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La reeducación de Areana (21)

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Milena les franqueó la entrada al edificio, Lucía le presentó a sus dos amigas y una vez en el living la asistente preguntó:

-¿Traigo a Areana solamente o también a la otra perra?

-A las dos, a la mami también. –decidió Lucía y mientras la asistente iba a en busca de ambas esclavas les dijo a sus compañeras:

-Ya van a ver qué buena está la vieja.

-Che, ¿se te ocurrió algo para hacerle mañana a esa mierda en la escuela? –preguntó Guadalupe.

-Mañana la cagamos a trompadas otra vez en el baño, pero lo mejor va a ser el viernes, con la Godínez.

-Dale, contá. –pidió ansiosa Rocío, pero Lucía negó con la cabeza y luego dijo sonriendo con maldad:

-Surprise, chicas…

-¡No seas turra! ¡contanos! –reclamó airadamente Guadalupe, pero Lucía se mantuvo firme:

-No, les juro que van a disfrutar mucho más si es una sorpresa.

-Ufa… -protestó Rocío, pero a ambas no les quedó más que resignarse a ignorar los designios de Lucía para con Areana en la próxima clase de geografía. En ese momento la niña y su madre aparecían en el living desplazándose en cuatro patas y conducidas por Milena que marchaba detrás de ellas, sujetando las correas de ambos collares y empuñando el rebenque con la mano derecha. Al llegar junto a las tres chicas, la asistente les pidió que no se movieran y entonces Areana y su madre, obedeciendo una orden que habían recibido en la habitación, fueron besando los pies de las tres a modo de humillante saludo.

Guadalupe y Rocío lanzaron exclamaciones admirativas y Lucía rió complacida ante la degradación de madre e hija. Lucía conocía bien a Eva, pero sus compañeras pidieron que se pusiera de pie para poder apreciarla, ya que habían advertido que se trataba de una veterana muy atractiva.

-Ya oíste, parate, puta. –ordenó Milena y Eva se puso de pie luego del obligatorio “sí, señorita Milena.”

-Mmmhhhhh, qué buena está. –opinó Rocío. –Date vuelta, vieja, que quiero ver qué tal andás de culo.

Sí, señorita. –dijo y Eva giró lentamente hasta quedar de espaldas a las tres chicas.

-¡Hermoso culo! –exclamó Rocío. –Redondo, algo gordo pero firme. Por ahí voy a darte, vieja.

-¿Se la van a coger a ella también? –inquirió Milena.

-Yo no, yo le voy a dar solamente a esa basura. –dijo Lucía señalando a Areana, que permanecía en cuatro patas.

-Yo también solamente a Areana. –completó Guadalupe.

-Mile, qué lindo rebenque. –intervino Lucía al recordar la paliza que la vez pasada la asistente le había dado a Eva.

-¿Te gusta? ¿querés usarlo con alguna de las dos?

-Sí, con la mierda antes de cogérmela. –fue la respuesta de Lucía.

¡Ay!, ¿me lo prestás a mí tambièn que le quiero dar a la vieja? –se entusiasmó Rocío.

-Claro que te lo presto, dulce, acá se satisfacen todos los deseos. Menos lastimarlas pueden hacer con estas perras lo que se les antoje y te digo la verdad, la perra vieja tiene un culo que está como hecho para ser azotado, ¿cierto?

-Y clavado… -completó Rocío y lanzó una carcajada.

-¡Y clavado también, por supuesto! –coincidió Milena riendo.

-Bueno, ya está bien de palabras, ¿no? –dijo Lucía y pidió el rebenque que Milena le entregó gustosa.

-Vos, puta de mierda, seguime. –le ordenó a Areana, que marchó sumisamente tras la chica hasta el sofá, sobre uno de cuyos apoyabrazos debió tenderse boca abajo. Lucía se ubicó a la derecha de su víctima, que presa del miedo y la ansiedad había empezado a respirar agitadamente. Sabía que la paliza iba a ser dura y que probablemente el dolor superara al goce, pero como una suerte de consuelo pensó que ella estaba para ser usada como cada cual quisiera hacerlo, ya que era sólo una esclava, mera carne de placer para los demás. Fresco estaba en su mente el recuerdo de los reglazos que horas antes le había dado la profesora Godínez, pero ésa había sido una paliza deliciosa, muy diferente, estaba segura, de la que le esperaba a manos de Lucía. Fue en ese preciso momento que el primer rebencazo le cruzó las nalgas arrancándole un gemido de dolor y sin pausa padeció el segundo golpe, que la hizo volver a gemir.

