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Los amantes de Ana

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Para los tiempos que corren me considero una mujer afortunada, llevo una vida bastante desahogada y sin grandes preocupaciones, vivo en una bonita casa con un maridito guapo y atento y un precioso hijo que es mi ojito derecho, en fin, lo que cualquier mujer sin demasiadas pretensiones puede anhelar.

A mitad de mi carrera en la facultad de filología, justo en mi veintiún cumpleaños conocí a Fabián, quien hoy es mi esposo. Por aquel entonces él ya llevaba tres años de comercial en un importante banco y al año de conocernos nos casamos, como al fin y al cabo, mi mayor deseo era tener una vida cómoda y convertirme en una mujer de su casa, lo que es una esposa tradicional, dejé mis estudios a medio terminar.

Nuestros amigos más íntimos son otras dos parejas que casualmente tienen sus hijos de la misma edad que mi hijo Guillermo, por lo que desde hace años hemos organizado casi todo juntos, salidas, cenas, algunas vacaciones…, pero de todos ellos, es Isabel sin duda alguna mi mejor amiga y confidente; ella trabaja de cajera en el mismo banco que mi marido, y el suyo, Manuel, es funcionario; ellos estuvieron cerca de un año separados y durante ese tiempo me volqué en apoyarla. Durante los primeros meses de su separación, en los que tuvo que estar algún tiempo de baja por depresión, se vino a vivir a nuestra casa junto con su hijo Esteban; desde entonces, nuestra relación se estrechó mucho más, hasta llegar a considerarnos casi como hermanas. Cierta mañana durante aquel tiempo en el que Isabel estuvo viviendo en nuestra casa, tras llevar Fabián a los dos niños al colegio e irse él al trabajo, le dije a Isabel que se tumbase a mi lado como hacía muchas mañanas cuando le apresaba la tristeza y se desahogaba contándome sus penas, aquella vez la encontré especialmente triste, tenía los ojos como de haber llorado toda la noche. Esa mañana pasó algo inaudito, algo de lo que nunca hablaríamos con nadie, entre lágrimas Isabel me confesaba sus sentimientos de odio por lo que Manuel le había hecho, comencé a besarle las mejillas consolándola y sin saber cómo, terminamos abrazándonos y besándonos las bocas como dos enamoradas, juntando nuestros cuerpos y rozándonos los pechos a través de los finos camisones que llevábamos puestos, casi sin darme cuenta nuestras piernas se encontraron entrecruzadas apretando un sexo contra el otro. Al poco rato de que pasase lo que pasó me sentí bastante incómoda y no quise siquiera mirarle a los ojos, yo siempre me había considerado una persona “normal” y el lesbianismo no entraba en mis esquemas, para mí, todo lo que había pasado hacía un rato era muy confuso, Isabel se dio cuenta de mi incomodidad y me tranquilizó, “lo que ha pasado no tiene importancia”, “si quieres, lo olvidamos y ni lo volvemos a mencionar, ¿vale?”, me dijo ella, yo asentí y hasta ahora no lo hemos vuelto a hablar de ello.

Respecto al sexo siempre fui una persona muy conservadora, al menos en lo que a la práctica se refiere, porque lo que era por mi imaginación..., por allí merodeaban algunas cosas inconfesables. Desde siempre me había comportado como una mojigata, y pensaba que cualquier cosa aparte de hacer el amor de vez en cuando con mi marido era una desviación. Como os decía, el lesbianismo no entraba en mis esquemas, y mucho menos otro tipo de prácticas sexuales como podía ser el intercambio de parejas, el sadomasoquismo o incluso la penetración anal, que la consideraba como algo sólo propio de homosexuales; en fin, consideraba obscena cualquier práctica fuera de lo que es un coito “normal” dentro del matrimonio. Pero como antes mencioné, en lo más íntimo de mis pensamientos, yo tenía fantasías sexuales inconfesables, me excitaba imaginándome en situaciones que se podrían describir de prácticas sado-maso. Cuando me quedaba sola en casa, a veces me masturbaba imaginando que me violaban entre varios hombres y me penetraban por todos los orificios de mi cuerpo, esa fantasía me excitaba terriblemente.

