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Los pies de mi hermana

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Es muy extraño cómo pasó todo entre nosotros.

Mi hermana Jazmín no tenía como prioridad festejar el día del estudiante. No se relacionaba mucho con sus compañeros, a pesar de que es lógico en un primer año universitario abarrotado de alumnos.

Ese día yo estaba en mi casa porque mi mujer salía con sus amigas, y decidí pasar por la casa de mis viejos. Como no me esperaban, apenas mi madre me abrió vi la silueta de Jazmín en ropa interior cruzar muy rápido por la cocina, como buscando protegerse de mi mirada. Mi viejo dormía la siesta, y mi madre tenía que salir a entregar unos pedidos, ya que vende cosméticos.

Tomé un jugo con ella, me contó algunos detalles de las reformas que pensaban hacerle al quincho y al bañito del patio, y se fue apurada.

Cuando Jazmín volvió me saludó con las mejillas coloradas de la vergüenza, ahora con un vestido corto pero discreto, el pelo atado y con unas ojotas re facheras.

Le dije que no sea tonta, que el que la importunó fui yo y, que no se culpe por eso.

Hablamos de la facu, de mi prima y de sus dificultades para terminar la tesis de psicología, de la salud de la abuela y de un libro de Castaneda.

De repente se me ocurrió preguntarle si no quería salir al parque, a una placita o a cualquier lugar al aire libre. El día estaba precioso, el sol era pura generosidad y, corría un vientito lleno de aromas frutales por el estallido de tanta polinización.

Dijo que sí, y nos fuimos sin pensarlo más. Compramos un yogurt bebible, unos sandwichs de miga, una gaseosa, unas galletitas y subimos a mi auto para buscar un sitio. Cosa que no fue sencilla porque, todos celebraban como hormigas apretujadas hasta en las estaciones de servicio.

Plantamos bandera en un parque bastante lejos de la ciudad, en el que había solo un par de parejitas. No me gustó mucho la idea de que hubiese forros usados por todos lados. Pero era el único lugar con poca gente.

Nos sentamos en una esterilla que siempre llevo en el auto para estas ocasiones. Comimos algo, hablamos de otras cosas mientras, no sé por qué jugada del destino yo sentía que la pija se me paraba. Le miraba las tetas a Jazmín muerto de terror por dentro, y mi erección era insoportable. Pero no podía evitar hacerlo. Nunca la había mirado con las hormonas tan inquietas!

En mi mente vagaba su silueta en tanguita y corpiño escapándose pudorosa de la cocina a su cuarto, y no podía silenciar a mis pensamientos.

De pronto se quitó las ojotas y puso mis pies sobre mi regazo. Suspiró cuando por un acto involuntario le acaricié uno de ellos, mientras ella servía yogurt en un vasito.

Pensé que había sido por el frescor del aire. Pero me desordenó el bocho cuando dijo:

¡tocame los pies Nico, dale, un poquito más!

Me mandé el sándwich a la boca de una y le acaricié los pies con ambas manos, mientras veía cómo un hilito de yogurt le caía por el mentón hasta derrapar en el escote de su vestido. Además cerraba los ojos y se hamacaba para los costados.

Su cabello se reunía con los colores vivos de la tarde, mis manos le masajeaban el empeine, los talones y las plantas, y mi pene quería salir a conquistar el mundo de todas las hembras.

Cuando me imaginé su boquita rodeándolo tuve una sensación que mezclaba erotismo, deseo, culpa y desolación. Era mi hermanita, con sus 18 años atardeciendo junto al día y su perfume tan exuberante como el desarrollo de sus melones perfectos.

Ella suspiraba algo más entregada a mis frotadas en sus pies, hasta que susurró:

¡chupalos Nico, animate, comeme los deditos, y si querés mojalos con yogurt!

Algo me punzaba los testículos con urgencia. No le di lugar a las dudas, y le eché un poco de yogurt en los pies para acercar mi boca a sus dedos pequeños, suaves y templados. Apenas le acerqué la boca y dejé que mi lengua le lama el pulgar, la oí gemir con un estrépito que me aceleró el cuore y me condujo a lamérselos todos sin parar.

Era tan agradable al tacto de mi lengua su piel como el aroma que se desprendía con mayores argumentos cada vez, cuando mi lengua le recorría cada milímetro de sus deditos, cuando se escabullía entre ellos, o si le mordía los talones.

Primero fue uno. Pero su otro pie no pudo esperar demasiado para que mi boca ruede por su delicada tersura. Además, con esa perspectiva mis ojos se clavaban en su bombachita blanca, donde su vulva se dibujaba con todo su resplandor, ya que su vestidito se le subía en el afán de convidarme el sabor de sus pies.

¡No sé Nico, siempre me gustó, y cuando era chiquita me ponía loca que el perro me chupe los pies!, dale, chúpame toda, olelos y mordelos!

Le respondió a mi inquietud entre suspiros.

¡Dale Jaz, yo te los chupo, pero sacate la bombacha, quiero verte sentadita con la concha al aire!, le intercambié, sin meditar en la locura que acababa de pedirle.

Su cara no articuló ni un gesto de sorpresa. Solo se la sacó sin levantarse de la esterilla y la dejó a su lado.