-Te voy a dejar el culo rojo como un tomate, puta de mierda y cuando lo toque antes de cogerte voy a sentirlo hirviendo… -le dijo cruelmente Lucía antes de retomar la paliza. En el living se oía una música hecha de los chasquidos del rebenque en las nalgas estremecidas y cada vez más rojas de Areana, de los gritos y súplicas inútiles de la pobrecita y de las respiraciones agitadas de Lucía y las espectadoras del castigo. Areana corcoveaba con desesperación, movía sus caderas a derecha e izquierda e incluso, ante algún rebencazo especialmente fuerte se crispaba arqueándose hacia arriba para volver a caer enseguida de panza sobre el apoyabrazos ya con los ojos anegados por el llanto que desbordaba los parpados y le bañaba las mejillas.

Lucía disfrutaba intensamente del suplicio al que estaba sometiendo a la odiada Areana mientras Milena se acercaba cada tanto a inspeccionar el muy maltratado culo, para evitar excesos y que la esclavita sufriera alguna herida que obligara a sacarla de circulación por algunos días.

Eva, por su parte, sufría intensamente por el salvaje castigo del que su hija estaba siendo víctima, pero con un gran esfuerzo lograba contener sus deseos de intervenir sabiendo que habría sido inútil y que además le hubiera valido ser castigada también.

Finalmente Milena interrumpió la tortura, cuando las pobres nalguitas lucían muy rojas y sobre ese tono se advertían algunas marcas casi moradas.

-¡Basta! –dijo con firmeza sujetando el brazo derecho de Lucía y quitándole el rebenque de la mano mientras Areana sollozaba ruidosamente.

-¿Me traés el consolador con arnés? –pidió Lucía a la asistente.

-Claro. –contestó Milena y sonriendo marchó en busca del sex toy. Mientras tanto Lucía apoyaba ambos manos en las nalgas de Areana y al comprobar que ardían lanzaba una carcajada:

-Me imagino cómo debe dolerte el culo, ¿eh, pedazo de mierda?, y ahora te va a doler por dentro también, porque te voy a reventar. –dijo mordiendo las palabras y comenzando a desvestirse en el momento en que Milena regresaba con el consolador. Cuando Lucía estuvo desnuda y con el arnés puesto, Rocío exclamó muy entusiasmada y con los ojos clavados en el falo artificial:

-¡Con eso me voy a coger por el culo a la vieja! –y presa de la excitación comenzó a desnudarse. Guadalupe no quiso ser menos y también se quitó las ropas con movimientos nerviosos.

Ante tanta desnudez femenina y tan alta cuota de sadismo, Milena se sintió ganada por la calentura y se desnudó también buscando con la mirada a Guadalupe, que luego de unos segundos pareció advertir esa mirada penetrante y giró la cabeza hacia la asistente.

-Vení, pichona… le dijo Milena entornando los ojos y deslizando su lengua por los labios, lentamente. Guadalupe fue hacia ella mientras le sonreía .

-Sí, decime… -murmuró provocativa.

Milena le acarició primero suavemente y luego con alguna rudeza las tetas y acercando su cara a la de la chica le dijo:

-Areana tiene para rato con Lucía…

-Sí… ¿y entonces?... –preguntó Guadalupe mirando fijamente a los ojos a Milena, que sonrió mientras le sostenía la mirada.

-Estoy muy cachonda… ¿y vos, nena?...

-Y, no sé… ¿querés fijarte?... –propuso pícaramente Guadalupe.

Milena deslizó entonces su mano derecha lentamente hacia abajo y al llegar a destino percibió lo mojada que estaba la chica.

Mientras tanto, Lucía había envaselinado el falo artificial luego de colocarse el arnes y mientras Areana seguía gimoteando dolorida sobre el antebrazo del sofá puso un poco de vaselina en el orificio anal de su víctima, sostuvo el ariete con su mano derecha y lo fue dirigiendo hacia el objetivo. Cuando lo tuvo a escasos centímetros le ordenó a la niña:

-Separate las nalgas, basura.

Resignadamente entregada al deseo de Lucía la esclavita obedeció y tuvo un estremecimiento al sentir la punta del consolador presionando contra su entradita. Recordó cuánto había sufrido cuando Lucía la había penetrado brutalmente días antes por esa misma vía y entonces la angustia hizo que comenzará a sollozar otra vez.

Entretanto Milena y Guadalupe yacían sobre la alfombra, besándose una y otra vez en las bocas, sobándose las tetas y másturbándose una a la otra entre gemidos y jadeos de placer.

