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Acabame donde quieras que soy barata

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Así decía un afichito onda cartel que mi hermana Martina pegó en la pared de casa, un domingo como cualquier otro.

Era vistoso, prolijo y llamativo. Lo veía todo aquel que caminara por la vereda, ya que estaba pegado junto a la ventana que da a la calle.

Ese domingo, mientras desayunábamos empezó a desvariar con sus fantasías.

La noche anterior no pudo salir al boliche como lo había planificado con sus amigas, y entre tostadas y jugo de naranja me desafiaba. Según ella, yo no creía que fuera capaz de hacerlo. Pero lo hizo la cabrona! Tenía ganas de ponerse en la piel de una puta. Por eso escribió ese cartelito, se vistió con un mini short plateado, un corpiño rojo que no llegaba a cubrirle los pezones y con unos tacos altos. Se maquilló más o menos, se puso perfume, se hizo una trenza en el pelo y se sentó a esperar a su primera víctima, la que no tardó en tocar el timbre.

Era el Ricky, un pibe que todos los fines de semana nos corta el pasto y limpia la vereda.

Corrí para abrirle, con la idea de que Martina recapacitara.

Si bien mi madre no estaba, y yo no me oponía a que goce todo lo que quiera del sexo, temía por que su plan se le fuera de control.

Abrí la puerta unos centímetros para decirle que por esta vez no lo íbamos a necesitar. Pero él me preguntó con los ojos desorbitados:

¡che, qué onda ese cartel?!

Mi hermana apareció detrás de mí, y entonces su tozudez me hizo abandonar todo intento de protegerla.

¡querés entrar y hacerme cositas sucias?!, la escuché decirle cuando yo guardaba las cosas del desayuno.

El Ricky no lo pensó dos veces.

¡qué te hago papi?!, averiguó Martina, y el pibe se bajó el cierre del jean.

No podía creer en la rapidez con la que Martina se sentó en el suelo del recibidor y se la empezó a chupar como una desesperada. Es una genia haciendo petes la guacha! Sabe lamerla bien, darle besitos, escupirla, pajearla entre sus labios abiertos, olerla, pegarse en la carita y saborearle los huevos con esa lengua asesina! Todo eso le hizo en unos minutos intensos y profundos, mientras le preguntaba como una desquiciada:

¡¿dónde me querés acabar guachito?!

El pibe repetía:

¡en esas tetitas mami, te la doy toda en las gomas!

En un momento me puse en mi rol de hermana mayor, y le grité desde la cocina:

¡ojo Martu, no seas tan trolita nena, y no te la tragues… que te acabe afuera!

Ella jadeaba encima de la pija perfecta del pibe, porque, no era una cosa imponente, pero para su boquita estaba más que bien.

Me sentí una tonta cuando me dijo:

¡callate nena, y dejame gozar con esta verga riquísima!

Y volvía a comérsela de a sorbitos.

Cuando supo que al pibe le faltaba poco para terminar, Martina ubicó esa pija ensalivada entre sus tetas y el corpiño, se movía rapidito y le daba calorsito a sus huevos con las palmas de sus manos diciendo:

¡dame lechita, dame toda la leche en las tetas turrito!

Tuve que sentarme para recomponerme luego de ver el estallido de la leche del flaco en las tetas de mi hermana, y luchar para no excitarme al punto de necesitar tocarme.

El Ricky se arregló la ropa y se fue a seguir trabajando con la cara envuelta en un desconcierto que no sabía interpretar.

Martina regresó a la cocina conmigo, con el corpiño y las tetas enlechadas para compartirme detalles de la pija del pibe, y reírnos juntas de su bóxer rosado. Me gustaba verla hecha una ramera, pero debía poner paños fríos por más que ya tuviese 20 años.

En un momento la reté porque mientras me decía que fue la pija más rica que se comió hasta ahora, se tocaba por adentro del pantalón. Y, en ese exacto segundo, el destino llevó a las manos de don Luis a pulsar el timbre. Ese hombre de unos 50 años, moreno, calbo y barrigón es el que vende orégano, albahaca, laurel y otros condimentos en el barrio.

Esta vez mi hermana fue a su encuentro.

