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Carter, el lavautos de Santiago (1)

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Carter vive en Santiago. 19 años, delgado, fibroso, cabello negro azabache, lacio alborotado y abundante, mide como 1.76. Dedos largos y uñas cortas. Labios gruesos, nariz medio torcida, cejas gruesas. Trigueño, cuerpo de skater. Tiene un aire como de maleantito. Todo lo contesta con "ofi" y casi no habla. Me lo encontré trabajando en un lavautos en la ciudad de Santiago, a 4 horas de la capital. Apenas lo vi en shorts, con un bultote que no dejaba yo de mirar, sabía que ese sería un buen polvo. Cuando lo vi mojado, con ese estilo de manachito me pareció tan tan sexi que no dejaba de pensar en cómo levantármelo.

Regresé en dos ocasiones y me aseguré de darle una buena propina cada vez que lavaba mi carro. Desde la primera vez hablé un buen rato con él y le pedí el celular. Cada vez que le chateaba el tono de las conversaciones iba subiendo. Ya él estaba clarito que lo que yo quería era meterme en esos pantalonsotes que usaba y ver de qué tamaño era la verga que vivía ahí. El me insistía que quería probar como era eso de estar con un "man" pero que le daba miedo, que le daba pena, que no sabía cómo era la vaina, etc etc.

Al fin me escribió que tendría un par de días libre y que si podía llegar a mi "chantin". Yo me preparé para ese encuentro con mucha emoción. Cuando llegó a la parada de autobús venía con una sonrisita de oreja a oreja. Casi no habló en el trayecto a mi casa.

Preparé una cena sencilla y le serví una cerveza. Yo me había preparado para todo, con un buen baño, una duchita y estaba preparado para lo que se diera en el momento. En la cama puedo ser activo, pasivo, versátil, muerto, vivo, alegre, triste, lo que sea.

Luego otra cerveza y otra y otra hasta que se acabó ocho como en 30 minutos. Yo lo miraba de reojo, a ver cuándo sería el momento adecuado para pasar al siguiente paso. Era como una cacería y la presa no parecía muy dispuesta. Me pidió permiso para ir al baño y me fijé que demoró casi 20 minutos tomando una ducha. Cuando al fin salió, moqueando, caí en cuenta que se había ido a meter algo más que una enjabonada.

El aire acondicionado de la sala estaba frío. Le serví un trago de gin tonic bien fuerte mientras veíamos TV. Si seguía tomando le iba a tener que dar gasolina en las rocas.

Cuando ya estaba terminando me le acerqué por detrás del sofá y comencé a acariciarle las tetillas, con un pechito atlético cubierto por un fino vello delgado. Le fui bajando las dos manos por el pecho hasta su abdomen, duro, delgado, sin un gramo de grasa. Cuando le acaricié el borde del calzoncillo pude sentir una mata de pelo largo, una verdadera jungla y en el medio un pedazote de verga oscura con la cabezona roja, larga, por lo menos eran mi mano y medio palmo más, durísima, era una piedra venosa con dos bolotas llenas de leche.

Me encantó que se dejara acariciar y lamer adentro de las orejas. Solo respiraba hondo y parecía muy concentrado en lo que hacíamos. Le pasé la lengua por el cuello, por la nuca y en la manzana de adán. Luego le levanté la camiseta y pude ver un par de cicatrices en la espalda, me imagino que recuerdo de antiguas peleas. Lamía y apretaba, acariciaba y sentía que a Carter le estaba gustando.

Apagué el televisor, la lámpara y me lo llevo caminando a la habitación. Está fría y lo siento en la cama mientras él se acomodaba para verme mamarle la pinga. Metí mi cara completa entre sus huevotes, que rico ese olor a verga, con una mano le halaba las pelotas suavecito, con la otra le acariciaba el monte de pelos largos y negros, y con la lengua y la boca le acariciaba la pingona, mojándosela mientras él se quedaba calladito, sin mencionar ni una sola palabra, con una cara de arrechura que de por si valía la pena todo el esfuerzo.

Ese huevo estaba duro, durísimo. De hecho, parecía que le dolía. Yo creo que, entre el guaro, la coca y el morbo de estar con un hombre él no sabía lo que estaba pasando aparte de que estaba gozando como bestia. Su pinga era curva y cabezona, con un huequito más claro que el resto.

Nos metimos entre las sábanas, tocándonos y él se dejaba sobar todo, sus nalgas afiladas y largas, sus piernas duras, me pasaba las uñas por la espalda y por mis nalgas, apretándolas y sobándolas. Me comenzó a morder las tetillas y a succionarlas duro, con un poco de violencia que me dolían pero que chucha, estaba pasándola tan rico que no me importaba que me fuera dejando marcas en el pecho y en la espalda.

Al rato de estar con esta sobadera y arrope violento me agarró por el cabello y me empujó la verga hasta el fondo de la garganta. Se le salió un suspiro y comenzó a culearme con ganas, sosteniéndome la cabeza mientras su tuco me entraba y salía de la garganta muy muy lentamente, casi como si quisiera que se le saliera la leche sola. La pinga se la llené de saliva, baba resbalosa y cada vez más espesa, casi un gel. Mientras tanto le iba sobando las nalgas y comencé a pasarle suavemente un dedo alrededor del culo, velludo también. Cuando comencé a cerrar más mis dedos, la saliva que le resbalaba por los huevos humedeció su huequito y le metí la punta de un dedo. Que vaina, eso fue como si hubiera apretado un botón, la leche comenzó a inundarme la boca como un chorro interminable. Caliente y espesa, se me comenzó a derramar de la cantidad que botaba. Yo me había estado aguantando la venida y como estaba tan concentrado en la mamada dejé mi paja a medio terminar.

Wao, ese peladito estaba tan arrecho que casi llora cuando se vino. Se quedó acostado mirando el techo, el pecho subiendo y bajando con el esfuerzo, los ojos entrecerrados, vidriosos y la pinga mojadísima.

Me levanté y mojé una toalla, lo limpié bien por todos lados y me aseé. Pensé que con tanta leche ya no le iba a quedar nada y bueno, nos acostamos un rato, yo lo acariciaba lentamente y nos fuimos quedando dormidos, abrazándolo yo muy poco porque creo que no estaba acostumbrado a tanto cariño de un hombre.

... Continuará...

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