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Relato de mi primera vez con un hombre

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Ahí estaba yo, a punto de avanzar por esa puerta que no me animaba a traspasar. Estaba casi a segundos de debutar, muy ansiosa y entusiasmada. Rodeada de penumbras, la luz del interior de la habitación que yo veía estando la puerta un poco entornada, me incitaba a entrar no sé por qué extraña razón. Mi mano se posó sobre la madera oscura y fría para abrirla. Me asomé tímidamente y vi una cama custodiada por dos mesitas de luz, una de las cuales tenía un velador con funda roja que teñía de un tono muy sexual a todo el cuarto. El mismo estaba escasamente decorado y la cama yacía como el centro incuestionable de aquella geografía. Noté que una sombra pasó rápidamente por el pasillo detrás de mí y justo cuando mis ojos quisieron averiguar quién era, el fantasma ya había escapado. Luego, minutos más tarde, una voz masculina desde el otro lado de la pared me avisó: "Ya estoy con vos". Confieso que me puse nerviosa y me excité un poco al saber que estaba a punto de tener mi primera relación sexual con un hombre.

Todo empezó hace unos meses cuando viendo una película en la casa de mi amiga Daniela, con las demás chicas, vimos unas escenas de sexo. Más allá de las bromas que hicimos en el momento, en aquella madrugada larga, de bostezos y de risas, algo en mí vibró al ver tanta carne, curiosos gemidos y caliente excitación dentro de una película que si bien era de acción tuvo también escenas de alto voltaje erótico. Una sensación de electricidad había recorrido todo mi cuerpo acompañada del morbo y las ganas de vivir una experiencia así. Días después yo quise averiguar, muy disimuladamente y con mucho tacto, si alguna de las demás chicas había sentido algo así. Me decepcioné al saber que todo había quedado en bromas de adolescentes. Ninguna se lo tomó en serio. Mi deseo de estar por primera vez con un hombre, de dejar de ser virgen, de experimentar la sensación de ser mujer eran verdaderas.

Por un tiempo me olvidé hasta que el tema surgió de nuevo cuando llegó mi cumpleaños. Mi madre me venía preguntando cada tanto qué quería yo como regalo. De inmediato había pensado en ropa y se lo dije, aunque, luego, estando sola volví a sentir que lo que más deseaba era debutar. Por supuesto que jamás se lo habría dicho a ella.

Un buen día, mi madre me llama en voz baja y me comunica que quería hablar conmigo. En ese momento mi mente repasó todos los sucesos recientes para saber si me había mandado alguna macana o algo, pero no, por eso me sorprendí. Charlamos en voz baja, con la puerta cerrada dentro de mi cuarto.

Ella lucía algo nerviosa pero entusiasmada. Al principio dio un largo rodeo contándome cuanto me quería y cuanto comprendía la edad que estaba viviendo y muchas cosas más. Yo no sabía a donde quería llegar y me limitaba a prestarle mucha atención, hasta que en un momento le pedí que fuera más concreta. Me adelantó que me iba a regalar la ropa que yo le había pedido pero que ella le gustaría hacerme otro regalo más. La miré con mucha expectativa esperando saber qué era. Ella quería hacerme debutar sexualmente. Me quedé congelada al escuchar tremendas palabras de nada más y nada menos que mi madre. Hasta ahora nadie más que yo y mi conciencia lo sabían. Me incomodaba que alguien más se lo supiera y, aún peor, que tomara la iniciativa por mí. De todos modos me agradó la idea. Le pregunté muy tímidamente qué tenía pensado. Me contó a continuación que tenía un conocido, un muchacho muy joven, apuesto y por sobre todas las cosas experto, ideal para que me tratara bien en mi primera relación sexual. En aquel momento, por mi inocencia, mi inexperiencia y por estar tan nerviosa como para pensar con algo de sentido común, no me di cuenta de nada. Tiempo después supe que aquel hombre joven era su amante.