Pero en el sexo real jamás me atrevía a hacer cosas fuera de lo normal. Fabián me proponía de vez en cuando algunos actos sexuales fuera de lo común para mí, pero yo siempre me negaba, a él le encantaba el sexo oral pero yo no consentía en que me lamiera el sexo y las pocas veces que accedía a hacerle una felación no me introducía su pene entero en la boca, como mucho dos o tres centímetros. Una vez me propuso penetrarme por el ano, pero sólo me lo propuso esa sola vez, porque le dije de todo, lo taché de obseso, vicioso y no sé de cuantas cosas más, me negaba a comprender ese deseo de los hombres de querer introducirnos su miembro por cualquier orificio de nuestro cuerpo.

Mario

Fue la casualidad, estábamos haciendo cola en la caja de un supermercado cuando un hombre nos preguntó si éramos los últimos, mi esposo, se volvió para responderle, en ese momento se reconocieron y se dieron un efusivo abrazo, seguidamente mi esposo nos presentó; “Mario, esta es Ana, mi esposa; Ana, él es Mario, mi mejor amigo del colegio y al que no veía desde hacía años”.

Mario nos relató que había vuelto recientemente del extranjero, nos contó que había estado viviendo en diversos países por cuestiones de trabajo, realizando reportajes gráficos en zonas de conflictos para varios periódicos, pero que definitivamente volvía para quedarse en Sevilla. Fabián le preguntó si tenía tiempo para tomar un café con nosotros, pero Mario se disculpó comentándonos que tendría que ser en otra ocasión, porque tenía que acudir a una cita muy importante; ambos se intercambiaron los números de teléfonos y quedaron en llamarse.

Fabián me comentó que seguramente Mario no llamaría, lo había encontrado algo distante; además siempre había sido algo informal y muy independiente; pero al día siguiente Mario le llamó para quedar en otra ocasión. Fabián le invitó a que nos acompañase a tomar unas copas con nuestros amigos, con los que habíamos quedado esa tarde, Mario aceptó la invitación y desde aquel día se convirtió en uno más de nuestro grupo, rara era la semana en la que no quedábamos con él.

Nuestro nuevo amigo es bastante simpático y aun no siendo lo que se puede decir guapo, sí que es muy atractivo, sorprende su elocuencia y forma de plantear cualquier asunto, es capaz de convencerte de cualquier idea por descabellada que sea, nos encantaba que nos contase cosas de los países donde había estado, pero siempre omitía en sus relatos las partes más turbulentas de su trabajo; las cosas que contaba de sus experiencias en el extranjero hacían parecer nuestras vidas rutinarias y aburridas, ¿o es que acaso no lo eran?. Cierto día, Fabián y Ricardo, otro de los hombres del grupo y esposo de Andrea, se quejaban medio en broma de la falta de sexo que sufrían tras varios años de matrimonio, nos lo reprochaban a nosotras; decían, que tras casarnos dejábamos el sexo de lado y que con suerte podían hacer el amor una vez a la semana. Mario comenzó a discernir con unas de sus extravagantes teorías, dijo que la culpa de que eso pasara era en gran parte de los hombres, por sus tabúes y celos, afirmó que la monogamia llevaba al hastío del sexo y puso un ejemplo: “si a una persona le pones de postre siempre manzana, cuando pase un tiempo estará cansada de comer manzanas y la mayoría de los días, por culpa de la monotonía de comer siempre manzanas, no probará postre alguno porque estos habrán dejado de gustarle, en el mejor de los casos, se comerá una de esas manzanas a la semana; en cambio, si a esa persona le das de comer postres variados, un día plátano, otro fresas, otro yogurt e incluso de vez en cuando una macedonia, esa persona ya no se aburrirá de los postres, e incluso volverá a apreciar también la manzana y la probará mucho más a menudo de lo que lo hacía anteriormente cuando era su único postre; pues con el sexo ocurre lo mismo”, aseguró, que las parejas que mantenían sexo de mejor calidad y en mayor cantidad son en las que las mujeres no eran monógamas y mantenían sexo con otros hombres, ya que los hombres por naturaleza no lo son, y que si eran ambos los que mantenían relaciones sexuales con personas distintas a su pareja, mejor les iba. Dijo, que los hombres y las mujeres manteníamos el mito de que los hombres son sexualmente más activos que nosotras las mujeres y que estábamos equivocados; puso un ejemplo: “para un hombre era imposible mantener varias relaciones sexuales con penetración seguidas sin usar alguna química como las famosas pastillitas azules, y que igualmente, a los hombres les era imposible llegar a disfrutar de varios orgasmos seguidos; en cambio sí que habían mujeres multiorgásmicas”, además, también aseguraba que una mujer podría llevarse un largo rato follando con distintos hombres turnándose entre ellos, manteniendo la capacidad de llegar a innumerables orgasmos, siempre que esos hombres supieran excitarla lo suficiente. También nos dijo, que hombres y mujeres manteníamos el mismo deseo de mantener relaciones sexuales con personas distintas a nuestras parejas habituales, pero que no éramos sinceros, que éramos unos hipócritas con nuestras parejas y jamás lo reconoceríamos delante de ellas; y añadió una cosa más, que deberíamos aprender a separar el amor del sexo.

