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Todo por una infección de orina

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Todo comenzó cuando la pobre Judith adquirió una infección de orina estando en el extranjero…

Judith había sido muy afortunada ese año. Había ganado una de aquellas becas que le permitían pagarse una estancia en un país extranjero mientras aprendía un idioma y no cabía en sí de contenta cuando leyó la noticia. Su destino estaba claro, quería ir a Brighton, un entrañable pueblo al sur de Inglaterra, que en las fotos aparecía flamante. Rápidamente se puso a planearlo todo: el viaje, las clases de inglés y la estancia. La espera hasta el mes de julio se hizo larga, pero finalmente llegó el momento de disfrutar la estancia. Y allí estaba, allí llevaba ya una semana y se sentía totalmente integrada en el ambiente: había hecho todo tipo de amigos en la residencia y estaba disfrutando sus ratos libres para ver muchos sitios turísticos ya que el tiempo estaba espléndido. Era un verano para recordarlo, todo marchaba perfecto. O así debería haber sido.

No obstante, algo se torció al inicio de la segunda semana en Brighton. Nada más levantarse de la cama de la residencia el martes por la mañana, cuando el sol clareaba, notó que algo iba mal. Algo andaba mal en su cuerpo, notaba un malestar. Era raro, porque tenía la sensación de haber descansado muy bien toda la noche. ¿Podía ser la regla? Pero eso era imposible, le había bajado justo antes de venir a este país. La regla quedaba completamente descartada. Entonces, ¿qué podía ser?

Se deslizó en silencio de la cama, su amiga Mónica aún estaba dormida. Se dirigió al baño y una vez dentro se sentó encima de la taza del váter. El corto camino que había recorrido hasta el cuarto de baño le había causado dolor, un dolor que parecía concentrarse en sus partes más íntimas y en parte de la tripa. Judith no entendía nada. De repente, sintió unas intensas ganas de orinar. Se incorporó para subir la tapa del váter, se bajó las bragas y se subió el camisón, sentándose con urgencia sobre el váter y se dispuso a dejar salir la orina. Al momento, le sorprendieron dos cosas: la primera fue ver que las braguitas que se había bajado tenían rastros rojizos que no podía explicar, la segunda y más importante, experimentar una sensación de intenso dolor mientras intentaba expeler la orina de su cuerpo. No pudo evitar pegar un chillido que despertó a su compañera. Estaba meando sangre.

-¡Mónica, joder, mira estooo! – Mónica ya se había despertado con el chillido y ya había entrado en el cuarto de baño, donde su compañera estaba haciendo pis sin ninguna privacidad aparente. Peor cuando vio lo que quería enseñar Judith lo entendió todo.

-Mira, esto es una putada. Judith, tía, tienes una infección de orina – diagnosticó Mónica con un gesto de preocupación.

Judith ya era un mar de lágrimas. No entendía que le pasaba ni por qué, sólo quería dejar de sufrir.

-Haz algo, Mónica…- pidió suplicante Judith.

-¿Qué quieres que haga? Tenemos que ir al médico, vamos, no hay otra opción. Hoy nos saltaremos las clases, te acompañaré.

-No, de ninguna manera- replicó la enferma.- No estoy tan mal como no poder valerme por mí misma. Puedo coger el autobús o un taxi perfectamente para llegar al hospital. No tienes por qué perder clase por mí, anda.

-Pero si lo hago por ti, Judith.

Peor no podía convencer a su amiga, que siguió insistiendo en que podía ir perfectamente sola al hospital. De tal forma que Mónica se empezó a arreglar, porque no quedaba mucho para el inicio de las clases de ese día.

-Bien, daré aviso de que hoy no podrás ir. Voy tirando. Si te pasa cualquier cosa y tengo que ir a ayudarte, no dudes en llamarme, ¿vale?- A Mónica le daba algo de pena su amiga. Sabía lo atractiva que podía resultar para los hombres y siempre le entraba la paranoia de que pudiera pasarle algo, de que quisieran aprovecharse de su cuerpo. Pero mientras revisaba el contenido de su bolso y metía el móvil, se dio cuenta de que ese tipo de pensamientos estaban fuera de lugar.

-Espero que te atiendan en nada y te mejores, ¿ok?

-Gracias Mónica, nos vemos luego- Mónica cerró la puerta y salió corriendo en dirección a las escaleras para coger el autobús.

