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La reeducación de Areana (16)

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Las despabiló a rebencazos, pero sólo para quitarles las esposas y obligarlas a tragar un somnífero que las haría dormir hasta el momento de tener que prepararlas para las visitas. Luego tomó una pastilla ella también y así pudo dormir hasta las dos de la tarde, cuando se dirigió al cuarto donde estaban madre e hija. Al er

Al entrar Milena, ambas comenzaban a dar señales de que la bruma del sueño estaba despejándose en sus cerebros. La joven terminó de reanimarlas a rebencazos y a los pocos golpes Eva y Areana saltaron de la cama, asustadas. Milena las arreó hasta el baño, hizo duchar y lavar la cabeza primero a Eva y después a su hija, que debieron secarse mutuamente con un gran toallón blanco. Mientras lo hacían era notoria la excitación que aquello les causaba. Milena notaba cómo se miraban y respiraban con fuerza por la boca.

-Estan ardiendo, ¿eh, putas?. A las visitas les va a encantar ese ardor. Ahora basta, terminen de secarse. –ordenó y de inmediato las condujo de regreso al cuarto de Eva, donde les dijo luego de hacerlas arrodillar ante ella:

-Escuchen bien, putas de mierda. Dentro de media hora llega la primera visita. Es una señora de cincuenta y un años llamada Constanza. –y les dio instrucciones precisas respecto de cómo debían recibirla.

La visita llegó puntualmente a las tres de la tarde y Milena, vestida con una musculosa blanca y  minishort negro, bajó a franquearle la entrada al edificio. La señora Constanza la envolvió en una mirada lenta y lasciva que no desagradó a la joven y le preguntó: -¿Sos la hija?

-No… -contestó Milena devolviéndole la mirada. –Soy la carcelera. Sígame, por favor.

-Mmmmhhhhhhhh, la carcelera, suena muy excitante. –dijo la señora mientras ambas caminaban hacia el ascensor.

-¿Le va ese juego? –quiso saber Milena.

-¿Se lo puede jugar?

-Con el único límite de no lastimarlas.

-¿Hay elementos?

-Un rebenque, esposas, mordazas de bola.

-Muy interesante. –concluyó la señora Constanza mientras subían en el ascensor y la visitante no dejaba de mirar

codiciosamente a Milena.

Cuando entraron al departamento Eva y su hija aguardaban en el living tal como les había sido ordenado: de pie, con las piernas bien abiertas, la cabeza gacha y las manos en la nuca.

-Ay, ay, ay, qué buenos ejemplares. –dictaminó la visitante.

-En cuatro patas, putas, y a seguirnos. –ordenó Milena y se dirigió al cuarto de Eva, con ambas esclavas y la señora Constanza detrás de ella.

Una vez en la habitación Milena dijo:

-Ya le traigo los juguetes, señora. –y estaba por retirarse cuando la visitante la detuvo:

-Esperá, me gustás mucho. ¿Podemos arreglar algo?

Milena recordaba que Amalia la había autorizado a relacionarse sexualmente con las visitas, pero le gustaba sentirse sometida a la autoridad de su dueña y entonces respondió:

-No por mi cuenta, pero consulto y le contesto.

-¿A quien tenés que consultar, perrita?

-No sea tan curiosa, mami. Antes de irse me da su teléfono y la llamo, ¿sí?

-Mi concha es una catarata…

-Mmmmmhhhhh, bueno, si me dan permiso voy a ponerme borrachita con esos licores –le susurró Milena antes de abandonar la habitación y regresar poco después con el rebenque, las esposas y dos mordaza de bola, elementos que puso en manos de la visitante mientras Eva y Areana aguardaban en cuatro patas.

-Nos vemos después, recuerde que la sesión es de una hora. Yo voy a estar en el living.

-Ok, pichona, hasta luego.

Al quedar a solas con madre e hija, Constanza dejó las mordazas y las esposas sobre la cama,  se sentó en el borde y empuñando el rebenque con ambas putas ante ella dijo:

-Nunca creí que esto fuera posible, más bien lo tomé siempre como apenas un argumento de relatos eróticos. ¿Son realmente madre e hija? Contestá vos. –dijo dando un leve golpecito con el mango del rebenque en la cabeza de Eva.

-Sí, señora, es verdad, Areana es mi hija. –susurró la mujer.

-Asombroso y muy excitante, claro. ¿Y cómo cayeron en esto? –quiso saber la señora.

