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Es un te encontraré

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Capitulo 1

-Eres un alma vieja- me dijo la sorprendida gitana –un placer estar ante usted, su majestad- y ante tales palabras, ni las chicas ni yo, pudimos evitar reír delante de ella.

-perdone, no fue mi intención reírme, pero… ¿su majestad?-

-tarde o temprano lo entenderá- creo que ahora podía notar algo de indignación por parte de la anciana mujer.

-bueno, esta noche me ha sacado una sonrisa señora- y deposite en su mano un par de billetes

-no, no podría aceptarlos, esto corre por mi cuenta. Soy yo quien tuvo el honor de estar ante un alma vieja- me devolvió los billetes; no sin antes escribir algo sobre ellos, pero en realidad no me intereso leerlo y solo los metí en mi cartera. Tras ese extraño encuentro, nos retiramos.

-Oh, permítame hacerle una reverencia su alteza jajajajaja- dijo Marie mientras se agarraba el imaginario vestido y se agachaba ante mi.

- ya, no seas payasa- y mi mano supo encontrar un lugar en su nuca. –yo no creo en esa clase de tonterías, la mujer solo nos quería engañar o ¿que se yo? Sacarnos dinero o algo-

-Eso lo dices porque eres V-I-E-J-A jajajajaja en eso ella tenia la boca llena de razón, estas A-M-A-R-G-A-D-A - y marco cada letra delante de mi cara mientras las demás chicas solo reían.

-tan vieja que aun puedo hacer esto- le dije mientras enrollaba mi brazo alrededor de su cuello para hacerle una llave, y con la otra mano le frotaba la cabeza con los nudillos. Ella solo reía, chillaba, y se trataba de desprender de mi brazo, pero vamos, era demasiado pequeña para poder lograrlo.

-Mia, ya suéltala- me dijo Sofía a modo de regaño; y ante ese tono, lo único que podía hacer era obedecer. Al hacerlo, Marie me dio una patada en el trasero. - !!HEY!! ¡Mira Sof, y luego quien es la que empieza y ahí anda llorando- me quejé de manera infantil-

-ya párenle las dos, están dando espectáculo para todos- Marie y yo solo bajamos la cabeza como niñas regañadas.

Sofía tenía razón, estábamos dando un espectáculo algo peculiar. Dos chicas guapas de más de 20 jugando a pelearse como un par de cachorros no era algo muy común de ver, y mucho menos en una feria.

Era fin de semana y nos teníamos que divertir. Sof y yo llevábamos toda la semana agotadas a causa de los exámenes que, gracias a dios o a cualquier divinidad, ya habían acabado; ser estudiante de medicina era una verdadera odisea. Marie, por su parte, no trabajaba mucho, y aparte, se dedicaba a lo que más amaba: ser locutora; no tenía una voz particularmente especial, pero al momento de estar “al aire” algo en ella cambiaba que se transformaba en la persona más interesante para escuchar. En cuanto a Laura y Alice, siempre estaban saturadas de trabajo; cuando no era un divorcio era una demanda o incluso homicidios; ese despacho veía circular todo tipo de casos, pero entre ambas se complementaban bien y siempre lograban sacar todo a flote, de manera que, a sus “escasos” 23, ya eran uno de los despachos jurídicos más solicitados de la ciudad.

ese sábado por la noche, todas habíamos hecho un espacio en nuestra agenda para salir y convivir un poco. Ya hacia tiempo que no estábamos las cinco juntas y había mucho de que hablar; no importaba que tuviéramos ya diez años de hermosa amistad, no, nunca se nos agotaba el tema de conversación.

-Mia ¿y tu para cuando sales?- dijo Alice, refiriéndose a que hasta cuando tendría pareja, pues de las cinco, siempre había sido la única soltera. En diez años de amistad (desde que teníamos 13 años) mi relación más duradera la había tenido con Carlos, eso antes de saber que no sentía particular atracción hacia su entrepierna, solo duró escasos tres meses en los que lo más que hubo fue un, mal dado, beso en el cuello; y cabe decir que me calentaba más el sol. Claro, sin mencionar esa larga e íntima relación que mantenía con mi mano, pero ellas no sabían, y yo no las iba a sacar de su ignorancia.