Judith empezó a considerar su situación. Seguía sintiendo muchas ganas de orinar, aunque ya sabía lo que ello conllevaba. Sin embargo, no consideraba posible llegar hasta el hospital teniendo tantas ganas de hacerlo. Se contuvo el dolor mientras orinaba una vez más lo que no había tenido valor de terminar antes. Definitivamente, aquello era horrible. Judith se desnudó y se metió a la ducha. El agua caliente empezó a salir al de poco tiempo, se alegraba de no tener problemas de ese estilo en la residencia.

Cuando salió de la ducha, el agua aún corría por las formas de su cuerpo. A Judith le gustaba mirarse en el espejo desnuda antes de ponerse la toalla. Se miró a sí misma, siempre se gustaba mucho. Y es que había que decir que era muy guapa. Su cara era de gestos tiernos, tenía unos preciosos ojos color turquesa y un pelo anaranjado de nacimiento. En cuanto a su cuerpo, era de talla mediana tirando a bajita. Sus pechos eran normalillos, pero sin duda lo que más le gustaba sacar a presumir era su culo, que enfundado en unos vaqueros prietos era de lo más atractivo. También sus piernas eran duras, de infarto, con medias sacaba a relucirlas muy bien. Sin duda, Judith estaba orgullosa de su cuerpo, pensaba mientras se lo secaba con la toalla. El dolor de sus partes inferiores no mitigaba, así que decidió acabar su show narcisista, vestirse y ponerse en marcha rápido.

Ni siquiera paró a desayunar. Eligió ropa algo ligera porque el día se presentaba caluroso. Se vistió con una camisa de lino blanca con botoncitos dejando un poco de escote, unos pantalones cortos a la altura de las nalgas, unas medias y unas botas graciosas con borla. Rápidamente cogió el bolso y se dispuso a salir al hospital. Pensó que quizás debería haberle acompañado su amiga, andar le costaba un poco porque le hacía mover su zona dolorida. Pero apenas tendrá que andar, iría en algún tipo de transporte hasta el hospital. Judith salió tan apresurada de su habitación que no vio que se había dejado el móvil en la mesita de noche.

Era la típica hora punta de las mañanas. Judith vio acercarse el autobús que le llevaba al centro, pero estaba tan abarrotado que se dio cuenta de que no podría sentarse, lo cual era una desventaja. Si podía sentarse notaría menos el picor. Por tanto decidió recurrir a un taxi, que solían circular libres por la ciudad durante todo el día. Sólo tuvo que esperar tres minutos hasta que pasó uno con la luz verde indicando “FREE”. Levantó la mano para que se detuviese y se acercó a la ventanilla del taxi. El taxista era un hombre grandote, de unos 40 años, negro y con gafas de sol. Judith explicó en inglés que quería ir al hospital con cierta urgencia y se montó junto a él.

Si el taxista no llevara gafas de sol, la chica hubiese podido ver que había lanzado una lujuriosa mirada a todas las partes del cuerpo de Judith. El pobre hombre llevaba mucho calor y era la primera chica cachonda que montaba en su coche en varios días. Sin que la inocente chica se diese cuenta, cogió la licencia que llevaba expuesta al público y la escondió debajo del asiento. Ella no iba muy atenta a lo que ocurría a su alrededor, parecía tener mala cara y cerraba los ojos, como si le doliese algo. Después de todo, quería ir al hospital, recordó.

El taxi arrancó en dirección al centro. Judith no hablaba nada. Casi en cada calle el taxista aprovechaba para mirar los potentes muslos de la cliente que iba a su lado y no podía más, en cualquier momento iba a desarrollar una erección de caballo. Necesitaba montar a esa preciosidad extranjera.

Llegar al hospital no le llevó más de siete minutos. El hospital estaba abarrotado como casi todos los días, pero disponía de un parking subterráneo libre a clientes. El taxista le comentó a Judith que podía dejarle debajo y coger directamente el ascensor a planta, que era considerablemente más rápido que la entrada principal. Judith aceptó y el taxista no comprendió cómo ella se podía creer semejante mentira. El coche bajó la cuesta y se metió en el parking. No había mucho sitio en la primera planta, pero en las siguientes había algún hueco. Sorprendentemente el taxi bajó hasta la cuarta, donde estaba casi todo vacío.