Por su parte Rocío, viendo lo que ocurría a su alrededor no pudo ni quiso permanecer como espectadora y se acercó a Eva, que mantenía la cabeza gacha para no ver a su hija martirizada por Lucía. Ya junto a Eva, Rocío alzó su pie derecho hasta colocarlo bajo la barbilla de la esclava y le levantó la cabeza obligándola a mirarla:

-Te llegó el turno, vieja, seguime. –le dijo a la atribulada mujer y se dirigió hacia el sofá donde Areana acababa de ser penetrada por Lucía con tal violencia que lanzó un largo grito de dolor. Eva, desplazándose de rodillas detrás de Rocío, se estremeció en tanto las lágrimas asomaban a sus ojos ante el padecimiento de su hija, que no cesaba de aullar mientras el falo artificial avanzaba y retrocedía dentro de su pobre culo y su violadora reía a carcajadas. Segundos después Eva era obligada por Rocío a echarse boca abajo sobre el apoyabrazos opuesto al que se encontraba Areana y una vez en esa posición vio a la chica tomar del piso el rebenque que Lucía había usado tan ferozmente con su hija. Después, a espaldas de Eva, que había empezado a temblar, Rocío le dijo entre risitas crueles:

-Ah, estás temblando, tenés miedo, ¿no vieja?, y sí, es lógico porque sabés lo que te espera, ¿eh, vieja puta?... Primero te voy a dar rebenque en ese gran culazo que tenés y después te lo voy a romper con ese lindo juguete que ahora está usando Lu con tu hijita… Ay, cómo grita tu hijita, ¡lo que le debe estar doliendo esa cogida!... –se burló la chica.

A Eva le costaba concebir tanta crueldad en una adolescente y la angustiaba saber que ni ella ni su hija tenían escapatoria y estaban, en cambio, condenadas a padecer lo que esas tres chicas quisieran hacer con ellas en ese momento y de allí en más. Fue entonces que sintió el primer rebencazo y se mordió el labio inferior mientras cerraba fuertemente los ojos.

“Por Dios, qué fuerte pega…”, pensó mientras una lluvia de azotes caía sobre sus nalgas que iban coloreándose cada vez más. Ella no había gritado todavía, sí gemía y jadeaba en tanto más que los rebencazos le dolían los gritos de su hija, violada brutalmente por Lucía. A escasos metros, sobre la alfombra, Milena y Guadalupe mezclaban sus gritos y sus temblores en sendos orgasmos que habían alcanzado al mismo tiempo y que las habían hecho volar hacia altas cumbres del más exquisito placer.

Instantes después, a pesar del intenso dolor en el culo, Areana acababa también merced al trabajo que en su clítoris habían realizado los dedos de Lucía, que al percibir el orgasmo de su presa le quitó el consolador del culo y sin darle tiempo a recuperarse la echó al piso, se tendió ella también con las piernas abiertas y la obligó a darle lengua hasta que acabó.

Entretanto, Milena y Guadalupe descansaban abrazadas sobre la alfombra y Rocío le quitaba el arnés de cintura a Lucía, que jadeaba echada de espaldas en el piso para después colocárselo con manos que temblaban nerviosas. Vio el pote de vaselina, lo tomó y lubricó el falo para después volver ansiosamente a Eva y penetrarla sin contemplaciones en tanto por debajo del conchero del arnés se estimulaba el clítoris excitada por los gritos de la esclava ante la premeditada violencia de sus embates.

-¿Te duele, vieja puta? –preguntó la violadora sin dejar de mover sus caderas ni de jugar con su clítoris.

-Sí… murmuró Eva sintiendo el intenso ardor en sus nalgas y ese dolor agudo en el interior de su culo.

La respuesta fue una carcajada de Rocío y un par de chirlos en sus maltratadas nalgas, que le arrancaron un doliente gemido. Por fin la chica alcanzó el orgasmo y el suplicio terminó para Eva, que sin animarse a moverse quedó gimiendo sobre el, apoyabrazos.

El aquelarre erótico estaba llegaba a su fin, con Eva desmadejada y dolorida sobre el antebrazo del sofá y su hija echada de espaldas en la alfombra con una expresión de angustia y agotamiento en su rostro. Se asemejaba más a una marioneta que a un ser humano. Guadalupe, recuperada ya del entrevero con Milena, se acercó a la esclavita mientras le reclamaba a Rocío el arnés de cintura. Una vez que lo tuvo colocado se inclinó hacia Areana y le exigió que se pusiera en cuatro patas. La esclavita tardó en obedecer y cuando por fin lo hizo fue merced a un enorme esfuerzo y para no sufrir otra paliza. Guadalupe buscó a su alrededor el pote de vaselina, embadurnó el falo y luego un poco el orificio anal de Areana, que al sentir allí la punta del ariete dio un respingo, pero Guadalupe la aferró firmemente por el pelo y con la otra mano sujetó el falo para guiarlo en lo que sería una cruel exploración de ese estrechísimo y maltratado sendero. Con expresión crispada por el odio lo metIó por completo y de un solo envión mientras mantenía sujeta a Areana y bombeaba una y otra vez. A pesar del dolor que la salvaje penetración le causaba, la pobre esclavita sólo podía gemir roncamente, incapaz de alcanzar la fuerza que un grito demandaba.

