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La Fabi nos saca las ganas

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En nuestro barrio había un par de personajes que alcanzaron el título de intocables.

Uno es el loco Romero, que fue jugador de fútbol y, a raíz de una lesión grave en los meniscos no volvió a pisar una cancha. Pero abrió un comedor para todos los que lo necesitan.

Otro es el negro Francisco, nuestro kioskero más antiguo. El tipo es un contador de chistes fenomenal, anda en bici para todos lados y le encanta piropear a las chicas.

Doña Tita es una genio con las agujas, y no le cobra a nadie, sea cliente o no, si requieren algún favor de último momento.

Tenemos a Ramón, un zapatero héroe de Malvinas, a don Funes, que es una eminencia en derecho civil y comercial, y al diario de los chusmeríos de los vecinos, que es la Rosa Juárez.

Pero, a quien los varones respetamos, idolatramos y santificamos desde los primeros despertares, es a la Fabi.

Hoy tiene 25 años, no tiene hijos ni pareja, trabaja en una mercería por la mañana y, mucho más de su vida no se sabe. No habla mucho, vive con sus padres y casi nunca se la ve con amigas. A pesar de ser hija única, vive contrariada con su padre, puesto que es un fanático religioso, y ella no desea ser un corderito para Dios ni para nadie. Con su madre comparte muy pocas cosas. Producto de ello, la Fabi desde sus 15 tiene una camita en lo que antiguamente funcionaba como lavadero.

Yo soy dos años mayor que ella, y la conozco de gurisita. Recién cuando cumplió los 18 se me acercó, el día que yo compraba unas remolachas para mi madre. Me dijo:

¡hola Guido, soy Fabiana, y antes de que lo sepas por otro te lo digo yo… quiero esto en mi boca!

Me rozó el ganso sin privaciones, me sacó la lengua y agregó:

¡vení esta tarde a las 5, pero no me llames que yo salgo y te abro, por si se despierta el gil de mi viejo… odia que le corten la siesta!

No sabía si creerle, si mandarla a la mierda o ignorarla. Pero fui nomás, impulsado por unas ganas de coger que no me cabían en el pecho.

La puerta estaba abierta y el inmenso patio desierto. Entré con el corazón decidido, y como sabía por algunos rumores que generalmente la Fabi se la pasaba en aquel cuartucho caminé hacia allí.

Cuando bajé el picaporte de una puerta mal tratada y descolorida, tuve la sensación de que algo fabuloso me esperaba, y no me equivoqué.

Lo primero que veo es la espalda de Mariano, uno de mis amigos. Estaba parado, con los pantalones bajos y apoyado en la cama revuelta de Fabi. Ella estaba acovachada entre ropa y frazadas, con su boca prendida a la pija del flaco, lamiendo y gimiendo apurada, sorbiendo los hilitos de su propia saliva y sin poder hablar casi. Solo se le entendía: ¡quiero toda la lechita!

Su voz en ese estado me la paró de inmediato, mucho más de lo que veían mis ojos.

Quise destaparla, pero ella dijo:

¡nooo, que estoy desnuda guacho!

Y, en ese mismo instante Mariano le largó toda su acabada en la boca. La Fabi se la tragó toda y ni se movió de ahí.

Mariano me pidió fuego para su porrito mientras me contaba que se tenía que ir a comprar una batería para su celu. Me puse como loco cuando me confió que la Fabi le sacó cuatro lechazos en ese rato!

Apenas se fue, la Fabi me dijo:

¡bajate el pantalón, así te doy tu regalito de cumpleaños!

Lo hice con una lentitud que me ridiculizó. Me paré delante de su cama, y la Fabi me rozó la verga durísima con sus uñas sobre mi calzoncillo. Luego olió y besó mis piernas, le echó una escupidita a mis huevos por entre la tela, me mordió la puntita y agarró ese sancocho de pija entre sus manos para apretarlo. Me bajó el calzoncillo, recorrió con su lengua insoportablemente todo mi tronco sin tocarme la cabecita, templó mis huevos en el calor de su mano sudada, me los besuqueó y lamió mi ombligo. Entonces, primero resoplaba en el cuero de mi pene, y después me la calefaccionaba con su aliento. Ni siquiera llegó a tenerla en la boca. Apenas dijo:

¡te gusta cochinito?!, me sacudí con estrépito, felicidad y con toda la leche sobre su rostro.

Ninguno decía nada. Me pareció extraño que ni me haya querido cobrar.

Dudé en si irme o quedarme para pedirle otro pete. Y, en medio de esa incertidumbre aparecieron detrás de mí el Juani y Bruno, dos pibes del barrio con los que siempre jugamos a la pelota.

Bruno prendió una estufita eléctrica, porque se ponía cada vez más fresco, nos convidó unas galletitas y se bajó el pantalón para acercarle el pito a la boca a la Fabi, que ni se mosqueó.

La abrió para pasarle la lengua, olerlo y lamerlo con alegría, y pronto se lo devoraba como a un cañoncito de dulce de leche. La oíamos respirar acompasando con sus piernas al ritmo de su mamadita, e hipar y absorberle hasta los poros, y nos poníamos más al palo.

El Juani peló la chota y se dispuso a pajearse, hasta que se aproximó a la Fabi para pedirle que sus manos lo hagan por él.

