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Kristell. Me sorprendió teniendo sexo, se excitó, esa noche fue con ella

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En el tiempo que transcurre esta historia, era el jefe de una consultora inmobiliaria, separado, hedonista por naturaleza, militante del placer y los buenos momentos, sobre todo del erotismo y el sexo.

De la oficina de recursos humanos me habían enviado una joven profesional que se incorporaba a nuestra sección para hacer sus primeras armas en la especialidad.

Me considero un hombre interesante, con mis 46 años, agradable aspecto, que asisto al gimnasio dos veces a la semana, busco estar en óptimas condiciones para practicar el deporte que más me gusta: el sexo.

La vida ha sido demasiado generosa conmigo, y sin envanecerme puedo decir que por mi cama han pasado demasiadas mujeres, seguramente más de las que hubiera merecido, por eso soy un agradecido a la vida por haber sido tan favorecido por la fortuna de permitirme disfrutar de lo más sabroso que tiene la vida, la mujer.

La mujer, el eterno femenino, que es la motivación esencial de los hombres, cazadores por naturaleza que nos permite estar siempre atentos a todas las señales donde podamos encontrar una gacela para darle el zarpazo.

Por ese entonces estaba enredado con una mujer, que estaba atravesando una complicada situación marital, conflicto que la estaba llevando al borde de la ruptura marital, son esos momentos donde se sienten vulnerables y necesitan contención, por esa misma razón me había comentado de las continuas desavenencias debido a la infidelidad del marido y por eso mismo hacía un tiempo demasiado largo sin las atenciones del débito conyugal. Cualquier hombre medianamente avispado puede deducir que cuando una mujer, que recién supera los treinta, necesita el hombro de un hombre para que la escuche y pueda atender sus “necesidades básicas insatisfechas”, a buen entendedor.

Soy un tipo comprensivo y contenedor de las situaciones emocionales de mis empleadas, por ese motivo, ambos habíamos tomado el hábito de llegar algo más temprano que el resto de los demás, como para hacernos un tiempo y poder darle el sexo que la compañera está necesitando. No era tan cómodo, pero es que ella no disponía de tiempo como para hacerlo en un ámbito más cómodo y menos comprometido, aunque el riesgo de ser descubiertos tenía el incentivo de esa dosis de adrenalina que tanto nos lo hacía disfrutar.

Esa mañana parecía que mi compañera había venido más excitada que de costumbre y en lugar de hacernos una escapadita al archivo para tener la cuota de sexo mañarero, se puso demasiado mimosa y juguetona y la calentura llegó a niveles donde la pasión se convirtió en hoguera, y todo se nos fue de las manos. Nos refugiamos en el tocador de mujeres, ella me bajó los pantalones y me dio una mamada que ya no me permitió pensar en nada más que no fuera metérsela ya mismo. Se volteó apoyándose en el lavabo, levanté su falda, hice a un lado la bombacha y se la mandé de una hasta el fondo, iniciándose una cojidota de esas que hacen temblar las paredes.

Es sabido que cuando estamos en el fragor del metisaca alocado y urgente, se alteran los estados de conciencia, el alboroto de las sensaciones nos perturban la visión y la capacidad auditiva. Debió ser que por esa disminución de las precauciones, la nueva profesional se aproximó accidentalmente y se topó con el acto sexual que estábamos ejecutando a todo dar.

La nueva profesional se retiró sin decir nada, casi diría que por lo que pude vislumbrar de su expresión se sentía culpable de habernos pescado infraganti por su accidental presencia.

Es más que obvio consignar que el acto quedó inconcluso, y con un dolor de testículos propio de cuando se llega al extremo de la calentura y abruptamente se interrumpe. No es menos obvio que la molestia testicular, había quedado en un segundo plano, ahora el problema como enfrentar ese dilema de que el jefe fuera pescado en un acto totalmente, impropio. Por suerte otras urgencias laborales me obviaron encontrarme con la nueva asistente técnica.

No podía dejar que esta situación quedara sin la adecuada reparación, así que esa tarde, poco antes del horario de salida, le pedí a Kristell, le pedí si podía venir a mi oficina. Fue el momento de presentarle mis disculpas por haber tenido que ser testigo de ese accidentado momento que estaba cometiendo una acción impropia que no sabía de qué modo ofrecerle mis sinceras disculpas… y si me permitía invitarla a tomar un café cuando concluía la jornada laboral.

En la confitería, mientras tomábamos el café, aproveché la situación para renovar el pedido de disculpas por haberle hecho vivir esa incómoda situación. Se mostró sumamente comprensiva, que había considerado que era una situación casi natural, que no se podía condenar esas situaciones de urgencia sexual, que por el contrario era algo que entendía y comprendía que era algo triste necesitar ese desahogo porque ella también transitaba una situación de carencia y contención afectiva porque hacía tiempo que estaba sin pareja sentimental para poder desahogar su deseo.