Me dio ternura estar viviendo algo que todas las chicas solían vivir hace mucho años en la tradición de que las madres amadrinaban a sus hijas en su primera relación sexual acompañándolas a ser atendidas por carnes expertas en su primera vez. Hoy en día la tradición se extinguió, pero mi madre aún conserva costumbres que según ella seguían valiendo la pena. Me preguntó si me gustaría tener esa experiencia y acepté, con mucho orgullo femenino. ¡Iba a ser mujer!

Como aún faltaban dos semanas para el evento, por supuesto que me morí de ansiedad. Se lo conté primero a mi mejor amiga, quien compartió efusivamente mi entusiasmo. Luego se enteraron las demás amigas de mi grupo, y alguna que otra compañera de clase. Siempre las noticias corren con mucha velocidad en un grupo de mujeres.

El sábado siguiente nos juntamos todas en la casa de mi mejor amiga, Elizabeth. Éramos nueve. Yo había llegado antes que las demás y con Eli nos pusimos a conversar de la noticia. Le conté que mi mamá tenía pensado todo. Sería el jueves por la tarde, después de que saliera de la clase de gimnasia. Me pasaría a buscar con el auto e iríamos a tomar algo primero. Ella quería que fuera lo más relajada posible. Habría de citar a su conocido a determinada hora en el bar en que vamos a estar y me dejaría sola con él.

De sólo contarlo ya me ponía nerviosa y verla a Eli contemplándome con sus ojos bien abiertos, excitada y nerviosa, en cierta forma me envidiaba. Me felicitó por la gran noticia y me dijo que le daría orgullo saber que yo iba a ser mujer.

Con el resto de las chicas no lo hablé tanto, aunque finalmente se enteraron. Tras un buen rato de escuchar música fuerte, bailar y por sobre todas las cosas fumar mucho y consumir alcohol justo ahí empezaron a bromearme. Se hicieron las 3 de la mañana. Fue allí cuando decidimos ir al boliche. Dentro de él nos separamos. Algunas fueron directamente a bailar. Otras, a seguir tomando. Yo, Eli y otra amiga más nos quedamos tumbadas en un sillón y luego fuimos a bailar. Estando en la pista, tres muchachos se nos acercaron y se pusieron a bailar uno en frente de la otra. A mí me había tocado uno rubio, alto, me gustaba bailar con él. No tardó mucho tiempo para que termináramos besándonos en los reservados, allá en el fondo, a oscuras. En otras ocasiones, lo había hecho tranquilamente pero ahora estaba más excitada. Por eso accedí a cuantas ganas tuvo el chico a que me besara lascivamente con su lengua ávida de jugar con la mía. Yo sólo quería quitarme la excitación que desde hacía horas me atormentaba. Tendría que aguantar hasta el miércoles siguiente si quería satisfacer mi deseo.

Con él estuvimos largo rato a los besos, solos en medio de la oscuridad. Él no era nada tímido. Con el correr de los segundos sus manos que descansaban en mi cintura se fueron deslizando hacia mis piernas. Mi calentura crecía y se manifestaba dándole besos más húmedos, que siempre fueron mi especialidad. Le pedí que se detuviera. Le comenté que tenía sed y me trajo un daiquiri. Charlamos largo rato. Me contó parte de su vida; en poco tiempo empecé a bostezar y mirar a los costados. Finalmente me invitó a su casa ya sabemos para qué. Le dije que no, haciéndome un poco la ofendida. No quería que pasara nada con él.

El día llegó. Luego de un día intenso de clases, nos fuimos a comer con las chicas. Me entretuve bastante entre risas y risas. Sólo Eli se acordaba de que ese día sería especial para mí, por lo que charlamos bastante al respecto. Más tarde tuvimos una remolona y aburrida clase de gimnasia que por lo menos me sirvió para distraerme. Al salir me acordé de lo que habría de venir.

