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Delito, sexo y venganza

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Eran las dos de la tarde.

Había un sol radiante, un viento solitario por las calles de la ciudad y bastantes gorriones aturdiendo con sus trinos cuando yo caminaba rumbo a casa. Me quedé un tiempo más en el trabajo para terminar unas impresiones a color.

Había paro de colectivos, y casi nunca llevaba plata para un taxi por si acaso.

Era lunes, y todavía se filtraba por algunas ventanas un delicioso olor a comida.

Me dispuse a caminar con más sed que hambre las 25 tediosas cuadras hasta mi casa. Pero al llegar a la plaza, oigo pasos precipitarse detrás de mí.

Me apuro un poco, pero no tengo escapatoria.

En menos de lo que mi temor tuvo el valor de salir corriendo, una flaca esquelética aunque con mucha fuerza, y un pibe alto, gordito y con una melena rubia me retienen contra la pared de fibra de vidrio de una garita deshabitada. Ahí casi nadie esperaba el micro de noche.

Me sacaron el celular, el bolsito, unos caramelos y un fasito que tenía encanutado.

El pibe me manoseó diciendo:

¡yo a vos te conozco guacha… vos sos Florencia no?, te acordás de mí?, yo soy el Cuqui, el boludo del primario que estaba enamorado de vos! Te hacías la putita con todos menos conmigo! Pero ahora cagaste gila!

La mina me tiraba el pelo y me tapaba la boca con las manos para que no grite, mientras yo forcejeaba para huir.

Pero cuando el Cuqui me tocó las tetas en medio de una tranza feroz, la que se me tornaba imposible no corresponder, la mina me cortó un mechón de pelo con una navaja.

¡yo soy Nadia, y más vale que te portes bien chetita, o te borro esa sonrisita de la cara con esto!, dijo histérica la chica, pinchándome el hombro con la punta del cuchillo.

¡así que no le diste el pansito a mi amiga zorra!, y encima sos fasera mami!, dijo mientras prendía mi ex faso y se lo llevaba a la boca.

Después ella me tocó las tetas por abajo del corpiño sabiendo que el pibe me tenía de los brazos, y como ella me pisaba los pies no podía impedirlo.

Comenzamos a caminar desde que un par de personas pasaron cerca de nosotros.

No entendía por qué no me revelaba, aunque no tuviera con qué defenderme. Además los tenía bien pegados, ella adelante y él atrás mío, sin privarse de tocarme el culo o apoyarme.

Nadia era muy tetona, y con la remera gastada que traía podía ver lo erecto de sus pezones. Tenía un short agujereado y zapatillas, el pelo desprolijo, la cara demacrada, los ojos rojos de tanto fumar y la voz gangosa. Seguro tenía unos 35, pensé cuando por alguna razón se me escapó decir que me estaba meando.

Nadia ni lo dudó. A esa altura ya íbamos por una calle desierta, cuando se dio vuelta y me tiró al suelo de una patada. Me bajó la calza y me sentó en el cordón de la vereda con ayuda del pibe.

¡dale nena, meate toda esa bombachita con puntillitas, cheta de mierda!, dijo impaciente.

El Cuqui no me dejó ponerme de pie hasta que no hubiera terminado de mear. Recién entonces ella me arregló la ropa y seguimos caminando.

Me sentía rara. De repente en mi pecho ardían unas ganas de garchar que, creo que se evidenciaron en la mano que le metí al culo de Nadia.

Ella me dio un sopapo, justo cuando llegábamos a un amplio galpón en el que entramos. Allí había motos desarmadas, bicis, una mesa, un par de sillas, cajas apiladas, una heladera, cajones con botellas y una cama destendida llena de ropa, y un colchón, entre lo que pude memorizar. También un perro inmenso y rechoncho, el que apenas llegué me olfateó.

¡parece que tu nena es una culo sucio!, mirá como la huele el perro!, le dijo Nadia entre carcajadas al Cuqui, quien enseguida me tiró sobre la mesa, me quitó las sandalias mojadas con pis, lamió mis pies con algo de cariño, y mientras me decía que ahora nadie me iba a salvar me tapó la boca con un pañuelo, me quemó la calza con su cigarrillo y me me dio una chupada de tetas que me hizo despegar de la realidad.

