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La reeducación de Areana (20)

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En ese estado emocional intenso tomó con ambas manos el ruedo de la breve faldita escocesa y la fue haciendo ascender hasta que la tuvo en la cintura y a la vista quedó la bombacha blanca de algodón reglamentaria. Fue la Godínez quien se ocupó de bajar esa prenda hasta los tobillos de Areana, cuyos lindos muslos y bello culito quedaron totalmente al desnudo.

La profesora era una ultracatólica preconciliar practicante e iba a misa todos los domingos, aunque lamentaba que ya no se la oficiara en latín. Cada vez que tenía en sus manos a una alumna a la que iba a castigar sentía una fuerte excitación si la niña era atractiva y siempre lo era, porque no se preocupaba por aquellas alumnas feas por más indisciplinadas que fueran. Extraviada entre una férrea moralina y fuertes deseos homosexuales negaba su lesbianismo y, por el contrario, pensaba que las mujeres bellas eran todas enviadas por Satanás como agentes del pecado. En su caso, eran culpables de provocarle deseos prohibidos “por Dios, por la moral y las buenas costumbres”, de modo que en secreto, sólo para si misma, añadía para el castigo esa condición de enviadas del Diablo a la falta disciplinaria que la alumna de turno había cometido.

Godínez era, además, una experta y apasionada spanker con años de experiencia en esa práctica y sentía que el cuerpo femenino era ideal para ser azotado, por lo redondeado de sus formas y la morbidez de sus carnes.

“Hermoso ejemplar para hacerle sentir el rigor de una buena paliza.” –se dijo, pero antes quería explicarle a la alumna cuál era e iba a ser su situación de ahí en más. Apoyó la regla sobre las ancas de Areana y al advertir que la niña temblaba le advirtió:

-Trate de que la regla no se caiga, Kauffman, se lo digo por su bien.

-Sí, señora… -aceptó la alumna y entonces la Godínez, mientras se paseaba a sus espaldas sin dejar de observar las nalguitas y los muslos de su presa, comenzó a hablarle:

-Escúcheme con atención, alumna. Cuando me incorporé como docente a este establecimiento y tuve la primera entrevista con la directora y la vice les dejé bien en claro cuál es mi postura en cuanto a la disciplina: rigor absoluto, tolerancia 0. Estuvieron de acuerdo y fue entonces que me hablaron de usted, Kauffman, admitiendo que no sabían cómo controlar su pésima conducta. Les pregunté si me daban carta blanca y me dijeron que sí. Bueno, alumna, y acá estamos entonces, en el comienzo del tratamiento disciplinario al que voy a someterla hasta lograr que se comporte como yo quiero y corresponde.

Areana estaba agitada por distintas sensaciones que bullían en su interior, desde la curiosidad casi frívola por saber cómo se sentiría esa regla en las nalgas, ya que nunca había sido castigada con ese instrumento, hasta el fuerte impulso de entregarse sin resistencia al autoritarismo dominante de la profesora y demostrarle que ella ya no era aquella rebelde insoportable sino una perra faldera de tan sumisa y ahí estaba su goce, en ser dominada y obedecer, en ser humillada, tratada como la peor mierda, como un ser despreciable, como una basura que servía sólo para diversión de los demás, de su Ama Amalia, de Milena, de las visitas de cada tarde, de Lucía, Rocío y Guadalupe. Necesitaba que la profesora no la considerara una indisciplinada a la que había que domar, sino lo que ella era, una esclava, y entonces dijo, con tono implorante:

-Señora, por favor, créame… Yo ya no soy lo que la directora y la vice y usted piensan, yo… yo soy… yo soy… soy muy obediente, señora… ¡totalmente obediente!, me… me gusta obedecer… me siento bien obedeciendo… ¡Puede comprobarlo, profesora!...

Areana se había ido excitando cada vez más a medida que al hablar se iba encontrando con su esencia de esclava, con su ser más auténtico, y respirando fuerte por la boca siguió entre jadeos:

-Pídame lo que quiera, señora… ¡Ordéneme lo que quiera!... A usted le gustan las alumnas obedientes y… y por eso me tiene acá para… para castigarme

por haber llegado tarde a la clase… Castígueme, profesora… -pidió Areana con tono suplicante… -Me lo merezco…

La Godínez estaba totalmente asombrada y a la vez algo confusa por lo que acababa de escuchar. Siempre que castigaba a una alumna la chica se empeñaba en jurar que no lo haría más y que por favor no la azotara, pero Areana se comportaba de una manera absolutamente distinta, Pensó un momento para tratar de ordenar su confusión o, cuanto menos, de ocultarla a la percepción de la alumna, y finalmente dijo tomando la regla y empuñándola con fuerza:

-Ya vamos a ver qué tan obediente es, Kauffman. Ahora voy a castigarla por haber entrado a clase diez minutos tarde como si fuera un cumpleaños al que usted puede llegar a la hora que se le antoje.