Guadalupe quería tocarse hasta acabar y entonces amenazó a su víctima:

Te suelto el pelo, basura, pero si llegás a moverte te despellejo a rebencazos. –y quitó la mano de la cabellera para introducirla por debajo del conchero del arnes y empezar a estimularse el clítoris. Pese a su reciente orgasmo con Milena, las hormonas se le alborotaron pronto y tuvo otra explosión que la sumió en un torbellino de relámpagos entre los cuales giró locamente y en otro espacio hasta derrumbarse sobre la espalda de Areana y caer ambas al piso boca abajo, jadeando Guadalupe, sollozando la esclavita.

“¿Por qué no corto con todo esto?”, se preguntó mientras persistía el intenso dolor en su culo y casi de inmediato rogó en voz alta, como delirando: -no… no me dejen ir… no me suelten…

Minutos después, luego de llevar a ambas esclavas a su cuarto y echarlas como paquetes en la cama, Milena ofreció ducharse a las visitantes y lo hicieron las tres juntas, entre risas, toqueteos y bromas obscenas. Media hora después la asistente las despidió en la puerta del edificio y de regreso en el departamento llamó por teléfono a Amalia para contarle las últimas novedades, que el Ama escuchó complacida.

-Usted a Lucía la conoce, Ama, pero no sabe lo brava que son esas otras dos.

-Oíme, organizame un encuentro acá en mi casa con esas tres nenas. Nada de lo que ocurra debe estar fuera de mi control.

-Claro que no, señora, quédese tranquila que hoy mismo resuelvo eso.

-Y otra cosa, hace tiempo que Eva no va a su empresa, así que hacé que mañana haga una visita a la fábrica. Soy perversa pero tengo mis códigos y no quiero que esa perra se vea perjudicada económicamente. Es algo que no me incumbe.

-Entendido, Ama, quédese tranquila. –y ambas cortaron la comunicación.

…………….

Al día siguiente Eva hizo su visita de inspección a la fábrica acompañada por Milena. El ceo le mostró toda la documentación y la esclava se retiró conforme por la buena marcha de la empresa, aunque su mayor tranquilidad no se basaba en el rédito económico, en su elevado sueldo mensual ni en los jugosos dividendos que le eran liquidados anualmente, sino en que esa opulencia económica le permitía sumirse por completo y exclusivamente en su vida de esclava, en su entrega absoluta a los designios de su dueña, la señora Amalia, que Milena implementaba con eficiencia y total impiedad.

Mientras tanto, cuando Eva se reunía en su fábrica con el ceo, en la escuela Areana era llevada al baño durante el recreo largo, para recibir una dura paliza.

Guadalupe quedó de guardia en la puerta y ante la inminencia del castigo, mientras Lucía la empujaba y Rocío le daba un puñetazo en los riñones, la esclavita rogó:

-Por favor, chicas, no me peguen… ¡Por favor, por favor!...

-¡¿Chicas?! ¡¿chicas nos llamaste, puta de mierda?! ¡Somos tus Amas, basura! ¡¡¡TUS AMAS!!!...

-Sí, sí… perdón, Ama Lucía, perdón… -se desesperó Areana.

-No hay perdón que valga, pedazo de basura. –dijo Lucía y la golpiza arreció hasta que los puñetazos en las tetas, las costillas y el vientre la derribaron al borde de perder el sentido. Entre las dos agresoras la pusieron de pie y la arrastraron hasta el lavatorio, la inclinaron con rudeza hasta colocarle la cabeza bajo una de las canillas, que Lucía abrió para que el agua fría cayera sobre la nuca de la niña. Por fin, después de algunos minutos Areana pareció recuperarse y entonces ambas la enderezaron un poco, le mojaron varias veces la cara y finalmente la sacaron del baño cuando sonaba el timbre que indicaba el fin del recreo.

-Oíme, basura mloliente, ahora en clase que nadie se dé cuenta de nada. ¿Entendés?

-Sí… Sí, Ama Lucía… Sí… -murmuró Areana con un hilo de voz, muy dolorida por la paliza.

Más tarde, a la salida y antes de autorizarla a iniciar el camino hacia su casa, Lucía le dijo:

-Andá sabiendo que te tengo una sorpresa para el viernes en la clase de la Godínez. –y soltó una risita ante la expresión de alarma que se dibujó de inmediato en el rostro de Areana. Durante todo el camino se sintió agitada por el temor, pero al mismo tiempo por una creciente excitación ante la perversa y misteriosa promesa de Lucía, mientras persistía el dolor de los puñetazos recibidos en el baño de la escuela.

(Continuará)

(9,09)