Eva sintetizó la historia, seguida por la visitante con muecas que iban del asombro hasta la calentura y cuando el relato concluyó dijo:

Bueno, grandísimas putas, ahora quiero que se cojan para mí.

Segundos antes, Eva había percibido cómo su hija empezaba a pegársele a su costado izquierdo. Primero la cabeza, enseguida el brazo, luego el muslo, la pantorrilla y finalmente el pie. Sintió, a modo de puntada en el estómago, la humillación por el nivel de degradación en el que ella y su hija habían caído, pero a la vez, no sin alguna pena, cuánto la excitaba eso. Cuánto la excitaba saberse sumisa y cuánto debía a la señora Amalia por haberle posibilitado descubrir  esa condición esencial de su ser. Ahora, allí, en cuatro patas junto a su hija pegada a ella y ambas ante esa señora de modales dominantes que rebenque en mano les había ordenado cogerse, sintió que empezaba a mojarse. La señora se incorporó, se puso detrás de ambas y les cruzó el culo con sendos rebencazos.

-¡Vamos, perras! ¡A cogerse, dije! –y cuando vio que Eva y Arena acercaban sus bocas para el beso volvió a sentarse en el borde de la cama, se subió el ruedo del vestido, apartó el borde de la bombacha y comenzó a tocarse.

Eva y Areana, madre e hija pervertidas en extremo y ya echadas en el piso, se acariciaban y besaban apasionadamente entre gemidos, suspiros y jadeos que sonaban como música en los oídos de la señora Constanza. Cuatro manos temblorosas aprisionaban, estrujaban y sobaban pechos estremecidos de deseo, pezones cual pequeños mástiles y luego, como si obedecieran alguna orden, descendían veloces hacia el vientre y finalmente hasta el objetivo último, todo sin dejar de besarse apasionadamente, con ambas lenguas bien adentro de la otra boca, librando allí un combate que culminaría sin vencedora ni vencida. La visitante, con su concha convertida en un lago de flujo, comenzó a desvestirse con movimiento nerviosos y sin apartar su vista de ambas hembras tendidos en el piso, apretadas una contra la otra, sudorosas, mojadísimas y ya explorándose las conchas con dedos ávidos y fogueados sobradamente en tales menesteres. La visita ya estaba totalmente desnuda, mostrando un cuerpo envidiablemente conservado a pesar de su edad. Sólo las voluminosas tetas algo caídas y una leve adiposidad en la cintura evidenciaban el paso del tiempo. Sus dedos iban y venían por dentro de su concha mientras con el pulgar se estimulaba el clítoris y seguía deleitándose con el combate sexual que a sus pies libraban madre e hija hasta que por fin, primero Eva y enseguida Areana, explotaron abrazadas y a los gritos en orgasmos que parecían interminables. La visitante detuvo su masturbación y se puso de pie, jadeando excitadísima, con las mejillas enrojecidas y empuñando el rebenque.

-Acabaron sin mi permiso, perras de mierda. –dijo gozando anticipadamente de la paliza que iba a propinarles.

-Pero, señora, usted… usted no… no nos dijo nada… -se atrevió a protestar Eva, echada de espaldas en el piso junto a su hija mientras procuraba normalizar su respiración.

La respuesta de la señora Contanza fue un rebencazo en el vientre, que hizo gritar de dolor a Eva.

-¡¿Te atrevés a insolentarte, perra sucia?! –bramó la visitante con plena conciencia de que Eva tenía razón, pero ¿eso qué importaba? Eva y su hija eran sólo dos miserable putas con las que ella podía hacer lo que se le antojara y lo que se le antojaba era dejarles el culo rojo y ardiendo a rebencazos. Iba a prescindir de las mordazas, porque quería oírlas. Les ordenó arrodillarse en el borde de la cama e inclinarse hasta apoyar el torso sobre las sábanas. Cuando las tuvo en esa posición se ubicó detrás de ellas y se regodeó por un momento con ambos culos: amplio el de Eva, deliciosamente redondito y pequeño el de Areana. Las esposó a las dos con las manos por delante de la cabeza y se dispuso a disfrutar sádicamente de una buena zurra. Eligió las nalgas de Eva para comenzar y las cruzó de un rebencazo que hizo gemir y corcovear a la pobre. Inmediatamente le tocó el turno a Areana. La señora azotaba con maestría tras el objetivo de provocar una combinación perfecta de dolor y placer, placer y dolor. Ninguna de esas sensaciones debía superar a la otra. A medida que la paliza transcurrría era visible la excitación de ambas putas, que jadeaban, gemían, respiraban con fuerza y movían sus caderas de un lado al otro como esperando ansiosas el próximo rebencazo. La visitante hacía pausas de distinta duración entre un azote y otro y cada tanto palpaba ambos culos para disfrutar de la creciente temperatura que iban adquiriendo. Se los veía ya algo rojizos y estaban calientes al tacto. Entonces la señora Constanza decidió dar por terminada la paliza. Arrojó el rebenque al piso, volvió a sobar ambos traseros y tirando de los pelos puso en cuatro patas a madre e hija, sin quitarles las esposas. Subió a la cama y de pie sobre ella les ordenó trepar y colocarse Eva a sus espaldas y Areana por delante.