A Judith le parecía raro bajar hasta tan abajo, que además estaba desierto, pero no iba a contradecirle. El taxi aparcó en un lugar bastante recóndito del parking, entre dos columnas y una pared que era difícil de ver desde otro sitio. El taxímetro con el coche detenido marcaba 7,62 libras, que a la chica le pareció caro pero no quería perder tiempo protestando debido a su estado. Sin embargo, al tenderle el dinero al taxista, este no parecía tener mucha prisa en coger el dinero y dejarla salir.

El conductor negro había preparado la violación de la extranjera a la perfección. Con un ademán apartó el dinero de su vista y con la otra manaza enorme agarró fuertemente el muslo de Judith.

-¿Qué?- Preguntó la atónita chica.

Sin embargo, el taxista no quería dar muchas explicaciones. Cogió la gamuza que usaba para limpiar el coche y se la metió con fuerza en la boca, gamuza que estaba asquerosa de aceite, todo hay que decirlo. Judith gritó, pero la gamuza almohadillaba bien sus chillidos que ahora parecían murmullos, y con un golpe en la cabeza que le propinó el negro después se quedó muy atontada. La otra mano del negro agarró el muslo con tanto fuerza que desgarró la media en tiras. Él tenía toda la fuerza que a ella le faltaba, se iba a quedar con todo lo que él quisiera mientras la violaba. Incluso con su virginidad.

Al negro le excitó mucho romper la media de Judith y desgarró la otra con idéntica fiereza y con gran cara de lujuria. Los potentes brazos del negro no dejaban a Judith mucho lugar para moverse. Aquella zona del parking era oscura porque los fluorescentes parecían estar fundidos. No parecía haber escapatoria para la pobre extranjera.

El negro ya se había fijado en el escote que salía tímidamente de la camisa blanca de la muda Judith. Procedió a quitársela, con demasiada fuerza porque dos botones se saltaron, mientras la pelirroja miraba toda la operación con terror, vio como su sujetador blanco quedaba fuera de su cuerpo y dos manos negras como el carbón cubrían sus pechos y los masajeaban sin ningún tipo de pudor… Ella se sentía fatal, no podía protestar y tampoco podía moverse gran cosa en ese asiento y con la mole que tenía encima. Sus tetas se balanceaban al ritmo de su agresor, que pellizcaba sus pezones sin delicadeza e incluso se llevó un pecho a la boca, llena de saliva. Judith quería morirse de la vergüenza, pero lo peor estaba por llegar.

Ahora estaba cubierta solo por su pantaloncito corto, ya que las medias estaban desgarradas por el frente. El taxista se cansó de repente de sus blancos pechos y decidió explorar el piso de debajo de su cuerpo. Tuvo algo de delicadeza al no romper también el pantalón: le quitó ambas botas y deslizó por las piernas el pantalón con los restos de las deshilachadas medias, y tiró todo ello al asiento de al lado. A Judith ya sólo le quedaban puestas las braguitas, parte del pelo le cubría los pechos de una forma muy sexy. El negro la rodeó con sus brazos y la tiró a la parte de atrás del coche, donde no tardo en reunirse con ella- Judith intentó quitarse la gamuza de la boca pero el violador no se lo permitió, como tampoco pudo conseguir evitar que le quitase las braguitas blancas que tapaban su sexo. El hombre cogió la tela por ambos lados y tiró de los extremos, pasándolos por los fuertes muslos de Judith que pugnaban por mantener cerrada la entrada a su rajita. No lo consiguió, porque la resbaladiza ropa se escurrió fácilmente por la presión del negro y así fue como Judith quedó totalmente desnuda debajo del taxista, con una bayeta metida hasta la garganta, unos pechos machados de saliva y un coñito con vello pelirrojo que contaba sus últimos segundos antes de ser perforado.

Judith profería grandes gemidos amortiguados ante el inminente momento de su desfloración. Pero el negro tenía tal excitación que era imparable. En relativamente poco tiempo se deshizo también de su uniforme de taxista y al quitarse los calzoncillos reveló una erección grotesca que no podía ocultar más. Tenía un rabo enorme negro, de más de 20 cm y grueso como el antebrazo de la pobre Judith, en la base cubierto por una gran mata de pelo y con dos cojones enormes que colgaban.

