Nuevos relatos publicados: 7

La buena comida del profesor

  • 6
  • 13.785
  • 9,50 (18 Val.)
  • 9

Le puse de pie derecho, enfundada en unas sandalias azules de tacón.

Quedaba así mi vagina a la vista. Por supuesto que no me había puesto braguitas, como a los dos nos gustaba. Levantó entre confuso y asustado la vista de sus papeles y me miró, primero la pierna desde los dedos del pie, pasando por el tobillo, la rodilla y el muslo hasta la húmeda entrepierna que le esperaba ansiosa.

Bajé mi pie y levanté la otra pierna pasándola por encima de su cabeza hasta quedar sentada en la mesa de su despacho, mi entrepierna caliente encima de sus papeles.

Me abrí la camisa negra y me acaricie los pezones que casi se escapaban de mi sujetador.

—Comemé- Le ordené.

Él me miró a los ojos y se fue acercando poco a poco a mi sexo, deteniéndose a besar mis pantorrillas, mis rodillas, la cara interna de mis muslos.

Me dio un beso suave justo encima del clítoris y a continuación me abrió los labios con los dedos y deslizo su tibia lengua por los labios menores haciendo círculos para luego iniciar una lamida profunda desde mi vagina hasta mi clítoris.

Yo me retorcía y gemía moviendo mis caderas sin dejar de pellizcarme los pezones, presa del placer.

Apreté su rubia cabeza contra mi sexo para lograr me penetrara profundamente con la lengua.

Él no dejaba de pasar su lengua por todo mi coño ardiente y alternativamente me penetraba con la lengua y no dejaba de chuparme.

Así con su cabeza incrustada entre mis piernas me corrí con extrema violencia, notando como sus mejillas se empapaban de mis jugos.

Me dejé caer sobre la mesa exhausta y con mi clítoris aún palpitante.

Él me beso las rodillas y me las cerró con decoro para después apoyarse en ellas y mirarme fijamente con su sonrisa cómplice.

Déjame trabajar cielo, cuando acabe me debes una.

Yo me acerqué a él y le limpie los restos de mi corrida con besos. Algo tendría que prepararle en recompensa por la buena comida.

Por fin termino de trabajar. Estaba cansado y se había hecho tarde. No hay nada más agotador que evaluar a 90 niñatos con las hormonas revueltas en clase y yo ya estaba aburrida y decidí cenar sola un sándwich vegetal.

Mientras cenaba sola, pensaba en que sus dedos seguían oliendo a sexo.

De repente guardó su carpeta me miro desde el otro extremo de la habitación, sabiendo me había hecho una promesa. Solté de golpe el sándwich cuando me dijo:

—Voy a por ti...Te debo una, cielo.

—Acércate. - Casi susurró.

Noté en su mirada lo mucho que me deseaba. Lo besé en la boca primero suavemente para luego casi devorarnos. Él se fue incorporando abrazándome de pie junto a mí.

—Túmbate- me pidió con su sonrisa pícara.

Obedecí y me tumbé sobre el viejo sofá que tenía. Fue a buscar algo entre los cajones de la cómoda, y por un momento pensé en que me tenía preparado.

Se acercó a mí con unas cuerdas en la mano y me volvió a besar apasionadamente. Yo estaba encantada. Me cubrió los ojos con una franja ancha de raso negro.

Su contacto con la piel de mi cara ardiente era gustoso y me excitaba más.

Después me ato cada muñeca a los reposa brazos del sofá.

Mi respiración se aceleraba.

De pronto sus labios se posaron en uno de mis pezones y empezó a jugar con él y me recorrió todo el pecho con su lengua hasta llegar a mi ombligo. A estas alturas él ya estaba muy empalmado, como un adolescente.

Notaba, sin poder verlo por la cinta en mis ojos, sus ganas de embestirme.

Y yo arqueaba mi espalda presa del clímax, no me tocaba, sólo introdujo su miembro en mi boca para incitarme a que le chupara el glande. Se me escapaban leves gemidos y comencé a lamer desde el extremo sin poder utilizar mis manos atadas.

Subía y bajaba mi lengua, y el placer era bestial. Me sentí por encima las nubes, al oírlo gemir.

—Me voy a correr, me voy a correr, despacito.- Imploraba, pero yo no podía frenar mi ritmo frenético.

Consiguió atropelladamente pararme desatando mis manos para que no continuará mi faena en su boca.

Me volteo y metió mi cara entre las almohadas y cojines del sofá. De espaldas a él, le ofrecía mi culo en pompa para que lo tomará, e introdujo todo su pene erecto en mi ser.

Estaba sumamente excitado pero no podía ver lo que hacía, ya que continuaba con la venda en los ojos. De repente noté una humedad fría en mi espalda derramándose. Di un respingo pero él evito me levantará sujetando mis caderas con firmeza. Agarro mi cuello hacia atrás y besándome paso un cubito de hielo por mi boca. Oía como bebía sorbos de mi saliva y el agua que se derramaba.

—Te deseo- me susurró al oído.

Sus palabras eran como cánticos de placer y yo me volvía loca de éxtasis.

Comenzó a cabalgarme desde detrás, y con cada embestida más mordía los almohadones para no gritar exageradamente.

Estaba tan deseosa que me puse a mil por hora y le ayudé con mis caderas a llegar a un ritmo frenético hasta que estalló en un profundo orgasmo y se desplomo roto sobre mí.

Me sentía rota, complacida con su orgasmo, dueña de él en ese instante y de la situación.

Me quitó la venda de los ojos y me dijo sonriente:

—Ahora te toca de nuevo a ti.

Se levantó para que yo pudiera sentarme en el sofá, abrió mis piernas, acariciando mis muslos mientras me miraba con lascivia.

Introdujo sus dedos en mi vagina aún empapada de su corrida. Se agacho y comenzó a lamerme toda de abajo a arriba, recorriendo todos mis pliegues y de nuevo me excite como una loca. Comencé a gemir. No quería que parará nunca. Chupaba mi clítoris con una intensidad que me hacía temblar. Mis gemidos se convirtieron en gritos.

—Chúpame, cómeme por Dios, no pares.-Sólo podía gritarle.

Él obedeció y siguió devorándome mientras introducía dos dedos que movía en círculos dentro de mí.

Mi sexo parecía un manantial por la cantidad de jugos volviéndome loca. No podía dejar de mirar cómo me lo hacía, estaba a punto de correrme... y él se paró.

Odiaba y a la vez me encantaba que me martirizará así.

Sacó de mi hirviente raja sus dedos y se los metió en la boca. Luego se inclinó y me besó mientras metía los dedos entre nuestras lenguas.

Puso mis rodillas sobre sus hombros y comenzó a follarme sin dejar de mirarme a los ojos.

Notaba su pene tan duro y tan hinchado que en cada embestida quedaban repletos todos y cada uno de los lugares de mi vagina.

Estallé en un orgasmo mientras gritaba como una loca, él empezó a moverse de una manera frenética, me follaba sin compasión alguna y yo tenía cerca de nuevo otro orgasmo.

Notaba como él ya no podía más, me apretó los pezones y gimiendo como un animal comenzó a correrse haciendo que yo me fuera con él. Se desplomó de nuevo sobre mí, cuerpo a cuerpo, respirando profundamente. Poco a poco nuestro corazón se fue tranquilizando hasta quedarnos dormidos, exhaustos por tanto placer compartido.

Escrito por Iría Ferrari.

(9,50)