-Bueno, muy bien, putas, ahora van a darme lengua. Vos, perra vieja, en mi culo, y vos, cachorra, ocupate de mi concha. Y pobres de ustedes si no lo hacen bien, porque entonces les doy con el rebenque hasta despellejarlas. Abrió las piernas y Eva y Areana se abocaron al menester que les había sido ordenado. Ambas lenguas eran expertas. Eva separó ambas nalgas y tras mirar por un par de segundos el objetivo puso en acción su lengua, primero lamiendo hasta que de pronto la hundió, rìgida y precisa, en el pequeño orificio lo más que pudo. La visitante lanzó un gemido y tembló de pies a cabeza mientras Areana le regalaba veloces lamidas entre los labios externos de la concha, que había comenzado a derramar flujo. La putita capturó de pronto el clítoris hinchado y rojo entre sus labios y comenzó a succionarlo, con  lo cual logró que la señora Constanza comenzara a jadear cada vez más fuerte hasta prorrumpir en alaridos mientras la lengua de Eva seguía horadando su ano y por momentos dándole lentas y largas lamidas a lo largo de la zanja entre ambas nalgas. No pasó mucho tiempo hasta que la señora Constanza comenzó a temblar, a gemir y jadear cada vez más fuerte mientras sus piernas vacilaban. Por fin, cayó incapaz de sostenerse mientras explotaba en un violento orgasmo. Quedó de espaldas en la cama, resoplando, y momentos después le dijo a Areana, que aguardaba en cuatro patas, inmóvil junto a su madre:

-Vení, pichona, limpiame bien la concha con esa lengüita endiablada que tenés.

Areana se inclinó entre las piernas de la visitante y comenzó a beber su orgasmo hasta no dejar ni una gota. La señora disfrutaba de esa lengua en tanto sentía que una dulce laxitud iba ganándola.

“¡Voy a quedarme dormida!”, pensó alarmada y al consultar la hora en su reloj de muñeca vio que vio que quedaban apenas diez minutos para el final de la sesión. Apartó entonces a Areana, se incorporó con esfuerzo y se hizo vestir por la niña. A las cuatro en punto abandonó la habitación en el momento en que Milena estaba por llamar a la puerta. Ambas intercambiaron una mirada caliente durante la cual la señora Constanza tomó ambas manos de la joven  entre las suyas y le dijo:

-¿Vas a consultar?...

Milena dejó sus manos apresadas por las manos de la señora, le sostuvo la mirada y susurró acercando su rostro al de la mujer:

-Sí, voy a pedir permiso…

-Contame a quién…

-No sea curiosa, mami…

-Es que me resulta excitante eso de que tengas que pedir permiso…

-Bueno, ¿lo pasó bien con las putas? –preguntó Milena para desviar la conversación, porque sabía muy bien que no debía hablar de Amalia y su relación con ella.

La señora lanzó un  suspiro resignado:

-Sí, claro, son muy buenos ejemplares, pero me intriga que las entreguen gratis. ¿Por qué no les sacan el jugo?

Milena libró sus manos y un gesto de cierto fastidio se dibujó en su rostro:

-Ay, basta, no pregunte tanto. Vamos, que las perras tienen que descansar hasta que llegue la pròxima visita.

-Está bien, perdoname, bombona… -dijo la mujer arrepentida de haber molestado a Milena, no por consideración a ella sino temiendo que esa imprudencia pusiera en riesgo la posibilidad de un encuentro sexual entre ambas.

Después de haber acompañado a la mujer hasta la entrada del edificio, Milena volvió justo a tiempo para atender el teléfono. Era Carolina, la visita de las 17, que le pedía disculpas por anular la cita, porque le había surgido un problema y no podría ir.

