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Descubriendo la leyenda urbana del último vagón del metro

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Salía como todos los días del trabajo, un viernes alrededor de las 19:00 horas. Me pregunté ¿Qué tienen de diferente los viernes? será el par de días de ocio que tienes por delante lo que te hace desear aprovecharlos para tener una aventura sexual. Razón por la que decidí investigar la leyenda urbana del último vagón del metro. No perdía nada, y sí podía ganar mucho. Elegí la línea del metro más famosa por sus historias eróticas, esa línea tiene un trasbordo a otro tren que me lleva muy cerca de mi casa. En mi recorrido hacia la estación, guarde mis objetos de valor y personales en los bolsillos interiores de mi chamarra, no quería confundir un rico arrimón con un robo en despoblado (o sobrepoblado, como quieras verlo).

Pues bien, subí al último vagón, por el horario estaba muy lleno. No parecía un lugar donde hombres gay tuvieran un espacio para ligar, en realidad había hombres y mujeres con la actitud normal e indiferente de viajar hasta su destino. Nadie estaba en plan de ligue, ni siquiera vi escenas sugerentes. Bueno pues para consuelo, me tomé del tubo para afianzarme, detrás de mí había tres caballeros recargados en las puertas que no abren en las estaciones. En la tercera estación del recorrido, entró al vagón un tumulto de gente, quedé totalmente atrapado entre los caballeros detrás de mí y las personas del enfrente. Arrancó el convoy, sentí como la mano del caballero que tenía detrás, acariciaba mi nalga, muy sutilmente, hasta que sus dedos apretaron un poquito en el área alrededor de mi ano, un par de segundos después la retiro. Jamás alguien había hecho eso en mis múltiples viaje subterráneos, pero sabía perfectamente lo que él estaba haciendo, quería saber de qué lado bateaba y si estaba disponible. Al principio pensé en no hacer nada, había demasiada gente como para acceder a su invitación pero, el vagón estaba tan lleno que nadie podría notar lo que sucediera por debajo de sus cabezas.

Imitando a su sugerente mano, me eché hacia atrás de manera discreta, mis nalgas quedaron pegadas a su bajo vientre, sentí su verga algo erecta, orientada hacia un lado. Para que quedaran bien claras mis intenciones, moví mi cuerpo, para aparentar que me estaba ubicando mejor entre ese estrujamiento de persona, haciendo énfasis en el movimiento de mis glúteos, que le dieron un par de ricos rozones. Sentí cómo se echaba hacia atrás y, con sus codos le dio la señal a los dos caballeros que estaban a su diestra y siniestra (eran compañeros), se acomodaron hábilmente para tapar mejor lo que estaba a punto de suceder. El caballero tomó mi mano y la halo hacia el ¡Ya se había sacado la polla! La tomé, con mucho miedo en un principio por el público pero, sus dos compañeros tenían mucha experiencia cubriendo este tipo de acciones, por lo que tomé confianza. Comencé a hacerle una rica paja, que ganas de no haber estado en un espacio tan público para voltearme y agachado, darle una rica mamada. Pero seguí acariciando ese rico pedazo de carne dura y caliente, luego él me tomo por la cintura, acerco mis nalgas hacia su bajo vientre y comenzó a cogerme sobre la ropa tan sutilmente que nadie podía notarlo. La tenía tan cerca y al mismo tiempo tan lejos (que deseos de sentirla hasta adentro). Me excite mucho, me costó mucho trabajo normalizar mi respiración para que la gente frente a mí no notara nada extraño. Bombeaba delicioso, yo sólo me dejé hacer, me sentía como una perra abotonada. Así la pasó por un par de estaciones hasta que por fin, paró. Tomé de nuevo su polla, estaba empapada de semen, al igual que mi trasero sobre el pantalón. La leyenda urbana se había convertido en realidad citadina. En mi estación, logré bajar pasando por la muchedumbre con un delicioso recuerdo de rica leche ordeñada a un machin por mi culito en un placentero viaje en el metro.

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