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Su primera vez con Martín

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NOCHE IMPROVISADA

La gente convencional organiza planes y anhela el momento en que estos sucedan. Nadia y Martín eran tan imprevisibles como irracionales, esclavos del desconcierto que la situación les generaba.

Carecían de etiquetas, simplemente eran cómplices del placer adulto, una especie de secreto y confidente, causa y efecto, acción y reacción.

Era verano y vivían en unos pueblos dónde hacía un calor insufrible, situación que requería bañarse constantemente, no importaba que fuera por la noche. Nadia le sugirió remediar los sudores corporales de ambos en su piscina, Martín accedió a un bañito rápido, ya que el día siguiente madrugaba. Le gustaba engañarse a sí mismo, sabía que iba a distar bastante de ser rápido.

Él huía de la sensatez refugiándose en la locura de ella.

Martín se encontraba de sobremesa con sus amigos y la ginebra tramando la gestión de una despedida de soltero, pero no eran contrincantes para Nadia. Se despidió de ellos alegando que el día siguiente trabajaba, sus amigos conocían su profesión de bombero y dedujeron que probablemente fuese a apagar algún fuego en ese momento, pero corporal.

Apareció en el chalet veinte minutos después del ofrecimiento de Nadia.

La ausencia de luminosidad en aquellos caminales se veía interrumpida por los focos del BMW de Martín.

Bajó de su coche y Nadia apareció del interior del chalet con unos rizos perfectos, un trikini de cebra, tacones negros de 10 centímetros, dos copas y una botella de vino blanco. Martín tenía una altura notable, la cogió en brazos y sin mediar palabra se fundieron en una infinidad de besos.

—Mantén la boca abierta. – Le imponía Nadia.

Él obedecía sin hacer preguntas, Nadia abrió la botella y le dio de beber como si se tratase de un biberón, Martín bebía sin oponer resistencia hasta que ella paró.

—Estás feísima. – ironizaba Martín mientras la observaba como un escáner a un folio.

—Vaya, buenas noches ¿eh? Cuenta la leyenda que mis amantes me trataban como a una princesa o una diosa. – Se defendía ella.

—Con cuanto mentiroso has quedado, yo que te tengo aprecio te seré sincero, ni eres una princesa ni mucho menos una diosa, que sepas que eres una tía muy normalita. – Se reía él.

—¿Perdona? Pues te voy a dar un consejo yo, no pierdas el tiempo con una chica normalita, tú mereces follar con una divinidad. –Le reprendía ella, soltando sus brazos y apoyando los pies en el suelo.

— ¿Ya te has picado? Jajajaja… ¿Sabes lo que me merezco yo? –Expresaba él en un intento en vano de parecer formal y sensato.

Nadia no respondía nada, solo le miraba con el ceño fruncido y una ligera incredulidad.

—Yo me merezco lo mejor y tú eres la mejor. – Se justificaba él.

Sabía que era la respuesta que Nadia quería escuchar, repentinamente él la abrazó fuerte intentando no romper las copas y ella apoyó los labios en su torso lamiendo unas pequeñas gotas de vino que habían terminado ahí.

—Yo realmente no creo que seas tan tonto, recibes clases, ¿Verdad?

—Claro que recibo clases, pero de formación sexual, para reventarte cada vez que te veo. –Le vacilaba él.

—Lástima de clases, no te enseñan nada, no tienes ni idea. –Se reía ella.

—Por eso mismo he venido, para que me enseñes, el examen lo tengo mañana. –Continuaba vacilándole él.

—¡Serás estúpido! Anda cállate y sígueme que cada día me caes peor.

Nadia había colocado el colchón al lado del tobogán de la piscina, para darle un ambiente más delicado llevó su ordenador con canciones emotivas.

Se sentaron en el final del colchón, justo en el borde de la piscina y metieron los pies en el agua. Martín llenó las copas del vino blanco afrutado.