Manuel, el marido de mi amiga Isabel le contestó que eso no era cierto, que ellos se eran fieles y mantenían una actividad sexual de calidad y en cantidad, Mario bromeando le contestó que tuviese cuidado con lo que hacía Isabel; Isabel malhumorada le dijo que era un enredador, su cara estaba completamente sonrojada, ¿habría algo que mi mejor amiga y confidente no me estaba contado?, me pensé yo; Andrea, que puede ser la más mojigata del grupo se mostró escandalizada por todo lo que dijo Mario y los hombres siguieron bromeando y diciendo que eso de una aventura extraconyugal estaba bien, pero para uno mismo, no para sus parejas.

A mí, esas ideas me hicieron reflexionar, pensé que podían tener mucha razón los hombres cuando nos reprochaban que cada vez teníamos menos ganas de sexo, y en cierta medida lo que decía Mario parecía razonable. Recordé mis fantasías sexuales y como muchas veces las utilizaba cuando Fabián me pedía sexo insistentemente y yo no me encontraba receptiva, en esos momentos me ponía a fantasear con que me estaban follando varios hombres y me trataban como a una puta, imaginaba que me humillaban y me maltrataban, esos pensamientos me ayudaba a excitarme. Alguna vez, había imaginado que Fabián estaba haciéndolo con otra mujer y eso me producía sentimientos contradictorios, por un lado esa fantasía me excitaba y por otro me ponía tremendamente celosa. Como os dije antes, ninguna de esas fantasías se las conté jamás a mi esposo, me avergonzaba, y además temía que no aceptara el hecho de que yo me excitase imaginando a otros hombres follándome, pero seguro que él tendría las suyas, más o menos igual de morbosas que las mías.

Mario y Fabián se llevaban realmente bien, supongo que de niños ocurriría igual, pero me resultaba chocante que Fabián nunca le diera importancia a lo atento y adulador que era Mario conmigo, de haber sido al revés, que otra mujer se hubiese puesto a flirtear con mi marido, yo me hubiese puesto tremendamente celosa, y es que Mario no paraba de adularme, incluso delante de mi marido y de nuestros amigos, recuerdo como cierto día delante de todos, Mario le dijo a Fabián que le consideraba un hombre muy afortunado por tener “una mujer tan atractiva y tan sexy”.