Ahora volvía a chuparle los pies para que sus gemiditos me sumerjan en una obsesión que me asustaba, pero ahora le veía la concha mojadita, cada pliegue de sus labios vaginales, y hasta un trocito de su clítoris asomando entre ellos.

No me resistí y le besé los tobillos, las piernas, las rodillas y los muslos. Ella siempre con los pies levantados para que mi saliva le deje surcos y esteros por los que el deseo pudiera ir y venir cuantas veces le apetezca.

Cuando mi boca estuvo a un paso de llegar a su conchita de aromas perpetuos, ella me arrancó los pelos y me dijo:

¡No Nico, todavía no! Bajate el pantalón con todo, y mostrame la pija, dale hermanito, que no das más guacho!

No tenía intenciones de preguntarle nada. Apenas mi pene duro estuvo a la vista, incluso hasta de las dos parejitas que quedaban en el predio: Jazmín me lo amasó con sus pies, lo acarició y lo ubicó entre sus plantas para subir y bajarme el cuero con una lentitud que me desbordaba.

Me pidió que se los escupa para luego pajearme con más determinación, y yo sentía que se me ponía más dura. Hasta que de pronto me pidió:

¡descalzate y frótame tus pies en la concha, dale que estoy más caliente que una perra!

Abrió las piernas todo lo que le fue posible, como las puertas del paraíso a mis pies descalzos que, lejos de apichonarse tomaron su pedido de auxilio como una ofrenda. Ni bien sentí el calor de su conchita en mis dedos, le froté los talones en la parte en la que su clítoris hacía revoluciones, y sus gemidos no podían ser menos que el gorjeo de los pájaros.

Cuando agarró su bombacha para tirármela en la cara, supe que estaba regaladísima.

¡olela nene, dale, ponete loquito con el olor de la conchita de tu hermana, mordela, comete mi bombachita y pajeame con tus pies pendejito, meteme los dedos!, dijo extasiada de placer, y yo hice mi mejor esfuerzo por introducirle uno de mis pulgares en la vagina.

En un momento miré a mi derecha, donde las dos parejitas mateaban, y solo quedaba una. En efecto, la mina se había arrodillado con todo el culo al descubierto para mamarle la pija al tipo.

Yo no sabía cuánto más sería capaz de evadir mi lechazo. Pero Jazmín empezó a masturbarse lamiendo mis pies. En 25 años jamás alguien me había llevado al punto tal de acabarme encima, solo sintiendo una lengua revoltosa en mis pies, unos dientes impúdicos y la dulzura de una saliva con poderes angelicales.

Pero la veía dedearse, colmarse de flujos, apretar uno y otro orgasmo en sus labios, frotarse el clítoris con mis pies y espiar a la flaca que peteaba a su macho, y no pude con las voces de los demonios que ella misma desató en mi cabeza.

¡Basta guacha, vení para acá, te la quiero poner toda!, le dije oliendo su bombacha.

Ella otra vez se antepuso a la moral, se levantó y se me sentó encima para dejarse empomar por mi verga pegoteada de la acabada anterior, pero tan dura como los árboles que quedaban en pie alrededor del parquesito.

Empezó a fregarme las tetas en la cara aún con su vestido por arriba de la cintura, a cabalgarme sin tenerle compasión a mis huesos, ya que al menos pesaba unos 75 kilos, a gemir agitándose el pelo suelto a esa altura, y a calentarme con su vocecita.

¡cogeme Nico, siempre quise que me la metas, que me chupes los pies, que me pegues en el culo, daleeee, pégame más fuerte nene, que a vos te gusta mirarme la conchita no?, querés que ande con la conchita al aire para vos pendejito? Culeame así, sentime guacho, haceme tu putita!, decía mientras se babeaba, me empapaba con su sabia y saltaba desbocada, hasta que un borbotón de semen no quiso ser menos que el que ahora explotaba en la cara de la mina que nos veía como en un trance espectral.

Se la inundé toda con mi leche entretanto la nalgueaba y le mordía las gomas. Incluso hasta le hice un agujerito en el vestido con los dientes.

Cuando se separó de mí, fue para mostrarme cómo le chorreaba mi leche de la conchita por las piernas, y cómo se la secaba con la bombachita.

¡Te gusta mirarme la concha perro no?, querés ver cómo hago pis?!, dijo con la certeza de que mis ojos no se perderían semejante proposición.

Se puso como indiecita sobre el pastito, se subió el vestido y, luego de tomar un poco de gaseosa se hizo pis, totalmente despreocupada. Le dije que estaba oscureciendo, y que aquel lugar no era seguro de noche.

Ella me comió la boca y me pidió que la lleve a su casa, pero en colectivo. No entendí bien por qué, si yo tenía mi auto a media cuadra.

¡Dale Nico, llevame así como estoy, con la conchita al aire, no te excita eso? Que alguno me vea la concha sin tener bombachita puesta, y con tu lechita?!, decía mordiéndome los labios como una diablita, y me convenció de cumplirle el deseo.

Desde ese día Jazmín y yo no pudimos dejar de tenernos ganas, de lamernos los pies y de arreglar algún que otro picnic para hacernos mimitos. Solo que cierta vez mi mujer nos encontró.

Nunca nada en mi vida fue tan excitante desde que Jazmín me pervirtió con sus encantos!

Continuará si les gusta la historia! fin

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