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Genevieve la diosa

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Genevieve vive en lo que nosotros llamaríamos el paraíso. Tal y como lo denominaban los griegos, sería el equivalente a Afrodita, la Diosa de la belleza. Es como suponemos, muy hermosa. Tiene los ojos azules, una melena rubia preciosa, que sobrepasa sus hombros y un cuerpo de Diosa. Pechos grandes, pero no excesivos, piernas largas, hermosas, con unas caderas muy atractivas y un culo hermoso.

Pero Genevieve se aburre en el paraíso. Hace siglos que no se le permite bajar a la Tierra como antaño, en la época en que los griegos forjaron sus leyendas de Dioses y Diosas. Ahora tiene prohibido mezclarse con los humanos como hizo antaño.

-Hola Genevieve, le dice su padre, el gran Hiposteo. (Hiposteo es el nombre real del Dios conocido como Zeus)

-Hola padre.

-¿Qué tal?

-Bien, solo que un poco aburrida. Echo de menos cuando podíamos bajar a la Tierra.

-Eso se prohibió por un motivo, hija. Bastantes problemas nos dio con los humanos entonces.

-Pero ahora nadie se enteraría. Me haría invisible.

-¿Invisible? ¿En serio?

-Si, invisible, solo me dedicaría a observar a los humanos.

-Creo que siguen igual que hace siglos. Pero tú verás. Si no interfieres, puedes bajar en forma invisible.

Genevieve dio las gracias a su padre y salió corriendo a su cuarto. Se puso su ropaje, una túnica color marfil, hecha con tejido Divino, y recogió su melena en una coleta. Aunque nadie podría verla, decidió maquillarse un poco.

Ya preparada, se concentró y repitiendo una frase, se desvaneció del paraíso y apareció en la Tierra.

Se encontraba en una ciudad de Europa, en Grecia para ser exactos, cuna de su primera aparición en nuestro mundo.

El mundo había cambiado mucho desde su última bajada a nuestro planeta. Se contempló en el escaparate de una tienda, viendo lo hermosa que era, una vez más. Una mujer detrás de ella también miraba el escaparate, pero obviamente no podía verla. Era hermosa, pero nada que ver con ella.

Se sentía orgullosa de su belleza, pero sobre todo de su inmortalidad, algo que los mortales no podían tener. Cuando esa mujer fuera una anciana, ella seguiría siendo igual de joven que ahora.

Lo único que envidiaba Genevieve que tenían los humanos, era el sexo. Los humanos procreaban mediante el sexo, pero los Dioses no.

Ellos tenían también órganos sexuales, pero se reproducían de otro modo. No podían desperdiciar sus genes divinos, en formas tan groseras como los humanos. Aunque su padre como Zeus, ya había derramado su semilla en alguna mortal. Pero claro, nadie se atrevía hoy en día a recordarle eso.

Aun así, Genevieve ya había tenido relaciones carnales con algún mortal. Recordaba a un herrero muy hermoso, con el que tuvo sexo hacía dos mil años. Pensaba que ahora estarían sus descendientes repartidos por la Tierra, como lo fue en su momento Aquiles, el semidiós, cuando su padre se dedicaba a fornicar con las mortales.

Pero claro, eso trajo muchos problemas y desde hacía muchos siglos, su padre les tenía prohibido bajar a nuestro mundo y mucho menos aún mezclarse con ellos.

Genevieve se miró hacia su sexo y tuvo un leve recuerdo de lo que sintió cuando tuvo relaciones con el hombre mortal. Aquello era lo mejor de toda la vida mortal. ¿Por qué los Dioses ya no podían tener sexo ni siquiera entre ellos?

Olvidándose de esos pensamientos, se dirigió al interior de la ciudad. Su mente se había vuelto calenturienta y ese momento, solo pensaba en encontrar a un hombre mortal con el que romper su voto de castidad divina y tener sexo con él.

Entonces recordó de nuevo a Aquiles y se concentró con su poder para poder encontrar a algún descendiente suyo. ¿Alguno seguiría viviendo en esta ciudad?

Recorrió la ciudad mentalmente buscando un descendiente de Aquiles, pero no encontró a ninguno.

Si encontró a un descendiente del herrero. Así que había tenido descendencia al fin y al cabo, aunque después de dos mil años. Si Hispoteo se enteraba, se iba a enfadar mucho.

Bueno, ahora no era cuestión de preocuparse, pensó Genevieve, seguiré a ese hombre y luego pensaré como me presentaré ante él.

Ese hombre trabajaba en lo que los mortales llamaban una oficina. Salía de trabajar a las 5 en punto de la tarde, hora de los mortales, evidentemente. Le siguió por la ciudad hasta su casa, un bonito apartamento con vistas a la Acrópolis de Atenas. ¡Qué recuerdos de aquella época! Bueno, ahora céntrate en lo que importa, tienes que acostarte con él.

El hombre se disponía a abrir la puerta de su casa, sin darse cuenta de que tenía a Genevieve detrás de él. Entró dentro y Genevieve que aparte de su invisibilidad podía hacerse intangible también, atravesó el cuerpo del hombre.

Este sintió un gran placer al ser atravesado por la diosa, tanto que acabó de rodillas en el suelo.

-¿Qué me ha pasado? ¿Qué es esto? Se miró y levantando su pantalón y calzoncillo, vio que había tenido una polución instantánea.

En ese momento escuchó una voz en su cabeza: ¡Hola humano! Soy Genevieve, tú eres un descendiente del hombre que conocí hace dos mil años.

-¿Qué ocurre? Pensó, ¿me estaré volviendo loco?