El negro le metió la mano en el conejo sin miramiento y le dio un par de amplias frotadas en su pubis, metió uno de los grandes dedos como morcillas dentro de su intimidad pero lo sacó rápido, quería remplazarlo por su gran falo impaciente. Y más aún, había notado un himen delicado dentro de esa flor. No era la primera vez que se follaba a una turista incauta y poco precavida que se había metido sola en su taxi, ni la primera sin estrenar, pero hacía bastante tiempo que no le tocaba una virgen de tan buen ver. Estaba buenísima, aunque no era capaz de calcular muy bien su edad. Tenía un precioso y cerrado coñito. Sin duda esa visión y todas las sensaciones le acompañarían durante bastante tiempo…

Separó ampliamente las piernas de la extranjera para hacer sitio a su tremenda polla y se preparó para dar comienzo a la perforación de la inocente pelirroja. Era consciente lo mucho que iba a gritar la chica al recibir una desvirgación tan dolorosa, pero le traía sin cuidado porque no iban a oírles. Y el dolor, pues que se jodiera. La follada tenía que ser rápida, porque a pesar de estar relativamente aislados alguien podía pasar y aparcar cerca.

Con una manaza separó los labios carnosos y virginales del coñito de Judith mientras con la otra cogía su potente verga y la enfilaba al interior de su sexo. Los ojos de Judith adquirían una expresión del más puro horror mientras el falo separaba físicamente sus labios vaginales y se colaba dentro de ella, en su intimidad celosamente guardada, ya comenzaba a sentirlo porque le abría por dentro, la dilataba…

El negro se apresuró y no se detuvo cuando topó con el himen que impedía que el resto del gigantesco pollón entrase dentro de la hembra, así que lo rompió de una brutal estocada. La fina membranita virginal de Judith se convirtió al momento en un desgarro de sangre. Al momento, Judith se retorció literalmente de dolor y empezó a hacer aspavientos mientras las lágrimas lubricaban el trapo que le cerraba la boca; pero no por ello el negro dejó de empujar a la puta hasta que sintió que su pene encajaba dentro de la vaginita recién desvirgada. El aparato del negro estaba tan duro que eso sólo incrementaba el dolor que ella soportaba. Sus paredes vaginales apretaban con inusitada fuerza la polla negra que acababan de recibir, mientras cierta cantidad de sangre caliente emanaba de sus entrañas y le recubría el gigantesco miembro. Sintió como su grueso y caliente pollón apretaba el útero de la extranjera, y acto seguido empezó un violento movimiento de mete y saca, acompañado de bufidos que profería la pelirroja. La putita estaba excesivamente apretada, pero él se encargó de abrirla a base de rudas estocadas, lo cual escocía el sexo de Judith hasta límites insospechados. Romper violentamente la virginidad de una chica así no le iba a ocurrir todos los días.

El negro estaba muy excitado, sus movimientos de follada hacían que el taxi entero se balanceara a su ritmo en aquella oscura parte de garaje que estaba siendo un infierno para la enferma Judith. Experimentaba una insospechada sensación de placer al follarla, al cubrirse con su enorme y negro cuerpo el delicado cuerpo diminuto de la chica, dilatando su vagina, agarrando con violencia sus pechos para acompañar a sus acometidas y sintiendo la sangre empapando la matriz, aunque dentro de poco tendría otro líquido más caliente.

Judith quería morir del dolor de aquel falo enorme que la abría por dentro, partiéndola en dos cada vez más al fondo en cada movimiento. Movimiento que se acrecentaba por momentos, cosa que Judith no quería ni imaginarse. Y es que el negro violador estaba llegando al clímax, se movía de forma más descontrolada, volcándose sobre el pálido cuerpo de la hasta hace poco virgen cada vez más rápido. Sentía como sus cojones negros se revolvían con placer, como una sensación calurosa atravesaba su candente polla a la vez que desgarraba la vagina de Judith. Ya no aguantaba más, pegó un último empujón brutal hacia el útero mientras sentía como se corría. A la vez emitió un grito exorbitadamente alto, un gruñido de placer mientras agarraba con fuerza a la chica presionándola contra el fondo del asiento. Judith, asustada, solo pudo permanecer impotente y muda ante el cambio de ritmo, ante la sensación de una polla clavándose hasta lo más hondo de su intimidad, y que de repente comenzó a lanzar chorros de un líquido hirviendo que se conjugaba con sus heridas paredes vaginales, empapándolas, salpicándolas, quemándolas… Judith se sentía llenada de un denso semen que corría lenta pero implacablemente por su cavidad desvirgada hacia el útero, donde la fertilizaría irremediablemente dejándola preñada. Parecía como si el esperma fuera inagotable, como si el negro no dejaría de expulsar semen y ese momento fuera eterno, mientras aún continuaban algunas sacudidas vejatorias contra su pubis. El semen se disolvía en ella, penetraba hirviendo sus partes más íntimas dejando la semilla del negro. Finalmente, el negro hizo más lentos sus movimientos y retiró un poco el pene de la profundidad del coño lleno de sangre y semen, dejándolo a la apertura, mientras aún mantenía su peso sobre la chica y resoplaba por el intenso ejercicio de destrozar a aquella mujercita. La miró con puro deseo, mientras Judith seguía casi inmóvil, con el trapo metido en la boca y sus ojos con ya abandonada expresión de horror, sustituida ahora por resignación y lágrimas que resbalaban por su cara y llegaban hasta sus manoseadas tetas. Judith quería morir…

