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Pajerita como pocas

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Me llamo Anahí, tengo 19 años, soy no vidente y vivo con mis abuelos desde mis 15. Yo lo elegí, un poco para alejarme del infierno que proponían mis padres perdidos en el alcohol, y otro tanto para disfrutar de todas las libertades que ellos me ofrecían.

Nunca fui un estorbo para ellos. Yo lavo los platos, cocino con algunos cuidados, ordeno con amor la piecita que me asignaron y les ayudo a atender el kiosquito, generalmente por la siesta, cuando el abu aprovecha a descansar, y la bruja, como él siempre la llama se pone a tejer mirando la tele.

Hasta ahora no tuve novio, y esto supongo que es el motor de todas mis locuritas.

Recién a los 18 me animé a descubrirme, y desde entonces no puedo parar de tocarme.

Justamente hace un año atrás en el kiosko estaba ordenando golosinas y poniéndoles cartelitos en braille a ciertos productos. Hasta que encuentro una caja con bombachitas de goma perfumadas. Había para bebés y para adultos por los distintos tamaños. Ignoraba sus colores, pero no sus texturas.

Esa siesta llovía, y muy pocos desafiaban al viento para venir a comprar. Por alguna razón mi mano tuvo que palpar mi teta derecha, y un escalofrío me subió desde los tobillos a la nuca.

Desenvolví una de las bombachitas.

La olí suave, la mordí y me imaginé cómo me quedaría puesta. No lo soporté y me saqué el pantaloncito para reemplazar mi bombacha de algodón por aquella con olor a frutilla.

El timbre sonó dos veces, por lo que me puse volando el pantalón y atendí. Por suerte distingo bien los billetes porque, ese tipo me iba a cagar con 5 pesos!

Ahora, otra vez sola entre cajas y botellas, cerré la ventanilla y me senté en el suelo. Metí una mano bajo mi ropa, hundí uno de mis dedos repetidas veces en mi vulva sobre esa elasticidad insoportable, y con la otra mano me desprendí la blusa y me toqué las tetas después de babeármela como una bebé cochina.

Sentía que me mojaba demasiado, y que el sonidito de los roces me calentaba más, en especial cuando frotaba mi cola en el piso.

Otra vez el timbre sonó, por lo que le vendí unos chicles a un pibe y unos alfajores a una nena.

En la soledad de mi espacio volví al suelo y se me dio por oler mi bombacha de tela mientras en cuatro patitas me tocaba la vagina sobre la goma cada vez más caliente y húmeda.

Tenía ansias de sentir la dureza de una pija adentro. Quería meterme lo que fuera, pero sólo tenía mis dedos, y los aproveché. Me encantaba explorar mi sexo con velocidad, gemir bajito y que se me marque el elástico de la bombachita tensa en la muñeca por lo apretadita que me quedaba.

Entonces, un vecino conocido del abuelo Rolando vino a buscar cigarrillos. La cosa es que me daba charla, y yo quería seguir con lo mío. Así que, mientras simulaba escucharlo, hice algo que me fascina desde siempre, solo que nunca lo había experimentado con estas bombachitas. Me hice pichí entre que el tipo rezongaba porque nadie barre las veredas y los desagues no dan abasto.

Apenas el hombre se fue, me dispuse a pajearme como una loca, y la seguí en mi cama por la noche.

A los días regresé por otra bombachita de goma, y esa vez me puse gomitas frutales y caramelos pelados entre ella y mi vagina. Me encantaba meterlos adentro y luego comerlos saboreando los jugos de mi esencia.

Una vez también me pajeé con un chupete, y como estaba sin calzones y con pollerita, podía meterlo y sacarlo con cautela mientras despachaba a la gente.

Pero cierta siesta mi abuelo golpeó la puerta que divide el kiosko de la galería que da al resto de la casa cuando yo me bajaba la bombacha para terminar con mi paja interrumpida por los transeúntes, y esa vez, encima me excitaba poniéndome un serenito de vainilla en las tetas para chupármelas. Como soy muy tetona no me costaba tanto trabajo.

No sabía cómo pedirle que se vaya!

En cuanto entró, yo corrí a mi pieza para pajearme con un almohadón de peluche que suele ser mi amigo fiel en estos casos.

Entro, cierro la puerta, me descalzo, me quedo en bombacha y, justo cuando estoy por subirme a la cama siento que alguien me abraza por la espalda, que algo duro presiona mi cola y que una voz conocida me dice:

¡quietita Ani, que soy yo, Lucas, me re calentás chancha! Vos creés que nadie te ve en el kiosko porque sos una cieguita calentona!

Lucas es mi primo y tiene mi edad, y, aunque no sabía cómo se las había ingeniado para descubrirme, ahora solo me importaban sus manos recorriéndome toda, sus besos desde mi cuello hasta mi cintura, y su olfato reconociendo cada cosa que mi piel guardaba para el primero que me someta a sus instintos sexuales.

¡estás gordita nena, me parece que comés muchas golosinas vos, y yo tengo algo rico para esa boquita!, dijo dándome unas nalgaditas.

¡agachate pibita!, agregó luego de darme vuelta hacia donde estaba él.

