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Historia del Chip 018 - Vida nueva, hermana nueva - Kim 008

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Se despertó lúcida como siempre. Las manos de Mary enroscadas entre su cintura y sus piernas. Con lentitud, para no despertarla, salió de la cama. Ya en la ducha, aliviada, pegó un suspiro. Terminó con agua fría. Estuvo un buen rato. Todavía tenía los nervios soliviantados. No quería saber qué había pasado o por qué. O prefería no saberlo. No consideraba que fuese lesbiana, aunque quizás Mary lo fuese. En fin, todo el mundo tiene que probarlo para saberlo. ¿No? Se le escapó una sonrisa. ¿Estaría Roger celoso? ¿Tenía que decírselo? Y debía parar a la mocosa de su hermana antes de que todo se saliese de madre. O que su madre se enterase, que quería decir lo mismo. En el fondo de su corazón, sabía que no tenía ningún as en la manga.

Se fue a trabajar tensa y confusa, así que no rindió demasiado. Dadas las circunstancias no era de extrañar. Roger llamó al mediodía y sólo cuando le preguntó sobre su desnudez, Kim confesó. No era el lugar adecuado, la puerta no estaba cerrada del todo y podrían escuchar su conversación. Pero si no se lo decía en ese momento, lo sabría más tarde y se sentiría más molesto. Había empezado a narrar los detalles cuando Roger la interrumpió: “¿Te gustó?” preguntó.

—Sí— contestó Kim inquieta por la reacción. —Mucho— recalcó.

—Entonces, no se hable más. Quiero que me cuentes todo lo que pasó cuando estemos juntos, mientras te acaricio o mejor dicho te inspecciono. Mientras tanto, hazla feliz. Según entiendo, no puede tener orgasmos pues no tiene novio. ¡Qué menos que su hermana mayor se porte bien con ella!

Kim casi no podía creerse lo que estaba oyendo. ¿Y yo qué? se dijo a sí misma. Entonces, Roger continuó como si leyese el pensamiento.

—No le des tanta importancia, después de todo, desnuda y en la cama con alguien. Es imposible que no te desee—señaló para apaciguarla.

—Te recuerdo que el origen del... —empezó a decir Kim cuando Roger la volvió a interrumpir.

—Sí, ya lo sé. Mis órdenes. Pero estoy orgullosa de ti. De que cumplas con lo que pido. Me hace muy feliz. Te quiero. Tengo trabajo. Te dejo.

Kim se humedeció con el Te quiero. Lo escuchaba tan poco. Pero estoy orgullosa de ti. Oír esas palabras era tan reconfortantes. No sólo no se sentía celoso sino parecía contento por su forma de actuar, por cumplir con las órdenes. Sin importar las consecuencias. Se puso tan alegre que el siguiente cliente estuvo a punto de instarla a salir, abrumado por las sonrisas que le otorgó.

Extrañamente Roger la invitó a cenar. El tema de conversación fue único: su desliz fraternal. Con el sabor del esperma en la boca cuando probó el vino, Kim tuvo que relatar su experiencia punto por punto, sin omitir detalles y subrayando sus sensaciones. Si Roger parecía normalmente despreocupado, en esta ocasión sus ansias de conocer lo ocurrido hubieran hecho creer a Kim que estaba inquieto, salvo por el pequeño detalle de parecía absorto por su relato. Y no apreciaba en su expresión recelo o incomodidad.

Terminaron paseando junto a un paseo lleno de cedros. No había nadie más. Hacía más frío de lo habitual. En un momento dado, comenzaron una tanda de besos. Kim se quitó el vestido para facilitar la tarea de Roger. Le molestó su ropa interior. Últimamente no la llevaba cuando salía con Roger, pero como había ido a buscarla al trabajo, no se había preparado para una cita. Y Mary siempre le indicaba qué ropa interior debía llevar al trabajo. Una insulsa y sin gracia. La odiaba con todas sus fuerzas, aunque no se había atrevido a decírselo

Se desvistió sin dejar de besarle. No quería compensarle nada y a la vez quería que supiese a quién pertenecía. De rodillas, sintiendo el suelo y medio magullándose las piernas, recogió el esperma en su garganta. Fue tan rápido que intentó darle un segundo orgasmo creyendo que querría más. Tragó el esperma, contenta por cumplir su deber. Y salivó todo lo que pudo por si se decidía besarla. Iba a incorporarse cuando notó como dejó la mano en su hombro, como indicándole que esperase. Cada vez más helada y más excitada. Entonces rozó los pezones. Una caricia aprobatoria. Kim deseaba que se quedara un buen rato acariciándolos, pero las manos se alejaron en un suspiro.