Lo vi pelar una pija rígida y gruesa que asomaba de un montón de pelo púbico.

Nadia entonces se subió sobre mí con las tetas al aire para petearlo estirando la cabeza. El Cuqui estaba parado y repetíaqu e me iba a coger por todos lados, a medida que el roce de los pezones de esa mugrosa me quemaba el pensamiento.

No podía hablar por culpa del maldito pañuelo.

Luego siento que su mano me baja la calza con brusquedad, que sus dedos tocan mi vulva y que pronto su palma abierta la masajea sobre mi bombacha, como si fuese un bollo de pan casero.

Podía oírla chuparle la pija al Cuqui y decir entrecortadamente:

¡qué conchita tenés mami!

Después chasqueó la lengua y los dedos. También silbó.

¡nano, vení chiquito, dale!

Nano era el perro torpe y medio rengo que se acercaba a mí tras el llamado de su dueña, quien le indicó:

¡vamos, olele la concha a esta guanaca Nano, lamele todo!

Durante unos segundos el perro obedeció, mientras ella continuaba peteando al Cuqui que transpiraba muy concentrado.

Hasta que Nano, seguro que molesto por mi afán de querer sacármelo de encima me mordió una pierna y se las tomó ladrando en cuanto Nadia lo echó.

El susto me duró un poco, pero ella no dejaba de escupirle la verga al pibe, ni de colarme dedos en la concha.

En eso el Cuqui largó una perorata dr mi infancia en el colegio, la que ella oía con falsa fascinación.

¡no sabés lo putita que era ésta! ¡cómo nos tocaba la pija y nos mostraba el calzón! Aparte todos le metían mano por donde quisieran, y ella les daba piquitos, y se franeleaba con todos! Pero cuando la apurabas para garchar se hacía la boludita! A mí y a un par más al menos nos tiró la goma en el baño! nos mostraba las tetas y nos espiaba cuando meábamos!

Nadia me quitó la remera y el corpiño. Lamió groseramente mis tetas mientras pajeaba al pibe, quien ahora me recordaba que me gustaba que me dijeran putita al oído.

Pronto me vendó los ojos, me quitó el pañuelo de la boca, lo reemplazó con sus pezones desabridos pero hinchados, y llevó mi mano izquierda a la verga del Cuqui para que lo pajee.

El pibe estaba en calzoncillos disfrutando de mis apretaditas a su tronco caliente, haciendo como si me cogiera la mano cuando la cerraba, y ella gemía en mi oído por el contacto de mi lengua en sus pezones. Recuerdo que me dijo:

¡yo también te voy a coger negrita de mierda, porque me encanta tu olor a concha mamita!

Al rato se bajó de la mesa.

Desde aquel momento yo no podía ver nada.

Por lo tanto, me hizo fumar un faso horripilante,me dio vino de un tetra casi vacío, me comió la boca y me escupió las tetas con fuerza.

Pronto siento que su lengua lame mi mano y la pija del Cuqui, que seguían fundidas en una paja insoportable, hasta que ella exclamó:

¡acabale toda la lechita en la mano de tu amiguita negro sucio! Después le vamos a hacer de todo! Lo único que tiene de santita es la cara!

Enseguida sentí que mis dedos se pegoteaban con su semen y la saliva de Nadia, quien luego me exigió:

¡lamete la mano puta, metete los deditos en la boca!

Mientras me cacheteaba, me mordía las piernas, y en mi vagina ya entraban y salían los dedos del pibe.

Yo seguía inmóvil y ciega sobre la mesa.

De repente, el Cuqui tuvo que evidenciarme en voz alta:

¡te acordás cuando te volvías toda meada a tu casa por jugar a los perritos?!

Ella detuvo todo acto, le pidió que consiga una soga y que compre pañales en el chino.

El pibe no mentía, y entonces tuve que contarle a Nadia de mi poca retención cuando me reía mucho o me gustaba un chico, mientras me ponía el corpiño y me daba algún que otro lengüetazo en la cara.

Entonces, el silencio fue interrumpido por dos nuevas voces masculinas.

Sin más, Nadia me arrodilló en el suelo que era de tierra y me ordenó:

¡chupales la pija a mis dos amigos morocha, que el Cuqui ya viene!