Ante la inminencia del primer azote Areana se erizó entera y apenas pudo dominar un temblor que amenazaba con sacudirla de pies a cabeza.

A sus espaldas, a la izquierda de su expuesta grupa, la profesora alzó el brazo y descargó el golpe en el lugar elegido: la nalga derecha y de inmediato lanzó un segundo reglazo en el mismo lugar, con lo cual logró el propósito de hacer aún más intenso el dolor agudo que experimentó la niña y que la atormentó en toda su duración, puesto que la Godínez hizo una pausa precisamente con ese objetivo. Después golpeó en la nalga izquierda pero esta vez no hubo pausa alguna sino una serie de quince fuertes reglazos uno detrás del otro y que restallaban sobre la carne estremecida mientras Areana transformaba su jadeo inicial en gemidos y finalmente en exclamaciones de dolor. A medida que su culo iba coloreándose más y más crecía el apasionamiento con que la profesora llevaba a cabo su tarea disciplinante y esto se reflejaba en su respiración, en el rojo de sus mejillas y en el brillo intenso de sus ojos clavados en ese delicioso culito que tenía totalmente a su disposición.

“Lindos muslos”, se dijo y le ordenó a Areana que separara las piernas.

-Más, más abiertas. –exigió y cuando tuvo a la niña con los pies bien separados continuó la paliza, pero ahora en los muslos, por dentro y por fuera.

A medida que la zurra transcurría Areana iba siendo cada vez más presa del dolor y del placer que ese dolor le deparaba mientras sus muslos empezaban a colorearse y ella repetía “sí” “sí” una y otra vez, como enjaulada en un delirio morboso que la había atrapado por completo.

Por fin la paliza terminó, cuando la cola y los muslos de Areana lucían una rojez muy excitante para Godínez.

-Enderécese, alumna. –ordenó después de haber normalizado su respiración y Areana obedeció sin poder controlar su jadeo.

-Dese vuelta. –y la niña lo hizo para permanecer con la cabeza gacha y las manos atrás.

-Me dijo que usted ya no es la indisciplinada que era, ¿verdad, Kauffman?

-Sí, profesora…

-Y que en cambio es usted una chica obediente…

-Sí, profesora…

-¿Y a qué se debe el cambio, si se puede saber?...

-Yo… yo entendí que… que no estaba bien ser como yo era y… y entonces cambié… -contestó Areana ocultando parte esencial de su cambio.

-Muy bien, Kauffman, vamos a ver si es cierto que es una chica obediente… Arrodíllese.

-Sí, profesora… -murmuró Areana sintiendo que sus mejillas ardían.

-Apoye la cola en los talones y las palmas de las manos en los muslos.

-Sí, profesora… -y obedeció.

-Mire al piso.

-Sí, profesora… -musitó la niña y bajó inmediatamente la vista mientras sentía que la paliza, el estar de rodillas y la sucesión de órdenes que le impartía la profesora la tenían muy excitada

-¿Qué siente, Kauffman, arrodillada ante mí con el culo y los muslos rojos y la bombacha por los tobillos? –inquirió la Godínez aviesamente.

Areana tragó saliva y respondió con un hilo de voz:

-Me siento… me siento muy humillada, profesora…

“Estoy yendo muy lejos, más lejos que nunca.” -pensó la docente un tanto alarmada pero a la vez incapaz de detenerse. Areana la excitaba como ninguna otra antes, no sólo por sus atractivos físicos sino fundamentalmente por mostrarse obediente en extremo y haber hecho explícita esa condición. Carraspeó incómoda consigo misma y dijo sin poder quitar la vista de la alumna.

-Bueno, tome esa humillación como parte del castigo, señorita Kauffman, y ahora, de pie.

-Sí, señora… -dijo Areana mientras se incorporaba sin dejar de mirar el piso.

La Godínez la envolvió en una larga y lenta mirada desde la bombacha en los tobillos hasta la cabeza, tragó saliva, contuvo con un gran esfuerzo deseos que ella condenaba por pecaminosos y ordenó con voz algo enronquecida:

-Súbase la bombacha.

-Sí, señora… -respondió Areana cada vez más excitada.

-Las manos atrás, Kauffman.

-Sí, profesora… -Y con las manos atrás se aplicó a retorcerse los dedos en un intento por descargar la dolorosa tensión que parecía habitar en cada una de sus células.

-Bueno, señorita, espero que a partir de ahora se porte bien y no me obligue a traerla acá nuevamente. –dijo la profesora aunque deseaba exactamente lo contrario.

-Sí, señora…

-Bueno, retírese, alumna. –fue la orden final y Areana, luego de murmurar el consabido “sí, señora”, tomó su mochila de arriba de la mesa y salió apresuradamente de la sala con la vista clavada en el piso.

La profesora exhaló un fuerte suspiro, se llevó una mano a la entrepierna, la retiró enseguida con el rostro crispado y luego de guardar la regla en su locker (cada docente poseía uno en esa sala), tomó de allí su cartera y salió para dirigirse con paso rápido hacia la salida del establecimiento, mientras rogaba no encontrarse con ningún colega y mucho menos con la directora o la vice.

