Nuevos relatos publicados: 18

Historia del Chip 016 - Una cadena, dos cordeles - Daphne 006

  • 12
  • 5.286
  • 9,00 (7 Val.)
  • 0

Daphne estaba contenta. Llevaba tres meses en la escuela, lo que era un verdadero milagro según su punto de vista. Tocaba celebrarlo con Jennifer. Sería una velada especial. Era viernes por la noche y ese fin de semana estarían las dos juntas. Un fin de semana que incluiría el lunes festivo. La primera vez que ocurría.

Esperó ansiosa a que el perfume penetrase en su cuerpo y salió del habitáculo. En la taquilla buscó el atuendo que le había preparado A1. No era un salto de cama sino un vestido de los que llevas para impresionar a tu amante. Iban a cenar fuera. Su mano se trasparentaba en el tejido. No había mucho que colocarse. Escote curvo. Un tirante para cada hombro. La cintura bien ajustada. La nueva cintura. El ejercicio intenso de día y de noche, más la estricta dieta habían convertido la excelente figura de Daphne en un simbólico reloj de arena. El vestido se ajustaba a las nuevas formas. Los pechos estaban cubiertos salvo un pequeño esbozo que el escote ofrecía. La falda tampoco era tan corta como estaba acostumbrada. Quizás era lógico. Irían fuera del recinto del campus. Necesitaba un tanga. La humedad entre sus piernas mancharía el vestido. Rebuscó por si había algo más. Vio un mensaje en el indicador de la taquilla. Cordeles azules, querida.

Jennifer siempre bromeaba. H4 supuso que irían entre sus piernas y su culo, pero ¿cómo sujetarlo? Pulsó en la pantalla. Doble cadenita en la cintura y entre las piernas. Daphne revolvió entre los vestidos hasta encontrarlas. La que iría en la cintura era más estrecha que su talle. No se estiraría. Nada aconsejable para cenar. La otra era más corta comprendiendo que los cordeles se anudaban a sus extremos. Fue cuando notó que su vestido llevaba dos estratégicos agujeros a la altura del ombligo y de los riñones. Uno delante y otro atrás. Se colocó la cadena de la cintura por fuera del vestido y trato de sujetar un cordel a esta cadena. Observando con cuidado supo que no haría falta. La cadena tenía dos eslabones más pequeños. Pasó el cordel por uno de ellos y lo ató al mismo. Sujetó la otra cadena del cordel azul que ya estaba dentro del vestido y lo paso por sus piernas. No iba a poder hacer lo mismo con la parte de atrás. Soltó el cordel azul de delante, lo sacó todo y realizó la operación desde atrás. Una vez que hubo sujeto el cordel azul de atrás fue sencillo pasarlo entre las piernas y sujetarlo por delante. La cadena de la cintura llevaba la mirada a su talle, del que tan orgullosa se sentía. La cadena entre sus piernas quedó bien apretada, pero siempre había riesgo de que se deshiciera cualquiera de los cuatro puntos que la engarzaban a sus labios vaginales, al clítoris y al pubis. Los nudos azules quedaban resaltados con el fondo del rojo. Por suerte, sólo alguien que estuviese muy pendiente los vería. Seguro que casi todo el mundo iría a buscar los pechos apenas cubiertos por la fina tela o se pararía a apreciar la estrecha cadena del taller. Sin contar con los muslos o la espalda. Cerró la taquilla y se permitió el vistazo al espejo. Nunca más de diez segundos.

Al moverse comprendió la misión de los cordeles y la cadena entre las piernas. Seguían al vestido. La cadena rozó sus labios y su clítoris con cada paso. Además de impedir un buen acceso al humedal entre sus piernas. El perfume todavía no había empezado a hacer efecto, pero bien que conocía Daphne las consecuencias. En un rato estaría necesitada de desnudarse, de que le mordiesen los pechos, de que la follaran. Y el efecto duraría toda la noche.