Él decidió salir de ella, su verga estaba perdiendo rigidez pero aún goteaba líquido blanco que estableció una curiosa línea entre sus dos sexos. La chica sintió como su sexo estaba lleno a rebosar de la semilla del invasor y sintió como de derramaba hacia fuera y salía mojando los labios externos, un gesto realmente obsceno, y en esa salida se acompañó de sangre virgen. Una bella cascada. El espectáculo era tremendo para encender la libido de cualquiera.

Sin embargo, el negro perdió el interés tras desvirgarla y correrse dentro de ella. Se vistió y tuvo la delicadeza de lanzar las prendas de ella a su cara, signo de que podía ir vistiéndose. Judith aún aquejada pero al menos ya libre y follada, se quitó la asquerosa gamuza de la garganta y tosió un par de veces. Miraba con gran desconsideración y odio al taxista que le violó y ahora ocultaba su desnudez en su uniforme. Agarró su bolso y cogió una compresa, con la que se limpió el chorretón de fluidos que salía de su sexo, pero pensó que también debería limpiarse por dentro tan rápido como fuera posible, quien sabía si ya no era tarde. Se puso de nuevo las braguitas y ya empezó a sentirse algo mejor, en la medida que puede mejorar una cuando ha sido brutalmente desvirgada y sigue dolorida por el brutal sexo y una infección que no deja de acrecentarse. Se puso el resto de sus prendas, pero tuvo que tirar las medias porque estaban destrozadas sin remedio. Dios mío, pensaba ella, yo no quería esto… Lo único que no podía disimular ahora mismo eran sus lágrimas.

Tenía que denunciar a ese puto negro. Pero entonces se dio cuenta de que en todo el trayecto no había visto su licencia, que normalmente debería figurar en el salpicadero. Estaba segura de que él lo había hecho aposta. El negro se fijó en que ya se había vestido, salió del taxi y abrió la puerta de atrás para sacarla. Judith se negó a salir y amenazó con su intención de denunciarle, pero el negro pasó de oírla. Judith no iba a conseguir luchar contra ese negraco y arrebatarle la licencia, con lo que su única oportunidad sería ver la matrícula del coche para identificarle. Pero el negro parecía preparado para ello. Inmovilizó a Judith de nuevo con sus potentes extremidades y sacó de un bolsillo una pieza larga de ropa que con facilidad anudó a la cabeza de la chica. Judith pataleaba desesperada pero su fuerza no podía compararse a la del negro. Recibió de él también un golpe tremendo en la espalda que la dejó retorcida de dolor en un suelo duro que ya no era el del blando asiento trasero del coche. Mientras intentaba recomponerse, y sobre todo quitarse la mordaza de los ojos para poder ver, oyó como un coche cercano se encendía y comenzaba a arrancar. A duras penas se quitó la venda, pero lo único que alcanzó a ver fue al taxi, metiéndose por la rampa que daba acceso al piso superior y saliendo fuera de su vista para siempre.

-Joder, ¡¡serás hijo de puta!!!- gritó una Judith que se hallaba sentada, completamente sola en aquella lúgubre planta del parking. Pegó algún grito más de rabia acompañado de llantos, y recogió sus rodillas tapando su cara mientras intentaba lidiar con su enfado. Se sentía timada, violada… la había desflorado un desconocido que le había causado gran dolor… ¡violada en su primera vez! Ella que quería conocer un galán guapo, alguien a su altura, siendo como era una preciosa pelirroja de ojos verdes. No podía concebir nada peor. Pero la pobre no sabía que era pronto para pensar en cosas así todavía.