Por pedido de ella, mi función era quedarme en la cocina por si acaso algo pasara.

La escucho decirle que por hoy no le vamos a comprar, y que luego le pregunta si no necesita una alegría.

El viejo balbuceó:

¡uuuupaaa, estás para el infarto nena, pero vos podrías ser mi nieta!

Y la muy desvergonzada le retrucó:

¡bueno abu, entrá entonces, y hacele lo que quieras a tu nietita en la camita, querés?!

El tipo entró con sus aromáticas bolsas, las que estacionó en un rincón, y se dejó conducir por las mieles perversas de Martina, que no lo dejaba que la toque, al tiempo que ella le bajaba el pantalón y le sacaba la remera.

Le pidió que se siente en el sillón para que disfrute de su arte seductor.

Empezó a bailar pegándose en la cola, abriendo las piernas, acercándole las tetas a la cara y mirando de reojo cómo se le paraba la pija, sacando la lengua y mordiéndose los labios alternativamente.

En el fondo me daba un poquito de asquete ese viejo transpirado por el sol insufrible de enero. Pero su poronga era digna de hacer cualquier sacrificio por tenerla toda adentro. La sola sensación de imaginarme cogiendo con ese tipo me mataba de placer!

Martina se agachó para darle unas lamidas, también en el nombre de mi lengua, y siguió bailando diciéndole:

¡pedime lo que quieras viejo asqueroso… querés conchita, un pete, chuparme las tetas, que te muestre la cola, que me saque la ropita?, vos decime abuelito!

Riéndose sarcástica, con un brillo cada vez más maldito en los ojos.

Hasta que su voz gastada por el cigarro le pidió que le haga un pete.

Mi hermana se acomodó en cuatro patitas a su lado en el sillón, bien pegada a su cuerpo y le pedía que le pegue bien fuerte en la cola mientras su boca le succionaba, lamía, mordisqueaba y babeaba la pija con un frenesí que, por momentos me hacía sentir que era yo la que lo peteaba.

La vi fregar su rostro en la chota empalada del tipo, arañarle el pecho con sus largas uñas, morderse la lengua antes de lamerle la boca, pegarse en las tetas con su carne y tocarse la conchita disimuladamente. Se la tragaba entera y le pedía al tipo que le apreté la naricita mientras lo hostigaba con sus palabras.

¡pegame en la cola viejo, que tu nietita se va a tomar toda tu lechita!

El tipo le acabó en la boca como si se sacara de encima una gran carga de angustias, y se vistió entre agitado, jadeante y agradecido para continuar ofreciendo su mercadería a los vecinos.

Yo estaba sorprendida por lo que mis ojos registraban, pero aún así la llamé para que me ayude a pelar papas para el almuerzo. Habíamos pensado en preparar milanesas con puré.

Logré convencerla, y mientras me confesaba que tenía la bombacha re mojada de tanto calentar al viejo, nos reíamos de nuevo. Yo le daba mi punto de vista respecto de lo bien que se le veía la pija para su edad al vendedor, y volvimos a citar al guacho del pasto.

En eso el timbre hizo su aparición nuevamente.

Esta vez eran los soderos. Ella en persona los atendió. Encima vinieron los dos de siempre! Uno es el chofer, que es el más entrado en años y en panza, y el otro es el que reparte y cobra, que es el más pendejo.

La muy aprovechadora les hizo bajar dos bidones de 20 litros de agua, 6 sodas, 4 jugos concentrados y una gaseosa limonada. Cuando llegó el tiempo de pagar le dijo con una voz de pobresita que no le alcanzaba para el total de los productos.

Entonces, el gordo tomó la indirecta más absurda del mundo, pero efectiva al verla vestida así. Le dijo:

¡bueno mamita, pero si vos me recibís así, yo te quiero comer toda!, y Martina los hizo entrar.

See los re chapó entre besos y manoseos contra la puerta de la calle, les apretaba el ganso y se sacó el corpiño para que le chupen las gomas. No saben cómo gemía mi hermanita, y cómo me bajaban mis propios jugos por las piernas, los que mi tanguita torpe no lograba detener! Quería pajearme adelante de todos, o sumarme a semejante banquete. Pero tenía que respetar sin impaciencias la voluntad de Martina.

