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La reeducación de Areana (18)

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-Señora, déjeme contarle algo. –pidió Milena con tono ansioso. -Adelante, contame. –autorizó Amalia y entonces la joven le comentó respecto de Lucía y su deseo de ser el Ama de Areana en la escuela, para esclavizarla en complicidad con otras dos chicas.

Amalia pareció considerar el asunto y finalmente dijo: -Mmmmhhh, me resulta interesante. ¿Es atractiva la niña?

-Muy.

-Arreglame una reunión con ella mañana a las seis de la tarde acá en mi casa.

-Ok, señora, llamo a Lucía y enseguida le confirmo a usted. Ah, otra cosa…

-Sí, decime.

-Hay una señora que vino hoy por las putas que me quiere tener a mí, ¿puedo?

-Te dije que estás autorizada a arreglarte con las visitas, Milena.

-Sí, ya lo sé, señora, pero… es que… que me excita sentirme sometida a su autoridad y por eso le pido permiso…

Del otro lado se oyó la risa complacida de Amalia.

-Muy bien, puta servil… ¡Muy bien!, claro que te autorizo a que te arregles con esa señora. Bueno, ya sabés, combiná con esa nena mañana a las seis de la tarde acá.

Terminada la comunicación Milena llamó inmediatamente a Lucía.

-Hola, Lu, soy Milena, ponete contenta, la señora quiere conocerte. Te espera mañana a las seis de la tarde. Anotá su dirección.

-¡Ay! ¡¿en serio?!

-Sí, tonta, dale, anotá.

-Ya lo tengo. Mañana a las seis estoy ahí. Le cuento mis planes con esa trola, ¿no?

-Claro.

-Deseame suerte.

-La vas a tener.

-Beso.

-¿Dónde? –bromeó Milena.

-Donde vos quieras. –se prendió la chica

-Acabás de besarme la concha…

-¡Ay, qué rico! –y ambas cortaron la comunicación entre risas algo nerviosas.

Al día siguiente, a las seis de la tarde, Lucía era recibida por Marisa para su reunión con Amalia. Ya en el living la asistente le indicó el sofá y le dijo:

-Sentate ahí. La señora ya viene. –para después salir del living.

Unos minutos después, cuando la chica comenzaba a impacientarse, apareció la dueña de casa con el propósito de calibrar a la aspirante de hacerse cargo de Areana en la escuela.

-Hola, pichona. –la saludó y avanzó después hacia la chica, lentamente, como era su costumbre, desplegando toda la majestuosidad de su porte. Lucía un vestido negro de tela liviana, suelto y con ciertas transparencias y zapatos de taco alto.

Lucía estaba impresionada y sólo atinó a balbucear lo que pareció ser un saludo cuando Amalia le dio las buenas tardes y se sentó después junto a ella. Se deleitó un momento, sin disimulo, con la belleza adolescente de la chica, que lucía un breve short de jean celeste y una remerita blanca, sin mangas. Amalia recorrió su figura con una lenta mirada que comenzó en el rostro y se deslizó después por ambos hombros, el pecho, el vientre, ese muslo derecho cruzado sobre el otro, las tibias y finalmente las zapatillas azules sin medias.

Lucía sintió que sus mejillas ardían. Nunca nadie la había mirado como acababa de mirarla esa desconocida de la cual emanaba un notorio aire de autoridad.

-Muy bien, querida, hablemos de tu plan para Areanita. –dijo finalmente Amalia reclinándose de costado sobre el respaldo del sofá.

Lucía tragó saliva, emitió una tosecita, se recompuso después del examen visual al que había sido sometida y explicó:

-Bueno, yo… más que plan tengo… la idea por ahora, si usted me deja, señora, de ser… no sé, el Ama de Areana en la escuela… Bah, a lo mejor eso de Ama me queda grande, lo que quiero decir es… es que quisiera dominarla, yo y dos amigas que también la odian…

Amalia se divertía con la evidente nerviosidad de la chica, al par que experimentaba una cierta ternura comprensiva y por eso la alentó:

-Tranquila, pichona… Tranquila… Me resulta muy interesante tu idea. Decime, ¿sabés lo que es el BDSM?

-Desde hace un tiempo estoy entrando en algunas páginas.

-Ah, muy bien. Entonces sabés de que se trata.

-Sí, aunque mi única experiencia fue con ella y su madre y… y Milena me dijo que tengo pasta de Ama…

-Milena sabe de esto, pichona, así que debe ser así… Bienvenida al Reino.

Lucía sintió que estaba excitándose, y mucho, y debió contenerse para no gemir cuando las mariposas se le alborotaron en el estómago.