Judith, tras pasar algunos minutos en el suelo como mujer sin honra, decidió que debía recomponerse e ir a la consulta, que para algo había ido al médico. No podría denunciar a ese demonio negro porque no tenía ni un solo dato suyo, y con tantos taxistas negros como habría en esa ciudad iba a ser una tarea poco menos que imposible. Así que sólo le quedaba afrontar la vida con valentía. Nadie tenía por qué enterarse de que la habían violado cuando le quitaron el virgo, procuraría que fuese su secreto. Cogió el bolso que yacía al lado suyo, se levantó, y fue consciente de varios dolores en su cuerpo: no solo la infección y la violación afectaban a sus partes bajas, también le dolían las nalgas y las tetas por los ataques sexuales del negro y el golpe que le propinó en la espalda. Estaba casi hecha polvo. Pero buscó la salida y se dirigió hacia ella andando con la mayor dignidad que pudo. Encontró un letrero luminoso que le condujo a las escaleras para salir del parking.

A cierta altura de las escaleras, Judith encontró un baño y se metió rápidamente en el de mujeres. Cerró la puerta del váter, se sentó sobre la tapa y se quitó los pantaloncitos y las bragas, para revelar su coñito recién desvirgado. Le dolía horrores, no solo por la violación sino también por la infección por la cual se encontraba allí. Separó con sus dedos los labios de la vagina y se metió un dedo para examinar su sexo. Le repugnó sacarlo mojado de semen con trazos de sangre disuelta, tenía que hacer algo por limpiar su coñito porque muy probablemente el médico iba a echarle un ojo. Otro pensamiento la aterrorizó, el de quedarse preñada. Pero decidió ser más práctica y no pensar en ello, lo primero era limpiar su sexo por dentro. A falta de una ducha, se dedicó a tomar papel higiénico y a pasarlo por dentro de su intimidad desgarrada. El tacto del papel era áspero y sentía dolor al pasarlo por dentro de su sexo, mientras se impregnaba de denso semen. Todas las pasadas del papel higiénico manchado las tiraba al váter y cogía un nuevo remanente de papel. Tras unas dolorosas pasadas creía haber eliminado la mayor parte de la humedad, aunque no podía llegar al útero y era posible que si el semen había llegado hasta allí, aparte de dejarla embarazada casi con seguridad, podría resbalar durante el resto del día de nuevo hacia su vagina. Dedicó un último trozo de papel a recorrer con él las paredes vaginales, que escocían por el dolor de la penetración vigorosa del duro miembro del negro, en un intento por borrar los últimos rastros de semen y sangre virgen. Se ayudó saliendo al lavabo y pasando un papel algo humedecido, y cuando vio que al menos ya no había rastros rojizos se alegró un poco. El agua del grifo venía bien para aliviar el escozor de su coñito. Tras la operación lavado, Judith aprovechó para arreglarse un poco, colocarse bien las prendas y peinarse. El maldito negro había roto algunos botones de su camisa blanca, pero no era momento de pararse en detalles. Abandonó el baño una vez se hubo arreglado lo mejor que pudo.

Buscó el móvil para contarle a Mónica sus penas pero no lo encontró. Eso era horrible, ¿dónde lo había perdido, en casa, se lo habría robado el negro? Pero lo importante, más que el móvil, era poder oir la voz de su amiga. Y eso no era posible...

Un mapa en la pared contigua le ayudó a situarse dentro del hospital. La entrada principal estaba hacia la izquierda, se dirigió hacia allí, mientras pensaba como decir en inglés su problema de salud (la violación ni mencionarla, qué vergüenza). Judith se dirigió hacia el mostrador de información, con el dolor sobre su parte inferior del cuerpo muy aumentado. Cuando llegó allí explicó en hábil inglés su problema de infección de orina y pidió hablar con el especialista. Añadió que no era de ese país, pero tenía una tarjeta con la que validar su permiso sanitario. Pero la mujer del mostrador le contestó que no era posible en su situación de paciente desplazada acceder directamente al especialista, tendría que ir primero al médico de cabecera, hablar con él y que le diese un volante para el otro médico. Judith aceptó a regañadientes, porque sabía que esto no iba sino a retrasar su tratamiento. Se dirigió a la segunda planta por el ascensor, donde atendía el médico que le habían indicado.