El pibe no pudo con su genio y consiguió que mi hermana le meta la mano adentro del calzoncillo para que lo pajee, mientras él la instaba con dulzura:

¡pajeame chiquita, apretala toda, así mami, más fuerte, tocame toda la pija, qué turrita que sos!

Entonces mi hermana tomó la decisión más lógica de todas. Se lo llevó al sillón para sentarlo, se bajó el pantalonsito, se le subió encima para dar saltitos y re contra fregarle la concha en la pija, la que ya tenía al descubierto y empalada, ella aún con la bombachita puesta, mientras el gordo se le pegaba como una mosca para toquetearla.

Su vocecita le pronunciaba:

¡me la vas a meter toda guacho?, te copa cogerte a una putita con tu amiguito?, me vas a dar toda la lechita?!

Los oídos del gordo no soportaron tamaña actitud de guerra, y le sacó el short directamente para pegarle con él, mientras la piba gritaba escandalizada dando a entender que su pija ya se había hecho parte de los adentros de su conchita sedienta. Desde entonces empezó a saltarle encima, golpeando sus piernas con su cola, abriendo la boca para que sus gemidos fluyan perturbados, toda clavadita en esa pija que, no sé cómo no se le quebraba de tanto que mi hermana se lo cogía.

El pibe le fregaba toda la barba en las gomas, se re calentaba por no lograr besarla en la boca y levantaba sus caderas para darle más altura a su pene incansable, aunque no podía durar mucho más.

Apenas le acabó como si de él se hubiese desprendido un volcán, mi hermana salió despedida de su cuerpo. Se abrió las piernas y la vagina con los dedos diciéndole con los ojos cerrados y relamiéndose por saborear los dedos que untara en su sexo:

¡mirá mi amor, ahí está toda tu lechita, me acabaste adentro guachito? Y si me hiciste un bebito?!

Después se dedicó a pajear al gordo, hasta que decidió arrodillarse y chupársela. Otro que no aguantó semejante mamadita. Es que mi hermanita es una capa de verdad con una pija en la boquita!

En cuanto se la metió hasta el fondo de la garganta unas 4 veces, el tipo casi se cae del sofocón al reemplazarle su maquillaje por un borbotón de leche espesa.

Los dos se vistieron y Martina, apenas en tacos y bombacha los condujo a la puerta para que sigan repartiendo sodas.

El fuego de mi clítoris no se extinguió ni siquiera cuando almorzábamos. Claro que la muy desconsiderada no me ayudó ni a poner la mesa. Pero no era importante.

Mientras me narraba todo lo que había gozado con la pija del repartidor, mi cabeza solo parecía esperar el momento preciso en el que volver a verla coger así.

Cuando me mostró que todavía le caía la lechita de la vagina casi me acabo encima!

No tenía vergüenzas ni pudores porque es mi hermana. A pesar de eso no me sumaría a sus travesuras.

Entonces, llegó la siesta, y en medio del silencio aburrido de cualquier domingo llegó Hernán, un amigo que tenemos en común. Ella le tiene ganas desde siempre, solo que prefiere no enroscarse con sentimientos y todo eso.

Yo le dije que no estaba de acuerdo con que se lo coja. Pero ella siempre hace lo que quiere.

A él lo recibe con tacos, un corpiño rosa más chiquito y en bombacha.

Lo hace entrar rápido para evitarse miradas o comentarios de algunos obreros que trabajaban para resolver un tema urgente de un caño de agua. Se lo re tranza a pesar de notarlo confundido, le dice que está re caliente y que quiere que se la coja.

Hernán la mira de arriba hacia abajo como buscando alguna explicación, y en cuanto Martina cierra la puerta el pibe le arranca el corpiño y se la come a besos con una ternura que mezclaba lujuria y obsesión.

Yo sabía que él también le quería dar masita, pero no se animaba a hablarle.

La cosa es que, mientras me pongo a lavar los platos la veo sentadita en el piso haciéndole un pete, hasta que la oigo decir:

¡vení, cógeme ahí que ya la tenés re dura pibito!