A la vuelta, apenas pasada la esquina, Areana cumplía con la orden de llamar desde su celular a Lucía, a Rocío y a Guadalupe para contarles lo que había ocurrido con la profesora Godínez mientras sentía que su concha estaba empapada. De las tres chicas recibió risitas y frases burlonas y Lucía le adelantó que esa tarde irían a verla después de las visitas.

-Milena me contó que a las 7 vos y tu mamita van a estar desocupadas, así que a esa hora caemos a verte y a lo mejor jugamos con tu mami también.

-Sí, señorita Lucía. –aceptó Areana antes de cortar la comunicación.

Apenas llegó a casa fue recibida en el living por Milena, que empuñaba su rebenque y tenía a Eva en cuatro patas, sujetándola con la correa del collar.

-¿Y, cómo te fue con tus compañeritas? –le preguntó la asistente con tono burlón cuando Areana se inclinaba hacia su madre, que alzó la cabeza para recibir en la boca entreabierta el beso que su hija le dio a manera de saludo.

-Andá al cuarto, pendeja, te desnudás, te ponés tu collar y volvés acá en cuatro patas para contarme tu primer día en la escuela. –ordenó la asistente y Areana marchó rápidamente a cumplir con la orden, para reaparecer poco después y contarle todo a Milena sobre ese primer día de clases, en cuatro patas ante ella. La asistente siguió el relato con mucha atención, celebrando con ruidosas carcajadas la cruel ocurrencia de Lucía e interrogando después a Areana sobre esa sesión de spanking con la profesora Godínez.

-¿Qué onda esa tipa? –le preguntó Milena.

-Es muy severa, muy dura, señorita Milena. –fue la respuesta.

-¿Creés que se excitó pegándote?

-Yo la oía respirar fuerte, señorita Milena… Creo que sí, que estaba excitada…

-¿Te toqueteó? –quiso saberla asistente, morbosamente esperanzada en alguna situación erótica entre la esclavita y esa profesora y se sintió desilusionada cuando Areana lo negó.

-Bueno, ustedes dos ahora a almorzar y después una siesta antes de que las mangueree para recibir a las visitas. –dijo la asistente y tomó con su mano derecha las correas de ambos collares para llevarse a madre e hija en cuatro patas a la cocina, donde en sus cuencos las esperaba agua de la canilla y sendas porciones del alimento para perros.

Mientras tanto, en la soledad de su departamento de soltera, la profesora Godínez se masturbaba frenéticamente echada en la cama totalmente desnuda y con Areana en su mente.

……………

La primera visita llegó puntualmente a las cuatro de la tarde y fue recibida por Milena en la puerta de entrada del edificio. Era Margarita, una muchacha de veinte años, palidez extrema y aspecto y vestuario curiosos, teniendo en cuenta su edad.

“¡Veinte años y se peina con rodete!” –se asombró la asistente. “¡Y ese vestido que lleva!”

Era un vestido gris, de manga larga, con cuello y abotonado atrás en todo su largo y el insólito atuendo se completaba con los zapatos negros abotinados que la joven calzaba

-¿Señorita Milena? –preguntó tímidamente Margarita mientras jugaba nerviosa con la cartera negra que sostenía entre sus manos.

-Sí, soy Milena y vos Margarita, claro.

-La joven asintió con la cabeza y entonces Milena le indicó que la siguiera. En el ascensor observó detenidamente a la visitante, que parecía tener buenas formas disimuladas en parte por la amplitud del vestido.

¿Qué hacés de tu vida, Margui? –le preguntó.

-Estudio abogacía y trabajo en un estudio jurídico. –fue la respuesta.

-¿Estudiás en la UBA?

-No, en la… en la Universidad Católica… -fue la respuesta que Milena percibió dicha en un tono extraño, como vergonzante.

-¿Y vas vestida así a la facu? ¿Y con ese rodete?

-Sí, claro.

-¿Y tus compañeros qué dicen?

-Y… algunos se ríen y viven burlándose… -admitió la chica con la cabeza gacha.

Muy intrigada la condujo al living, donde las esclavas esperaban desnudas, en cuatro patas y con sus collares. La joven las miró y su primera reacción fue girar la cabeza, como si esa visión le disgustara.

-¿Qué pasa, querida? –le preguntó Milena. –Vamos, podés confiar en mí, contame.

La joven pareció durante un momento y finalmente dijo en voz baja:

-Mis padres son evangelistas fanáticos de una moral asfixiante… ¡Mire cómo me obligan a vestirme y a peinarme! ¡Es ridículo!

-Sí, una lástima, porque sos muy bonita, pero te ves espantosa con esa ropa. –dijo Milena a modo de estocada. Luego le rodeó los hombros con un brazo y al atraerla hacia ella advirtió que la joven se estremecía- Entonces le apoyó los labios en la oreja derecha y le susurró:

-Me imagino que sos virgen, ¿cierto?...

