –concedió Amalia.

-¿Voy a poder tener sexo con ellas?...

Amalia rió y dijo:

-Pero claro que sí, Milena, y además te autorizo a que actúes a tu aire con las visitas.

A la chica se le iluminó el rostro y preguntó, exultante:

-¿Van a ser muchas las… las visitas, señora?

-Sí, tengo la agenda completa por dos semanas, con tres visitas al día y te adelanto que vas a encontrar de todo, viejas, maduritas, nenas, ¡de todo!

-Ay, señora, me estoy mojando… -ronroneó Melina y Amalia dijo entonces, presa de una súbita excitación:

-Vení, perra en celo… vení… -y Milena fue, claro, con ese andar lento que le gustaba para ir hacia la patrona, balanceando las caderas y con un dedo en la boca, provocativa.

Amalia le rodeó la cintura con un brazo mientras con la otra mano le sobaba las tetas desnudas bajo la musculosa, luego le quitó el dedo de la boca para meterle un dedo suyo y le murmuró al oído:

-Seguime en cuatro patas, perrita puta… -y antes de iniciar el camino hacia el dormitorio deslizó lentamente su lengua por el cuello de la joven, que se estremeció de pies a cabeza y se puso en cuatro patas, ya empapada.

Una vez en la cama y ambas desnudas, Amalia hizo que Milena se pusiera boca abajo, exhibiendo entonces sus hermosas nalgas, redondas y firmes.

Amalia comenzó a acariciar esas tentadoras redondeces mientras Milena gemía y suspiraba.

-Estoy recordando algo… -dijo Amalia de pronto, sin dejar de deslizar su mano derecha por el trasero de su asistente.

-¿Qué, señora?...

-Que hace bastante tiempo que no te hago sentir un lindo chiche en este hermoso culo que tenés…

-Mi culo es suyo, señora, y usted lo sabe… -ronroneó Milena pegándose a Amalia. –Sabe que puede hacer lo que quiera con mi culo…

-Ponete en cuatro patas, nena, quiero sentir tus nalgas contra mi vientre…

-Mmmmmhhhhhhhh, síiiiiiiii, señora, aquí tiene mis nalgas… -murmuró Milena mientras obedecía cada vez más excitada. Amalia estuvo un rato frotando su vientre contra ese culo que se le ofrecía, hambriento de goce, y luego tomó del cajón de la mesita de noche el pote de vaselina y su dildo doble con arnés de cintura. Untó el ariete delantero suficientemente mientras los ojos de Milena brillaban de lujuria. Se introdujo el dildo posterior en la vagina, ya bien mojada, se ajustó el arnés y empuñando el poderoso ariete dijo con voz algo enronquecida por la calentura:

-Tiene hambre tu culo, ¿eh, putita?...

-Ay, sí, señora Amalia… Dele de comer… por favor… -murmuró Milena mientras se tocaba la concha, que manaba flujo…

Amalia untó con un poco de vaselina la diminuta entradita y luego dirigió hacia ella el dildo. Milena gemía mientras el ariete se le iba metiendo poco a poco y entonces, en un alarde de crueldad, Amalia sujetó firmemente por las caderas a la joven y de un solo envíón metió el dildo entero, provocando en Milena un violento corcovo y un grito de dolor que la sádica dómina acompañó con una carcajada. Segundos después el dolor comenzó a ceder mientras Amalia se echaba hacia delante, apoyando sus tetas en la espalda de Milena y apresándole las ubres con dedos crispados que comenzaron a martirizar los pezones, estirándolos y retorciéndolos hasta que la joven se puso a gritar:

-¡¡¡Aaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyyy, noooooooooooooooo!!!... ¡¡¡Síiiiiiiiiiiiii, sí señora, síiiiiiiiiiiiiiiiiaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!... ¡¡¡Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, señora!!! ¡¡¡ Soy suyaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!! ¡¡¡Hágame

dolerrrrrrrrrrrrrrrrrrr!!!

Amalia estaba ardiendo y seguía con la tortura de pezones al par que hacía avanzar y retroceder el dildo con violencia, ganada por un deseo de supliciar sádicamente a esa perra que le demostraba todo su nivel de emputecimiento. Milena no dejaba de gritar roncamente. Había comenzado a estimularse el clítoris y era toda ella un fuego abrasador. Temblaba y balbuceaba frases ininteligibles mientras movía sus caderas acompañando las embestidas del dildo que la martirizaba voluptuosamente. Por fin, producto de la gran experiencia de Amalia, ambas llegaron simultáneamente al orgasmo y se derrumbaron entre espasmos, gemidos, jadeos y palabras obscenas. Muy poco después dormían profundamente.

