Era una noche de miércoles cuando Lilia terminó resoplando al igual que la cajuela de su coche, de donde sobresalÃa una señal de humo que indicaba problemas. Miró su reloj notando que casi daban las ocho y se abrigo pobremente los hombros con la bufanda que llevaba anudada al cuello. TenÃa frÃo, el ambiente estaba cubierto por una espesa neblina y, para rematar, su celular no tenÃa señal.
Estaba cruzando una zona boscosa de las tantas que recorrÃa en sus viajes, no debÃa faltar mucho para llegar a la ciudad, pero no pensaba caminar sola a esa hora para llegar a ella, era demasiado peligroso. La única opción era caminar hasta la mansión que quedaba en la punta de la montaña.
Lilia habÃa escuchado infinidad de veces rumores sobre el hombre que la habitaba, y no era extraño que existieran. Cuando un tipo con dinero decide vivir en un sitio relativamente aislado es claro que trata de esconder algo, sean excentricidades inofensivas o no tan inofensivas.
Se mordió uno de sus labios pintado de un suave color rosa y finalmente emprendió su camino. Entre caminar hasta la ciudad, quedarse o pedir ayuda en la mansión la última era lo que se escuchaba menos peligroso.
Durante el trayecto pidió en voz baja para que, por favor, los rumores fueran a fin de cuentas eso, y al llegar se encontrara simplemente con un viejo huraño que le prestarÃa un teléfono de mala gana para luego dejarla ir con vida y en una pieza. Junto a sus palabras sus pasos se fueron volviendo cada vez más rápidos, pues el frÃo hacÃa estragos en su cuerpo y la noche le parecÃa escalofriante, en especial rodeada de la visión boscosa, entre la cual le daba la impresión que pronto aparecerÃa una figura escalofriante.
Por dicha habÃa elegido llevar zapatos de tacón bajo a la fiesta a la cual habÃa asistido y pudo llegar sin mayor problema frente a la fachada del lugar. Primero que todo, dio un vistazo rápido para supervisar que todo estuviera en orden. HabÃa dos guardias custodiando el portón principal, los cuales conversaban con calma. De seguro no solÃan tener mucho trabajo.
Lilia respiró profundo y se acercó con el paso más confiado que pudo fingir. Los guardias tardaron bastante en darse cuenta de su presencia, y Lilia pensó que el miedo que tenÃa la gente a lo desconocido era mejor seguridad que ese par de hombres flojos.
―Buenas noches ―se apresuró a decir cuando tuvo los dos pares de ojos sobre ella, para dejar en claro que no planeaba pasar desapercibida―. Me preguntaba si podÃan prestarme un teléfono.
Los dos hombres dejaron sus gestos sonrientes para demostrar la mayor seriedad posible. Y a pesar de que los habÃa visto antes tan despreocupados el cambio la hizo sentir temerosa. Más porque los ojos de los guardias, que tendrÃan unos casi cuarenta años, subieron y bajaron por su cuerpo, sin siquiera disimularlo.
Lilia se cubrió con la bufanda por instinto y esperó a que la revisión terminara. Llevaba un vestido negro que le llegaba casi a las rodillas y la parte superior hasta su cuello, sin mangas, pero con esos dos mirándola de pronto se sintió desnuda y tuvo el impulso de cubrirse con cualquier cosa que hubiera a la mano. La ropa que llevaba no era tan ceñida al cuerpo, pero sà remarcaba sus bonitas curvas y sus pechos, de por sà grandes, eran difÃciles de disimular incluso cubiertos bajo la tela negra.
―No llega la señal a los celulares en este lugar ―respondió al fin uno de los hombres, después de lo que pareció un siglo―, pero hay un teléfono viejo que puede que te sirva.
―Gracias ―respondió Lilia, sin saber qué más decir.
El hombre sacó un pequeño aparato y habló con alguien sin quitarle la vista de encima. Ella estuvo segura de que no fue por una cuestión de seguridad. Lilia esperó a que uno de los hombres entrara y soportó durante varios minutos la mirada afilada del que quedó. No se decidÃa si eso o el frÃo que le calaba los huesos la incomodaba más.