-Por favor… -rogó la pobre y entonces Milena la tomó de un brazo y resueltamente la llevó hasta el sofá.

-Sentémonos y hablemos tranquilas, nena, aquí no estás ante evangelistas fanáticos. Nada que ver, acá somos putas, ¿te suena eso?

La joven sintió que sus mejillas ardían mientras algo similar a una férrea cadena iba disolviéndose en su interior. En su confundida mente se vio saliendo de una jaula cuya puerta acababa de abrirse. Fue en ese momento que escuchó decir a Milena con tono autoritario:

-Sacate ese vestido ridículo y esos zapatones horribles y soltate el pelo.

-Me da vergüenza… -murmuró mientras sentía un fuerte deseo de obedecer.

-Acá viniste a liberarte, Margui ¿o no? –la apuró Milena.

-Sí… Es verdad…

-Bueno, entonces hacé lo que te dije…

-Es que… es que nunca… nunca estuve desnuda ante otra gente…

-Ahora lo vas a estar. –dijo Milena y se dirigió a Eva y a Areana:

-Ustedes, venga acá.

Las esclavas se acercaron prestamente, desplazándose en cuatro patas.

-Párense y desnúdenla. –les ordenó la asistente.

-Sí, señorita Milena. –respondieron ambas casi a dúo.

-Vos, parate. -le dijo Milena a Margarita, en cuyo rostro crispado se expresaba la diversidad de emociones que la conmovían. Sentía una vergüenza muy grande, culpa y mucho temor ante la inminencia de lo que venía, pero a la vez un cierto alivio porque la iban a desnudar por la fuerza, como si su voluntad no contara.

-Por favor… me muero de vergüenza… -suplicó en vano mientras Milena la tomaba resueltamente de los brazos y la ponía de pie.

-Es toda de ustedes, putas. –dijo y ambas esclavas se abocaron de inmediato a la tarea encomendada.

Areana la despojó de los zapatos mientras su madre, a espaldas de la temblorosa chica, se aplicaba a desabrocharle los botones del vestido.

-Aflojate y disfrutá, perrita… -le dijo Milena mientras comenzaba a deshacerle el rodete y la muchacha temblaba cada vez más. –Calmate, nena, calmate… Viniste a liberarte y te vas a liberar. -afirmó la asistente al par que Eva, una vez que hubo desabrochado todos los botones, deslizaba el vestido hasta el piso y, a una orden de Milena, la visitante daba un pasito hacia delante y luego otro para salir de ese círculo de tela gris en el que se había transformado la prenda que hasta poco antes la cubriera. Pudo verse entonces la ropa interior, la enorme bombacha de algodón blanca y el corpiño que, rígido y no menos grande, acorazaba los pechos.

El rodete ya no existía gracias a los dedos hábiles de Milena y en cambio el pelo, a modo de una lluvia oscura, caía hasta la mitad de la espalda.

La asistente río al ver qué clase de ropa interior que usaba la chica, impuesta, seguramente, por la moralina de sus padres.

-Sacale ese corpiño espantoso, Eva, y vos, putita, ocupate de la bombacha.

-Sí, señorita Milena. –dijo Eva.

-Sí, señorita Milena. -coreó Areana y ambas cumplieron rápidamente la orden para encontrarse ante una magnífica desnudez que Margarita ocultaba en parte con un brazo cruzado sobre sus tetas y la mano derecha cubriendo la entrepierna. La pobrecita estaba agitada por un temblor hecho de miedo, de confusión y de ansiedad. Miraba al piso con las mejillas enrojecidas por la vergüenza y entonces no podía advertir que tanto Milena como Eva y Areana la devoraban con los ojos, presas las tres de una fuerte calentura, esa misma calentura que poco a poco la iba invadiendo también y comenzaba a humedecerla. Su mente era un torbellino, un caos de fuertes sensaciones y todos sus sentidos parecían vibrar con una sensibilidad extrema que clamaba por un disfrute prohibido desde siempre.

Milena comandaba con maestría y perspicacia esa puesta en escena de alto voltaje erótico cuyo eje argumental era la iniciación sexual de Margarita. Se había dado cuenta de que para cumplir con el objetivo que la había traído al departamento, la joven necesitaba que se la obligara. Se ubico detrás de ella, le aferró la muñeca y con firmeza le fue bajando el brazo luego de vencer una tibia resistencia inicial.

-Quieta. –le dijo y de frente a ella le ordenó:

-Sacá la mano de ahí, Margui.

-Me muero de vergüenza, Milena… -murmuró la joven.