Pero en esta ocasión primero cenarían, luego seguro que irían a bailar y viendo el panorama terminarían paseando junto al lago. Conocía lo suficiente a Jennifer. Habría preparado una velada romántica para ambas, con el pequeño matiz de que una de ellas ansiaría todo el tiempo ser acariciada. No podía negar la creatividad de su horrenda mente. El cuerpo de Jennifer le resultaba tan dolorosamente perfecto que sólo servía para enardecerla todavía más.

El perfume era el regalo. De mutuo acuerdo habían decidido que ya no sería Jennifer sino Daphne la que dispondría cuando ofrecer su cuerpo para ser vejado. Un regalo para su amante. Lo único que debía hacer Daphne era asegurarse de que esa noche Jennifer no estuviese ocupada.

Golpeó suavemente la puerta. Previamente se había colocado correctamente. Pezones presionando fuertemente la madera. Pies juntos y bien asentados en los H4. Debía contar un ciclo 60-15 y no el habitual 30-15 al que estaba acostumbrada. Si Jennifer no abría después de cinco ciclos, podía volver a llamar. Abrió al tercer golpe.

Sintió respirar a sus pechos comprimidos y obligándose a mirar a Jennifer y, -dejando de lado sus molestias-, la besó. Jennifer estaba descalza y tenía una altura similar a Daphne, pero era capaz de quedarse de puntillas el rato que hiciera falta. Tenían pequeño desafío al que retomaban en momentos como aquel. Jennifer sostenía que Daphne sería capaz de quedarse apoyada en sus H4 mucho más tiempo si su mente estaba enfocada en algo agradable o en algo que le provocara pasión. La vez anterior que lo habían intentado Daphne contó hasta 89 antes de elevar los talones y refrescarse. Esta vez pensaba batir el record e ir mucho más allá. Para ello, en cuanto empezó a besar a Jennifer, condujo sus manos a su propio culo elevado. Si Jennifer quería que sus pies se elevasen le bastaba con llevarle las nalgas ligeramente hacia arriba. Por su parte, ella dejó las manos en el talle estrecho de Jennifer. Y trató de no fijar su atención en sus pies o en sus nalgas pues sabía que antes o después elevaría los talones. Se concentró en las lenguas enroscada y llenas de saliva y en sus pezones. Las manos de Jennifer no iban a moverse de sus nalgas. Estaba segura.

Llegaron a 250 y Jennifer le alzó las nalgas. Daphne no interrumpió el beso y trató por todos los medios de no pensar en sus pies, en el calor o en el aire que por fin circulaba por sus plantas ardorosas. Contó hasta quince, bajo los talones y empezó el cuenteo de nuevo. Jennifer le elevó el culo de nuevo en 330 y deshizo el beso.

—Fantástico— reconoció con sincera admiración.

Comprobó cuán duras estaban los pezones de Daphne por el expeditivo método de tirar de ellos con fuerza hacia delante.

Si el vestido de Daphne era rojo, el de Jennifer era azul. Sospechosamente parecido al color de los cordeles de su propio vestido. Y el de A1 cerraba el talle con un cordel rojo cuyas extremidades colgaban seductoramente al lado derecho.

Su complementariedad hacía más atractivo el conjunto. Resultaba más bello ver a ambas mujeres juntas que separadas. Daphne no dudó que ese era el efecto que se pretendía conseguir. La diferencia en los eslabones era significativa. Nadie podía saber que su cordel se convertía en una cadena entre sus piernas. Llevaría la vista al talle de Jennifer. Pero no podía evitarse pensar en la función de los cordeles azules que se metían dentro del vestido rojo. Quedaban demasiado expuestos.

Jennifer tiró del nudo azul junto al ombligo de Daphne. Al instante, la cadena cayó.

—No has sabido como ponértela— dijo Jennifer. A Daphne le molestó su torpeza, le hubiera gustado estar perfecta para su pareja.

—No te agobies. No es fácil.

Daphne comprobó que el truco consistía en hacer un buen nudo. Eso significaba acortar significativamente la longitud de los cordeles, no augurando nada bueno para los órganos entres sus piernas.