En cuanto le obedecí, me tocó la cara secando mis lagrimitas, supongo que de miedo y ansiedad, me abrió la boca con sus dedos y, entonces un falo de carne recubierto de serenito entró por el umbral de mis labios.

¡te gusta Ani?, lamelo todo, pasale toda la lenguita, chúpalo que, lo que tenés en la boca es un pito! Con eso los varones hacemos pichí, y embarazamos a las chicas… sabías? Tocalo nena, tocame la pija atorranta!, decía Lucas entrando y saliendo de mi boca, quitándomela de golpe para que la busque con mis labios y se la siga chupando, que le dé unas escupiditas y que se la toque con mis manos transpiradas por las ganas que sentía de que me bese entera.

Me pasó su pene por el hueco de mis tetas, me explicó que no podía olvidarme de probar mis huevos con mi lengua, los que me fascinaron cuando logré meterlos en mi boca con su permiso, y me pidió que oculte una mano bajo mi bombacha y le diga si estaba mojada.

Apenas le dije que sí, me acostó en la cama, me la sacó, me puso algo fresco en la vulva luego de abrirme las piernas y permitir que coloque mis talones bajo mi cola. Después sentí que introducía algo en mi vagina, que lo empujaba con un dedo y que vertía más de aquella cosa fría sobre mi abdomen, mis pechos y mi vulva.

¡qué rico olor a conchita tiene esta bombachita Ani, y a pis, y a gomitas! Te puse unos caramelitos en la concha, y ahora te voy a comer todo el serenito que te puse, pero vos te vas a chupar solita las tetas!, dijo mi primo mientras me paseaba la bombacha por el rostro y me ponía la mano sobre su pene para que se lo apreté.

Entonces, sentí que su boca me recorría, rodaba por mi piel comiéndose el postrecito como un niño pobre, que su lengua lamía mi ombligo, que sus besos edificaban miles de gemiditos en mi garganta, al tiempo que mi boca estiraba y sorbía mis pezones, y su pene se chocaba con mi cuerpo, ya que él estaba en cuatro arriba de la cama.

Cuando le tocó el turno a mi vulva, se la metió de lleno en esa boca para sostenerla con sus labios y penetrarla con su lengua, a la vez que me untaba el culo con lo que me chorreaba de serenito.

Apenas los caramelos y su lengua se encontraron en el interior de mi vagina, con uno de sus dedos me estimulaba el clítoris, y su saliva me volvía loca. Además el guacho me había atado las manos a la espalda para que no pudiera tocarme, y mucho menos a él.

¡qué rica concha pendeja, cómo te gusta pajearte. Sos muy cochina, así que tu primito te va a poner un pañal, y vos te vas a tomar la mema puerquita!, decía Lucas mientras su lengua me hacía volar.

Fue increíble cuando me dio a probar uno de los caramelos que sacó de mi vulva con su cucharita de músculo y saliva. No entendía cómo, pero Lucas me había visto hacer chanchadas en el kiosko, y ya no sentía tanta vergüenza.

Me desató las manos, me sentó en la cama y me puso un pañal bajo mi consentimiento y con mi ayuda. Estaba frío, y eso se debía a que lo había llenado de serenito. En ese rato me hizo masticar varios chicles para luego sacármelos con su boca y pegarlos en mis tetas.

Me cuelga la bombacha que traía en el cuello, me huele la boca luego de hacerme exhalar mi aliento y me da un potecito de serenito con una cucharita plástica, para que me lo vaya comiendo. Pero a eso tenía que alternarlo con su pene duro, lleno de juguito y de mi baba incontrolable.

Cuando me gritó:

¡metete las manitos adentro del pañalín gordita sucia!

Pensé que no le faltaba mucho para acabar. Pero entonces sus arremetidas fueron más intensas, porque me agarraba del pelo y sin dejarme respirar me cogía la boca con todo.

Me encantaba no poder hablarle, que mis gemidos se ahoguen entre eructos y las cachetaditas que me daba, y las frotadas de mi cola en la cama como respuesta a los ensartes de mis dedos en mi flor.

Cuando me abrió un poquito el pañal, tuve la certeza de que me clavaría su pija en la concha y me desvirgaría de una buena vez y para siempre. Pero solo me olió, saboreó mi pancita enchastrada y mis manos jugosas, metió la cucharita de mi postre por entre mis nalgas y me lo acomodó para volver a mi boca petera.

Acabó adentro del pote de serenito que aún tenía la mitad, y fue luego de una chupada terrible en la que estuvo largo rato en mi garganta.

Yo solo lo oía decirme:

¡pegate en la colita putona, tomá la mamadera prima, dale, que sos chiquita y tenés que tomar la leche, comela toda, dale, aprendé a chupar pijas cieguita chancha!

Por supuesto me azotaba el culo sobre el pañal, y me masajeaba la concha a full, mientras enseguida me comía su semen mezcladito con el postre, y él se devoraba los flujos de mi acabadita con sabor a vainilla del pañal y de mi conchita.

A pesar de que mi primito no me dio masita, yo sabía que mi abuelo no me tendría contemplaciones y si se lo pidiese. No podría negarse a salvar a su nieta gordita, ciega, pajera hasta las manos y re caliente, si todo lo resolvería con un poco de sexo.

Desde esa noche no paré de tocarme pensando en alguna estrategia para que el vieji caiga en mis redes! fin

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