-Gracias, señora… -murmuró y ante una pregunta de Amalia dijo:

-Lo que quiero es hacerle la vida imposible, volverla loca…

-¿Y a qué se debe tanto odio? –quiso saber Amalia.

Lucía le contó sobre la conducta soberbia y prepotente de Areana, sobre esa violencia física que había descargado contra ella y otras alumnas y Amalia lanzó una carcajada:

-Ya habrás visto cómo está ahora, después de que la domamos, ¿cierto?

-Sí, es verdad, me impresionó verla convertida en eso que es ahora… Quiero divertirme con ella, señora, por favor…

-No hay inconveniente, querida… Tenés mi autorización y a mí me vendrá muy bien tenerla controlada también en la escuela.

-¡Ay, gracias, señora! ¡Muchas gracias! –se entusiasmó Lucía.

-De nada, pichona, inspirate y que vos y tus amigas se diviertan en grande con Areanita. Te informo que lo único que no pueden hacer es lastimarla.

-Sí, Milena me lo dijo.

-¿Y la mami? ¿qué te pareció la mami?

-Mmmhhhh, está buena también y me dio mucho morbo maltratar y cogerme a la hija delante de ella.

Amalia rió, complacida por esa muestra de crueldad de la adolescente y le propuso:

-¿Querés hacer una visita guiada por ciertas zonas de mi departamento?

Lucía frunció el ceño, intrigada:

-Te va a gustar. –insistió Amalia y sin esperar la respuesta tomó de la mano a la adolescente e inició el trayecto. Cuando llegaron a esa zona donde el departamento se tranformaba dramáticamente, Lucía, conmovida por una fuerte impresión quiso, instintivamente librar su mano, pero Amalia la retuvo:

-No te asustes. –dijo y siguió avanzando con la asombrada Lucía detrás de ella. Transitaban ahora por esa zona de paredes de piedra y en el piso ya no había parquet sino tierra apisonada y la lóbrega iluminación era provista por algunas lamparitas que pendían del techo, también de piedra.

La adolescente miraba todo aquella ambientación siniestra con ojos agrandados al máximo y escuchó que Amalia le decía:

-Ahora voy a mostrarte el aula.

Llegaron ante una puerta de hierro que daba entrada a la sala de castigos. Amalia encendió la luz, proveniente de un racimo de lámparas dicroicas fijadas al cielorraso y Lucía sintió que su corazón parecía querer paralizarse para después latir aceleradamente. Había visto ambientes similares en ciertas páginas web, pero esto era real e incluso despedía un cierto olor a humedad que la excitó.

Con la boca abierta abarcó en una mirada larga y caliente todo lo que allí había: una cruz de San Andrés, un caballete con grilletes en los extremos inferiores de las patas y un acolchado forrado en cuero marrón oscuro en la parte de arriba; un cepo; una mesa larga en cuyos extremos se veían dos roldanas de metal con una manija y sendas cadenas enrolladas en esas roldanas y con grilletes de metal en sus extremos visibles.

En el muro de la izquierda, varios estantes de hierro con látigos, fustas, varas, velones, agujas, esposas, cuerdas y antifaces ciegos. Los muros eran de piedra gris, igual que en el pasillo, y el piso también de tierra apisonada. Del techo pendía una cadena con dos muñequeras en su extremo y en el piso había dos aros de metal cada uno de ellos con una cuerda de un metro de largo cada una.

-Le llamamos el aula porque aquí es donde enseñamos a obedecer. –explicó Amalia mientras Lucía miraba todo aquello fascinada y en su imaginación veía a Areana sujeta en cada uno de esos aparatos y castigada sin piedad.

-Sin embargo –prosiguió la dueña de casa. –ninguna hembra es convertida en esclava meramente por el castigo. Es importante que aprendas esto, Lucía. Para hacer de una mujer una esclava es imprescindible que en su esencia sea una sumisa aunque no lo sepa, que fue el caso de Areana y de su madre. Lo que hacemos yo y mis asistentes es revelarles esa esencia, hacerles conocer el placer de la humillación y el castigo, el placer de la servidumbre. Cuanto más humilles a una esclava, más la tendrás a tus pies.

Lucía seguía atenta y deslumbrada esa clase magistral de dominación que le estaba dando Amalia, por quien sentía una admiración cada vez mayor y no exenta de atracción sexual.

Amalia no había soltado su mano y de pronto le dijo:

-Te falta conocer una habitación. Vení.

Y Lucía se dejó conducir a la pieza de la cucha.