-Tenés que quitarte a tus padres de la mente, nena. Vinieron arruinándote la vida hasta ahora, pero eso se acabó. Viniste acá porque tenés deseos, querés coger y eso es natural. Olvidate de esa moralina absurda que te impusieron seres igualmente absurdos que te reprimían y te obligaban a vestirte como una ridícula. Que ellos hagan su vida, Margui, pero que no pretendan que vos hagas la vida que ellos quieren. Sos mayor ya, así que vas a vivir como quieras, y ahora sacá esa mano de ahí de una buena vez. ¡Vamos! –la apremió Milena y la chica obedeció deslizando muy lentamente la mano hacia el costado, dejando al descubierto la tupida vellosidad negra que formaba un triángulo sobre el monte de Venus.

Milena rió y dijo:

-¡No, nena! ¡No podés tener esa pelambre! Agárrenla que la llevamos al baño.

-Sí, señorita Milena. –corearon madre e hija y de inmediato tomaron de los brazos a Margarita e iniciaron el camino encabezadas por la asistente.

-No, por favor, ¿qué me van a hacer?... no… -se alarmó la chica y amagó con detenerse, pero Eva y Areana la forzaron a seguir andando mientras Milena decía:

-¿Qué te vamos a hacer? Vamos a hacer que esa concha se vea decente, sin ese bosque que tenés ahí.

-No, no, no, por favor… -suplicó Margui aterrada ante tanto cambio que estaba viviendo.

Milena interrumpió la marcha, giró sobre si misma y enfrentó a la atribulada visitante.

-Oíme bien. –le dijo esgrimiendo en alto su dedo índice. –Sacate a tus padres de la cabeza,Margarita. A partir de ahora me vas a obedecer a mí, ¿entendés?, y obedeciéndome vas a descubrir cuánto placer te espera. Vamos, dejate de pavadas y caminá.

El tono autoritario de Milena pareció obrar como un rayo de luz en el cerebro de la joven. Supo que había estado toda la vida sometida a sus padres enfermos de moralina y que esa sumisión le había adormecido los sentidos y hecho de ella una ridícula vieja de veinte años. Supo que Milena estaba en lo cierto y que si de verdad ansiaba liberarse y vivir plenamente su juventud debía dejarse guiar por ella, debía obedecerle a ella.

Esa convicción la estremeció y volvió a estremecerse de pies a cabeza cuando Eva y Areana la tomaron nuevamente de los brazos y las cuatro reanudaron la marcha hacia el baño. Jamás había tenido contacto físico con una mujer y mucho menos un contacto tan estrecho como esas manos de madre e hija presionando su carne

Una vez allí Milena le ordenó a Areana que abriera la canilla de la bañera con agua caliente.

-Y vos, acostate ahí de espaldas. –agregó dirigiéndose a la muchacha, que obedeció mansamente.

-Vos, perra vieja, sacá del botiquín la brocha, la hoja de afeitar y la tijerita chica.

-Si, señorita Milena. –murmuró Eva antes de cumplir con la orden y sintió que su excitación crecía y se estaba mojando mucho, mientras su hija, a espaldas de Milena, se tocaba con el rostro crispado y la vista fija en Margarita, ya tendida en la bañera y respirando con fuerza por la boca.

-Vas a ver qué linda te vamos a dejar la conchita. –le dijo Milena a la chica dándole un pellizco en la mejilla mientras con la otra mano tomaba los elementos que le alcanzaba Eva. Giró hacia Areana para darle la tijerita y entonces la vio tocándose.

-¡¿Quién te dio permiso para toquetearte?! –la increpó para después darle una bofetada.

-Estás caliente, ¿eh?, todas estamos calientes y vamos a gozar de una gran cogida, pero cuando yo lo disponga. ¿Está claro?

-Sí, señorita Milena… Perdón…

-Bueno, ahora tomá la tijera y cortale bien esa pelambre que tiene en la concha, después tu mamita la va a enjabonar para darle el toque final con la maquinita de afeitar.

-Si, señorita Milena. –dijo Areana y entró en la bañera arrodillándose entre las piernas dede Margarita, que había cruzado el brazo sobre los ojos y a pesar de la vergüenza gozaba intensamente de su entrega total a los dictados de Milena. Su calentura iba en aumento y era incapaz de contener los gemidos mientras Areana iba cortando a mechones el abundante y rizado vello público hasta dejar la zona lista para la intervención de su madre. Inmediatamente Eva enjabonó el área bajo la mirada atenta de Milena y se aplicó después a rasurarla por completo.

-¡Perfecto, perra vieja! ¡Lo hiciste muy bien! ¡Quedó hermosa y muy apetecible tu conchita,Margui! ¡Lista para ser usada! –se entusiasmó Milena, ya muy cachonda. Después tomó de un brazo a la yacente Margarita, que tenía las mejillas rojas y la mirada brillante, y la hizo salir de la bañera. Después la apartó y envolviéndola en una larga mirada de arriba abajo le dijo:

-Mmmmhhhhhh, cachorra, es increíble tu cambio… Llegaste acá como una ridícula, con ese vestido espantoso, los zapatones, el rodete y esa ropa interior de vieja y mirate ahora convertida en una hermosa y muy deseable hembrita…

La muchacha tragó saliva y dijo con voz apenas audible:

-Gracias, Milena… No… no sé que va a pasar de ahora en más con mi vida, pero… pero estoy… estoy segura de que nada va a ser como antes…

¡Claro que no, cachorra!... Por empezar, ya no vas a ser virgen… -dijo la asistente y emitió una risita mientras envolvía entre sus brazos la estrecha cintura de de Margarita y adelantaba su boca en busca de los labios de la chica, que en un gesto reflejo movió la cabeza hacia un costado.