-¿ya van a empezar? Venga cada que me ven me dicen lo mismo- alegué con un tanto de fastidio, pues cuando veía a Alice o a Laura, que era a quienes menos frecuentaba, siempre era la misma pregunta.

-me conformo con que me digas que estas saliendo con alguien-

-si lo digo ¿me dejaras en paz?-

-si- y una sonrisa de ilusión se dibujo en su rostro

-esta bien, si salgo con alguien- dije con un, muy marcado, tono sarcástico.

-ash, siempre es lo mismo contigo Amelia. Si sigues así te vas a quedar-

-yo estoy esperando a esa persona especial. Y no pienso probar a mil equivocados para después de diez años encontrar al correcto. No gracias-

-¡¡¡CUUUURRRRSIIII!!!!- me grito Marie en el oído

-cursi, pero me quieren- y las abrace tratando de abarcarlas a todas, pero solo pude tener entre mis brazos a Sof y a Marie; Y ellas eran mis mejores amigas.

Esa noche todas las chicas habían bebido un poco por encima de lo adecuado. Siendo siempre Marie quien ganaba la medalla de la ebriedad, Alice se llevaba la segunda, y, Laura y Sofía siempre al final con solo unas copas de más y una lengua un poco torpe. Y yo, como siempre, la conductora designada que se encargaba de llevarlas a todas hasta su cama, cambiarlas, arroparlas, dejarlas acostadas de lado, y cerrar sus puertas.

Para cuando terminé de repartirlas a todas, ya eran más de las tres de la mañana. Llegué a mi departamento, me puse ropa cómoda, y, como todas las noches, me senté en el sillón que estaba frente a la gran ventana con vista a la ciudad, y me tomé un café bastante cargado con el fin de que todo rastro de sueño se fuera.

Odiaba dormir. Noche tras noche eran tenia los más intensos sueños, y siempre, sin excepción, despertaba empapada en sudor, en lagrimas, y con el corazón roto en mil pedazos. Me gustaría mucho no poder recordarlos al día siguiente, pero no, los recordaba uno a uno con lujo de detalle, y eso lo volvía más doloroso.

Cuando tenia 12, tuve el primero, y mis padres no hicieron caso; “es la adolescencia” decían, “son las hormonas”, “pronto estarás bien”, “deja de desvelarte”, “come más ligero antes de dormir”, y muchas otras frases típicas, pero al pasar de los meses, y al ver que no dormían bien, me tuvieron que llevar al medico; él me dio medicamentos y me canalizó con un psicólogo que, en realidad, lo único que hizo fue sacarles el dinero a mis padres.

Sin embargo, esas pastillas, pese a que me quitaron las pesadillas evitando que soñara, o mejor dicho, que los recordara, solo lograron que estuviera completamente drogada durante el día. No reaccionaba, me caía con facilidad, y por supuesto, mis calificaciones bajaron. Por lo que al entrar al instituto decidí dejarlas y tratar de soportar aquellas terribles y dolorosas pesadillas. Y al entrar a la facultad de medicina, todo mejoró, pues ya ni siquiera dormía, así que no había pesadillas; un café fuerte y todo solucionado.

Estando ahí, sentada frente a la ventana, con el café calentando mis manos, eché mi mente a volar. Yo era la única soltera de las cinco. Sofía tenia a su eterno enamorado: Cristóbal, Marie tenia a Felipe, que era un idiota, pero al fin y al cabo era su novio; Alice estaba comprometida con Aron, y no faltaba mucho para que Mike le pidiera lo mismo a Laura. Si, era la única con preferencias diferentes, y ellas me querían y me aceptaban como tal. Se los dije cuando estábamos en segundo año de la universidad y se lo tomaron de lo mejor. Jamás se incomodaron y jamás me hicieron a un lado. Por el contrario, siempre trataban de emparejarme con alguna chica linda que tuviera mis mismos gustos. Esas mujeres eran mi vida entera y las amaba más que a nada. Sabía que siempre estarían ahí para cuando las necesitara y yo para ellas.

En aquella caja de madera de esquinas redondeadas, con una tela color crema y un par de grandes botones, sonaba el nuevo éxito de la cantante favorita de aquella joven: “la vie en rose” de Édith Piaf.

