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Con el jefe de su marido. Ella cuenta yo escribo, pusimos todo para contártelo

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El hombre se había enterado de los cambios y racionalización de personal en la empresa, sentía como probable que fuera parte de la lista de transferencias o prescindibles, preocupado por los créditos tomados, esa noche luego de la cena habló con Raquel, su esposa y le contó de las malas noticias que rondaban su futuro laboral.

Hablaron, tratando de encontrarle alguna forma de sortear este problema que lo tenía bien preocupado, buscando alguna variante de cómo encarar esta complicación. En la búsqueda para evitar su inclusión entre los prescindibles, ella preguntó si no podía pedir la ayuda de alguno de los jefes.

Buscando todas las variantes posibles, ella le recordó a Carlos, su marido…

- Recuerdas, en la recepción de fin de año, a ese señor… que no dejaba de mirarme el traste…que luego me presentaste? - Sí, claro cómo no hacerlo. Es mi jefe, el jefe de todo el sector. – No te parece que ese señor, el jefe, podría darte una mano con tu situación? - Pero… no sé cómo hacerlo, es cierto que tenemos un buen trato, que me aprecia, pero… no sabría cómo hablar del tema… - Te voy a contar algo que me he guardado para no ponerte molesto: Resulta que luego de tu presentación, y en otro momento de la reunión, volvimos a estar cercanos y se disculpó por haberme estado mirando de forma tan insistente, pero que no podía dejar de hacerlo, por mis formas y la gracia en moverme lo habían seducido. Le dije que me había molestado un poco sentirme tan estudiada pero que al mismo tiempo me gustó agradarle, que halagaba como mujer, nos sonreímos y todo quedó solo en eso. Luego llegaste, nos presentaste y fin de la historia.

No sé… cómo decirlo… pero… a situaciones límite, decisiones heroicas no?

- Me has dado una idea, aunque no sé si…estarías de acuerdo. – En hacer qué cosa?

- Y… si… lo invitara a cenar… digo o tomar algo con alguna excusa… No me hagas difícil lo que busco decirte…eh!

- Creo entender? - Sí, es eso mismo. – Tú dices… seducirlo para que… te… ayude…

- Y si…, pero nada decidido, solo fue un tiro al aire… mejor nos vamos a dormir…

En la mañana, desayunaron como todos los días, pero en la despedida, Raquel, junto con el beso de despedida le dijo… si lo vas a traer, avísame con tiempo para preparar…me, las cosas en casa.

Ahora comienza el relato propiamente dicho, ella cuenta, Luis el jefe tipea en la pc con Raquel, desnudita sentada en mis rodillas. Doy fe que todo lo relatado fue solo la realidad de los hechos…

Esa tarde recibo un whatsapp de Carlos avisándome que su jefe vendría con él, que lo traía con la excusa de mostrarle no sé bien qué cosa de un repuesto de auto.

Tipo 7 pm llegaron a casa, me lo presentó y fueron directo al garaje para mostrarle ese no sé qué cosa. Vueltos a la sala, me dice que le indique donde queda el baño para limpiarse las manos, mientras tanto él se quedaría preparando unas cervezas para beber.

Le indico que me siga que le muestro donde está el baño. Puedo sentir su mirada centrada en mi cola, aunque por la cercanía no tendría un buen ángulo para deleitarse mirándomela. Un paso detrás me sigue por el pasillo, tenemos dos baños, lo llevo al principal, el más alejado, necesito sentir por más tiempo ese cuerpo tan cercano que puedo sentir su aliento rozando los vellos de mi cuello, sentir ese escozor entre las piernas que no había vuelto a sentir desde aquella vez en la escuela el profe de física me acompañó al archivo para buscar unos mapas y en un recodo del pasillo se puso detrás de mí y me abrazó por sorpresa.

Nuevamente esa agradable sensación volvió para instalarse entre mis piernas, este hombre también mayor, me hace vivir esa misma sensación. Me detengo en la puerta, demoro un instante para permitirle que pegue a mi trasero, usando la detención como excusa para justificarlo que colocara sus manos en mi cintura. Sentía sus manos, a cada lado, suaves pero con la firmeza de quien está tomando algo que le agrada demasiado. Giré la cara para mirarlo. Las miradas decían mucho, explicaban tanto, seguía sintiendo, ahora con más fuerza, el aliento del hombre, me hacía erizar los vellos del cuello, encender los motores de la pasión, el sexo comienza a dar respuestas a la hoguera que acaba de encender cuando en un rapto de atrevimiento acercó sus labios más de lo debido. Sentí el roce de sus labios, algo húmedos y todos mis pudores se incendiaron en la hoguera que había encendido con ese beso atrevido.