No tuve la opción de negarme, ya que me hizo notar el frío filo de su navaja en el cuello. Además uno de ellos dijo que tenía un chumbo.

Apenas oí que se bajaban los cierres de sus pantalones me mojé un pcoo. Me excitaba la situación, aunque no sabía si saldría con vida de allí.

Una a una, esas dos pijas invisibles para mis ojos pero más que paradas y apetitosas entraban y salían de mi boca. Se incrustaban en mi garganta mientras presionaban mi nariz, me cacheteaban las mejillas, se llenaban de mi saliva, se imponían a mis eructos y arcadas, se frotaban por mi cara y por mi pelo. Uno de ellos me cogió las tetas tras colocarla entre ellas y mi corpiño. Creo que fue ese el que me acabó en la cara. El otro me hizo tomar toda la leche después de comerme la boca y decirme:

¡pobresita la nena, está re cagada miedo, no ve nada y tiembla la muy petera, pero la chupa re sabroso!

Nadia solo me animaba a seguir mamando.

¡así nenita, qué pendeja mamona sos, cómo te gusta la verga sucia, sos de las mías cochina, puerca del orto, seguí mamando así!

Cuando los tres se sepsraron de mí, oí que hablaban de las cosas que habían robado. Uno de ellos parecía eufórico por la cantidad de guita que traía.

También oí que ella los re chuponeaba.

Luego se fueron y ella me recogió del suelo para devolverme boca arriba a la mesa.

Era cierto, temblaba y lloraba, pero ya no sabía si de los nervios o de la calentura.

En breve llegó el Cuqui con un tipo que, a juzgarlo por su voz tendría unos 50 años.

El pibe quiso que me baje de la mesa y que comience a gatear por el suelo, buscando al tipo que me llamaba como a un perro entre silbidos, palmas, chasquidos y bufidos por mis desorientaciones.

Naturalmente me chocaba con todo, y los tres se reían de mi desgracia.

Ya me ardían las rodillas cuando al fin me topé con la humanidad del hombre que en breve dejó caer sus pantalones a los tobillos y me cazó del pelo para que mi boca se la trague toda.

La textura arrugada de esa verga erecta pero no muy firme me hizo pensar que tal vez tuviese unos 60.

Apenas mis dientes la rozaron y un hilo de baba coronó sus acalorados testículos, el tipo jadeó, tembló y llamó a Nadia para que se sume.

¡dale boluda, ayudala un poquito a esta borrega!, dijo, y los pies descalzos de Nadia la trajeron a mi lado. Nos re comimos la boca alternándonos la pija del viejom y aunque yo podía tocarla, ella me eructaba en la nariz, me apretaba las lolas, me escupía y me susurraba:

¡dale nena, lamela más rápido, así le viene la lechita y te la tomás toda cerdita!

Pronto Nadia nos dejó solos, y el tipo me levantó de un brazo. Me sugetó a su cuerpo con sus manos inmensas y frotó sin cuidado su pija en mi pubis. En un momento la acomodó adentro de mi bombacha como para cogerme la concha. Pero sus precoces y maduros años no pudieron llegar, por lo que solo me ensució las piernas y se fue algo contrariado.

Nadia hizo un llamado a una piba, con la que al parecer estaba todo mal.

En ese instante el Cuqui me tiró al suelo, me tapó la boca con cinta adesiva y se montó sobre mis tetas. Sentir ese trozo de carne dura en mis pezones fue demasiado para el celo de mis 22 años desmoronados ante un delincuente, al que no debí subestimar cuando éramos chicos.

Colocó su verga entre mis tetas y se hizo una turca deliciosa, aprovechando mi inmovilidad, porque ahora Nadia me sostenía de los pies.

Ella me cortó la bombacha, creo que con su navaja, me arrancó la cinta haciéndome doler los labios y luego introdujo aquel pedazo de tela roñosa en mi boca. Tras unos segundos de calma, siento que el guacho rodea mi cuello con una soga delgada pero resistente, al tiempo que ella me pone un pañal después de oler mi vagina con locura.

Enseguida me juntan del suelo y me suben a la mesa donde ambos se sientan a cada uno de mis lados y nos tranzamos con una ferocidad de ensueño, yo con el calzón cortajeado en la boca.

