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Siempre me calentaron los viejos (final)

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Así preparado para el empalamiento les oí discutir sobre quién sería el primero y decidieron que sería según la primera letra de sus nombres… Entonces, primero el señor Antonio, después don Benito y por último don Ernesto, al que escuché quejarse de su mala suerte…

-Esperen… -le escuché decir a don Benito y después explicó que iría a su cuarto por el pote de vaselina… Volvió muy pronto y le alcanzó el pote al señor Antonio…

Segundos después las manos de don Benito y de don Ernesto entreabrieron mis nalgas para despejarle el camino al señor Antonio, que me la metió brutalmente, de un solo envión… ¡Ay, que dolor sentí!... Grité y los tres se rieron cruelmente mientras yo sentía que mis pobres nalgas podían estallar en mil pedazos de un momento a otro… Como un tonto empecé a corcovear pensando ingenuamente que así podría deshacerme de ese ariete cárneo que me torturaba… Claro que no lo conseguí, porque el señor Antonio me sujeto firmemente por las caderas y siguió bombeando aceleradamente y con violencia mientras yo sentía, asombrado, que en mí afloraba un costado masoquista que poco a poco fue haciéndome disfrutar de ese sádico maltrato…

Por fin mi violador se corrió con varios chorros de semen caliente que fueron a dar al fondo de mi pobre culo… Sin concederme ni siquiera la más breve pausa me asaltó don Benito, que por suerte me cogió muy bien, metiéndome su verga despacio hasta enterrarla hasta los huevos… Después de ese dolor inicial que siempre siento cuando me penetran llegó el placer, un placer tan intenso como lo había sido ese dolor… Mis gemidos se mezclaban con el jadeo del viejo, que complementaba el ir y venir de su verga con chirlos en mis nalgas, haciéndome sentir un goce exquisito… ”¡Ay, que no termine nunca!”, pensaba yo… Pero terminó y una vez que tuve en el interior de mi culo el semen de don Benito le tocó el turno a don Ernesto, que antes de penetrarme dijo: -Oiga, donde Benito, con esos chirlos usted me hizo recordar que a este putito le gusta que le peguen, así que propongo que después le demos una buena zurra…

Al oírlo no puede contenerme y exclamé: -¡Ay, sí…

Ellos rieron y don Benito me dijo: -Te dejaremos las nalgas rojas como tomates, Jorgito… ¡Ya verás!... –y semejante promesa me puso muy, muy caliente… Y así de caliente mi culo engulló la verga de don Ernesto… ¡Qué goce sentí con ese rabo que entraba bien profundo una y otra vez hasta que me soltó varios chorros de semen y yo caí de rodillas, estremecido de la cabeza a los pies… Me hubiera masturbado ahí mismo, echado en el piso, pero eso era imposible…

No sé cuántos minutos pasaron hasta que don Ernesto me tomó de un brazo y me puso de pie violentamente, para después arrastrarme hasta el cuarto de don Benito…

Yo un poco me asusté, porque los veía más exaltados de lo habitual… No sabía que me tenían reservada una sorpresa…

Cuando estuvimos en el cuarto don Ernesto me ordenó que me arrodillara junto al borde de la cama y me inclinara hasta apoyar el pecho sobre el acolchado… “Qué rara esta posición”, pensé inquieto y no tardé en saber qué se proponían…

-Te gustan las palizas, ¿eh, putito?... Pues te vamos a dar una buena… No vas a poder sentarte en varios días… -dijo don Ernesto y al girar la cabeza vi que se estaba quitando el cinturón…

-Ay, no, por favor, con eso no… -rogué muy asustado, sin poder contenerme…

Imaginé que una paliza con cinturón debía doler mucho y casi me pongo a llorar del miedo que sentía…

-Callate, putito… -me exigió don Ernesto… -Esas lindas nalgas de nena que tenés están hechas para ser azotadas… -dijo y después les pidió a don Benito y al señor Antonio que me sujetaran las manos… Los dos viejos se ubicaron entonces frente a mí, junto al borde opuesto de la cama y me aferraron las muñecas, fuertemente…

-No, don Ernesto, por favor no… -volví a suplicar y entonces el primer golpe restalló contra mis nalgas… Dolió, claro, y yo gemí, asustado pero a la vez sorprendido, porque ese dolor era a la vez placentero, por voluptuoso, y esto lo sentí y disfruté cuando la sensación partió desde mi culo y terminó de recorrer todo mi cuerpo como una corriente eléctrica…

El segundo azote me encontró gimiendo de goce y ansiedad… -¿Y putito? ¿Qué sentís?... –quiso saber don Ernesto…

No supe en principio qué contestarle, avergonzado por el placer que estaba gozando y por eso me limité a suplicar otra vez, pero él rio y siguió castigándome con azotes lentos y firmes mientras yo, cada vez más excitado y sumergido en esa ceremonia sado erótica, movía mis caderas de un lado al otro entre gemidos y jadeos…

No supe cuántos cintarazos me dio, pero en el transcurrir de la paliza escuché a don Benito y al señor Antonio que cada tanto lo animaban: -Bien, Ernesto, ¡muy bien!... ¡Así, hombre, fuerte! ¡Quiero bien rojas esas nalgas!...

Don Ernesto anunció el final de la paliza diciendo: -Qué hermosas lucen tus nalguitas, Jorgito… Bien rojas… Y a ver… -agregó entusiasmado poniendo la palma de una de sus manos en mis redondeces: -¡Sí, bien calentitas te las dejé!...

A todo esto yo tenía mi pene erecto y ardía de ganas de masturbarme… Don Benito y el señor Antonio habían liberado mis manos y sin poder esperar más pedí con con tono ansioso: -Por favor… ¿me… me dan permiso para… para masturbarme?... Al escucharme los tres se echaron a reír: -¡Ahhhh, grandísimo putito! ¡¿Te calentó la zurra?! –preguntó retóricamente el señor Antonio…

-Ay… sí… -contesté en un murmullo, cada vez más avergonzado de mi condición de vicioso que no podía ignorar… Amaba las vergas, el semen, y ahora había descubierto que también amaba los azotes…

…………..

Pasaron tres meses desde aquella tarde inolvidable… Mis dueños me mantienen bien alimentado; no han dejado ni un solo día de darme verga y azotes y yo les respondo siendo cada vez más una mejor mucamita y un perro fiel, obediente y muy putito…

Soy un perro feliz…

Fin

(9,40)