-Aquí comenzó el disciplinamiento de tu odiada Areana y de su mamita. –dijo Amalia en tanto Lucía miraba entre asombrada y caliente la cucha, los cuencos de comida y bebida, el hueso de plástico. Sintió que había comenzado a mojarse y se sorprendió apretando con sus dedos la mano de Amalia. Sin decir nada más la dueña de casa la guió hasta su dormitorio, donde le dijo después de hacer que se sentara en el borde de la cama:

-Bueno, pichona, ¿estás dispuesta a pagar el precio de mi permiso para que te encargues de Areana en la escuela?

Lucía supo de inmediato cuál era ese precio y respondió sin vacilar:

-Sí, señora… Sí…

-Bueno, desvestite en el orden que yo te vaya dando. -y Lucía se dispuso a obedecer presa de emociones cada vez más fuertes.

-Las zapatillas. –indicó la dueña de casa y después siguieron el shorcito, la remera, el corpiño y la bombacha, que era apenas un hilo dental.

-Date vuelta. Quiero verte el culo. Adoro el culo de las mujeres. –dijo Amalia y cuando tuvo a Lucía de espaldas dictaminó:

-Mmmmmhhhhh, tenés un culo cinco estrellas, pichona…

-Gracias, señora… -murmuró Lucía.

-Ponete en cuatro patas. –ordenó Amalia y Lucía obedeció sintiendo que ante aquella mujer extraordinaria se sentía totalmente sumisa.

Amalia se acercó a ella, palpó sus nalgas y sonrió cuando la chica comenzó a gemir. La dejó caliente, a la espera de ser poseída y fue hasta el placard, tomó el consolar con arnés, un pote de vaselina y regresó junto a su presa, que respiraba fuerte y por la boca.

La chica le gustaba, claro, pero había algo más en ese deseo de cogerla y era la necesidad que siempre había sentido de ejercer el control sobre toda persona con la cual se relacionaba, siempre que fuera mujer, claro, a los hombres les daba la misma importancia que al envoltorio de una golosina abandonado en un tacho de residuos.

Comenzó a desvestirse despacio y cuando estuvo desnuda se colocó el arnés, embadurnó el consolador con vaselina y le ordenó a Lucía que se acercara al borde de la cama se inclinara y apoyara las manos en ella.

-No me gusta estar de rodillas. –dijo. –Jamás lo he estado.

Lucía había obedecido y estaba en la posición indicada, con el culo a la altura del vientre de Amalia, poderosamente armada con el consolador.

-Muy bien, putita, muy bien, así te voy a coger, de pie, como me gusta. Te voy a coger por esa colita tan linda que tenés. ¿Ya te la dieron por ahí o me voy a comer una colita virgen?

-No, señora, por la cola nunca. –contestó la chica con voz temblorosa y presa de la ansiedad y el temor al mismo tiempo mientras recordaba el dedo de Areana explorando su ano.

-¿Cogiste con chicos? –preguntó Amalia mientras sobaba con ambas manos las deliciosas nalgas de Lucía.

-¡No!... No me gustan los hombres…

-Ah, muy bien, pichona, muy bien… Pero con chicas sí, supongo.

-Sí…

-Y decime, ¿a Areanita te la cogiste por el culo? –quiso saber Amalia sin dejar de acariciar la cola de la adolescente, que se sentía cada vez más excitada.

-Sí… ¡Y no sabe cómo la hice chillar a esa trola de mierda!

-Pero es raro que haya chillado tanto, porque ha tragado mucho por el culo y nunca armó escándalo. –se asombró Amalia.

-Es que no fui lo que dice suave, señora. –se la metí de un solo envión y después le di fuerte. ¿Entiende? –explicó la chica con una expresión de crueldad que Amalia, por la posición de ambas, no pudo captar, pero sí advirtió, complacida, el tono de la voz con que había sido pronunciada la frase.

-Mmmhhhhhh, cuánto odio le tenés y eso me gusta, putita, porque me asegura que en la escuela la vas a tener a rienda corta y sufriendo mucho.

-Se va a querer matar. –prometió Lucía.

Amalia había querido medir a la chica, catarla y comprobar si daba la talla para hacerse cargo de Areana en la escuela y Lucía había aprobado el examen. Ahora sólo restaba cogerla.