Hasta que ella me insiste para que gatee en el suelo y le menee la cola. El Cuqui me paseaba controlando mi recorrido con la maldita soga, y ella me pedía que me haga pichí como en la escuela.

Pronto me perseguía para pegarme con un diario o algo así, hasta que el Cuqui pierde los estribos y me tira al piso boca arriba otra vez.

se sienta en mi cara para que le chupe el culo y lo pajee mientras ella parada sobre mis cabellos revueltos le pedía al vago que le coma la argolla.

Oía que le pegaba y le decía:

¡chupala como un macho nene, haceme gozar papi, y dale la leche a esa zorra!

Mi lengua lamía sus huevos y su ano con asco y morbo, a la vez que mi mano se acalambraba un poco de tanto pajearlo. No podía creer que se le erectaba tanto la pija!

Hasta que pronto siento que un chorro espeso de semen cae sobre mis tetas, y ella enseguida lo aparta de mí para lamer toda su acabada, haciendo que mis pezones deseen sus dientes más que nunca. Ni siquiera había reparado en que me había meado encima. Creo que ella fue la que me pone de pie de golpe, y entre los dos empiezan a corretearme sin quitarme la venda.

Cuando llegamos al colchón roto que yacía tendido cerca de la heladera, los tres nos desparramamos sobre él, y ellos me lamen, acarician, muerden y besan como se les place.

Nadia me rompe el pañal con los dientes, y al descubrirme meada, temblorosa y sollozando se lo dice al Cuqui, sin dejar de olerme.

¡mirá pendejito, tu amiguita se hizo pis, porque quiere que te la garches! Yo que vos no pierdo el tiempo!

En cuanto esas palabras fueron eco en el carcomido techo de chapa, el Cuqui se trepó a mi cintura y clavó sin previo aviso su dura poronga en mi concha que burbujeaba una fiebre animal capaz de aturdirme. Me cogía rápido, como con desprecio, sin pausa, gimiendo entre lametones a mis tetas y amasadas a mis nalgas, acelerado y repleto de sudor.

Pronto ella se unió a nosotros, y no tuvo mejor idea que sentarse en mi cara para que mi lengua, saliva y gemidos se ahoguen en su vulva peluda, gordita y carnosa.

A pesar de que no la veía sabía que estaba desnuda.

Su olor era fuerte, y su sabor tenía un cálido éxtasis en cada gota de flujo que emanaba de su vagina. Su clítoris estaba hinchado y duro como un tornillo, y sus frotadas me contracturaban un poco la mandíbula.

El Cuqui seguía dándome más pija, pero ahora también le lamía el culo a su compañera de aventuras.

Pero cuando creía que su verga sería una manguera de leche en mis entrañas, el pibe se acostó a mi lado boca arriba, y ella me acomodó sobre él para que lo cabalgue.

Ella misma colocó su pene en mi sexo, y mientras yo saltaba impasible ella me chupaba las tetas y me lamía la cara.

En un momento me atreví y le agarré la mano a la flaca para que me toque la concha, pero la hija de puta, no sé cómo logró introducir casi toda su mano adentro, y eso me ponía más loquita y alzada.

En el instante de mayor frenesí del polvo, Nadia me levantó y tras unas cachetadas sin por qué a mi rostro lleno de interrogantes, me sentó sobre el Cuqui. Solo que ahora su pene era devorado por mi cola, y su lengua por mi almeja inundada de jugos.

No tardé en sentir  la propagación del semen de ese macho con cara de malo, pijón y perverso entrar en mi canal, justo cuando la lengua de Nadia me arrancaba un nuevo orgasmo.

Parecía que no había tiempo para recuperarse de nada.

En breve estuve atada a una columna de caño despintado, dolorida, vendada y con la boca encintada otra vez, casi por una hora. Entraban y salían voces que arrastraban palabras. Hubo discusiones. Nadia se alegró por unos ácidos que alguien le trajo, y el Cuqui hablaba de hacer unos papeles para un auto.

Al rato hubo silencio.

Sin embargo, como salidos de una semilla de la tierra, los dos estaban a mi lado.

¡escuchá puta, no sabés cómo se la estoy mamando, y lo dura que la tiene! Se te hace agua la concha, no zorra?!