—Por más noches como esta. –Fueron sus palabras.

— Que este verano sea recordado como el nuestro. – le contestó Nadia.

Ambos bebieron como si se tratase de un chupito, Nadia le miró y le dijo que oliese su nuevo perfume, necesitaba tenerlo muy cerca, Martín empezó a besarle todo el cuello mientras respiraba su fragancia, acaparando toda su perfecta sonrisa, capaz de tumbar a un ejército entero instantes antes de atacar al enemigo.

Ese era el precio de la felicidad: una piscina, un colchón, toallas, una botella de vino, música, perros ladrando, un cielo plagado de estrellas y sus cuerpos apunto de vestirse de nada.

Martín le quitó el trikini con demasiada energía y rompió parte de las piedras que lo adornaban, su intención era atravesarla intensamente, su ansiedad denotaba que llevaba varios días sin verla, sin embargo, Nadia quería jugar un poco más. Se escapó de su cuerpo fibrado y se tiró a la piscina gritándole:

—Me querías hacer algo, ¿no? Pues va, vente.

Martín se quitó la ropa velozmente y se tiró de cabeza, la atrapó con fuerza acercándole todo su cuerpo, ella se agarró a la escalera mientras él colocaba su considerable pene rígido dentro de su vagina ensanchada, Nadia coqueteaba con un mechón rizado que cubría su cara y se lamía el dedo índice derecho, Martín le robó los labios y empezó a besarle pasionalmente balanceando todo su cuerpo sobre el de ella, sus lenguas bailaban rápidamente, ella mordía los labios de él, le absorbía la lengua, le palpaba su torso y sus brazos como si le fueran a cortar las manos en unos minutos, él no soltaba su cintura ni dejaba de embestirle como el rudo que llevaba dentro, Nadia siempre bromeaba diciéndole que debía jugar a rugby.

—Te voy a comer enterita. – Le susurraba Martín.

—Que sea ya. –Balbuceaba Nadia excitada.

Sacó su miembro con las venas sumamente marcadas, Nadia subió las escaleras contoneando sus caderas y Martín le siguió sin retirarle la mirada. Se sentó en el colchón y cogió la copa que estaba recargando, él abrió con fuerza sus rodillas y derramó parte de la botella de vino sobre su vagina para darle un sabor diferente a sus flujos. Ella estaba embelesada con su manera de mover la lengua dentro de sus oscuridades vaginales, a la par hacía malabarismos para beber. Martín amplió la zona e introdujo su lengua dentro del ano, Nadia se tumbó vertiendo lo que le quedaba de vino sobre sus compactos senos, él le dio la vuelta y la colocó mirando hacia el colchón, rápidamente subía y bajaba su lengua de pelvis a espalda, la volvió a girar para beber el vino derramado en sus pechos, mordía sus pezones despacio y le miraba con cara de vicio, todos los músculos de Nadia se encogían, no podía estar quieta, esa sensación de lujuria era indescriptible.

Martín quería llevar el timón, pero el barco se le iba de las manos, Nadia consiguió invertir los papeles y tumbarlo, llenó su copa de vino y le hizo espectador de su felación. Antes de entregársela tomó un trago y lo mantuvo en la boca mientras introducía su pene, este parecía una bomba a punto de detonar, el contraste del sabor de su piel y aquel vino dulce era de lo mejor que había probado en su vida: refrescante, sabroso y jugoso. Emborracharse a causa del vino en su pene era como poco delirante, paseó la lengua por todo su tronco superior, desde el ombligo hasta su oreja, estaba fogosa, nerviosa e intranquila.

Finalmente se centró en su miembro, recorría cada milímetro de su importante órgano reproductor para deleitarlo varias veces, le escupía en los testículos y los saboreaba entreteniéndose con el índice en su ano. Tenía el cuerpo ladeado, su culo quedaba perfectamente visible para él, quién bebía y le dejaba hacer lo que quisiera, no protestaba, solo disfrutaba ese momento único, balbuceando que le encantaba.