-Está bien, no te preocupes, ¿querés reprogramar? Las tenemos ocupadas por dos semanas. ¿Te anoto para después?

-Mmmhhhhh, no sé, prefiero ordenarme y te llamo, ¿okey?

-Okey, querida. –aceptó Milena y una vez en el cuarto de Eva mandó a ambas esclavas a darse una ducha y después a descansar.

Esperó a que regresaran del baño, las hizo tender boca abajo en la cama y las esposó con las manos en la espalda:

-No vaya a ser que se tienten. Las quiero calentitas para esa nena. –dijo antes de abandonar la habitación.

Eva y Areana se miraron intrigadas:

-Dijo una nena… -se asombró la madre.

-Andá a saber, mamá… -dijo la jovencita buscando la posición más cómoda para dormitar un rato sin que las esposas la molestaran demasiado.

………….

A las siete de la tarde sonó el portero eléctrico.

-Lucía… -escuchó Milena y bajó a  recibir a la visitante. Era una linda jovencita, de cabello oscuro y largo, rostro de facciones marcadas, pómulos altos y ojos negros de mirada firme. Los atractivos de su cuerpo quedaban en evidencia por las calzas negras y una remerita sin mangas bajo la cual sus tetas se advertían libres de corpiño. Se quitó la mochila de la espalda para sujetarla con su mano derecha y saludó a Milena con un beso en la mejilla. Parecía desenvuelta. La asistente le indicó el ascensor y esperó que iniciara la marcha para poder verle el culo, lo único que le faltaba justipreciar tras haber aprobado con un sobresaliente todo el resto de la figura.

“¡Qué buen culito!”, se dijo.

-¿De veras que es gratis? –quiso asegurarse la niña mientras subían en el ascensor.

-Totalmente. Ya se te dijo. –la tranquilizó Milena.

-Sí, está bien, pero no me digas que no es raro.

-Será todo lo raro que quieras, pero es así. No ponés ni un peso.

-¿Y son… son lindas? ¿están buenas o…?

La desconfianza de la chica hizo reír a Milena:

-Todo bien, cachorra, quedate tranquila que son dos bombones, tanto la madre como la hija.

-Bueno, está bien, la verdad es que… que desde que arreglé venir estoy muy caliente… -dijo la jovencita.

-Bueno, me alegro, Lucía, vas a tener una hora para sacarte la calentura, jejeje. –la alentó Milena y luego de abrir la puerta del departamento se hizo a un lado para dejarle paso.

Momentos después entraron al cuarto de Eva.

-¡Vos! –exclamó Lucía y casi al mismo tiempo Areana murmuró con los ojos desmesuradamente abiertos y una mueca de espanto:

-Vos… -y se abrazó a su madre como buscando refugio, en un gesto con alguna reminiscencia infantil.

-Ay, mamá, me quiero matar… murmuró con un hilo de voz.

¿Qué pasa? –preguntó Milena mirando a ambas alternativamente, con el ceño fruncido.

-¡¿Qué pasa?! –se exaltó Lucía mientras una expresión sádica se dibujaba en su rostro y sus ojos permanecían clavados en Areana y su madre, estrechamente abrazadas.

-¡Decile que pasa, trola! –gritó la jovencita acercándose a madre e hija, que permanecían de rodillas y sin soltarse.

-Yo te cuento que pasa… -dijo Lucía por fin dirigiéndose a Milena:

-No lo puedo creer. Somos compañeras de escuela, sí, y ésta ahí era una jodida, soberbia, prepotente, peleadora, insoportable. Varias veces nos agarramos a piñas en la calle, a la salida, y ella me ganó siempre… ¡siempre me cagó a trompadas!... ¡Y mirá dónde la vengo a encontrar!... Convertida en una puta de mierda… ¡ella y su mamita!... –y le preguntó a Milena: -¿Es cierto lo que me explicaron cuando llamé? ¿cogen entre ellas? –la chica hablaba atropelladamente, presa de una gran excitación que mezclaba calentura sexual con deseos de venganza por tanto golpe y prepotencia que había recibido de Areana.

-Sí, es cierto, son tan putas, tan perras que cogen entre ellas. –le ratificó Milena.  –Además son esclavas. ¿Sabés lo que es eso?

-Sí, no tengo experiencia pero me meto en algunas páginas. Sé lo que es.

-Me quiero morir, mama… Me quiero morir… -sollozaba Areana aferrada a su madre.

(Continuarà)

(9,10)