Sus gestos denotaban que al presenciar el acto sexual se habían despertado sus carencias y necesidades insatisfechas, bajó la cabeza, sintiéndose culpable, ahora ella quien estaba confesando un pecado.

- Me siento tan culpable de haberlos como de que la situación me había excitado tanto que necesité encerrarme en el sanitario para una urgente autosatisfacción. Que estoy pasando una triste situación de carencia de atención sexual y afectiva y no tuve otra alternativa que esa urgente masturbación.

- Pero… eso no puede ser tan dramático, por que persistir en esa situación. Yo podría… ayudarte.

Kristell comenzó a trasuntar que se sentía lo bastante alterada como para no poder disimulara por mas tiempo el estado de calentura que está dominando su sentido de la prudencia.

- Mire… no sé cómo decirle, pero… en verdad estoy necesitando esa “ayuda” que me ofreció.

- Y… pregunto… con cuánta urgencia estarías necesitando mi ayuda?

- Con mucha, con mucha urgencia…

- Entonces… podríamos…

- Sí, podríamos irnos a mi casa. Ahora mismo, podemos ir ya?

No me hice repetir el pedido, dejé el importe debajo de la taza y salimos raudamente hacia su casa.

La confesión de Kristell, dio un giro tan inesperado como excitante. Ambos teníamos asignaturas pendientes, yo un acto “interruptus” que me había dejado con muchas ganas, ella una pobre masturbación para calmar la calentura por verme hacerlo. Dos necesidades, que están viajando rumbo a su casa para satisfacer sus necesidades sexuales.

El silencio nos acompañó el breve trayecto hasta su casa, cada quien estaba inmerso en sus propios sentimientos, revolcándose en su propia calentura.

- Es aquí, hemos llegado…

Esas palabras sonaron a bálsamo que calma las heridas, habíamos llegado a su nido de soltera…

Cubrimos la distancia que nos separa del encuentro, impulsados por el deseo de sentirnos piel a piel. Cerró la puerta y ahí mismo estalló la pasión, el abrazo urgente reemplazó a las palabras, el abrazo a las explicaciones, los besos a las disculpas.

Las ropas sembraron el camino al dormitorio, a medio desvestir, nos revolcamos, nos enredamos en los besos más obscenos. La urgente calentura no entiende de sutilezas, tirar y arrancar para hacernos lugar a tocar y lamer, abrir y penetrar.

La calentura nos impedía hablar, discernir, razón había quedado entre las ropas, el imperio de la pasión que turba los sentidos domina las acciones. Los juegos previos fueron consumidos en la excitación del viaje, la penetración tan solo fue la continuación del fragor de la calentura que nos había consumido desde la mañana, ahora solo contaba el fragor del encuentro.

Había acomodado mi cuerpo entre sus piernas, abiertas facilitando la acción, la prisa por sentirme la estaba consumiendo, la urgencia por entrar en su jugosa almeja había desquiciado todas mis precauciones.

Se la había mandado de un solo golpe, ambos estábamos en un mismo delirio, sin sutilezas ni cuidados, el deseo había estallado en nuestros sentido, el fragor era una brasa ardiente que buscamos calmar a golpes de pelvis para entrarle hasta el fondo.

Levanta sus piernas para abrirse más al hombre que la penetra de forma desconsiderada y salvaje. La calentura puede todo, me vuelco encima de su cuerpo, las piernas más arriba, doblada en dos, los tobillos a los costados de mi cabeza cuando me lanzo con todo el énfasis en el avance final.

Los gemidos de Kristell comienzan a hacerse sentir con el tono de la excitación extrema, ese mismo tono que cuando el orgasmo desciende hasta el centro mismo de su sexo latiendo el momento del éxtasis. La variación en el tono de sus gemidos va diseñando la intensidad, siento como se le seca la garganta, comienza a respirar a bocanadas, el calor interior la consume en esos agotadores estertores de pasión.

Me muevo con intensidad, a empellones de pelvis, moviéndola y estremeciéndola en cada envión, siento el golpe rudo y constante dentro de su sexo. Nada importa, la lujuria pasional se transforma en movimiento continuo y persistente, ella asiste y soporta al macho entregándose en cuerpo y alma en este acto.

Siento el acuciante latido de los riñones, ese clásico latido, prólogo de la gestación de la esperma que está viajando hacia la libertad.

Me lanzo en el ataque final, asido con fuerza de sus hombros me impulso, poniendo toda la presión en el miembro que entra con descomunal fuerza, golpeando sus entrañas para desahogarme en un último esfuerzo…

El bufido acompaña al golpe de semen lanzado dentro de la vagina, el siguiente golpe y el siguiente fueron los signos físicos externos del momento culminante de mi eyaculación, descomunal descarga seminal.