Nadia confirmaba con palabras lo que mis oídos reconocieron de inmediato. Ella se la chupaba y él gemía como loco.

¡andá guacho, matala a pijazos a la tilinga esa!, dijo ella con voz pastosa, y él enseguida se prendió de mis tetas, abrió mis piernas con decisión y calzó su pija babeada en mi conchita expectante.

Esta vez sí su semen explotó en mi interior sin otro destino que ese.

Apenas su pija salió con facilidad, Nadia levanta mis pies diciendo en mi oído:

¡te estoy poniendo una bombachita limpia, sana y re coquete, como les gusta a las nenitas de mamá!

Y apenas me despegó un poco de cinta para hundir su lengua con gusto a birra en mi boca. Después me da de beber vodka con licor de frutilla y me convida unas pitadas de su faso.

Ahora había otras voces que se acercaban a nosotras. Pero luego ella me arrodilla para atarme al poste. Y se aleja  para que tres tipos me manoseen completa.

Uno de ellos tenía la voz aguda y manos chiquitas. Los otros, uno parecía viejo y el otro, por su voz podría ser un pelado treintón.

Pronto me dejaron sola, pero no tardaron en regresar a mí.

Ya tenía dos pijas paradas y desnudas contra mi cara,y otra enfundada en un calzoncillo acartonado que olía a pis y a semen, también dura pero más chica que las demás.

El pibe gemía al solo contacto de mi lengua en su panza. Los pajeé a los tres, se las chupé, y al guacho le escupí todo el calzón.

Probé sus huevos, los del viejo y los del otro, que era poco agradecido. Me pellizcaba los pezones y me pegaba con el puño cerrado en las costillas, aunque él me pedía que se la muerda.

El nene, como le decían, me hizo pis en las tetas, estimulado por los gritos de nadia.

El Cuqui apareció de las cenizas y dijo que solo iba a pajearme para ponerme más loca. Pero al ratito me pidió que le mee la mano.

Le obedecí, justo cuando el más veterano decoraba mi cutis con un torrente de esperma que no sabía a nada. Eso irritó a Nadia, pues al parecer, ese no era el plan.

El Cuqui subió la soga que amarraba mi cuello, y entonces debí ponerme de pie para evitar ahorcarme.

Volví a ofrecerme ahora al supuesto pelado, quien incrustó con habilidad su pene gordo en mi almeja, y no pudo durar más que tres bombazos a fondo.

Nadia no paraba de reírse ni de gritar:

¡me encanta ver cómo los villeros se violan a las putitas como vos nena, esas zorras que no entregan y son flor de peteras! Hoy te vas a ir con toda la leche en la bombacha mami!

El pendejo tomó el control de mi cuerpo cansado, y mientras decía:

¡así putita, cogé, sacame la lechona, todo el quesito nena, meame la verga sucia! Le propuso a mi vagina un mete y saque sensacional. El guacho me pedía que lo agarre del calzoncillo para traerlo más contra mí, y su pito de pajerito sabía cómo hacerme acabar. Me encantaba que hiciera que mi cabeza impactara una y otra vez contra el palo, que me muerda los pezones y que me escarbe el culo para que luego le lama los dedos.

Yo también inspeccioné su culito y él lamió los míos.

Ese también eyaculó adentro mío, y apenas se despegó de mi piel manchada de tanto pecado, todos los que estaban aplaudieron al mocoso.

El Cuqui vuelve a regalarme unas penetradas un poco más dulces a mi vulva indefensa, y, en menos de lo que supuse me dio vuelta para encallar su arma lechera en mi culo. me dio con adrenalina, sin privarse azotes ni uteadas, y antes de acabar me la sacó para franelearse contra mí, mientras su leche chorreaba de mi bombacha.

La sentía brotar de mis piernas, llegar a mis pies y secarse lentamente en mis pliegues.

Estuve un rato más atada y erguida, podrida de no ver un carajo, otra vez con cinta en la boca y mucha humedad en la bombacha que me cubría. Nunca me la sacaron a la hora del garchete.

Pero entonces, otro tipo y una chica me saludan entre manoseos. El tipo me quita la venda. Me costó abrir los ojos y acostumbrarlos a la luz. Pero cuando descubrí con horror que la conchuda de Nadia me había cortado mechones de pelo se me escapó un grito desolador.