―El jefe dice que puedes entrar ―avisó el otro cuando regresó.
Lilia no lo pensó dos veces antes de acompañarlo, todo con tal de quitarse de encima esa inspección de la que estaba siendo una vÃctima silenciosa.
Caminó por un enorme jardÃn, dentro de cual resaltaban un par de esculturas, y finalmente llegó a la gran puerta de madera fina que decoraba el frente de la mansión. Solo hubo que abrir un lado para que los dos ingresaran, y lo que encontró dentro la hizo replantearse si en realidad no estarÃa dormida dentro de su auto y todo eso fuese un sueño.
El lugar era lujoso, mucho, casi como una pelÃcula donde cada detalle está finamente controlado. La luz llenaba la estancia y frente habÃa una sala con decoraciones hermosas. Dos escaleras se notaban a ambos lados del lugar, y en si se alzaba la vista se podÃa entrever varias habitaciones que dejaban claro que el sitio era más grande de lo que se suponÃa solo al pararse ahÃ.
―Aquà está ella. ―Esa voz la sacó de su ensoñación.
Casi dio un salto por la impresión, pero retomó la compostura para encontrarse con la mirada a un hombre que, fuera lo que fuera, no era un viejo huraño y asocial. Lo que tenÃa frente a ella era un joven de unos treinta (unos cinco años mayor que ella) con un rostro que parecÃa esculpido y un cuerpo de un metro ochenta que estaba cubierto por un elegante traje que daba a entender que el sujeto estaba dirigiendo una elegante velada, a pesar de que el sitio se notaba desierto.
El guardia se retiró sin decir nada más y Lilia se dijo que era una mujer muy extraña al querer suplicarle que se quedara un momento más y no la dejara sola con la enigmática figura que, como sus hombres, se estaba encargando de conocer todo su cuerpo con la mirada. La diferencia fue que él lo hizo con mucha más rapidez y manteniendo una sobria sonrisa que transmitÃa un sentimiento que ella no identificaba.
Lilia tragó saliva con dificultad cuando el joven se acercó hasta que sus cuerpos estuvieron divididos por solo un metro. De cerca le dio la impresión de ser aún más atractivo, con unos seductores ojos verdes destacando en medio de la piel morena, preciosa, de su rostro.
―D-disculpe por interrumpirlo tan tarde, me imagino que estará usted ocupado, pero mi auto se averió y me gustarÃa usar su teléfono, si no le molesta. Señor…
―Leonardo ―no tenÃa por qué, pero se estremeció al escuchar su voz ronca―. ¿Entras a la casa de alguien sin siquiera saber su nombre? ―preguntó con un deje de burla.
―Como le dije, mi carro se averió ―trató de defender―. Además, no podrÃa conocer su nombre porque no es usted alguien muy sociable.
Lilia quiso devolver el tiempo al encontrar un gesto duro a causa de sus palabras. Aunque Leonardo no se habÃa movido le daba la impresión de que estaba tan cerca que le costaba respirar.
―Lo lamento, no quise decir…
―Ese era mi padre ―contestó él, restándole importancia―, era un hombre huraño, por eso construyó esta mansión aquà para vivir los últimos dÃas de su vida.
Lilia pensó que no se habÃa equivocado tanto con sus conjeturas sobre el dueño de ese lugar. Solo que el dueño estaba muerto hace meses y en lugar de eso tenÃa a su infartante hijo frente a ella.
―Lo siento mucho.
Él la observó con su par de ojos de un verde salvaje y los párpados entrecerrados. Después, sin contestar, empezó a caminar y le hizo una seña para que lo siguiera. Lilia lo obedeció sin rechistar, y aunque una parte de ella le gritaba porque se detuviera y escapara de ese siniestro lugar cubierto de oro.
Entraron a una habitación que se encontraba al fondo, pero que no era nada pequeña. Esta vez sà se detuvo para contemplar el sitio, que tenÃa en medio una enorme cama redonda, o al menos eso debÃa ser por su apariencia. Estaba cubierta por esponjosos almodones y telas de colores vibrantes. Tragó saliva creyendo por un momento que se encontraban en el cuarto del señor, pero al observar que también habÃa una pantalla plana y videojuegos, además de un estante repleto de libros y una mesa, se dio cuenta de que era algo asà como un cuarto de juegos, que combinaba juegos de adultos y de niños por igual.