Recién cuando nos separamos reparé que lo había hecho a pelo, sin condón, sin preguntar siquiera si podía venirme dentro de ella. Me disculpé por la falta de consideración de tomar los recaudos…

- Tranqui… está todo bien. También yo me turbé por la urgencia que nos invadió. Nada que temer traigo puesto el parche (anticonceptivo) que me protege de leche bien calentita…

Pasó sus dedos sobre la vulva, comprobó que la “leche bien calentita” comenzaba a escurrirse.

- Uff, es mejor que vaya al baño antes que tu lechita se escurra fuera y ensuciemos la sábana.

Corrió al baño con su mano reteniendo el semen de este hombre que se quedó rumiando el delicioso reposo del guerrero que había triunfado en su primera batalla con esta lujuriosa muchacha.

Mientras nos tomamos un reconfortante café, comenzamos a conocernos, a saber algo de nosotros mismos. Ella me confió que sabía, por esos chismes de oficina que era un hombre separado, que conocían de mis andanzas y conquistas, que un tipo siempre listo para la conquista, que le rehúye al compromiso, que le gustan las mujeres jóvenes pero tampoco le esquiva cuando se presenta alguna que no está dentro de su objetivo prioritario. A modo de monólogo me presentó su curriculum vitae: - Tengo 24 años, soltera y “hambrienta de sexo”. No tengo pareja formal “por ahora”, pero eso no me prohíbe vivir al máximo mi vida sexual, eso sí, siempre con responsabilidad. Me gusta sentir a hombre como se entrega en alma y vida cuando me hace el sexo, y esta mañana cuando te vi en el tocador de damas, en esa escena de sexo a todo dar, me excité tanto que debí esconderme en el baño para permitirme una masturbación urgente.

En un momento ella, con claridad meridiana había dilucidado todos los misterios, puesto blanco sobre negro, había aclarado los tantos.

Terminado el café era el momento de la despedida, ella solo tenía encima una camisa bien holgada, en la puerta nos dimos un abrazo, y un segundo abrazo que se prolonga, intenso y fragoroso. El ardor de la calentura volvió por sus fueros, comencé a sentir como el miembro recobró la dureza y tensión de unos momentos antes, apreté fuerte, entre sus piernas. Ella adelanta su pelvis para sentirla presionar su sexo.

Nuevamente la pasión se atraviesa entre nosotros, la llevo, retrocediendo hasta el cuarto, la arrojo sobre el lecho, tumbada sobre la cama. Con desprolija premura desato el cinto, desabrocho el pantalón, lo dejo caer hasta los tobillos. De un sacudón me deshago de zapatos y pantalón, me lanzó sobre sus nalgas.

Ordeno que se abra las nalgas, voy directo a la raja, levemente abierta y húmeda se me invita a penetrarla. Apoyo la cabezota entre sus labios, la ola de calentura vuelve a invadirme, tomado de sus caderas me posiciono para dejar salir ese hombre salvaje y primitivo que toma el mando en los momentos de suprema excitación. De un solo envión llegué al fondo, los gemidos responden a cada empujón, la intensidad es la que predomina, la urgencia por recuperar el tiempo perdido motiva la potencia de los envíos.

Se estremece en cada avance del macho que la está sometiendo a la vehemencia de su descomunal calentura. Perdí la noción de cuánto duró ese momento de sexo, solo tengo un vago recuerdo de sus gemidos ahogados en la presión contra la cama, de las nalgadas aplicadas en los momentos que la excitación subía a la cima.

Sentí y esperé que concluya ese ahogado gemido del orgasmo, para ir por mi momento de gloria. Se lo envié con un par de estocadas sentidas y profundas, comencé a descargar el semen, sentía como mis latidos repercutían en sus contracciones.

Desenvainé la verga de tan delicioso estuche, húmeda de jugos y restos de semen. Ella entendió el lenguaje del deseo… se arrodilló y lamió la pija, dejándola limpísima.

Mientras me vestía, ella me aclaraba que el sexo conmigo no incluía sentimentalismos, tampoco era para ganar un ascenso, nada de convencionalismos, sería…”sexo a cualquier hora y se acabó”, queriendo ser consecuente con sus principios le dije: - Ni te preocupes, que no pienso enamorarme, así estoy bien.

Terminé de vestirme, el beso de la despedida tenía sabor a mí…

Esa fue, hasta el momento la historia con Kristell…

El Lobo Feroz está en [email protected] y continuar hablando de tus sensaciones al leer mi historia y… tal vez saber de qué modo sigue…, atrévete a venir, no seas tímida.

Lobo Feroz

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