-No, no, no, mi amor, nada de esquivarme, quietita, ¿eh?, quietita y a disfrutar…

Eva y Areana miraban la escena tomadas de la mano y respirando agitadamente por la boca, cada vez más excitadas y chorreando flujo mientras Milena y Margarita se besaban, ahora sí, apasionadamente. Sin poder contenerse madre e hija se abrazaron y fundieron en un largo beso caliente, con las lenguas hundidas en la otra boca durante un tiempo sin tiempo. De pronto la voz de Milena, con la contundencia de un trueno, las volvió a la realidad cuando las manos de Eva apresaban las tetitas de su hija y en ambas bocas seguía la esgrima de las lenguas.

-¡Basta, putas! ¡No es entre ustedes!. Es a esta cachorra que tenemos que cogernos. ¡Vamos! ¡Me siguen en cuatro patas! –gritó Milena dando por descontado que madre e hija la obedecerían y entonces tomó a Margarita de la mano y se encaminó con ella hacia el dormitorio que ocupaba.

La muchacha era por dentro una hoguera y su mente un hervidero en el que bullían sus recuerdos, sus días grises sometida a la autoridad enfermiza de sus padres, su esperanza en un cambio rotundo que se iba concretando en ese lugar al que se había atrevido a presentarse. Su excitación iba en aumento y sentía que su concha era ya una catarata de flujo cuando al llegar al dormitorio Milena la derribó sobre el lecho, en el cual quedó de espaldas y presa de la ansiedad.

-Ustedes, desnúdenme. –les ordenó Milena a madre e hija, que se irguieron para cumplir inmediatamente con la orden mientras la calentura las tenía temblando de pies a cabeza.

Desde la cama y apoyada en sus codos, Margarita seguía con tenso deslumbramiento la tarea de ambas esclavas, que luego de haber quitado las botas de la asistente se aplicaban ahora a la ropa: Areana le quitaba el breve short de jean negro mientras Eva hacía lo mismo con la musculosa blanca. Debajo no había nada y entonces el magnífico cuerpo se exhibió sin velo alguno ante la mirada de Margarita, cuyos ojos admirados eran dos ardientes brasas negras.

-Supongo que nunca viste una mujer desnuda, ¿eh, monjita? –dijo Milena.

A Margarita le costó responder invadida por una emoción cada vez más intensa, pero finalmente dijo después de tragar saliva:

-No, Milena, no…

-Mucho menos a tres… -agregó la asistente que mantenía de pie a Eva a su derecha y a Areana del lado opuesto.

-Pero en fotos o videos supongo que sí, ¿cierto?, imagino que te metés a chusmear en distintas páginas de Internet… Contestame, Margui.

La chica bajó la cabeza, desbordada emocionalmente por la visión de los tres cuerpos femeninos desnudos y dijo en un susurro:

-Sí, Milena, soy de… de meterme en esas páginas…

-Y te masturbás.

-Sí… -admitió la chica después de un silencio.

-Bueno, pero ahora vas a saber por fin lo que es una buena cogida, monjita. –dijo la asistente y trepó a la cama luego de ordenarle a madre e hija que hicieran lo mismo.

Margarita quedó entre las tres y su primera reacción fue tratar de cubrir con los brazos su desnudez, pero eso no bastó para ponerla a salvo del embate de esas hembras decididas a violarla. Cerró los ojos mientras abría muy grande la boca para respirar, como si la enorme tensión que experimentaba le dificultara enviar aire a sus pulmones. De inmediato sintió que alguna de las tres le sujetaba los brazos en tanto que otras manos la recorrían de pies a cabeza, deslizándose y por momentos oprimiendo y pellizcando fuertemente. Comenzó a jadear y a gemir intercalando súplicas vanas mientras se sentía arder de calentura y su concha vertía cataratas de flujo. De pronto se atrevió a abrir los ojos y vio que era Eva quien le sujetaba los brazos mientras hincada a su costado derecho Milena le acariciaba las tetas y comenzaba a jugar con los pezones.

-Sí… Sí, Milena… ¡Sí!... –se escuchó decir y le costó creer de si misma semejante desenfado calenturiento.