Evalgenile, una joven de 23 años, se encontraba en su pequeño apartamento parisino de un par de habitaciones. Había salido ya de trabajar en aquella oficina que tanto odiaba; sus compañeros de trabajo, y sobre todo su jefe, no dejaban de hacerle propuestas indecorosas y de menospreciarla por ser mujer. Decían que una chica no debería estar trabajando en una oficina.

El trabajo de Evangeline no era muy importante, era secretaria y asistente del jefe, pero aun así, era quien en realidad marcaba la diferencia en ese lugar, pues con su inteligencia, su don de gentes y su belleza, lograba hacer que todo estuviera en su lugar y que el jefe, el hijo mimado del dueño, no llevara a la banca rota el legado de su padre.

Montmartre no le parecía el mejor lugar para que una señorita viviera, pero era el que se podía pagar con el no muy buen sueldo que le ofrecían; aparte tenia cafés muy buenos y una música que valía la pena escuchar, de ahí en más estaba lleno de revoltosos y jóvenes sin que hacer que se creían artistas. Le fastidiaba de sobremanera tener que caminar por place du tertre y que esos chicos “sin talento” le ofrecieran pintarle un retrato por unos cuantos francos. Sin embargo, pocas cosas le gustaban más que pasear por la rue saint-vincent, comprar un buen vino, y beber una copa a la orilla del cena sin ser molestada por nadie.

Tenia un carácter muy fuerte que no coincidía mucho con su físico, pues era una joven muy delgada, y no muy alta, de pechos pequeños, blanca como la nieve y con el cabello muy corto y ondulado como era la moda; pero si algo en ella llamaba la atención, aparte de su capacidad para gritarle a las personas, eran sus ojos, que al igual que su carácter, no coincidían con el resto de su cuerpo, eran de un color verde amarillo y extremadamente expresivos, que lograrían enamorar a quien osase mirarlos.

Ese día, tras su café y uno que otro pastelillo, salió a caminar con el fin de distraerse un poco, estaba hastiada de tener que rechazar tantas y tantas veces a Adrien, su muy idiota y poco agraciado jefe, ese hombre no entendía que lo suyo no eran los hombres; pero eso no se lo podía explicar.

Por ir tan distraída, nunca se dio cuenta por que calles caminaba; hasta que, por ir viendo hacia abajo, unos zapatos poco femeninos, se aparecieron en su camino dándole un buen susto.

-disculpa si te asusté, no era mi intención- la dueña de aquel singular calzado era una joven bastante alta, suficiente como para tener que mirarla hacia arriba; de cabello largo y rubio que recogía en una despeinada coleta, ojos azul profundo y un cuerpo que no alcanzaba a percibir bien, pues llevaba unos pantalones holgados que al igual que sus zapatos parecían comprados en la sección de “hombres”, y una camisa que se notaba no era de su talla, y dudaba que fuera de ella a causa del mayúsculo tamaño. –Quisiera darte esto- y extendió su mano ofreciendo a la vista de Evangeline una hoja

-no, lo siento pero no estoy interesada. Si me disculpas…- y la, no muy amable joven trató de continuar su camino, pero se vio interrumpida por el brazo de aquella chica.

-perdón si no me explique bien, quisiera obsequiártelo, no que me lo compres. Es un regalo-

-¿y tu porque me haces un regalo?-

Y la misteriosa chica solo levanto sus hombros dándole a entender un simple e infantil “no se”. Y con esto, Evangeline se tomó el tiempo de mirar el contenido de aquel papel.

Era una acuarela de la calle por la que pasaba, de noche y con lluvia, como en ese momento; y una figura femenina en primer plano, con un rostro evidentemente preocupado, que sus ojos reflejaban muchos más años que sus rasgos. Y si, era ella.

-valla, me has dejado sin palabras. No puedo decir otra cosa más que gracias-

-yo soy quien debe agradecerte, hacia mucho que no pintaba algo, no había encontrado una musa- ¿era ella o esa chica estaba coqueteando de manera bastante obvia?

-es verdaderamente hermoso-

-no más que su protagonista- Si, oficialmente estaba coqueteándole.- yo solo plasmo lo que veo-

-por favor, acepta que te pague por él- y trató de sacar dinero de su bolsa de mano hecha de piel con un color magenta que combinaba con sus zapatos de un tacón ligeramente alto; pero la chica le tomó la mano para evitar que le pagara por el trabajo.