—Aquí hace frío. En casa, en la cama, puedes jugar con tu hermana. Pero voy a pedirte un pequeño favor. Quiero que ya no te toques sin permiso.

Kim nunca olvidaría este momento. El tono casual, la oscuridad, el mínimo contacto en los pezones. La garganta con el sabor a esperma. Kim no podía saber adónde le conducía este camino de sumisión. Intuía el desasosiego de su amante. Como si darle el espacio para poder disfrutar con su hermana fuera tan importante. Por otra parte, sin mostrar necesidad de tocarla. Un amor frío y distante. Roger tenía facetas de este estilo, pero no era así. Kim supuso que la iniciación culminaba una fase.

En casa, se desvistió con aprehensión y se introdujo en la cama junto a Mary. Estaba profundamente dormida y sólo se acurrucó sin llegar más allá. Kim necesitaba ser acariciada por todo el cuerpo. Tremendamente frustrada trató de dormirse.

Se despertó cuando los pezones notaron como los dedos de Mary los agarraban. Sin mediar palabra una mano fue a parar a su vagina y los gestos necesarios para masturbarla se sucedieron. La humedad había disminuido y se sintió forzada cuando el dedo penetró despreocupadamente. Con presteza elevó las caderas para ayudar y la estimulación de su clítoris fue lo siguiente que notó. Mary repitió varias veces. Paró mucho antes de que Kim llegase al estado del día anterior. Se dedicó a los pezones endurecidos.

—Me gustaría que me besases siempre que te acaricie aquí o abajo— sugirió Mary. A oscuras no podían verse los ojos, Kim hubiera jurado que su hermana estaba sonriendo. Queriendo agradecer la labor de Mary obedeció y junto sus labios a los de ella. Las manos no pararon de acariciar los pechos. Cuando Mary se cansó, se volvió a dormir. Kim trató de hacer lo propio, encharcada entre las piernas, la cabeza agitada y los pezones irritados. Poco podía hacer. Su deber era cumplir con las condiciones impuestas y aceptadas. Sin matizaciones.

*—*—*

Día a día, caricia a caricia, Kim aprendió a vivir en función de los caprichos de Roger y de Mary. Las dos hermanas habían convencido a sus padres de la conveniencia de irse a vivir a un apartamento del centro, próximo al centro de moda dónde Mary estudiaba y a dos estaciones del trabajo de Kim.

La primera noche en el ático, -un pequeño estudio con una gran terraza-, Kim estaba nerviosa. Mary le había dicho que allí debía estar desnuda, salvo si había alguien más con ella, quitándose toda la ropa en cuanto entrase en el apartamento. Esperó a que llegase leyendo un libro. Las piernas dobladas en el sofá. Las sensaciones eran extrañas. Tenía algo de frío. Mary había sido muy explícita. Nada de calefacción si estaba sola.

En otra época, Kim se hubiera masturbado. El reglamento de Roger se lo impedía. Agradecía tener las manos ocupadas en sostener el libro. Era mucho más consciente de su cuerpo. Escuchó el ruido de la llave en la puerta. Dudó en levantarse o no a recibir a Mary, pero era absurdo tratar de mostrar indiferencia. Deseaba con todas sus fuerzas que le diese un repaso. A Mary le divertían las condiciones que Roger le había impuesto a Kim a pesar de que no se sentía preparada. Sus escarceos se producían en la penumbra, debajo de la manta. Ahora su hermana se ofrecía desnuda, a plena luz, sin ambages o subterfugios, no sólo a la hora de vestirla.

Sin darle tiempo a quitarse el abrigo, Kim acercó los labios, lo que era una invitación a jugar con ella. Ese código era maravilloso para Mary, sintiéndose poderosa porque su hermana mayor buscara con tanto ahínco sus caricias. Pensaba en cambiar algunas cosas, aunque puede que fuese mejor esperar un poco.

Así que sin demora la estrechó en sus brazos, devolvió el beso y sintió como la humillación hacía presa de su hermana mayor. Lo habían hablado en multitud de ocasiones. Mary le había pedido completa sinceridad. O mostraba una completa confianza o debía buscar otra persona. Kim había aceptado, más por necesidad que por convicción. En estas nuevas circunstancias, la relación cambiaría de nuevo.

Mary comenzó la masturbación. Kim abrió automáticamente las piernas y dejó que Mary le introdujera el dedo medio un par de veces antes de estimular el clítoris y presionar fuertemente con la palma de la mano. La otra mano rozaba los pechos o los lóbulos de las orejas, mientras Kim se mantenía lo más quieta posible. Era la primera vez que lo hacían de pie y a plena luz.