Yo estaba segura de que Mario se sentía atraído por mí, y que si yo quisiera podría pasar algo entre nosotros. Algo estaba cambiando en mí, jamás en la vida me había planteado serle realmente infiel a Fabián, solamente lo hacía en mi imaginación; pero ahora me lo estaba planteando de verdad, lo único que me paraba para dar ese paso era la posibilidad de que se enterase mi esposo y se enturbiase nuestra buena relación, pero la verdad, es que se me apetecía bastante follar alguna vez con otro hombre que no fuese mi marido, sobre todo, si ese hombre estuviera tan bien dotado como intuía que lo estaba Mario; y es que cierto día del pasado verano, tomando unas cervezas en un velador, yo me encontraba sentada frente a nuestro amigo fijando la vista durante un buen rato en su entrepierna, por la forma bastante abultada que sobresalía en su pantalón se notaba que estaba muy bien servido; no tuve más remedio que apartar la mirada al comprobar que Mario se había dado cuenta de lo que yo estaba observando, yo me ruboricé y él me miró con una sonrisa cómplice.

Hace ya casi medio año que Fabián le pidió a Mario que le grabase unos CDs de música que nos gustaban bastante, música de países del este de Europa en donde Mario había estado trabajando durante algunos años. Fabián invitó varias veces a Mario para que viniese a cenar a nuestra casa alguna noche y de paso nos trajese los CDs ya grabados, pero por diversos motivos esa cena se fue postergando.

Una mañana, cuando mi esposo y mi hijo se habían ido al trabajo y al instituto respectivamente, me sonó el móvil, era una llamada de Mario diciéndome que se encontraba bastante cerca de mi casa y que llevaba encima los CDs que nos había grabado, que si no me importaba podría subir a dejármelos, dudé un momento... ¿sería oportuno que subiese a casa estando yo sola?, bueno, de cualquier forma era solo un buen amigo que venía a traernos un detalle y el que yo hubiese pensado en él lascivamente en más de una ocasión era solo eso, una fantasía mía; le confirmé que me encontraba en casa y que le podría invitar a un café por su amabilidad.

Yo estaba todavía vestida con uno de esos cómodos y poco provocativos pijamas de invierno, casi sin pensarlo me dirigí corriendo al dormitorio y me cambié de ropa por completo, me puse las braguitas más sexy que tenía y un sujetador que me quedaba algo pequeño, lo que hacía que se me apretasen bastante los pechos y se levantasen extremadamente, aun con el frío que hacía me puse una batita muy corta y medio transparente que Fabián me había regalado el verano anterior. Estaba nerviosa como una colegiala, de pronto pensé si no sería muy descarada mi actitud, ¿y si Mario sólo venía con las intenciones de traer los CDs y yo había malinterpretado sus galanterías? Pero ya era demasiado tarde para volver atrás porque Mario estaba llamando al timbre de la puerta, le abrí y le invité a pasar dándole dos amistosos besos, uno en cada mejilla. Puse dos cafés y mientras lo tomábamos, me dijo directamente sin ningún rodeo que desde el día que me conoció sintió deseos de follarme, así comenzamos a entablar una conversación cada vez más picante. Me preguntó por cuando había sido la última vez que yo le había puesto los cuernos a mi marido, lo que le negué rotundamente; desde el comienzo la conversación me puso muy nerviosa y excitada y él se estaba dando cuenta de lo que yo deseaba; y como para no darse cuenta, si yo le había recibido con el “uniforme de guerra”. Muy seguro de sí mismo me dijo: “Ana, ahora voy a follarte como nadie te lo ha hecho antes”, yo titubeé un momento y le dije la mayor tontería que le podía decir: “oye, recuerda que estoy casada con tu amigo, ¿y si Fabián...?”, “estate tranquila que el cornudo de tu marido no se va a enterar de nada”, me contestó, yo me mostré ofendida por lo que dijo de Fabián; él se puso de pie y tirándome de la mano me levantó, abrazándome fuertemente me agarró por el culo con las dos manos y me besó la boca metiéndome toda su lengua, mientras, a través de la ropa noté su gran miembro erecto; en ese momento se me disiparon todas las dudas, le agarré de la mano y lo acerque al sofá. Me encontraba excitada como una adolescente, me senté frente a él mientras le bajaba rápidamente la cremallera del pantalón, debajo no llevaba calzoncillos y apareció lo que anteriormente había presagiado, un pene que se elevaba poderoso, por cierto, bastante mayor que el de mi esposo al que yo estaba acostumbrada; sinceramente, nunca antes había tenido una poya así de grande entre mis manos, la apreté fuertemente y tanteando lo dura que estaba la metí en mi boca lamiéndola como si me fuera la vida en ello, la verdad es que sólo con ese brillante y enorme glande bastaba para llenarme toda la boca y atragantarme, Mario me ordenó que me tragara todo su miembro, pero yo retiré mi boca y le dije que no podía, que era enorme y me daban arcadas, él me dijo con autoridad que le daba igual y que me metiera su poya hasta la garganta aunque me diesen ganas de vomitar, tuve que obedecerle, jamás nadie me había tratado de esa forma, la autoridad con la que me mandó me hizo claudicar y comencé a tragármelo repetidamente deslizándolo hacia mi garganta y soportando las arcadas. Mario se puso a decirme cosas obscenas como: “muy bien mi putita, así me gusta..., sigue así comiéndotela entera, sabía que eras una autentica guarrilla, ¿a que ya no te acuerdas del cornudo de tu marido, putita?”; y a mí me estaba gustando que me tratara de esa manera, diciéndome obscenidades, tratándome como a una vulgar putilla, pero paré de lamerle y le pedí que a Fabián no lo insultara ni lo metiera por medio.