-no, no lo hagas, me sentiría ofendida si aceptara dinero a cambio de él, es un regalo- y al momento le lanzo, a aquella hermosa y femenina parisina, la mirada mas cautivante que pudiera existir jamás, y ella no opuso ninguna resistencia.

- bueno, entonces déjame invitarte un café- propuso levantando una ceja de manera bastante coqueta y seductora, provocando que la joven tiñera su blanca piel de un rojo potente.

-mmm… bueno, eso no te lo puedo negar porque amo demasiado el café- eso Evangeline lo podía notar, la chica tenia impregnado en su piel una mezcla de olores: miel, oleo, tinta y café; y a nuestra parisina le fascinaba el resultado. – Por cierto, mi nombre es Victorie-

-es todo un placer Victorie- estrechó su mano y en ese instante su vida entera cobró sentido y se sintió, por primera vez en su vida, completamente llena.

aquel café, aquella noche lluviosa de marzo de 1946, un par de mujeres invadieron de magia un pequeño rincón de Montmartre.

Una de ellas no se calló en toda la noche, habló y habló sobre mil cosas; sobre un tal Picasso que ella veneraba y que a Evangeline se le hacia de una fama pasajera, de la oleada fascista en Europa, de lo mucho que el mundo olía a guerra, de lo mucho que le gustaba la obra de una joven mexicana de apellido Kahlo y Evalgeline coincidió con lo maravillosa que era ésta ultima porque en el 39, y con solo 7 años, había leído un numero de la Voge (su revista favorita) donde hablaban sobre ella, dejándola extasiada.

La otra intervino poco en la conversación y se limitó a escuchar a la hermosa joven; no se le pasó tomar nota mental de todas las cosas importantes que decía, como que tenía 20 años, que era artista, que amaba el café (cosa bastante obvia), que tenia ideas comunistas, y que se estaba enamorando de ella.

Después de acabar con tres tazas de café y dos pastelillos, cada una, salieron del lugar. Evangeline no quería que terminara la noche, deseaba seguir al lado de la hiperactiva y alegre Victorie, por lo que la invitó a su lugar favorito; aquella banca a la orilla del Sena, siendo solo ellas dos, una botella de vino tinto y un par de copas.

Y ahí, frente al río más romántico del mundo, fue que Evangeline descubrió otro detalle interesante de Victorie; la poca coordinación que tenía. Ya que tratando de servir el vino, se distrajo con la mirada de su acompañante, llenó de más la copa y la derramó justo enzima de ese vestido Chanel hermoso, caro, y único en el guardarropa de Evangeline.

Pero me atrevo a decirles que, en vez de molestarle el hecho de que su vestido favorito se viera estropeado, eso la llenó de emoción. Si, una extraña emoción que la recorría desde la puntas de sus pies cubiertos por esos zapatos de terminación puntiaguda, tacón bicóncavo, de empeine desnudo y color magenta; subiendo por sus tonificadas piernas bajo esas medias del tono de su piel; y siguiendo el asenso bajo el manchado vestido de famosa marca que le llegaba por debajo de la rodilla y tenía una hermosa caída desde su bien marcada cintura; y ascendiendo aun más hasta el decente escote en V enmarcado por unas femeninas solapas y con unas mangas hasta medio brazo que se elevaban un poco a causa de las hombreras. Todo esto, hasta llegar al destino de tan embriagante emoción: su corazón… y su entrepierna, pues Victorie trataba desesperadamente de remover la mancha que, por algo que llamaré destino, se encontraba tres manos por enzima de la mitad de el muslo de Evangleine… o una mano debajo de su ingle derecha, lo que a ustedes les parezca más cerca.

 

El corazón estaba a punto de salírsele del pecho, mientras otra cosa fluía libremente por su ropa interior. La miró a los ojos y Victorie levantó la mirada encontrándose así con esa mezcla de pasión, lujuria, amor y deseo en un solo momento. Ambas sintieron dentro de su ser que tenían siglos de conocerse, que acababan de encontrar a la otra mitad de su ser y que se amaban profundamente. Y cuando eso pasa, mis amigos, lo único que se puede hacer es dejarse llevar por el momento justo como hicieron las eternas enamoradas; que, con un romántico y tierno beso, se reconocieron.

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