―Aquà está el teléfono ―señaló él mostrándole un aparato antiguo, pero igual de reluciente que todo lo demás.
Lilia se apresuró, sonrojada, y agradeció con un asentimiento bajo la mirada atenta del joven, quien la seguÃa a cada movimiento, poniéndola más y más nerviosa.
―¿Lo vas a usar? ―siseó él.
―¿Disculpe?
―¿Solo lo vas a usar y ya? ―repitió.
Lilia experimentó más nerviosismo. ¿Qué debÃa responder a eso? En realidad, ¿qué significaba?
Miró sus propios pies como si estos fueran a darle la respuesta.
―Le pagaré, no se preocupe.
―¿Y cómo lo harás?
Esa vez no se lo imaginó, Leonardo en verdad susurraba en su oÃdo.
―C-con dinero.
Por primera vez, lo escuchó reÃr. Fue un sonido susurrante que, a pesar de eso, se extendió por toda la estancia.
―¿Acaso crees que necesito dinero?
Lilia dejó su mano a medio camino y sintió que su cuerpo se entumecÃa. La idea de llamar se esfumó de su mente, pues tenÃa frente a ella un asunto que requerÃa de toda su atención.
Levantó la vista para encontrarse con los ojos salvajes de él, que la recibieron transmitiéndole lo superior que se sentÃa a ella. En ese momento, la verdad es que aunque hubiera no querido seguirle el juego era lo mismo en su caso, le parecÃa ser una pequeña presa a merced de un cazador.
―E-entonces, ¿c-cómo pretende que le pague?
Leonardo soltó algo similar a un bufido y ella estuvo a punto de ponerse a rezar a cualquier deidad.
―No sé, la verdad no tienes nada que yo quiera… ¿o sÃ? ―susurró en su oÃdo.
Leonardo se habÃa colocado detrás de ella, aprisionando su cuerpo contra la mesita en la que se encontraba el teléfono. Lilia habÃa adelantado su cuerpo hasta tocar la madera y casi podÃa percibir el roce del pecho de él contra su espalda, aunque aún una leve distancia los dividÃa. Sus piernas temblaban un poco más que sus manos, y la respiración cálida que rozaba su cuello le ponÃa toda la piel de gallina.
―¿Tienes frÃo? ―preguntó él contra su oÃdo.
Sus labios tocaron la piel de su oreja, y con sus dientes mordió con suavidad el lóbulo.
Eso fue suficiente para que su boca reaccionara más pronto que su mente.
―No… ―dijo en un sonido agudo, sintiéndose indefensa.
Lo único que no tenÃa en ese momento era frÃo.
―Pensé que tendrÃas, porque tu vestido empieza a verse apretado.
Lilia no supo de qué hablaba él hasta que notó sus pechos, los cuales estaban apretados entre sus brazos y una terrible vergüenza la cubrió cuando notó sus pezones empezar a transparentarse incluso entre la oscura tela de su traje. No habÃa echado de ver lo duros que se encontraban, pero no tuvo duda cuando él terminó por juntar sus cuerpos y ella gimió por el contacto contra la tela del sostén que le resultó casi doloroso.
Un suave quejido nació de sus labios, y eso fue todo lo que Leonardo necesitó para rodearla con su brazo izquierdo a la altura de su cadera mientras con la otra acariciaba su estómago plano y rozaba la parte baja de sus senos. Lilia llevó sus manos a la de él para detenerlo, pero la debilidad en sus extremidades y los pequeños soniditos que empezaban a nacer de sus labios no le permitÃan defenderse de verdad.
―No… ―gimió quedó al sentir la erección de Leonardo incluso entre las ropas.
―¿No qué? ―cuestionó él con burla.