Pensé en mi esposo, quien a veces me pide que le haga una felación y casi siempre me niego diciéndole que me da fatiga, y cuando alguna vez se la hago solo me introduzco la punta, jamás me metí entero su pene en mi boca; pero es que Mario estaba empezando a ejercer un dominio sobre mí al que no podía oponer resistencia, además, su miembro me pareció tan fantástico y potente que aunque fuese por sólo una vez en la vida tenía que comerme algo así, la boca se me hacía agua y en cada acometida de su poya hacia mí garganta me brotaba saliva por las comisuras de los labios llenándome de líquido desde la barbilla hasta el cuello.

Mario apartó su miembro de mi boca y me mandó agacharme de espaldas a él, me bajó las bragas casi arrancándolas, me puso en cuclillas encima del sofá abriéndome de piernas y mostrándole mis orificios; yo nunca había estado cómoda follando en esa postura, de hecho, alguna que otra vez mi marido había intentado penetrarme así pero siempre lo habíamos dejado en el intento, yo no le dejaba porque esa postura me incomodaba y así me dolía la penetración; por no parecer una mojigata no le dije a Mario que en esa forma me dolía al penetrarme, lo que si le dije fue que no pretendiera follarme por el culo, que nunca me lo habían hecho por ahí y nunca me dejaría, y mucho menos con una poya tan grande; Mario se rio y me dijo que estuviese tranquila, que no pretendía metérmela por el culo