Esperé a mi mamá largo rato en la esquina de la salida del colegio. Tardó un poco en venir. Abrí la puerta del auto y subí. Ella me saludó un poco más efusivamente que en cualquier otra oportunidad. Exhibía una sonrisa amplia, franca y con un leve matiz de orgullo maternal.

Aún delante de la puerta no me animaba a entrar. Mi corazón latía aceleradamente contagiando de nerviosismo a cada músculo de mi trémulo cuerpo. Fui entrando lentamente y a medida que daba cada paso mi estado de ánimo cambiaba llamativamente, de ansiedad a incertidumbre, de nerviosismo a una tensa calma y dudar otra vez. El cuarto era pequeño con paredes ocre oscuras. La cama de madera tenía sábanas carmesí al igual que las lámparas de la mesita de luz, como ya conté. Avancé despacio hacia el borde de la cama y luego me senté abruptamente.

Del otro lado de la puerta se oyeron pasos. Me puse más tensa. Cuando dirigí mi mirada hacia esa dirección lo vi a él, que había entrado. Me había visto y ahora cerraba la puerta exhibiéndome una sonrisa. No daba en ningún momento la sensación de ser un experto del sexo. Aquella sonrisa cálida del primer momento no fue fingida, de hecho la mantuvo por largo rato mientras mantuvimos una conversación muy amena. Costó soltarme e hilvanar oraciones. Al principio sólo emitía monosílabos que me avergonzaban.

A él, lejos de censurarme, le encantaba mi pudor y mi timidez. Él no se parecía a ningún chico que hubiera conocido antes ya que aún sabiendo yo que habríamos de tener sexo en instantes, jamás me dio la sensación de que me estuviera seduciendo o mimando, como después me di cuenta, para hacerme sentir más cómoda.

Tras decirle mi nombre, qué me gustaba hacer, cómo me iba en el colegio, él puso música tranquila. Me contó que se llamaba Iván y que era amigo de mi mamá desde hacía algún tiempo. Eso me tranquilizó mucho. Charlamos de algunas nimiedades más y cuando me quise dar cuenta yo estaba totalmente suelta y relajada, todo mérito de él por supuesto.

Se acercó a mí y me confesó que le resultaba encantadora. Yo me ruboricé mucho. No todos los días se daba que tuviera a un hombre joven, tan seductor y bien formado físicamente. Bajé la vista pues no podía ver sus ojos. Su mano buscaba mi mentón que lo tenía clavado en el pecho. Sus ojos buscaron a los míos y su boca a mis labios; su beso dulce y lento me enloqueció. Besaba tan despacio que deseaba que terminara porque me excitaba muchísimo. Allí me di cuenta de que pese a haber besado a un montón de chicos, ninguno supo hacerlo como Iván lo hacía en ese momento. Él se inclinó sobre mí hasta que mi torpeza hizo que me cayera. Sus manos comenzaron a recorrerme mientras seguíamos besándonos. En realidad, él lo hacía y yo me dejaba. Aún tenía mi indumentaria escolar de gimnasia puesta, que en poco tiempo terminó en el piso. Primero me quitó las zapatilla, al segundo, las medias, luego lentamente me quitó el pantalón largo elastizado. Con solo quedarme descubierta con la bombacha que me defendía de lo inevitable, me puso muy nerviosa, pero no en un sentido incómodo sino muy agradable. Subió para quitarme la chomba blanca. Allí quedé: con mi ropa interior todavía encima, tumbada sobre la cama con los ojos cerrados y una incertidumbre inquietante. Pronto sentí su piel contra la mía, yo no tenía idea del tiempo ni del lugar ni de las acciones porque no sé cómo hizo para desvestirse tan rápido.