Él movió su mano derecha para dirigirla a su pecho del mismo lado y empezar a acariciarlo. Ella soltó un quejido de sorpresa y él gruñó cerca de su mejilla. Los dedos largos del hombre empezaron tocar con delicadeza, pero pronto apretaron con fuerza hasta que sus dedos se hundieron en la abultada piel, en medio de la cual el pezón sobresalÃa duro como un dulce para morder.
―Dios ―suspiró él mientras masajeaba la zona sin pudor―, qué grandes. Mmm, siento que me voy a correr de solo imaginarlas desnudas.
―No… n-no ―se quejó ella en sonidos lastimeros.
Llevó sus manos a cada una de las de él tratando de detenerlo, pero no podÃa aplicar casi nada de fuerza con su mente enviando punzadas de placer a cada centÃmetro de su cuerpo.
Leonardo gruñó al ver su patética oposición y finalmente se separó, solo para jalarla y aprovechar el que trató de tomar un respiró para moverla hasta la circular cama en medio de la habitación. Sin delicadeza, la empujó hasta hacerla rebotar en el mullido colchón.
Se acercó a sus pies para deshacerse de los estorbosos zapatos de la muchacha y los mandó a volar a algún rincón de la habitación. Después, se deshizo él de su saco y su camisa, dejando al descubierto su esculpido torso.
Sonrió presumido al observar cómo la joven se lo comió con la mirada a pesar del dejó de temor que transmitÃa en su expresión.
―¿Me tienes miedo? ―preguntó en un ronroneo, empezando a caminar a cuatro patas sobre el cuerpo tembloroso de la chica.
Ella tenÃa ambas manos al lado de su rostro, como si unas cadenas imaginarias las tuvieran atadas, y su rostro estaba por completo encendido mientras sus labios carnosos le pedÃan a gritos que los devorara.
―¿Me tienes miedo? ―volvió a preguntar, esta vez a centÃmetros de su rostro.
Exhaló un cálido aliento sobre la piel sonrojada y ella soltó un gemidito acompañado de un movimiento de piernas.
―N-n-no ―respondió en un hilo de voz.
¿Con que no le tenÃa miedo?
Mostró una sonrisa de dientes blancos y sin contemplaciones aferró la parte superior del vestido para usar su fuerza y desgarrarla bajo la mirada impresionada de ella.
―N-no hagas eso ―suplicó en un lloriqueo viendo cómo desgarraban la tela negra hasta que la prenda estuvo por completo dividida.
Leonardo la obligó a sentarse para sacarle lo que quedaba de su vestido luego de un breve forcejeo y lanzó la prenda tan lejos como habÃa hecho con sus zapatos. Después la volvió a acostar, aunque él sà se sentó para admirar desde arriba la semi desnudez del cuerpo de la joven que habÃa ahora tenÃa los ojos llorosos, los pezones aún más erectos y los labios entreabiertos mientras respiraba entre soniditos.
Su pene vibró dentro de su pantalón al admirar el delicioso cuerpo que se encontraba sometido y sintió que iba eyacular al pensar que iba a hacer todo lo que quisiera con esa preciosidad de mujer. Tragó espesa saliva mientras veÃa el estómago plano que hacÃa arriba tenÃa un par de grandes y brillantes senos que se veÃan demasiado grandes para su sostén, y hacÃa abajo una entrepierna cubierta por una delicada ropa interior de encaje que hacÃa juego con la ropa de arriba. Para terminar de volverse loco encontró unos perfectos muslos que daban a entender un delicioso trasero escondido contra la cama.
―¿Q-qué me v-vas a hacer? ―lloriqueó ella.
Incluso entre su ropa negra pudo notar la humedad que poblaba la zona Ãntima de la belleza.
―¿No sabes qué te voy a hacer? ―preguntó sintiéndose todo un maldito.
Volvió a ponerse de cuatro patas para lamer con gula el lóbulo de la oreja derecha.
―Te voy a hacer todo lo que yo quiera.
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Hola a todos y todas. Es la primera vez que escribo algo de este estilo y me agradarÃa mucho saber su opinión. Trataré de subir las próximas partes pronto, no quise ponerlo completo porque me di cuenta de que iba a quedar muy largo, pero espero pronto tener la continuación.
Espero que les haya gustado esta primera parte.