Kim seguía obteniendo placer cuando Mary interrumpió de golpe. La respuesta de Kim fue volver a besar a su hermana en un intento desesperado de que continuase, como solía ocurrir. Mary le habló con dulzura.

—Espera un poco, me está excitando demasiado.

Bien entrenada, Kim paró de besar.

—Perdóname, es que me ha resultado tan erótico —dijo Mary en un intento de resultar convincente.

—Vamos a la cama —pidió Kim, acostumbrada a pedirlo cada noche con sus movimientos. Era la primera vez que lo expresaba en voz alta. Simplemente se desnudaba y se metía entre las mantas junto a Mary. Así que sonó desesperada.

—Está bien —dijo Mary condescendiente.

En ninguna ocasión había dejado de cumplir las expectativas de Kim. Suponía que en un nuevo entorno podría introducir alguna variante. Sin dejar traslucir sus ideas, fue explícita.

—Espérame allí. Voy a cambiarme y poner la calefacción.

Fue entonces cuando Kim sintió frío. Centrada en su sexo había olvidado lo desprotegida que se hallaba.

Mary salió del baño y se acercó a la cama. Kim estaba dentro, arropada entre sábanas y mantas. Apenas asomaba la cabeza. Mary levantó la colcha para meterse también. Kim no tardó ni dos segundos en besarla pidiendo su ración de placer. Mary meneó la cabeza.

—No vamos bien, Kim. Me gustaría que hablásemos un rato.

Kim no dijo nada, temerosa. Sólo quería aplacar el deseo entre sus piernas.

—Creía que estabas contenta. Te he esperado desnuda,

—Verás, pensé que sería buena idea. A Roger le encantará que la esperes desnuda. Y he creído que sería bueno a ayudarte a ser mejor amante para él... — recalcó Mary con la esperanza de que Kim mordiese el anzuelo.

Kim contestó con rapidez.

—Yo creía que era una fantasía tuya. No me había dado cuenta...

Mary no dejo que continuase.

—No seas tonta, hermanita. Estamos juntas en esto —replicó en tono amoroso.

Kim, equivocadamente, imaginó lo que deseaba su hermana.

—Yo... creo también debería acariciarte. Estoy siendo egoísta.

Mary escuchó atentamente, costándole no traslucir la risa. Así que la besó, algo desacostumbrado, Kim era la que lo iniciaba por expreso deseo de su hermana. Juntó su cuerpo al de Mary. En un primer instante, estuvo a punto de romper el contacto. El grueso tejido del chándal de Mary era irritante, por no decir francamente molesto. Algo le recordó a Roger, casi siempre la piel desnuda de Kim frotándose a la gruesa vestimenta, pero no resultaba tan mortificante. Sólo Mary deshacía los besos así que esperó que se cansase. Entonces su hermana colocó la pierna derecha entre las piernas siempre húmedas de Kim y comenzó a frotarla de arriba a abajo, despacio y, a la vez, sin pausa alguna.

Las señales desagradables se multiplicaron y aplacaron parte del deseo de Kim. Pero bajo ningún concepto quería desagraviar a Mary. Menos ahora que podría recibir sus estímulos cada noche sin cortapisas o preocupada por las apariencias, como en casa de sus padres. Mary cuchicheó que siguiese ella, que se frotase a la pierna. Kim, trató de hablar cuando recibió un nuevo beso. No tuvo más remedio que mover las caderas arriba y abajo y el culo hacia fuera y hacia dentro para presionar su vagina a la pierna doblada hacia ella. A pesar de lo desagradable del roce, sintió crecer su acostumbrado ardor sexual. Por la novedad o la tensión acumulada. Mary acompañaba el movimiento con las manos apretando el culo firme de Kim mientras que los pezones y los pechos buscaban salida entre los senos de Mary. El roce con el tejido del chándal la molestaba y la excitaba. Más de una vez Roger había llevado una camisa de franela. A Kim se le quedaban en esas ocasiones los pezones hinchados y sensibles.

Cuando Mary deshizo la postura, Kim lanzó un suspiro. Quería tocarse, aliviar su piel, la sentía quemada. Con un último acto de voluntad, se lo pidió a Mary.

—Por favor, necesito enfriar mi piel. ¿Puedes acariciarme y frotarme con algo de aceite?

Mary, disimulando, reaccionó.

—Perdona, no me había dado que te molestaba mi chándal. Voy a buscar el aceite.

Cuando volvió con el mismo, Kim estaba por encima de la cama, incapaz de soportar el peso de la manta o el tejido de la sábana. Mary se untó las manos de aceite y comenzó a acariciar los pies.