La situación de dominio que empezó a tener Mario sobre mí y la tensión de saber que al momento me penetraría en esa postura con ese grandioso miembro me causaba aun mayor excitación. A pesar de que mi sexo estaba completamente húmedo, al introducirme de golpe ese fantástico pene no pude reprimir un grito de dolor, me pareció como si me hubiese desgarrado, pero poco a poco el dolor fue cesando y mi temperatura aumentando. Ese hombre me manejaba a su antojo con suma habilidad, de vez en cuando me daba unos fuertes azotes en las nalgas haciéndome gritar y agilizar el movimiento. En el cristal de un mueble del salón vi reflejada la imagen de un hombre alto, fuerte y muy atractivo, como el que yo había anhelado en muchas ocasiones, follándome sin compasión, sacando y metiendo con suma vigorosidad su enorme miembro en mi sexo húmedo; y yo, agachada en cuclillas y sin que en esta ocasión me preocupase el dolor de la penetración en esa postura en la que nunca permití que me hiciese el amor mi esposo. Fue en ese momento cuando comprendí la diferencia entre hacer el amor y follar; Fabián me hacía el amor pero Mario me estaba follando, como el dijo “follándome como nadie me lo habían hecho antes”. Vi reflejado en el cristal como Mario echaba su saliva hacia la raja de mi culo, pensé en la peor de sus intenciones, comenzó a introducirme un dedo por el ano yo le dije que por ahí no, pero él, en vez de hacerme caso me ordenó con autoridad que me callara y que aprendiera a gozar, me callé y permití que siguiera sodomizándome con su dedo; primero uno y al momento dos de sus dedos me dilataban el ano; me dijo: “deja de disimular y compórtate como lo que eres putita, necesitas un tío que te haga sentir lo que de verdad eres, una guarra, una zorrilla caliente, disfruta ahora de lo que el cornudo de tu marido no te sabe dar”. Ahora yo estaba en sus manos, me tenía completamente dominada, extasiada, y sabía que haríamos todo lo que él quisiera.

Se me saltaban las lágrimas, no sé si de la humillación o de la excitación que me producía el sentirme como una puta, vejada y follada bestialmente. De pronto, mientras Mario me penetraba y deslizaba sus dos dedos dentro de mi ano me llegó uno de los orgasmos más grandes de toda mi vida, me hizo gritar y gemir de tal forma que temí haber escandalizado a todo el vecindario. Tras ese espectacular orgasmo Mario dejó de perforar mis orificios y me colocó sentada frente a él, comenzó a masturbarse delante de mi cara hasta que comenzó a expulsar su semen, quise apartarme pero no me dejó, me roció en los ojos, en la frente y en las mejillas, me ordenó que abriese la boca para depositar una parte de su esencia en mis labios y dentro de mi boca; yo que nunca había soportado el sabor del semen y siempre lo había escupido de inmediato, saboreé y engullí la totalidad de lo que me había depositado dentro de la boca. De repente, Mario cogió su teléfono móvil de la mesa, en donde lo había dejado nada más llegar a mi casa, pensé que él había recibido una llamada sin que yo me hubiera percatado quizás por lo aturdida que me encontraba, pero lo que hizo fue apuntar con el objetivo de la cámara de fotos del móvil hacia mi cara llena de semen, al intentar apartarme para evitar que me fotografiase en ese estado me cogió fuertemente del brazo y me dijo que todavía no habíamos terminado, que no se me ocurriese intentar alejarme o limpiarme, el dolor que me estaba causando al apretarme el brazo me inmovilizaba por completo, me entró miedo, no me podía creer que Mario estuviese actuando así, no sabía hasta donde sería capaz de llegar y me quedé paralizada; me hizo un par de fotos de la cara y después me obligó a ponerme de nuevos en cuclillas, de espaldas a él con las piernas abiertas mostrándole mis orificios, me introdujo de nuevo sus dedos en el ano y lo fotografió. Mario me aseguró que esas fotos las quería exclusivamente de recuerdo para él, que no las vería nadie más, también, me dijo que su forma de actuar había sido solamente teatro, para excitarnos más. Yo estaba confusa y consternada, no sabía que creer.

Tecleó su teléfono y llamó a mi esposo: “¿Qué tal Fabián?, pasaba por tu barrio y acabo de llevar a tu casa los CDs que os había grabado. Tu mujer es un encanto, me ha invitado a un café... como te digo siempre, eres un tipo afortunado, espero que nos veamos pronto, un abrazo”.

Mientras habló con mi esposo, Mario mantuvo los dos dedos introducidos en mi ano, sodomizándome con ellos deslizándolos hacia dentro y hacia fuera y una vez acabó la conversación los sacó, yo estaba completamente paralizada.