Entonces, Martina se pone como en cuatro apoyando sus manos sobre la mesita del tele, ya descalza para dejarse nalguear por esas manos inmensas. También le permite que le revuelva la conchita con dos dedos, y cuando ya no puede sostenerse en pie de tanta calentura le pide que se la empiece a coger bien fuerte, y sin siquiera bajarle la bombacha.

Nuestro amigo le dio suavecito, como un caballero. Pero pronto, aturdido por los gemidos de mi hermana, su aroma sexual insoporteble y sus palabritas con las que acompañaba a la cogida, le empieza a dar con todo:

¡cogeme, así, cógeme, cógeme, síiii, sí, así guacho, damela toda adentro, rompeme la bombachita, cógeme fuerte, dame lechita!

Repite una y otra vez su boca grosera mientras Hernán se la coge sin pausas, rapidito, haciendo que sus bolas golpeen en el puente de su ano y su sexo, que se babee, que peligre el televisor por sus cabezazos involuntarios y, que mi vagina sea un recipiente desbordado de tantos flujos caprichosos.

No pude más y me senté a tocarme como una pajerita inexperta, en la cocina, cuando ahora Martina se sienta en el piso para chuparle la pija con una sobriedad, unos ruiditos y una cantidad de escupiditas que, no supe cómo detener al orgasmo que me llenó los dedos de mi sabia.

Aún así necesitaba pajearme más.

Hernán le acabó en las tetas, tal vez creyendo que Martina le tendría piedad. Pero como ella nunca se conforma, se lo empieza a comer a besos de nuevo.

Casi me muero cuando decide acostarse en la mesa de la cocina para dejar que el pibe se le suba encima, esta vez para cogérsela duro, con unas fricciones de otro mundo y unos chupones con marcas profundas. Esta vez sí le rompe la bombacha con las manos.

Cuando Hernán me ve con el vestido subido y las piernas abiertas, lejos de asombrarse me regala una mirada cómplice y sigue atendiendo a mi hermanita.

Se baja de la mesa para hacerle chupar la pija sabiendo que su cabeza se suspende en el aire, le vuelca un vino en las tetas y lo bebe de ellas.

Cuando se le sube otra vez para darle otro ratito por la concha, tuve un nuevo orgasmo, y entonces me quito la tanga para arrojárselas.

La reacción de Hernán fue la de seguir sin darme importancia, pero eso hizo que se levante de la mesa con mi hermana alzada en sus brazos para metérsela en la conchita y así caminar muy despacito por el living, la cocina y los pasillos que comunican el resto de la casa.

Martina se aferra a sus hombros y espalda con el filo de sus uñas, y gime como si no tuviésemos vecinos, diciendo todo el tiempo:

¡dame verga hijo de puta, rompeme la concha!

Era un verdadero acróbata con sus movimientos y su pija entrando todo lo que pudiera y sus manasas fuertes para no darle ni un resquicio por el que se le ocurriera escapar. Me encantaba el choque percusivo de sus cuerpos como resultado de tamaña cogida.

Cuando las piernas cansadas del pibe comienzan a ganarle al deseo, ya que mi hermana no es ninguna flaquita maleable, se sienta en el sillón con ella todavía ensartada en su falo maravilloso, y la guacha le pega una cabalgada tan salvaje como ordinaria!

Nunca le había visto la pija a Hernán, y seguramente eso también me motivaba a pajearme sin sensuras.

Oigo que Martina le pide la leche, que le dice que está dispuesta a hacerle lo que le pida, y él redobla todos los ratones de mi mente cuando le exige que le mee la verga una vez que todo su semen se vierta en lo hondo de su vulva.

Cuando Hernán comienza a descargarle todo en una cantidad de martillazos asombrosos por la rapidez y la velocidad que contrajo, veo que Martina se muerde los labios, que le pone las tetas en la boca y le hace pis como se lo había prometido.

Hernán permanece en el sillón, derrotado, empapado y con la misma cara de desconcierto con la que entró a la casa ydescubrió a mi hermana vestida de puta.

Realmente fue la mejor experiencia de mi vida como vouyerista, aunque se diera sin buscarlo ni esperarlo.

Hoy mi hermana me deja mirarla coger o mamar pijas desde algún lugar privilegiado, y si estoy muy caliente, tengo permisos especiales para pajearme como me lo merezco!    fin

(9,10)