—Ponte boca arriba, piernas abiertas, las manos en el cuello y cierra los ojos. Te daré un masaje que te relaje.

Kim quería que le untase los pechos, los muslos, la vagina. Pero acertó a no hablar. Los pies no habían sufrido en absoluto y en cambio fue lo que Mary estuvo acariciando tanto rato que Kim terminó por relajarse. Entonces Mary le frotó con aceite las piernas y por fin la vagina y los labios impúdicamente expuestos. Sólo después de eso, se acercó a los muslos, realizando movimientos circulares. Kim terminó untada de aceite dándole a la piel un tono muy atractivo.

Cuando Kim esperaba que ahora le pusiese en los pechos, que habían sufrido lo indecible, Mary le dijo que se diese la vuelta sin mover las manos de la nuca. Sin entender realmente por qué hizo caso, acaso no fuera que se acabase el masaje abruptamente. No resultó fácil de hacer y los pechos quedaron descolocados y por debajo. El dolor se reactivó.

—Ahora sube un poco hacia la cabecera. Manos en la nuca y no eleves la espalda.

Kim obedeció como pudo. Los pezones y los pechos estaban en contacto con la rugosa manta y no resultaba agradable que empujaran hacia arriba de esta manera.

—Bien, ahora quieta.

Mary comenzó otra vez por la parte de abajo que no se había expuesto a la fricción.

Kim volvió a comprobar su habitual excitación y sabía que Mary tenía visión directa a su vagina. No movió ni un músculo para no traicionarse. Centró sus pensamientos en sus pezones, peleándose con los hilos de la manta. Todo empeoró cuando el culo alto y tonificado de Kim obtuvo el aceite. La excitación era su dueña.

El siguiente turno fue de la espalda, que no sólo recibió la exhaustiva atención de las manos de Mary, sino que por momentos apretaba con fuerza hacia abajo. Si hubieran estado en el suelo, hubiera friccionado todavía más los senos aprisionados. En este caso, el colchón bajaba un poco y los senos se frotaban todavía más embrollándose con las molestas hebras de la manta.

Cuando, ya boca arriba, el aceite llegó a los pechos doloridos y excitados de Kim, pegó un grito de dolor. Siguiendo las órdenes giró de igual manera, con las manos en la nuca. Mary había presionado demasiado tratando de que el aceite fluyese hacia dentro. Los pechos eran lo último. Ya había tratado los brazos y antebrazos, la cintura y cara de Kim. Mary musitó un perdón y Kim que llevaba todo el tiempo esperando este momento replicó: “No pares, no importa, no pares, por favor.”

Mary se quedó un buen rato amasando los pechos, dando forma a los pezones. Había disfrutado de lo lindo. Sus manos conocían el cuerpo de Kim casi mejor que el suyo propio, pero no había tenido el lujo de apreciarlo visualmente al mismo tiempo. Casi siempre había sido una cosa o la otra.

—Bien, ya está bien por hoy. Vamos a dormir.

Recogió la botella, ahora casi vacía, de aceite y la dejó en el baño. A la vuelta, Kim seguía encima de la cama.

—¿Qué pasa? ¿No tienes sueño? —le preguntó. Kim afirmó con la cabeza.

—Sí, estoy agotada. Pero me sigue molestando la ropa de cama.

Mary, de manera entusiasta, se sinceró.

—Venga, se pasará en un rato. Es nuestra primera noche juntas en este apartamento. Y me gusta tenerte desnuda junto a mí. Me cambiaría el chándal, pero ya está lleno de aceite. No vale la pena manchar otro. Sin contar...

Señaló la zona de su muslo derecho que tenía unas sospechosas manchas húmedas que no eran otra cosa que el líquido vaginal que expulsaba su hermana. Repleta de su habitual humillación, inagotable a ciencia cierta, Kim abandonó su reclamación. Fue al baño y a la vuelta se zambulló en la cama. Las manos de Mary examinaron a conciencia el cuerpo aceitoso de Kim, cuyo único deseo de nuevo era ser tocada. Hizo acopio de voluntad y no le dio un beso de petición a su hermana vestida. El chándal volvía a frotarse con su piel, irritándola. Aunque menos gracias al aceite. No se quiso engañar. Poco a poco, absorbería los restos que tenía sobre la piel y cada movimiento de Mary le resultaría un suplicio. Se durmió arrepentida por no haber besado una última vez a su taimada hermana. Una oportunidad perdida de obtener el estímulo deseado.

La noche fue un tormento. Cada movimiento, suyo o de Mary le provocaba estímulos. Para colmo, su hermana estaba tan acostumbrada a llevar la mano entre las piernas de Kim que ni se daba cuenta de lo que hacía. La manga rozaba los muslos entreabiertos y no hacía más que despertarla una y otra vez.