Pediste perdón, que solo fue un tropiezo, un accidente, que lo disculpe.

Recuerdo que solo te miré, sin decir nada, abrí la puerta para que pases, para dejar que me vieras por el espejo, espiando como te lavabas las manos…

Al salir dejé que me acompañaras, quería sentir la caricia de tu mirada, por eso me contoneaba las caderas, quería sentir el placer de excitarte, de ponerte incómodo, disfrutar con producirte una erección y estar obligado a disimularlo.

Sentados a la mesa con mi marido compartían cervezas, te habías sentado frente de mí, yo había elegido sentarme en el sofá, a las espaldas de mi marido y frente de ti, quería, necesitaba regalarte el espectáculo de ver lo que habías causado recibiendo tu aliento de macho en mi cuello.

La espalda cómplice de mi marido le ponía pimienta al espectáculo que te estaba por regalar. Podía escucharlos conversar y el trabajo que te costaba mantener algo de coherencia en lo que decías, sabiendo que todos tus sentidos estaban puestos en mis piernas y del modo que las movía, elevando las rodillas, abriendo y cerrando las piernas como en una actitud totalmente accidental, de modo que pudieras ver hasta bien adentro, entre mis piernas, que casi pudieras ver los finos vellos que excedían el marco de la tanga.

Podía sentir tu calor, el rubor de tus mejillas para disimular, hasta la forma de acomodarte para que no se notara como tu miembro comenzaba a replicar el efecto de mi exhibición. Había cumplido con el pedido de Carlos, ya te había despertado los instintos de cazador, aunque la presa también había sido seducida por tu atrevida acción. No sé cuál de las dos cosas predomina, si el pedido de mi marido o la calentura que habías despertado en mí.

Todo había sido dicho, creo que todos entendimos los mensajes, en la despedida sentí el beso en la mejilla, algo imprudente, justo en la comisura de mis labios, su mano acariciaba en mi cintura, nada fue casual, todo intencionado, sabías que te estaba comenzando a desearte.

En estos juegos del erotismo y del deseo nunca hay inocentes, todos somos náufragos en el mar del deseo, agárrate como puedas es la regla de la conquista.

Había notado que se le había olvidado la agenda electrónica, suponía que fue algo calenturientamente calculado para tener la excusa de volver… por ella. Piensa mal y acertarás, decía la sabia de mi abuela.

En la tarde llamó el señor Xavier, preguntando si había encontrado su agenda, pues no la podía hallar y era algo que estaba necesitando, le respondí que podría enviársela, pero dijo que no, que no le importaba apartarse un poco de su camino y pasar a buscarla.

- Claro, por supuesto que puede venir por ella.

- Espero no crearle un problema si voy un poco antes, porque realmente la necesito.

- Claro que no, de ningún modo

- Solo decía porque como su marido está trabajando…

- Pues no, por que debería ser un problema que venga.

Dicen que el tiempo del que espera es más lento, estaba algo, mucho, emocionada, sentía nuevamente esa sensación inequívoca de excitación en mi entrepierna, la misma que el día anterior cuando caminaba tras de mí. No sabía que esperaba o sí, tenía mis instrucciones pero suponía que Carlos me daría alguna indicación de cuándo, cómo o dónde, esto era algo fuera de libreto, ni sabía cómo actuar.

Llegó el señor Jefe, lo hice pasar, de sobra sabía que mi marido no estaría, como si fuera poco o como para corroborar que no se apareciera, mientras bebíamos unas cervezas que le había convidado me comentó que debido a que se presentó una contingencia mi marido se había quedado para hacer unas horas extras, y que de paso me avisaba que llegaría bastante tarde, al menos unas cuatro o cinco horas, que no tenía que preocuparme por su tardanza.

Mientras duró el compartir las cervezas conversamos sobre la nada misma, hasta que no sé de qué modo nos mudamos a sentarnos en el sofá. En la segunda cerveza ya habíamos tomado confianza para comentar sobre la soledad y los amores furtivos, esos temas que siempre sirven para acercar los temas que tienen que ver con la infidelidad y los amores prohibidos.