Cuando Jennifer terminó, un gran nudo azul aparecía a la espalda y otro en el frontal rojo del vestido de H4. No se podía apreciar que sujetaban la cadena bien metida entre las piernas de Daphne. El vestido no se movía, por suerte, pero cada giro se transmitía levemente entre las piernas. La cadena estaba incrustada entre los labios, la vagina y el clítoris erecto de Daphne. No había forma de introducir un dedo salvo que su acompañante soltase el nudo, lo que no era en sí difícil. Bastaría atravesar el agujero del vestido. Puede que para un observador externo esos nudos solo supusieran el símbolo de la unión entre ambas mujeres cuando para ellas iba a ser mucho más.

Daphne no dejaba de realizar su ciclo 60—15. Con las cadenas entre las piernas y firmemente introducida en la grieta de su culo, se acordaba de su bañador, si es que se podía llamar así. Siempre insidioso, siempre cortándola como un cuchillo.

—¿No había nada más en la taquilla? Faltan dos cadenas— preguntó A1. Daphne negó. Jennifer con cara recelosa rebuscó entre varias bolsas del armario.

—Están aquí. Perdona. No pretendía dudar de ti.

Antes de proseguir, la besó a modo de disculpa. Daphne mantuvo los pies bien asentados todo el tiempo y las piernas bien juntas. El ardor de los pies tuvo una correspondencia mimética en su vagina. Por suerte, la cadena no presionaba tanto. Jennifer tironeó los pezones de nuevo, a modo de reconocimiento por conseguir mantener los talones en el suelo.

—Las cadenas son primordiales para el efecto de tu conjunto. Ya estás bien sin ellas, pero espera a verlas puestas.

Daphne creyó que las juntaría y se las pondría en el talle, pero simplemente las colgó de los cordeles azules a ambos lados de las caderas. Tenían una arandela y un broche de cierre. No se saldrían y además evitarían que los nudos pudieran por mala suerte o accidente meterse en el vestido debido al peso. Eran de color bronce, no refulgían demasiado y en cambio pesaban bastante. Quedaron colgando junto a las caderas de Daphne y tiraban de todo el conjunto cordel-nudos—cadenas.

La cadena entre las piernas no hizo más que hincarse más en la carne y los huesos de H4, que sintió el frescor del metal en la parte exterior de los muslos. Era un contacto mínimo. Las cadenas colgaban justo por debajo del vestido.

Daphne se giró para comprobar en el espejo el efecto del aderezo. Su muslo derecho tropezó con la cadena a su costado y empezó a levantarla. Su otra pierna y cadera realizaban el efecto contrario. No tironeó demasiado a su improvisado cinturón de castidad, pero sí lo suficiente como para decir entre dientes: ¡Dioses! A Jennifer pareció encantarle la reacción.

—Sabía que te gustarían. Faltan los toques finales, pero los compraremos en la tienda. ¿Estás cómoda?

 Daphne mintió sabiendo que no engañaría.

—Sí, es perfecto. Me encanta. ¿Voy a ir con los H4? — preguntó para cambiar de tema.

—Sólo un rato, me he permitido comprarte unos zapatos. Están en la tienda dónde terminaran de ajustarlos. ¿Te importa ir con los H4 hasta allí? De todas maneras, vamos a ir en taxi— inquirió Jennifer.

Sin esperar respuesta, Jennifer se puso sus tacones, que eran de catorce centímetros y naturalmente azules para conjuntar con el vestido. Resaltaban sus piernas. Daphne nunca se había puesto unos tacones así. Sí que sabía que el cuerpo modificado de A1 no tendría problemas para estar toda la noche con ellos si hacía falta. Daphne sí que tendría que andar entre palillos años y años para moverse de igual manera. Con obligada incomodidad y dolor en sus H4 o en sus nuevos zapatos, dudando que fuera a mejorar la suerte.