Genevieve levantó sus brazos y con su poder hizo que el hombre retrocediera con su mente a esa época, para que se diera cuenta de que lo que decía ella era verdad.

Tuvo visiones de hace siglos, y entonces vio a la diosa con un hombre parecido a él, pero que no era él. Estaban en la cama haciendo el amor, él veía a los dos haciéndolo, con ella encima de su antepasado.

Entonces la imagen giró y la vio a ella de frente, disfrutando mucho por la cara que ponía y mordiéndose el labio. Al cabo de un rato, ella llegó al orgasmo y él estaba ahí delante para contemplarlo.

Se borró todo de su vista y Genevieve se materializó delante de sus ojos. ¿Ahora lo crees? le dijo.

La mujer rubia que había visto en esa ¿alucinación? apareció ante sus ojos. Era tan hermosa como en la visión, pero no podría creer aún que fuera real.

-¿No me crees todavía?

-No puedo, no eres real…

En ese momento ella levantó su brazo y le hizo levitar hasta su dormitorio.

Él se asustó mucho porque estaba volando a través de su casa y aterrizó en su cama suavemente.

Genevieve se quitó su túnica y se quedó desnuda delante de él.

Los ojos del hombre se abrieron como platos. Sus pechos apuntaban hacia él. Eran grandes, sin ser enormes, justo como a él le gustaban y su pubis no estaba depilado. Era rubio como su pelo y se excitó mucho al verla así.

Entonces la diosa se acercó y de un salto se puso encima. El hombre tenía una erección considerable y ella lo notaba. Sonrió y con otro gesto le desnudó. Miró a su pene erecto y se sentó encima de él penetrándose con su miembro.

Empezó a follárselo literalmente ya que el hombre no ofrecía resistencia. Disfrutaba un montón, su sexo de diosa hacia siglos que no sentía nada igual. El hombre no decía nada, no sabía si estaba disfrutando o no, aunque a ella le daba igual, solo quería seguir y seguir haciéndolo por horas.

El hombre eyaculó después de media hora de sexo intenso, pero Genevieve seguía botando y disfrutando como una loca.

Habían pasado ya dos horas de sexo, el hombre se encontraba agotado, aunque había eyaculado 3 veces más. Después de media hora más, Genevieve gimió como una loca y se dio por satisfecha.

Se retiró del hombre y se quedó otra vez mirando su pene. Limpió con su lengua sus restos de semen como una viciosa y cogiendo un clínex de la mesilla, se limpió también su sexo húmedo y mojado por tantas corridas como había recibido.

Uff, era magnifico, había follado dos horas y media y había disfrutado mucho, mucho. Ese hombre parecía asustado.

-¿Por qué me hiciste eso?

-¿No te gustó?

-Me violaste, le dijo.

-¿Y qué harás?

-Nada, no puedo denunciarte, nadie me creería.

Pero que tonto era, pese a lo que le había mostrado, no se daba cuenta de que ella era real y era su descendiente.

No importa, ya me ha dado lo que quería y ahora me iré, se dijo. Se vistió de nuevo con su túnica y se dispuso para volver al Olimpo.

-Espera, no te vayas.

-¿No quieres que me vaya?

-Dame una prueba de que eres real.

-Ya te la di.

-Necesito otra.

Se acercó a su cara y rozó su mejilla con su mano perfecta. El hombre experimentó una sensación muy rara. Su cabeza daba vueltas y tuvo muchas visiones rápidas de imágenes que pasaron por sus ojos. Después de un rato se dio cuenta que todo era real.

-Está bien, te creo. Ahora quiero follarte yo.

-Así me gusta, no quería obligarte. Se rio.

La cogió del brazo y la tumbó en el sofá a cuatro patas. Le quitó su túnica y volvió a dejarla desnuda. Se agachó y lamió su coño de diosa. Genevieve gritaba de placer y se agarraba al brazo del sofá. Después de unos minutos comiéndole el coño, se dispuso a penetrarla. Empezaron a hacerlo en esa postura y gimieron como locos. Afortunadamente, sus gemidos eran silenciados para los vecinos gracias a los poderes de Genevieve.

El hombre se corrió una vez más y ella también. Estaba como loca después de tanto placer. Ahora ella se puso encima de él, sentado en el sofá.

Los dos estaban haciéndolo, cabalgándose mutuamente, gimiendo de placer, sudando mucho y de vez en cuando, el hombre chupaba las tetas de la diosa.

Estaban a punto de correrse otra vez, cuando una voz cavernosa inundó toda la habitación.

-¡Genevieveeeee!

Era Hiposteo, su padre, que la había descubierto en la tierra.

De un impulso invisible, Genevieve saltó hacia atrás, desnuda como estaba y cayó al suelo. El hombre sintió un dolor en su pene al salir ella tan precipitadamente.

Caída como estaba en el suelo, su cuerpo empezó a iluminarse progresivamente, hasta acabar desapareciendo.

¿Qué ha pasado? Se preguntó el hombre. ¿Adónde ha ido?

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En el palacio celestial de Hispoteo, Genevieve se despertó desnuda, cubierta solo por su túnica y encerrada en una jaula enorme como si fuera un pájaro. Su padre estaba frente a ella, solo que era tan grande, como pudiera ser un hombre para una simple ave.

-Traidora, le dijo. Has hecho lo que te ha dado la gana. Me prometiste que serias invisible y te has mostrado al humano y has fornicado con él. Pasaras aquí el resto de la eternidad.

Genevieve estaba muy triste. No pensaba que su padre la descubriría. También se acordaba de su descendiente. ¿Se acordaría de ella?

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