De ahí a darme unos masajitos en los hombros solo fue un salto de calidad de elogios a mis cualidades físicas sobre todo haciendo referencia a lo agraciada de mi figura, la tersura de mi cutis y lo voluptuoso de mis pechos.

- Tienes todo bien durito, terso y vibrante. Claro a tus 24 años la vida te ríe y canta.

- Bueno, usted señor también tiene lo suyo y sobre todo con lo que me gustan los hombres maduros.

- Y que podrías ofrecerle a un señor… maduro…

- Si te alcanza con esto! Y me di una palmada en mi cadera, como para no dejar dudas al respecto

- Vamos, llévame a tu cama, te sigo…

Todo había sido dicho, no había más espacios para el juego, era el tiempo de la acción. Coloqué sus manos en mi cintura, y en “trencito” nos acercamos al lecho.

Era el momento de la verdad, lo senté en una silla, había decidido ofrecerle la sugerente desnudez, sentirme su puta, ofrecerme como la querida de un señor mayor, un espectáculo erótico solo para él.

Comencé a desprender los botones de la camisa, uno a uno. Me deshice de ella con un suave movimiento de hombros, desabroché mi falda, suave toque de los pulgares y meneo de caderas cayó a mis pies, salí del círculo de la prenda para girar, ofreciendo la vista de mis caderas, meno mediante pero fuera del alcance de sus ardientes manos.

Me puse al alcance de sus manos ofreciendo a que desprenda el broche del soutién, solo eso. – ¡Se mira y no se toca!!!. ¡Espere a ver toda la “mercadería”! -palmadita sobre su mano. ¡No sea toquetón!

El señor no podía con su genio ni con sus ganas, me hizo tender sobre la cama, mientras se desnuda, pero ni aún así podía soportar no estar encima de mí

Atravesada sobre la cama, el señor se montó, arrodillado, una pierna a cada lado, sus manos en mis pechos, cubriéndolas con sus manazas oprimiéndolas desde abajo y golosamente comenzó a mamarme. Saltar de una a la otra, sin dejar de exprimirlas, de comerme con un deseo como nadie me lo hizo jamás.

Era mamar y mamar hasta ahogarse, meterse los pezones, engullidos, hasta podía sentir sus dientes rozarme con la fuerza incontrolada de la pasión de un hombre que parecía que había tocado un seno de mujer.

Mis pechos son algo tan especial para mí, son una parte de mí que hace sentir orgullosa, por la forma, tamaño y la prestancia con que puedo lucirlas, no soy de levar soutién, pero esta vez no quería que se topara de golpe con mis bellos pechos. Sentirlo comérselos con tanta fruición, sentir la desmesurada pasión puesta en hacerme los honores de sentirlos en su boca, era un mimo, una delicadeza inesperada.

Se nota que es un hombre que sabe dónde y cómo halagar a una hembra, cómo llevarla del nivel de esposa a putita, de ser una dama a regalarse a ese hombre que supo conquistar y halagarla en donde más le agrada y la excita.

Las ganas y la voluntad por comerse mis tetas me estaba llevando al más alto nivel de calentura, hacía tanto tiempo que no sentías esos latidos en la vagina, esas mordiditas en los pezones, que casi había olvidado lo que era sentirme tan caliente.

No podía dejar de mirar y admirar a ese formidable amante que me estaba llevando a la gloria, que me hacía estremecer y sacudir en sus arrebatos de calentura, exprimir, besar, lamer, morder, todo junto y revuelto. Las manos y los sentidos del señor se habían apoderado de mis pechos, acosarlos sin pausa. No podía apartar la mirada de este hombre que había enloquecido, que me estaba devorando. Mis ojos puestos en él, admirando la forma y el modo que tenía para comerme, ver sus cabellos blancos esa incipiente calva en el centro era algo que me subyugaba, mis manos entrelazadas en los hilos de plata superaba la fascinación creada por esa fantasía lujuriosa de la noche previa pensándolo.

Era el ahora el que cuenta, sus manos oprimiendo mis carnes, su boca golosa comiéndose mis pechos, produciendo ese momento de excitación atroz que me hace gemir hasta sentir dolor por tanta calentura.

Por fin!!! Me dio un respiro, se compadeció, liberó mis pechos del asedio de su boca.