—Antes de irnos, pongamos la crema. Hoy es viernes— dijo Jennifer, llevando su cara a la de Daphne. Con seguridad quería ver su reacción en la mirada. Daphne le hubiera tirado un cojín o un armario si hubiera podido.

—Es verdad que es viernes. ¿Me la pones tú? — preguntó. Era una mentirosa compulsiva o tenía una enorme práctica.

Daphne se fue hacia la cama. Para una vez que llevaba puesto algo cómodo y sexy sin llegar a ser escandaloso, la cadena rompía todo el encanto. Caderas, muslos y todo lo que llevaba entre las piernas notaron el movimiento, la cadencia y la agitación.

La crema había llegado hacia dos semanas. Un compuesto adaptado genéticamente a Daphne. Se untaba en la planta de sus pies y regeneraba los nervios que pudieran dañarse por el roce con los zapatos. O el fuego que solía sentir su poseedora. Cuando Jennifer se lo explicó, no fue capaz de entenderlo y lo consideró una estupidez. Sus efectos demostraron lo equivocada que estaba.

Lo que mágicamente hacía la crema era recrearle la punta de los nervios en los pies. Y la piel. El efecto se perdía al cabo de tres o cuatro días, mientras tanto los pies de Daphne se volvían suaves como los de un bebé. Y estéticamente una delicia. Hasta entonces la habían estado frotando las extremidades para quitarle las rozaduras y mejorar su aspecto. Ya no haría falta. El pie se regeneraría solo. Había un pero, que H4 pronto tuvo tiempo de asimilar. Parte de su entrenamiento empezaba de nuevo porque las nuevas puntas de nervios enviaban señales desconocidas al cerebro. Miss Marple le explicó que no siempre ocurriría y que poco a poco ese efecto se diluiría pues el cerebro siempre encontraba motivos para anular señales repetitivas y en este caso redundantes. La gran ventaja que tendría ahora, le notificó con una enorme sonrisa y una clara excitación, es que no debería preocuparse tanto por el roce en sus pies o la quemazón que sintiese. Su cuerpo lo arreglaría y acabaría de nuevo con unas plantas sensibles como las de un bebé. Era algo maravilloso ¿O no le parecía así?

A Daphne, -una vez que el ungüento entró en su sangre-, no le pareció tan maravilloso. Las primeras horas eran muy agradables. Siempre se lo había puesto antes de dormir y le resultaba placentero. Al levantarse por la mañana y presionar con fuerza necesitaba varios minutos para dominar las lágrimas y el atroz dolor. Ya se había acostumbrado a la sensación que no duraba más que unas horas. Eso no impedía que los H4 en los pies le resultaban pavorosos. No llegaba a mantener ni un 30-15 y se pasaba el tiempo con los talones levantados y el culo más proyectado.

Hoy iba a ser mucho peor. El efecto regenerador actuaría mientras estuviese cenando o bailando. Le abrumó tanto que le surgió una lágrima. Jennifer, vigilante, la retiró con su lengua.

—No será para tanto, H4. Ya verás. Estas semanas se te ha permitido ponerte la crema por las noches para que te acostumbrases. Pronto sólo te la untarás por las mañanas: los martes y los viernes. O cuando vayas con tu amante. Me encantará acariciar tus pies de bebé por la mañana.

H4 enjugó su última lágrima.

—A mí me encantará sentir esas caricias. Jennifer. Es porque me va a ser resultar mucho más difícil bailar o caminar durante esta noche. No quiero decepcionarte.

Jennifer besó a H4.

—No puedes decepcionarme, aunque bien que me engañas de vez en cuando. Miénteme una vez más.

Daphne retiró el tapón del frasco y se lo entregó a A1 que con esmero y pulcritud untó las plantas de los pies de su amada. Las dos empezaban a acostumbrarse al ritual. Daphne pensó que quizás no tendría demasiada importancia. En un rato el perfume hallaría el camino de su sexo, la cadena la cortaría en pedazos y ni siquiera habían salido de la escuela.

(9,00)