-Apoyá la cabecita en la cama, nena, y abrite las nalgas. –le ordenó a su presa. Las manos de Lucía cumplieron con el cometido ordenado y dejaron a la vista el diminuto y rosado orificio. Amalia guió entonces al ariete hacia el preciado objetivo y apoyó allí el extremo redondeado, imitación perfecta del glande. Lucía se estremeció ante el contacto y dio un leve respingo. Amalia le pegó un chirlo no muy fuerte, como advertencia, y la chica volvió a su posición, entre ansiosa y atemorizada por lo que se venía: su desvirgamiento anal. Volvió a recordar el dedo de Areana, puro placer, pero ahora lo que iba a recibir era mucho más grande.

Amalia no se apresuró, quería, como de costumbre, que todo lo que le hacía a una hembra en materia de sexo fuera placentero, para tenerla después bajo su influencia y su autoridad definitivamente. Por eso comenzó a presionar despacio pero con firmeza, disfrutando de los gemidos de la adolescente que se acentuaron cuando por fin entró la punta y, luego de una nueva presión, la totalidad del glande.

-Duele… duele… -murmuró Lucía entre jadeos.

Amalia detuvo la penetración y la consoló mientras le acariciaba las nalgas:

-Ya va a pasar, bebé, duele sólo al principio. Ya va a pasar.

-Por favor… -dijo la chica aunque sin saber muy bien qué favor pedía o si eran solamente dos palabras nacidas de su confusión ante esa nueva experiencia que estaba viviendo en manos de tan sabia iniciadora.

Amalia mantuvo inmóvil el pene artificial con el glande metido, se inclinó sobre Lucía y le apresó las tetas con ambas manos, para después comenzar a sobárselas. Muy poco tardaron los pezones en ponerse duros entre los hábiles dedos del Ama, cuyos labios dibujaron una sonrisa complacida.

“Vamos bien, perrita, vamos muy bien.” pensó y sin dejar de acariciar esas deliciosas tetitas que cabían en las palmas de sus manos adelantó sus caderas e introdujo un poco más el ariete. Lucía gimió, dolorida. Amalia se enderezó para mirar hacia abajo y calculó que había metido en el culo de la chica unos cinco centímetros del consolador. Volvió a inclinarse, apartó hacia un costado la larga cabellera oscura y comenzó a recorrer con su boca, sus labios y su lengua ese cuello fino, largo, grácil, en tanto sus manos volvían a sobar las tetitas y sus dedos a juguetear con los pezones erguidos y duros.

-¿Duele, mi bebé?... preguntó entre besos y lamidas que comenzaban poco más abajo del nacimiento de la columna vertebral y se extendían lentamente hasta la nuca, de ida y de vuelta una y otra vez.

-Un poco… -contestó Lucía sintiendo que estaba dispuesta a pagar el precio del dolor para dejarse llevar por esa mujer hacia el final de su primera experiencia anal de verdad, porque presumía que después del dolor vendría el goce.

Amalia metió un poco más el consolador y su mano derecha inició un lento descenso hacia el vientre de Lucía y una vez allí, luego de una pausa que acentuó la ansiedad de la adolescente, su dedo medio se puso a trazar círculos mientras reanudaba su camino hacia abajo. Otro breve envión y el consolador se hundió un poco más mientras Lucía había empezado a jadear notando que el dolor ya no era tan intenso y que ese dedo que descendía en círculos era portador de un placer por el que su clítoris estaba ya clamando. Jadeó con fuerza cuando Amalia empezó a jugar con ese botoncito fuera del capullo, hinchado de deseo y emitió un gritito al sentir que esa cosa avanzaba y retrocedía adentro de su culo, aunque ya el dolor parecía empezar a retirarse para dejar su lugar a un incipiente placer que fue haciéndose cada vez más intenso y fundiéndose poco a poco en uno solo, intenso y abrasador, con aquel que surgía del clítoris, restallaba en su mente y se extendía después como corriente eléctrica por todo su cuerpo. Ella era ese placer, ese grito que se repetía una y otra vez, ese temblor cada vez más fuerte que no podía ni quería controlar, con Amalia sobre ella frotándole las tetas en la espalda, besándole y lamiéndole el cuello, explorando sabiamente su concha, metiéndole dos dedos que salían empapados de flujo y así empapados jugueteaban con el clítoris mientras el consolador avanzaba y retrocedía una y otra vez revelándole las delicias de una penetración anal una vez que el dolor inicial se amortiguaba primero y desaparecía después. Sintió que se estremecía en convulsiones cada vez más violentas en tanto que Amalia la acuciaba:

-Así, putita, así… ¡Gozá, perrita, gozá! ¡te quiero bien puta! ¡bien perra!

-¡Síiiiii!... ¡Síiiiiiii, señora! ¡¡¡¡¡Síiiiiiiiii!!!! –y estalló por fin disuelta en un orgasmo tan largo y placentero como no había tenido nunca.