Por la mañana, cuando abrió los ojos, Mary estaba contemplándola. Se besaron y no tardó en sentir los gestos acostumbrados dentro de su vagina y fuera de ella. Después de una docena de ocasiones, con Kim transpirando y pidiendo clemencia, Mary se levantó. Kim, con la pausa para pensar en toda una vez más, decidió darse otra oportunidad.

Con el cuerpo más fresco y humedecido se acercó a la pequeña cocina. Mary había puesto la mesa del desayuno fuera. Café recién hecho, unas tostadas, zumo de pomelo. Con reluctancia salió a la terraza, sin realmente saber si alguien podía verla. El fresco de la mañana endureció sus pezones y encogió sus poros. Mary le azotó el culo.

—No seas tonta. Imagina que soy Roger. Después de una noche loca ¿qué harías por la mañana? ¡Pues desayunar desnuda para él! Nunca más te preocupes por quién pueda verte ¿de acuerdo?

Kim asintió. Las dos sabían que este tipo de fantasías siempre rondaban por su cabeza.

—¿Y qué haría Roger? ¿Dónde te tocaría? —preguntó Mary.

Kim suspiró mientras se untaba de mantequilla una tostada impecable.

—Es imprevisible. Creo que le gusta todo.

Mary la miró sorprendida.

—Especifica. Todo es demasiado amplio.

Kim se ruborizó.

—Pechos, pezones, muslos, las piernas en general. Los lóbulos de mis orejas, detrás de ellas, el cuello, los hombros, el culo es incuestionable. Rozarme la espalda. Agarrarme la cintura. Besarme con suavidad. El cabello. Los pies, sobre todo la parte de arriba. Las pantorrillas, comprobando la curvatura. Le encanta que esté fuerte y alargada, como cuando llevo tacones. Nunca me ha penetrado por detrás, así que supongo que salvo el ano le gusta todo.

—Pues acércate más. Si él estuviera aquí... ¿A qué distancia estarías?

Kim se acercó hasta que calculó que la mano de Mary podría acariciarle los muslos.

—Hay dos cosas primordiales para Roger: mis muslos y mis pechos— le dijo.

Ya no sentía reparos en explicarle su vida sexual. Mary también parecía más receptiva. ¿Estaban haciendo bien en continuar con esto? ¿No se les iría de las manos? Kim rectificó mentalmente: De mis manos.

—¿Qué quieres decir con primordiales?

Kim volvió a suspirar. Terminó de deglutir la tostada.

—Casi siempre que eyacula me está tocando los pechos o los muslos. A veces intento que los olvide un rato.

Mary trató de que continuase.

—Pero siempre vuelve.

Kim asintió.

—Sí, siempre vuelve. Pero le gusta inspeccionar todo mi cuerpo una o dos veces por lo menos, cada vez que me ve. Yo no termino de entenderlo. Es un ansia renovada.

Mary no pudo evitar una carcajada.

—¡Mira quién habla!

Kim sonrió, reconociendo que ella tenía las mismas sensaciones.

—Es distinto. Yo tengo que contenerme. Sólo puedo tener orgasmos con él. No puedo tocarme. Dependo de ti o de él para estimularme. Por su parte, se masturba, eyacula conmigo o quién sabe con quién más. Pero cada vez que nos vemos eyacula al menos dos veces. ¡Me siento tan admirada! Y eso me excita más que ninguna otra cosa. Es lo que no quiero perder. Su devoción por mí.

Comprendiendo que quizás había dicho demasiado, se calló al tiempo que untaba otra tostada, entre sorbo y sorbo de café. Entonces, Mary dio con la clave.

—El problema es que tú no tienes la suficiente devoción por él.

Sin llegar a entenderla del todo, Kim creyó saber a qué se refería.

—¿Quieres decir que no hago lo suficiente?

—No se trata sólo de tus actos, sino de tu actitud. Si estuviera él aquí... ¿cómo sería tu postura? ¿Cómo ofrecerías tus pechos o tus labios? Creo que busca perfección

Kim trató de escuchar con más interés. Mary parecía entender a Roger mejor que ella misma.

—Tengo frío. Vamos dentro— dijo algo molesta por no poder aguantar. Una vez dentro, las ventanas cerradas y la calefacción puesta de nuevo se besaron. Kim habló primero.

—Quiero que me ayudes. Al no recibir respuesta pregunto. —¿No quieres hacerlo?

Mary se encogió de hombros.

—¿Qué puedo hacer yo?

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