………….

Milena lucía radiante cuando esa noche recibía de Amalia las últimas instrucciones antes de partir hacia el departamento de Eva.

-Confío en vos, Milena. Tenémelas bien cortitas a esas dos putas. Les ordené que estuvieran esperándote a las nueve de la noche y acordate de que vos te instalás en el cuarto de la cachorra. Las dos perras duermen juntas en la habitación de Eva y ahí reciben a las visitas.

-Entendido, señora, no se preocupe.

-¿Llevás el rebenque por si hace falta?

-Claro. –dijo Milena con un brillo especial en sus ojos.

-Yo voy a ir cada dos o tres días.

-Mandé al mail de Eva la agenda digital con las visitas día por día, así que en cuanto llegues revisala y te ponés al tanto.

-Esta bien, señora. –dijo Milena y recibió de la dómina un apasionado beso en los labios a manera de despedida.

Media hora después, la joven entraba con su maleta y un bolso pendiendo de su hombro izquierdo al departamento de las perras, que dormían abrazadas estrechamente en la cama de Eva. Al verlas, sonrió perversamente y se detuvo en la puerta del dormitorio. Depositó silenciosamente en el piso el bolso y la maleta y de ésta extrajo el rebenque, que empuñó con firmeza mientras se acercaba sigilosamente a la cama. El azote las despertó sobresaltadas, con el miedo agrandando sus ojos.

-¡Arriba, perras desobedientes! ¡¿Qué les ordenó la señora Amalia?! ¡Que me esperaran a las nueve de la noche! –gritaba Milena mientras seguía pegándoles y las pobres, aterrorizadas, trataban en vano de esquivar los rebencazos mientras balbuceaban frases ininteligibles. Por fin a la joven se le cansó el brazo y el castigo cesó. Amas sumisas sollozaban echadas boca abajo en la cama y en sus cuerpos se veían las marcas rosadas que el rebenque había dejado.

-¡Al piso, perras de mierda! –ordenó Milena. -¡Al piso en cuatro patas! –y así las tuvo de inmediato.

-¿Dónde tienen la computadora? –preguntó, ansiosa por ver esa agenda que le había mencionado Amalia.

-En mi cuarto, señorita… -murmuró Areana.

Ya ante la computadora y con ambas perras a sus costados, Milena preguntó por la contraseña del correo. Eva se la dijo y segundos después se abría la bandeja de entrada. Milena sonrió, malévola, al advertir el mail de Amalia con archivo adjunto.

-Bien… bien, perras, veremos que les espera a partir de mañana. -dijo y abrió el mail y enseguida el archivo adjunto con la agenda de visitas.

-Entérense, putas, estarán ocupadas durante los próximos diez días. Mmmmhhhhhhh, vamos a ver… vamos a ver… -y la joven iba observando la agenda día por día. Había días de tres visitas y otros de cuatro. Constaba el nombre de la visita, su edad y el horario. Las había de todas las edades, señoronas bien entradas en años, mujeres maduras y jóvenes e incluso hasta adolescentes. Milena imprimió el Word y lo guardó en su bolso. Luego llevó otra vez a las sumisas al dormitorio de Eva, dejó en el cuarto de Areana su bolso y su maleta, para instalarse allí más tarde y les dijo:

-Bueno, perras putas, a partir de mañana van a recibir visitas todos los días. Mujeres que vendrán a gozar de ustedes y espero que se porten muy bien con todas y hagan y se dejen hacer lo que las damas y damitas quieran. ¿Entendieron, perras?

-Sí, señorita Milena. –fue la respuesta de ambas sumisas.

-Bien, ahora échense en la cama que ya vengo, putas. Van a tener que quitarme la calentura. –dijo Milena y volvió a la otra habitación para poner sus cosas en el placard. Había sitio y pudo acomodar sin inconveniente su ropa y su calzado. Después regresó a la habitación de Eva y sin decir palabra, pero mirando fijamente a ambas sumisas desnudas y con sus collares, se quitó las zapatillas, la breve minifalda de jean, la musculosa, la tanga y el corpiño y exhibió ante ellas su magnífico cuerpo. Subió a la cama y les dijo a ambas sumisas:

-Van a trabajar con sus lenguas, putas pervertidas. Vos, perra vieja, arrodillate detrás de mí y vos, pendeja, acá, adelante. Con el culo en los talones y a chuparme, y pobre de ustedes si no lo hacen bien. ¡Vamos!