Yo también me pajeaba inmovilizado por lo que veía. Especialmente cuando la piba se las chupaba un poquito a cada uno apenas el Juani se pegó a la derecha de Bruno.

Al Juani le saltó la leche en las manos de la guacha, y ella se las pasó por la cara como si fuese una crema revitalizadora, justo cuando la verga de Bruno colapsaba la capacidad de su garganta, acostumbrada a tales demandas.

En ese momento yo no pude con la intriga y la destapé de una. Tenía solo una bombachita negra, la piel afiebrada y húmeda, las piernitas cruzadas, y no había sábana entre su cuerpo y el colchón.

Empecé a chuparle las tetas, y entonces la Fabi se sacó la bombacha, se abrió de piernas como si ya nada tuviese otra solución, y me dijo:

¡comeme la concha taradito!

No sabía si hacerlo o dejarle esa tarea al Juani. Pero lo hice, mientras su boquita se aferraba a la verga de Bruno. Le mandé lengua y dedos a lo loco, porque su aroma me encegueció en cuanto junté mi nariz a los labios gruesos de su vagina mojada.

El Juani ahora le pasaba la verga por las tetas cuando mi boca se llenaba con los jugos agridulces de la morocha, mi lengua le activaba todo el fuego de su clítoris, y Bruno seguía disfrutando del pete que le hacía su boca macabra.

Si hubiese sido por mí, me la re culeaba ahí nomás. Pero por algo la respetábamos. Ninguno le hacía lo que ella no deseaba, o no nos solicitara.

Bruno le avisó que le saltaba la lechona, y la Fabi se acomodó de costadito para que él le coja la garganta, y en breve la ahogue haciéndole explotar las lágrimas y los mocos, ya que le salía leche hasta por la nariz, además de eructar y hacer gárgaras con su propia saliva. En esos segundos yo la nalgueaba con tres dedos movedizos adentro de su conchita. Sentía que se mojaba aún más, y que me los apretaba.

En un impulso volví a ponerle la pija en la boca, y ella, después de darle un par de chupaditas me pidió que me agache. En cuanto lamió mi oreja me dijo:

¡tirate arriba mío y garchame toda, quiero pija!, y se mordió los labios después de otra lamida, ahora en mi cuello.

No tenía forros, pero no me importó.

Apenas se posó cara al cielo me caí sobre ella, y ni siquiera hizo falta que me ayude con las manos. Mi pija entró como en un tobogán en plena lluvia adentro de su concha depilada y con evidentes conocimientos en la materia.

Cuando la puntita le tocó el tope de su canal, ella gimió y fundió sus manos en mis nalgas, moviéndose ella abajo mío para sentirla aún más, apretándome con sus piernas, agitando al oxígeno que parecía niebla por las brumas de su aliento, y repitiendo como una calesita: ¡cogeme, dame pija, quiero más lechita!

Sus uñas dibujaban figuras en mi espalda, sus tetas se llenaban de las marcas de mis dientes y de los ríos de mi saliva, y los chupones de su boquita con olor a semen por mi cuerpo no me dejaban pensar. Menos cuando el Juani volvió a meterse en partido dándole más verga por la boca, mientras yo, que no entendía por qué me había ganado semejante premio, seguía penetrando su manantial, cada vez más cerca de hacerle un millón de hijos.

No comprendí por qué el Juani le acabó tan rápido. Pero lo cierto es que yo tampoco aguanté más, y se la largué toda adentro cuando mis ojos alucinaban con su arte al limpiarle la verga con su boquita repleta de burbujitas babosas, como una perrita con rabia. Ahí la oímos gemir más agudito que hasta entonces, y concluir:

¡síii, qué ricooo, cuanta lechita por dios, qué rica cogida me disteeee guachitooo!

Me separé de su intimidad, y me sorprendí de que mi pija siguiera casi tan rígida como cuando se la metí.

Antes de vestirme por completo, Fabiana quiso que le lleve la pija a su boca, donde me la lustró con su saliva deliciosa. Hasta me lamió los huevos y me escupió el calzoncillo!

Ya se había tapado, aunque sin ponerse la bombacha, cuando llegaron Tomás y Marcos con una gaseosa y un paquete de papitas. Con ellos no había mucha onda, pero los tres nos sentamos en el suelo para ver cual espectadores de lujo cómo la Fabi se quedaba con la lechita de los dos, con esa boquita sedienta, sonora y fácil.

Claro que, ese día la seguimos casi hasta el anochecer. Fue impresionante la cantidad de leche que esa perversita fue capaza de servirse. En un momento nos confesó que hasta se hizo pis encima en el exacto segundo en el que yo, Bruno y Marcos le acabamos a la vez en la cara, pajeándonos hasta por entre su pelo enredado.

Desde aquella tarde, Fabiana se convirtió en el templo más respetado, admirable y visitado por las pijas de todos los pibes del barrio. Hasta el día de hoy nuestra santa putita nos sigue esperando en su camita mal trecha, bajo sus cobijas deshilachadas y tal vez desnudita para tomarnos la leche. Por ahí, quién sabe, justo ese día quiera coger, y entonces elegirá a su mejor presa para que le acabe en esa conchita sucia pero muy calentita!    Fin

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