—Joder, joder, esto es un lujo. – Decía Martín.

Nadia cambió la fricción de su lengua por la de sus pechos, asentía su afirmación con su pene sumergido entre sus voluminosos senos.

—Estos ratos dan mucha vida, ya podrían durar siempre. –Se sinceraba Nadia.

Se tumbó encima de él y guio su gran pene erecto de manera desmesuradamente intensa hacía su húmeda vagina ensanchada. Martín le dijo que no le había dado la orden de subir encima de él, Nadia se reía mientras se agarraba al tobogán para impulsarse.

— No te vayas con nadie. – Le imponía él.

—Ni bajo amenaza dejaría de quedar contigo para quedar con otro. –Le aclaraba ella.

—Joder que bien te mueves. – Jadeaba.

—Estoy muy cachonda, necesito correrme ya.

Dejaron de jugar con las palabras y siguieron comiéndose la boca, segregaban cada vez más saliva, Nadia le cubrió de lametazos todo su cuello, lo giraba con fuerza a derechas e izquierdas para que no quedara nada seco, ella también sabía ser salvaje.

Martín estaba harto de verla dominando, de modo que la inmovilizó y la movió como si fuera una muñeca para colocarle en la postura que él quería, le penetró con las piernas flexionadas; Entraba, salía, entraba, la paciencia de su himen estaba llegando a su fin, en cuestión de segundos Nadia iba a reventar cubriendo todo su pene de su sustancia. Esa sensación se la contagió a Martín y ambos ardían: dentro, fuera, subía, bajaba, dentro, subía, fuera, bajaba.

–Ajjjjj, me estoy corriendo- Gritaba Nadia mientras gemía en su oído.

–Mírame, que me mires- Le obligaba él.

En ese momento tenía un poco de vergüenza; No era capaz de sentir placer y mirar los ojos del culpable, pero disimuló y cumplió su orden. Estaba sonando “Paint it black” de los Rolling Stone, justamente de color negro no había nada pintado, en breves Martín la llenaría, pero de color blanco.

Martín le penetraba despacio para que recuperase el aliento y disfrutase de su momento de éxtasis, escuchando una de sus canciones preferidas.

Tras unos segundos de tregua, volvía el buen salvaje, la dureza de su grandeza masculina aumentaba con un ritmo muy progresivo, cada vez más rápido y más profundo. Se acercaba al precipicio de morir y rabiaba de placer, su miembro estaba muy apretado dentro de Nadia, la frotación de ambas pieles lo conducían a la locura exacerbada. Nadia le apretaba las manos y le miraba con mucha perversión, Martín retiró su miembro y expulsó toda su retención en la espalda de Nadia.

— Pfff, Nadia me pones como nadie. –Expresaba Martín totalmente fuera de sí.

—¿Ni recién corrido me dejas de vacilar, Nadia-nadie?

—Que no coño, no lo había pensado, te lo decía de verdad.

—Te creo, te creo, tienes toda la sangre ahí bajo acumulada, no estás para pensar.

—Pues estaba pensando que podías venirte a mi casa a dormir.

—Pero, ¿No te despiertas dentro de unas horas?

—Sí, pero me apetece pasarlas contigo, tú te puedes quedar durmiendo, pero que, si no quieres, no.

—¿Eres tonto? Me encanta dormir contigo, pero antes de irnos nos podíamos duchar.

—Perfecto bonita. –Respondía mientras la abrazaba.

Parecía un ambiente idílico y tranquilo algo muy extraño en Martín y Nadia, después de unos momentos de calma, Martín la lanzó a la piscina.

—¿Eres idiota? ¿Pero de qué vas? ¡Te odio, te odio! ¡Te vas a enterar!! –Le reñía Nadia mientras Martín no podía aguantar la risa.

CAROLINA GASCÓN, 2017.

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