Se tendió encima de mí y me beso, un beso húmedo y profundo. Seguía tendida cruzada sobre la cama, las piernas fuera del lecho, se deslizó a mis pies besando y lamiendo hasta salirse de la cama. Tomó el elástico de la bombachita y lo arrastró hasta dejarme desnudita, sacó el bóxer, volvió a la cama para acomodarme, las piernas sobre la cama.

Separó mis piernas, flexiono las rodillas, colocó su cara sobre mi sexo, pletórico de jugos, esperando su boca ardiente. La manos del hombre bajo mis nalgas, separa los vellos y mete su cara en mi sexo. Comienza a lamer, a chupar con el mismo énfasis que ponía en comerme los pechos, ahora mi vagina es presa de su pasión arrolladora, me come el sexo con el arrebato de su deseo.

Los gemidos lastimeros no alcanzan para dimensionar la vehemencia de sus lamidas, cada ataque de su boca responde un gemido equivalente y de pronto todo se vuelve un tumulto de bufidos y gemidos. Cerré fuertemente los ojos para poder contener ese punzante deseo de expresar mi orgasmo retenido. Sus lamidas atroces provocan la enardecida réplica de los latidos propios del estallido del orgasmo, brutal y descontrolado, sentido hasta cuando el placer duele por no poder manejar los estímulos que atenazan cada parte de mi sexualidad.

La cabeza hacia atrás, arqueo mi cuerpo, la cabeza presiona con fuerza sobre el lecho, la boca abierta no para de respirar a bocanadas y gemir con agónico sonido, las manos presionado la cabeza del señor, apretándolo contra mi sexo. Necesito parar ese orgasmo tormentoso que me enloquece, las manos enredadas en sus cabellos, quiero ahogarlo en mi vagina, detener el tormento, no puedo resistir tanta calentura, el orgasmo me consume en carne viva…

- Bastaaaaaaaa!!!!, basta!!!. Por favor… me estás matando…

Disminuyó el acoso, sin salirse quedó disminuyendo las lamidas, la boca quieta sobre la herida de mi sexo abierta a su deseo, manando jugos en su boca.

Quedé, tendida, laxa, los ojos fuertemente cerrados, el cuello disminuye la tensión, las manos agarrotadas al lecho. La boca del señor descansa el fragor de la lucha en el oasis de mi sexo abierto y latiendo el resabio de un tormentoso orgasmo.

Le impido volver a darme otra sesión de sexo oral, sujeté su cabeza, presionando con fuerza contra mi sexo.

Se apiada del silencioso pedido de su putita, sube sobre mí, nos abrazamos. Es momento de caricias y besos, sentidos, con la profundidad y la intensidad de dos amantes que se reencuentran después de una larga separación. El beso surge con la naturalidad del conocimiento de la carne como si fuera una continuidad del conocimiento en otra vida, así lo estaba sintiendo como si memorizara el sabor de sus besos, la textura de su saliva, la intensidad de la pasión en la entrega de su lengua para recorrer mi boca.

Pero… la pausa no dura para siempre, su deseo está latiendo, puedo sentirlo vibrar, frotándose sobre mi sexo.

Es su tiempo, sus ganas de hacerme sentir su masculinidad. Vuelve a manejar a su mujer, me acomoda como al inicio, atravesada, con las nalgas tendidas al borde mismo de la cama. Está de pie, fuera del lecho, me acomoda a su antojo, eleva mis caderas para colocar un almohadón debajo, me acerca bien al borde, se ubica frente a mi sexo, el miembro bien erguido lo pone en mi sexo, abro los labios para que lo acomode en el justo en el centro, sus manos apoyadas en la cara posterior de mis muslos, mis pies en su cintura. Acomoda por última vez la verga en la entrada y comienza a empujarse dentro de mí.

Mi mano llega a acariciar los suaves vellos que bordean su miembro. Comienza a bombear lentamente, mi mano colabora apartando mis vellos púbicos, frotando el clítoris.

El vaivén se torna lento y profundo, sin dejar de observarnos, comienzo a decirle cuanto placer siento, lo bien que me hace sentirlo moverse dentro, pero lo que más y mejor recuerdo son esas miradas que nos dedicamos. Mientras le voy diciendo cuanto placer me hace despertar al sentirme totalmente suya, el señor sigue empujando, lento y profundo silencioso, solo responde con la agitación propia de quien entrega su alma en este acto de sexo.