Una adolescente virgen estaba a disposición del joven listo para desvirgarla. Me quitó el soutien y se dedicó a mimar mis pequeños pechos. No sabía que allí iba a sentir tanta excitación como experimenté cuando labios gruesos besaron mis pezones y después su lengua se movió en círculos lamiendo el resto del seno. Mi vagina allá abajo se humedecía paulatinamente y la temperatura subía hasta niveles afiebrados. Fue descendiendo con su cabeza hasta mi ombligo, pasando por mi pubis hasta que de un tirón me quitó lo que quedaba. Allí mi respiración se agitó mucho. Me puse muy nerviosa.

En un momento llegué a arrepentirme de haber ido, no sé por qué. Su mano comenzó a tocar mi zona más privada. Temblé. Luego sus dedos exploraron aquellos labios húmedos para moverse de arriba hacia abajo. Yo me aferraba con fuerza a las sábanas con mis ojos cerrados. Sentí que algo viscoso que él mismo había puesto estaba en mi vagina que hizo que sus dedos se deslizaran y entraran fácilmente dentro de mí. No sentí dolor como me habían advertido algunas amigas. Todo en él era suavidad y delicadeza, y yo en cambio era sudor, calor y excitación.

¿Cómo describir la sensación de sentir mi clítoris estimulado? Pensé que me moría de placer, y ni hablar cuando un dedo suyo me penetró. Percibí que algo se rompía dentro de mí. Una lágrima cayó sobre mi mejilla derecha. Ay, cuanto gozaba. Me gustaba, quería que siguiera. Ahora dos dedos entraban y salían con delicadeza y otra vez entraban. Cuanto placer.

Tenía razón cuando mamá decía que no sufriría y que me terminaría gustando. Sentí su lengua sobre mi clítoris mientras continuaba penetrándome con sus dedos atrevidos, que hacían que explotara de placer. Mi pequeño y pálido cuerpo se quedó un momento colmado de placer, abandonado brevemente por Iván hasta que se posó sobre mí para el acto final. Le rogué que lo hiciera despacio. Espié nerviosamente hacia abajo y comprobé que su miembro habría de ser demasiado para mí. No me contestó con palabras. Lo hizo con una serena mirada. Abrió lentamente mis piernas. Yo posé mis manos sobre sus hombros, cerré los ojos. Él tomó su miembro y lo insertó casi en velocidad de cámara lenta. No podía creer cómo tanta carne podía ingresar en mi tan pequeña cavidad nunca antes inaugurada. La introdujo hasta la mitad y la retiró con la misma lentitud. Repitió la operación varias veces hasta que fue incrementando la profundidad. Mis manos a esa altura se clavaron en sus hombros, incluso lo rasguñaron sin querer. Así me fue cogiendo, a ritmo constante, entrando y saliendo. Lo hacía como si lo supiera de toda la vida. Era joven y experimentado mientras que yo era una niña y virgen. Una sensación alucinante, como nunca había sentido, se apoderó de mi cuerpo y me recorría por cada rincón. Me sentía rara, con culpa, miedo, y a la vez excitación y la adrenalina propia de estar viviendo algo tan fuerte. El seguía clavándome y de vez en cuando me miraba. Sabía muy bien lo que yo estaba sintiendo. Emití un gemido más agudo que los que venía produciendo, en algo que después supe que se llamaba orgasmo. El aceleró el ritmo hasta que repentinamente sentí que un líquido se descargaba en mi interior. Descansó unos segundos sobre mí y luego se retiró.

Tumbada, con los ojos cerrados, super relajada yacía sobre la cama. No sabía qué hacer, si moverme, si hablar. Sólo sabía que había tenido la mejor sensación de mi vida.

Iván me hizo volver a la realidad. Me preguntó si estaba bien y si me había gustado. Yo aún no estaba en mis cabales; le alcancé a responder que me había gustado la experiencia. Al instante me dieron ganas de irme. Me vestí tan rápido cómo pude y casi ni me despedí de él. Al salir estaba mi madre esperándome en la esquina en donde habíamos arreglado que me pasaría a buscar.

Una sonrisa le alcanzó para que supiera lo bien que la había pasado.

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