-Claro que sí, monjita putita… Claro que sí… -dijo la asistente y dirigiéndose a Areana, que se había acomodado entre las piernas de la chica luego de separárselas, le ordenó:

-Poné a trabajar tu lengua, cachorra…

-Sí señorita Milena… -contestó la niña y fue inclinándose con su vista clavada en la concha que lucía tan apetecible tras la depilación y en cuyos labios externos brillaba, abundante, el flujo. Ya con su rostro pegado a la vagina de Margui, Areana comenzó lamiendo ese flujo para después entreabrir con sus dedos los labios externos y deslizar su lengua de un extremo al otro para finalizar en el clítoris, que encontró erecto y durísimo. El recorrido de la lengua fue acompañado por un grito de Margarita, agitada por violentas sacudidas mientras Milena le retorcía y estiraba los pezones y Eva le soltaba los brazos para capturarle la barbilla entre el pulgar y el resto de los dedos de su mano derecha y entonces su lengua entró victoriosa y arrasadora en la boca de Margarita, cuyos labios se abrieron ante la presión de los dedos de Eva y su lengua se entregó sin resistencia y fue empujada hasta la garganta en el beso que la asfixiaba deliciosamente. Mientras tanto ese beso posesivo, los juegos de Milena en sus martirizados pezones y la lengua de Areana en su concha le anulaban la conciencia sin apelación posible.

“Ya no me importa nada más que esto…” fue el último pensamiento coherente que pudo enhebrar antes de ser sólo su cuerpo homenajeado sexualmente por las tres putas. Las dejó hacer y mientras Areana seguía deleitándola con su lengua Milena interrumpió por un momento sus juegos con los pezones, bien duros y erectos, para tomar del cajón de la mesita de noche un pote de vaselina que puso en la mano derecha de Areana. Al aferrarlo, la niña no necesitó mirarlo para darse cuenta de qué se trataba y qué pretendía la asistente. Dejó por un momento su quehacer en la concha de Margarita y entonces la chica dijo gimoteante:

-No… no te vayas, no te vayas…

-Ya vuelvo… -la tranquilizó Areana en tanto se embadurnaba los dedos índice y medio con ese lubricante, que aplicó también en el orificio anal de su presa. Inmediatamente volvió a trabajarle la concha y el clítoris con su lengua y repentinamente metió el dedo medio en el culo de la chica, quien al sentirse penetrada por esa vía dio un fuerte respingo que Milena controló con firmeza tomándola de los brazos y sentándosele sobre el vientre. Eva volvió a besarla en la boca hundiéndole su lengua profundamente e intercalando mordiscos en los labios mientras Areana iba y venía con su dedo medio y repentinamente también con el ìndice por dentro del culito sin dejar de trabajar con su lengua en la concha inundada de flujo. Milena retomaba en ese momento su juego con los pezones hasta que incorporándose fue en busca del dildo con el arnés de cintura, se lo colocó, tomó el pote de vaselina que Areana había dejado próximo a ella y embadurnó abundantemente ese falo artificial con el cual Margarita habría de perder su virginidad.

-Llegó el momento. -dijo de pie junto a la cama. –Vos, cachorra, salí de ahí que voy a ser yo quien la desvirgue. Vos y tu mami le van a chupar las tetas mientras me la cojo.

-Si, señorita Milena… -aceptó Areana mientras degustaba el resto del flujo que había estado sorbiendo. Ella y Eva se ubicaron entonces a ambos lados de Margarita, que lucía la cara coloradísima, en el paroxismo de la calentura. Milena le ordenó que se incorporara para luego hacer que se tendiera de espaldas sobre la almohada doblada en dos, con el fin de tener el blanco a una altura conveniente. A juzgar por la expresión de su rostro, por su mirada, por ese jadeo algo ronco que brotaba de su boca, la chica parecía haber dejado de ser una mujer para transformarse en un mero animal hembra de la especie humana a merced de sus cazadoras.

Ya todo estaba listo para el hecho decisivo. Margarita en posición, moviendo ansiosa sus caderas de un lado al otro con el culo sobre la almohada y jadeando sin cesar en tanto Eva y Areana le lamían las tetas y sorbían sus pezones erectos y duros como clavijas.

Milena sostuvo el dildo con su mano derecha, se acomodó entre los muslos de la presa y fue adelantándose hasta alcanzar el sitio exacto, se inclinó entonces y luego de entreabrir los labios externos de la vagina a conquistar apoyó la punta del dildo en la entrada y lo metió un poco para después acentuar la embestida. De inmediato la punta del glande dio con el himen, el ariete siguió adelante y Margarita sintió como un fuerte y doloroso pinchazo. Gritó y quiso librarse pero Milena la tomó del pelo con ambos manos y como si estuviese domando a una potranca salvaje la retuvo mientras seguía con lo suyo y ya el dolor del pinchazo había desaparecido y la joven, lentamente, iba entregándose al goce de la penetración. Poco tardó en estallar en un orgasmo interminable que la tuvo gritando entre estrellas y ajena por completo a otra realidad que no fuera ese placer indescriptible que experimentaba con Milena jadeante y echada sobre ella.

En la cabecera de la cama, Eva y su hija se comían a besos estrechamente abrazadas y al advertirlo después de un rato Milena les dijo:

-Vayan al otro cuarto a cogerse, perras, que yo voy a terminar de ajustar las cuentas con la monjita. Pero cuidado con agotarse, putas, que todavía les queda una visita.