Amalia le sacó el consolador del culo, se enderezó y mientras su respiración se iba normalizando se dijo que esa niña ya era suya y que le serviría de maravillas en su rol de dominante de Areana en el colegio. Pero ahora iba a probarla como amante, ansiaba sentir esa lengüita y entonces esperó a que la niña se recuperara de tanto ajetreo al que la había sometido, se quitó el arnés y se tendió junto a ella, de espaldas.

-Gozaste, ¿eh, putita?... –dijo y la besó suavemente en los labios.

-Gracias, señora… Sí, gocé, claro que gocé… Me gustó mucho que me lo hiciera por el culo… -dijo y entreabrió los labios para el segundo beso de Amalia, cuya lengua le invadió para enredarse con la suya en húmeda danza mientras los cuerpos se apretaban el uno contra el otro y el abrazo las sumía en una suerte de noción de eternidad.

-Vas a ser mi putita. –determinó Amalia.

-Voy a ser lo que usted quiera, señora.

-Quiero que seas mi putita, que vengas cada vez que yo te llame.

-Sí, señora, ¿y con Areana? –preguntó la chica temiendo que por alguna razón Amalia hubiera cambiado de planes.

-El Ama percibió ese temor y la tranquilizó:

-Con Areana lo que hablamos. Va a estar a tu cargo en el colegio, vos y esas amigas que me mencionaste se van a ocupar de ella. Haganlé lo que quieran. El único límite es no lastimarla, acordate.

Lucía suspiró aliviada.

-¿Y para cogerla? –quiso saber.

-Le voy a decir a Milena que te reciba cuando quieras, pero siempre después de las siete de la tarde, porque ella y su mami reciben visitas hasta esa hora.

¡Ay, gracias, señora! –exclamó Lucía, entusiasmada y preguntó:

-Puedo ir con mis dos amigas, ¿no?

-Claro que sí, cachorra, pero ya estamos hablando demasiado, ¿no te parece?

Lucía la miró con expresión interrogativa y entonces Amalia le aclaró:

-Quiero tu lengüita, nena, y a ver qué tal lo hacés… -y sus ojos envolvieron a la chica en una larga y lasciva mirada que revelaba su excitación.

-Sí, claro, señora. –dijo Lucía y Amalia se tendió de espaldas con el culo apoyado en la almohada doblada en dos, para elevarse a la altura conveniente mientras sentía que se estaba mojando otra vez. Encogió las piernas, separó las rodillas y Lucía se acomodó entre ellas para hacer su tarea. Mientras se inclinaba advirtió las gotas de flujo que brillaban en los labios externos y sin que el Ama se lo pidiera lamió ese jugo cuyo sabor no le era desconocido por haberlo probado de sus amigas Rocío y Guadalupe. Después entreabrió los labios vaginales y hundió su lengua entre ellos para ponerla a recorrer de arriba abajo esa húmeda cavidad. Por un lado y por el otro, una y otra vez. Amalia comenzó a mover sus caderas de un lado al otro, caliente y admirada de la habilidad que mostraba la adolescente. La lengua la recorría por ambos lados de la vagina y cada tanto se hundía como una cuchilla endiablada y salía después para quedar a la espera detrás de los labios que apresaban el clítoris y lo sometían a la deliciosa tortura de la succión. Amalia gemía y respiraba por la boca y de pronto corcoveó al sentir que un dedo de Lucía se le metía en el culo sin delicadeza alguna y luego otro y enseguida el movimiento de ida y vuelta en tanto la lengua de la chica seguía haciendo de las suyas en su concha convertida en una catarata.

La adolescente bebía todo ese flujo que la iba embriagando, sin dejar de lamer, besar y succionar muy caliente y halagada por los jadeos de Amalia que pronto se transformaron en gritos ininterrumpidos hasta la explosión final, que la encontró bañada en sudor.

Más tarde, luego que ambas se hubieron duchado y vestido, Amalia la acompañó a la puerta de entrada al edificio y una vez en la calle le dijo:

-Oíme bien, putita. Estás bajo mi dirección, bajo mi autoridad. Venís cada vez que te cite y cuando quieras llamás a Milena y te das una vuelta por el departamento para cogerte a Areanita. ¿De acuerdo, bebota?

-Sí, señora, totalmente. –aceptó Lucía. Ambas se despidieron con un beso en la boca y Amalia se quedó mirando el rítmico meneo de esas deliciosas nalgas hasta que la chica dobló en la esquina.

(continuará)

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