La rochita trató de calmarme lamiendo mis tetas y balbuceando:

¡tranqui pibita, mirá como estás, desnuda, con frío, toda sucia! Disfrutá mejor, sí?!

Era linda la guacha. Tenía una calza enterrada en el culo, ojos verdes, unas tetas pequeñas, no más de 18 años y una lengua inquieta que me sofocaba.

El tipo me sacó la bombacha con el permiso del Cuqui, se la enredó en la pija en cuanto la sacó del encierro de su vaquero, me abrió las piernas para entrometer algunos dedos en mi vagina, y más temprano que tarde me arrodilló para que le haga un pete.

Me agradaba más el sabor de mi bombacha empapada de semen y flujos que la pija curtida del tipo, quien se agitaba y ladeaba nervioso cuando mi lengua lo complacía. Si no fuera por mi saliva la pija no se le mojaba ni un poco!

Cuando supe que la leche le subía por las venas sin fuerza que rodeaban su pene me desató y me subió a sus hombros para depositarme en una butaca trasera de un auto.

¡te voy a coger como si fueras mi nietita, así que babéate la carita, hacete la nena y pedime que no te lastime y esas boludeces!

Entretanto vi a la rochita petear al Cuqui, y a Nadia meta porrearse entre vino y más billetes para contar.

En cuanto el viejo tocó la entrada de mi vagina con la puntita me ordenó que me haga pis, y como me estaba meando no tuve problemas en conferirle ese deseo. Todavía no había terminado cuando me la clavó de una y empezó a envestirme diciendo:

¡así chiquita, y no le digas a tu mami que tu abuelo te hace chanchadas! Te gusta porque sos una puta como ella!

Acabó en seco, todo adentro mío y sin limitaciones.

Apenas se levantó, Nadia cayó sobre mí con su concha junto a mi cara. La mía también rozaba la suya, por lo que entonces hicimos un 69 ordinario pero muy jugoso y lleno de gemidos por su parte, mientras el Cuqui nos miraba y se pajeaba.

Cuando su lengua tocaba mi clítoris con determinación y sus manos castigaban mis glúteos la oí decir:

¡ahora yo te voy a mear toda esa carita de inocentita que tenés pendeja!

En efecto, cumplió más de lo debido, ya que luego de soportar sus chorros de pis, también se hizo caca, digamos que sobre lo que me quedaba del pelo.

En ese momento acababa tan en celo como una fiera salvaje, y decía que nunca más saldría del aguantadero si no le comía la almeja.

Estuve sola unos segundos, pero solo hasta que el Cuqui se me subió para cogerme.

Cuando nos caímos del asiento la seguimos en el suelo, y fue allí donde me puso en cuatro patas para reventarme la concha a pijazos certeros, profundos y decididos. Fue allí donde volcó su última porción de leche caliente.

Me recogió del suelo, me puso otro pañal para que la rochita y Nadia se rían desprejuiciadas, me hizo gatear un rato y me sacó la soga del cuello. Me puso el corpiño y la remera, me dio un vaso de agua, y cuando creí que al fin me otorgaría la libertad me arrodilló de un cachetazo para que le chupe la concha a la rochita, que no titubeó en bajarse la calza, orgullosa de andar sin calzones.

Esa conchita era deliciosa. La tenía usada, pero depilada, re contra mojada, y si a eso le sumamos que que olía a perfumito, mi lengua no podía más que regalarle un orgasmo con el que mi cara se vio prontamente llena de sus jugos. El Cuqui aprovechó mi postura para que le haga un último pete, y mientras me pedía que me mee encima, acababa en mi garganta. Claro que le hice caso una vez más.

Cuando Nadia terminó de vestirme el Cuqui me subió a un auto y manejó hasta dejarme a 5 cuadras de mi casa. Eran las 8 de la noche y me moría de hambre. Mi cuerpo olía a sexo, y los ojos del Cuqui me miraron triunfantes apenas me bajé.

Mientras caminaba el pis me chorreaba por las piernas, y eso no me dejaba pensar. No podía creer que aún siguiera tan alzada como en el aguantadero. Nunca me había pajeado tanto como esa noche!      fin

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