-Si, señorita Milena. –dijeron a dúo madre e hija y abandonaron prestamente la habitación. La asistente advirtió el hilito de sangre que había brotado de la vagina desvirgada y entonces fue al baño y volvió con un frasco de agua oxigenada y una gasa. Limpió rápidamente esa huella de la desfloración, corrió al baño a devolver el agua oxigenada, echó la gasita en el cubo de los residuos y volvió junto a Margarita. Quitó entonces la almohada de bajo el cuerpo de LA chica, cuya respiración se iba normalizando poco a poco, se tendió junto a ella y le preguntó:

-¿Cómo te sentís, monjita?

-Feliz como nunca pensé que podría serlo… -contestó la chica luego de exhalar un largo suspiro.

-Me alegra eso, Margui, pero ahora tenés que hacerme sentir feliz a mí, ¿no te parece?

La chica entendió perfectamente lo que Milena le estaba sugiriendo y entonces se incorporó a medias en la cama para después inclinarse sobre ella y rozar con sus labios entreabiertos los labios de la asistente.

-Quiero tu lengua, monjita… -dijo Milena después de un largo y apasionado beso.

-No me digas monjita, decime putita… -pidió la chica frunciendo sus labios en un mohín que a Milena se le antojó delicioso.

-Sí. –dijo. –Quiero que seas muy putita, cada vez más y más putita.

-Sí… Oíme, Milena, yo a vos te debo la vida… Sí, porque lo mío de antes no era vida. Yo empecé a vivir ahora acá, con vos y con esas… con esas esclavas… Por eso pedime lo que quieras, pedime que sea putita, pedime lo que quieras…

La asistente sintió entonces que todo su morbo la invadía como una marea que ocupaba todo su ser y dijo:

-Dame lengua y después te digo lo que quiero, putita… -dijo Milena y entonces Margarita comenzó a deslizarse en dirección a los pies de la asistente sin dejar de mirarla a los ojos y pasándose la lengua por el labio superior hasta que tuvo la cabeza a la altura de las ingles de Milena, que había empezado a mojarse en abundancia. Margarita recordó entonces lo que le había hecho Areana con sus dedos y a poco de comenzar a lamer la concha de Milena y de juguetear con su clítoris empapó dos de sus dedos en el flujo que brotaba en abundancia buscó el orificio anal y sin contemplaciones metió ambos arietes hasta los nudillos, provocando en Milena una fuerte sacudida y un largo gemido de placer.

Margarita lamía a fondo esa concha una y otra vez, de arriba abajo y atrapaba cada tanto el clítoris entre sus labios para sorberlo y lamerlo alternativamente, sin dejar de avanzar y retroceder con sus dedos por dentro del culo de Milena, que no tardó en disolverse en vivido como uno de los más placenteros en mucho tiempo mientras Margarita, con las mejillas ardiendo, bebía sedienta toda esa sustancia orgásmica hasta la última gota, para después echarse sobre Milena en medio de un largo suspiro, sudorosa y feliz, plenamente ella como jamás lo había sido.

Más tarde, mientras se despedían, la chica con el mismo vestido, pero sin el rodete ni la ropa interior -que Milena había arrojado al cesto de la basura- dijo:

-Me comentaste que ibas a pedirme algo, Milena, que querías algo de mí.

-Sí, quiero algo de vos, putita, quiero que te vayas de la casa de tus padres o al menos que dejes de obedecerlos. ´dijo la asistente abrazándola por la cintura.

La chica exhaló un suspiro:

-Ojalá pudiera irme a vivir sola, Mile, pero para eso debería encontrar un buen trabajo que me diera para pagar un alquiler y afrontar todos los gastos. No lo veo posible por ahora con mi sueldo pero sí te prometo que ya no voy a hacerles caso a mis padres en sus ridículas exigencias. Mirá, mañana mismo me compro ropa nueva, zapatos, todo nuevo. –aseguró mientras su boca dibujaba una sonrisa y todo su rostro parecía iluminarse.

-Volvé pronto, Margui, y con ropa de putita. –dijo Milena riendo mientras le palpaba el culo.

-La semana que viene me tenés de nuevo acá y con una mini. –prometió la chica riendo a su vez. –Dale saludos a las esclavas, me encantaron. –dijo finalmente y se fue moviendo las caderas.

-¡Así tenés que caminar! ¡Muy bien, Margui! –la alentó Milena y la chica se dio vuelta agitando una mano a modo de saludo mientras le sonreía.

De regreso hacia el ascensor Milena curvó sus labios en una amplia sonrisa de triunfo.

-Una más para la cofradía… - se dijo satisfecha y lanzó una carcajada malévola imaginando la muy desagradable sorpresa que se iban a llevar los padres de Margarita ante el cambio radical y para ellos seguramente demoníaco de su hija.

(continuará)

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