¿La próxima vez, porque no vienes a mi casa?, me preguntó Mario; ¿por qué crees que va a haber una próxima vez?, le pregunté yo; lo sé, porque se nota que has disfrutado como nunca antes lo habías hecho y porque querrás seguir gozando de lo que hoy has tenido, me respondió. El muy creído, y es que tenía razones para serlo, se despidió dándome un beso en la frente, pues seguía con la cara y los labios llenos del semen que comenzaba a secarse.

Me quedé un rato sentada pensando en todo lo que había ocurrido, posiblemente había sido el mejor polvo que habían echado en toda mi vida, mientras me recreaba con lo que me había pasado fui al dormitorio y me puse en la misma postura que tuve cuando Mario me folló, pero esta vez de espaldas a un espejo para ver la imagen en que me había fotografiado, vi mi sexo y mi ano que seguían dilatados, también mi cara llena de semen secándose, arrastré algunas de las gotas hacia mi boca y saboreé ese sabor amargo, con la excitación comencé a masturbarme y al instante me llegó otro orgasmo, para nada comparable con el anterior. Nunca hubiera imaginado que esa sensación de ser vejada y tratada como una vulgar putilla, de ser maltratada y dominada, que solamente había tenido anteriormente en mis fantasías, me llegase a excitar tanto en la realidad.

Cuando llegó Fabián, le dije que su amigo Mario había estado un momento en casa para dejarnos los CDs, Fabián me dio un beso en los labios y me dijo que ya lo sabía, que Mario le había llamado.

¿Qué tal se ha comportado Mario?, me preguntó Fabián; yo me quedé desconcertada, ¿cómo que, qué tal se ha comportado?, ¿a qué te refieres?, le pregunté. A nada Ana, me respondió Fabián, solo que como se le nota que tú le atraes bastante..., ¿no ha llegado nunca a insinuársete?, me preguntó. Pues la verdad..., no me he dado cuenta de esa atracción, él es siempre muy atento con todas las mujeres, le respondí dando por zanjado el asunto.

Esa noche, tras acostarnos, Fabián se puso a acariciarme todo el cuerpo, como hacía siempre que reclama sexo; aunque me encontraba muy cansada y con el cuerpo lleno de agujetas por el trote que me había dado Mario por la mañana, yo me encontraba muy receptiva y quería que Fabián me follase en esas posturas en las que yo nunca le había dejado, me sentía muy injusta con él si no se lo permitía mientras que a un extraño le dejaba que me hiciera lo que le viniera en ganas, pero... ¿no vería Fabián nada extraño en un nuevo comportamiento?, ¿podría sospechar algo?; pensé que sería mejor ir poco a poco. Comencé agarrando su pene y cuando lo tenía totalmente erecto acerqué mi cabeza hacia él y lo metí en mi boca, lo engullí más profundamente de lo usual pero no entero, tras un rato Fabián me apartó y me pidió que me pusiera en cuclillas de espaldas a él, pensé en la casualidad de que esa noche Fabián intentara lo que hacía mucho tiempo no intentaba: hacerme el amor en esa postura que él sabía que me molestaba y que curiosamente era en la que me había follado Mario esa misma mañana; yo le pedí que tuviera mucho cuidado, Fabián fue penetrándome poco a poco, no como Mario, que me penetró de golpe y sin contemplaciones. Comprobé como sin ningún problema me había familiarizado con esa postura y ya no sentía ningún dolor. Fabián se movía con mucha vigorosidad y yo me recreaba pensando que quién me lo estaba haciendo era Mario, tras un breve momento me llegó el tercer orgasmo de ese día, pasado un rato Fabián sacó el pene de mi sexo y lo introdujo en mi boca, hasta que se corrió llenándomela completamente de semen, el sabor de mis flujos unido al del semen me produjo arcadas y tuve que salir corriendo al baño para escupirlo, en esa ocasión no me apetecía saborearlo. Poco después nos dormimos desnudos y abrazados.

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