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Siempre me calentaron los viejos (5)

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-Hola, linda mucamita… -me saludó el visitante con la voz algo ronca y después de aclararse la garganta, agregó: -En cuanto termines de trabajar vamos a darte una buena ración de pija con don Benito…

Al oírlo, casi se me cae el plato que tenía en la mano, de la emoción que me causaron tan prometedoras palabras.

-Sí, don Ernesto, yo estoy para lo que ustedes quieran hacer conmigo… -dije y no puede evitar un estremecimiento al darme cuenta de que había llegado a lo más profundo de mi condición de putito sumiso.

-¿Lo ha oído usted, don Ernesto?... es como una mascota de tan obediente y mansito…

-Eso me excita mucho, don Benito… Me da morbo…

-¿Qué es eso? –preguntó don Benito con un tono como desconcertado…

-Bueno, es como un interés algo… algo perverso...

-¡Que no entiendo, hombre!

-Usted dijo que Jorgito es como una mascota de tan obediente y manso…

-Sí…

-Bueno, ¿qué tal si lo tenemos con collar y correa?... Así se tiene a una mascota… Eso es morbo, don Benito…

Yo, escuchando semejante diálogo, tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para seguir con mi tarea, de tan emocionado y caliente.

-¡Oiga, don Ernesto! ¡qué gran idea la suya! ¡Si resulta que yo también he resultado… mor… mo… ¿cómo era eso que usted dijo?

-Morboso, don Benito, y cuánto me alegra que usted también lo sea, porque entonces a partir de ahora vamos a gozar mucho más de esta linda putita. Mañana mismo traigo el collar y la correa, ¿le parece bien?

Al oír eso ya no pude contenerme, dejé en la pileta la taza que estaba enjuagando, me di vuelta y dije en un murmullo, en tono de ruego y con la vista clavada en el piso: -Ay, sí, don Ernesto, sí, don Benito, ténganme con collar…

Ambos lanzaron una carcajada y don Ernesto dijo: -Ya ve, don Benito… El nene es tan putito como sumiso y también morboso…

-Sí, y escuche usted, don Ernesto, estoy muy cachondo… Que termine de lavar esas cosas y siga mañana con las otras tareas domésticas, ahora quiero darle polla.

-Perfecto, don Benito, mañana traigo el collar y que la sirvientita haga su trabajo con ese collar puesto. Y mejor para ella que no flojee ni cometa errores, porque entonces sabrá lo que son unos buenos chirlos en esa linda cola que tiene.

Don Ernesto había terminado de revelar su naturaleza perversa y al oírlo fue tal la conmoción que sentí que caí de rodillas ante ambos viejos y entre jadeos y respirando muy fuerte por la boca dije: -Sí… ay, sí… Sí, don Ernesto, sí, don Benito… Si no hago bien mi… mi trabajo de mucama o si… si me porto mal castíguenme… Denme una buena paliza en la cola a ver si… a ver si aprendo…

Hubo un silencio espeso y caliente y por fin don Ernesto dijo: -Muy bien, Jorgito, parece que las cosas están muy claras… Nosotros mandamos, disponemos, y vos ¿qué?

-Yo… Yo les obedezco, don Ernesto… Yo… yo soy la putita de ustedes, la… la mucamita, la… la perrita, la mascota de ustedes… Soy lo que ustedes quieran… -todos mis más profundos deseos de gay sumiso afloraban con fuerza, indetenibles, como si después de mucho tiempo hubieran roto el dique que los había contenido.

Don Benito me levantó  tomándome de un brazo y dijo mientras me sacaba de la cocina: -Basta de perder el tiempo y a darle polla, don Ernesto, que es lo que está queriendo este putito…

Y en el cuarto de don Benito me dieron con todo, me usaron la boca y el culo, me cogieron con una violencia especial, me llenaron de leche, y cada tanto don Ernesto me humillaba obligándome a decir cosas como “soy una mascota”, “soy una mariquita hambrienta de vergas”, y yo lo decía mientras deseaba que aquello no terminara nunca. Terminó conmigo lleno de semen y con el ano ardiéndome un poco, de tan violentamente que usaron sus vergas. Mientras ellos, echados de espaldas en la cama trataban de normalizar sus respiraciones les pedí permiso para masturbarme, me lo concedieron y salí corriendo hacia el baño, donde vacié mis huevitos sentado en la bañera. Cuando acabé lamí y tragué todos los goterones de mi leche que había en el piso y volví al cuarto de don Benito con piernas vacilantes.

Me tendí en la cama de espaldas junto cuando don Benito le preguntaba al visitante: -Oiga, donde Ernesto, ¿tiene usted mucama?

-Tenía, amigo, porque acaba de mudarse a provincias con su marido…

No hay problema, don Ernesto, a partir de ahora tendrá a Jorgito.

-¿De veras, don Benito? Créame que me será muy útil.

Hablaban de mí como si yo no estuviera y era lógico, porque yo no contaba.

-¿Qué días lo quiere, donde Ernesto?

-Bueno, Lidia venía miércoles y viernes dos horas.

-Vale, miércoles y viernes Jorgito irá a su casa cuando salga de la escuela. ¿Has oído, niño?

-Sí, sí don Benito. Los miércoles y viernes iré a casa de don Ernesto para ser su… su mucamita…

-Muy bien, Jorgito, y ya sabés, al menor error o flojera, ¡una buena zurra! –me dijo don Ernesto y yo, en ese mismo momento, decidí que iba a cometer algún error o flojear para disfrutar de una buena zurra en las nalgas, algo que había empezado a desear desesperadamente. Me pregunté si me pegaría con las manos o con algún cinto y la duda me estremeció de pies a cabeza.

(continuará)

(9,10)