Ambas sumisas obedecieron de inmediato y comenzaron a trabajar con sus labios y sus lenguas. Eva en el culo de Milena y Areana en la concha. La joven comenzó enseguida a gemir y a temblar de pies a cabeza. Eva lamía esa diminuta entrada y cada tanto lanzaba su lengua como un ariete, mientras su hija, tan excitada como ella, deslizaba su lengüita una y otra vez por ambos labios internos y a veces apresaba entre sus labios el clítoris, sorbiéndolo para después lamerlo y abandonarlo por unos segundos para hundir su lengua en el orificio vaginal. Milena jadeaba como animal hembra en celo. Sentía que sus piernas vacilaban mientras Areana bebía con avidez el abundante flujo que manaba de esa concha estremecida de intenso goce. De pronto, la asistente lanzó un grito y se derrumbó sobre la cama disuelta en un orgasmo tan violento como interminable. Madre e hija se miraron y sin pensarlo se arrojaron una contra la otra, ardiendo. Estaban comiéndose a besos estrechamente abrazadas cuando Milena, ya repuesta, les gritó:

-¡¿ Qué hacen, perrras?! ¡¿Cómo se atreven a cogerse sin mi permiso?!

Ambas se separaron con el miedo reflejado en sus ojos y balbucearon al unísono una disculpa inútil. Milena fue en busca del rebenque y volvió de inmediato para ordenarles a Eva y a su hija que se arrodillaran junto a la cama y se inclinaran sobre ella. Una vez en esa posición miró durante algunos segundos esos culos indefensos y listos para el castigo. Amplio, casi gordo pero firme el de Eva; delicioso, pequeño y redondito el de Areana y en ese culito descargó el primer rebencazo que hizo corcovear a la niña. Volvió a pegarle y esta vez Areana gimió de dolor mientras movía sus caderas de un lado al otro. El tercer azote fue para Eva y con tal fuerza que la pobre gritó y volvió a gritar cuando Milena le dio un segundo rebencazo. Habían sido treinta los azotes recibidos por cada una de las esclavas, que exhibían sus culos  colorados cuando Milena dio por terminado el castigo, o mejor dicho, la primera parte del castigo, porque aún tenía algo en mente. Hizo que Eva y su hija se tendieran de espaldas en la cama y cuando las tuvo así les ordenó que se masturbaran. Ninguna de las dos perdió el tiempo, pese al asombro que les provocaba semejante orden. Se masturbaron frenéticamente, hundiendo sus dedos en la concha y el culo, alternativamente. Jadeaban presa de la calentura y cuando Milena advirtió que Eva estaba por acabar la detuvo con un grito: -¡Basta, putas! Y con un fuerte rebencazo en el vientre. Eva lanzó un grito ronco que expresaba su dolorosa frustración mientras Milena hacía lo mismo con Areana, al darse cuenta de que la niña también estaba a punto de correrse. Ambas respiraban agitadamente, desesperadas, y entonces la asistente las hizo tender boca abajo en el piso y fue en busca de su bolso de mano en el que había traído algunos elementos de dominación. Extrajo dos pares de esposas y se las colocó a madre e hija sujetándolas a distintas patas de la cama.

-Así se quedan, putas de mierda, ardiendo de calentura y sin poder hacer nada, por insolentes. –les dijo y se retiró para volver a analizar la agenda de visitas mientras ambas perras quedaban sollozando, presas de una fuerte excitación sexual que no podrían calmar.

-Ya en el cuarto de Areana extrajo el documento de su bolso y se sentó en el borde del lecho para volver a leerlo.

En la agenda constaba el nombre de la visita, su edad y el dìa y el horario del turno. Milena fue leyendo las visitas del dìa siguiente:

Constanza, 51 años, martes 18 a las 15.

Carolina, 25 años, martes 18 a las 17.

Lucía, 18 años, martes 18 a las 19.

Mmmmhhh, linda edad… -se dijo la asistente. –Me caliento de sólo imaginarla con madre e hija. Y qué bueno que haya lesbianitas tan nenas para seguir manteniendo la cofradía.

(continuará)

(9,33)