Continua empujándose dentro de mí, lento pero acrecienta la intensidad y la profundidad de las embestidas, sus empellones de pelvis lo acercan más, ahora puedo acariciarlo en el cabello, el cuello, la espalda. Las embestidas se profundizan, siento como cuando se lanza con toda la fuerza de su cuerpo presionando con su verga en mi sexo, mi cuerpo se hunde en la cama, no es una sensación siento como el colchón cede al impulso de este hombre que me está cojiendo en continuado, sin pausa y con una vehemencia que desconocía.

Cambia, ahora se endereza, sus manos presionan fuertemente sobre la parte de mis rodillas, y empuja más fuerte, más rápido, más intenso. La excitación vuelve a someterme, ese hormigueo en la vagina me hace estremece, los embates del hombre me sacuden, eché los brazos atrás, me agarré de las ropa de cama, apretando y retorciendo cuando tengo a mano, no puedo contenerme, la calentura me puede, me domina me hace retorcer en ese placer que no puedo controlar los embates afiebrados del hombre pasado de calentura.

Bufando su exacerbado deseo, agitado en el delirio de empujarse cada vez más dentro de mí, ya no me mira, está crispado enceguecido en la tarea de empujarse hasta la irritación de los sentidos. Lo siento afiebrado en la urgencia de la proximidad de su eyaculación, casi diría que la puedo sentir movilizarse dentro de su cuerpo.

No reparó que estaba en un gemido agónico, que transitaba un nuevo orgasmo volcánico y tormentoso, que los avatares de sus sacudidas mecían el desarrollo de este orgasmo que me invade y sumerge en las profundidades de un goce extra.

Solo puedo contener sus embestidas, ayudando con mis manos abriendo y frotando mi sexo para terminar de derramarme en ese placer loco que me hace vibrar y latir al compás de sus embates.

Los movimientos de su pelvis se hacen fuertes, intensos, profundos, agónicos, sus manos ahora están apoyadas sobre el lecho, a los lados de mis hombros, está lanzado con todo el peso, empujando, las estocadas finales, la potencia de la penetración me estremece, sacude como una hoja en la tempestad

Un golpe profundo me hace gritar, siento el chorro de su semen caliente invadir mis entrañas, un segundo golpe deviene en un nuevo chorro caliente, un tercero termina por derramar toda su energía láctea en mi sexo. Se aquieta un momento, me da un beso tan húmedo que me inunda la boca de su saliva, nos ahogamos en ella, por un instante respiramos dentro de la boca del otro.

Se retira, desenvaina el miembro de mi sexo exhausto de tanto fragor puesto en este delicioso orgasmo del señor. Lo veo retirarse, tomar distancia, el miembro sigue grueso y enhiesto, brillante de mis jugos.

Echo la cabeza hacia atrás, los brazos estirados a los costados de mi cuerpo, las piernas flexionadas, bien abiertas, ofreciéndole la visión de ver como estoy pujando para que pueda ver el producto terminado de su deliciosa eyaculación emerger de mi vagina. La risa sin sentido rubrica ese momento de placer.

El broche de oro fue, hincarme delante del señor para limpiar su hermosa verga, que aún conserva buena parte de la dureza, y siempre tan gordota. Lamerla toda, rescatar los restos del naufragio de la pasión, robarle para mí ese delicioso sabor del hombre que me hizo suya, que me hizo sentir ese momento de pasión delirante y pletórica de deseo.

El beso que nos brindamos fue la rúbrica de ese momento, compartir los sabores de nuestros sexos la comunión de las almas…

Esto fue solo el primer encuentro, que siempre suele ser el más recordado, por eso quise que fuera Raquel, desnuda en cuerpo y alma, sentada en mis rodillas me fuera dictando sus sentimientos, yo solo el fiel intérprete que hizo la traducción de sus emociones a texto, graficarlas es una forma de honrar esas emociones compartidas.

Ahora espero que la lectora que se sienta capaz de expresar sus sensaciones al leer este encuentro que tuvimos, se sienta con el atrevimiento de hacérmelo sabea a [email protected] que estaré esperando con mucha ansiedad. Necesito/amos saber que te ha hecho sentir. Porfa anímate, te espero…

Lobo Feroz

(9,38)