Judith, por suerte, no tuvo que esperar mucho a que el médico la atendiese, se ve que por ser verano no había muchas personas en la sala de espera. Sólo tuvo que esperar a un par de ancianos antes de que ella pueda acceder al médico de cabecera general. Judith intentaba disimular la violación lo mejor que le era posible, intentó adoptar una expresión más positiva en su cara, pero al ver que la gente le miraba muy sospechosamente decidió simplemente ocultarla tras una aburrida revista. Al rato, el médico la llamó por su nombre y entró rápidamente en la consulta.

El hombre ataviado con una bata rondaría ya sus sesenta, conservaba poco pelo en la cabeza y tenía un aspecto de sobrepeso poco acogedor. Pero a Judith le pareció muy amable y que le sonreía mucho. Le explicó el problema que había tenido al levantarse al mear por la mañana, y que su amiga le había comentado que podía ser una infección de orina porque lo había visto otras veces. El médico le dio la razón. Insistió, como insisten todos los pesados de los médicos de cabecera en hacerle un reconocimiento básico, tras el cual le derivaría al especialista. Judith intentó decir que no tenía sentido, pero dio igual.

El médico, amargado tras estar todo el día en la clínica atendiendo a la tercera edad, le había agradado ver mucho a la pelirroja que se quejaba de que meaba sangre. Tanto, que empezaba a ponerse contento ahí abajo. Era una chica deliciosa y tímida, adolorida, que despertaba en él ese sentimiento de poseerla, de aprovecharse de ella. En la clínica era demasiado intentar un polvo, aparte que sus condiciones físicas limitaban bastante la cópula, pero se le ocurrió otra cosa que hacer con la chica.

Cogió el estetoscopio y lo pasó por el pecho de la joven, lo cual le puso aún más empalmado debajo de su bata. Sujetó el aparato con la mano izquierda y lo siguió pasando por los puntos anatómicos de la joven, mientras su mano se dirigió a su verga ya inhiesta para masturbarse. Empezó a moverse con furia y Judith se extrañó, pero el médico la tenía en una postura que no la dejaba voltearse para ver qué ocurría a sus espaldas. El estetoscopio hacía rato que se había parado en el pecho de ella y de repente, dejó de lado el metal y se dedicó a tocar y a apretar un pecho de Judith. Ella se sorprendió tremendamente y llena de ira intentó deshacerse de esa pervertida mano del médico. Para ese momento, el médico, estaba con la polla fuera. Tenía poco aguante, estaba ya a punto de correrse.

Ocurrió justo cuando Judith consiguió soltar sus tetas de las manos opresoras, y se giró hacia el médico. Observó para su sorpresa como se masturbaba frenéticamente. Pero esa visión duró bien poco y se cambió por otra mucho peor para ella.

El médico no pudo más y acabó descargando la esperada corrida. Para ello deslizó justo antes el miembro fuera de la boquita de Judith y tras machacarlo concienzudamente gritó como un loco. Judith no tuvo tiempo de reaccionar ante el chorro de semen que salió disparado de la punta del glande y le impactó en un ojo, que cerró por instinto mientras sus párpados y el resto de su cara recibía el resto del líquido blanco. El doctor lanzó cuatro descargas a la cara de la putita pelirroja y después se quedó agitando su miembro, del cual cayó alguna gota más. El semen cubría gran parte de la cara de Judith, incluyendo un ojo, la nariz, parte de la frente donde cubría al pelo e incluso la boca, que Judith abrió para rechistar en el momento de la corrida y por la cual se había colado algo de caudal seminal. Unas gotas blancas como la leche se escapan ahora de la comisura de sus labios y caían hacia la camisa, manchándola. Por tanto, la imagen que ofrecía Judith con toda la corrida en su cara de niña pelirroja era impagable.

Judith se dio la vuelta, con cuidado de no tocar la asquerosa mascarilla de semen que la cubría y no le dejaba ver y tanteó a donde creía que estaba el papel higiénico. Agarró un buen trozo de papel y se lo pasó por la cara para limpiarse con fuerza el charco de semen que no la dejaba ver. Sin embargo, no fue una buena idea, porque casi lo único que hizo fue extendérselo más. En cuanto a la parte de esperma que había caído en su pelo, se había pegado y era imposible retirarlo. Mirándose en un espejo de la consulta se aterrorizó. Empezó a hablar al médico en voz airada, pero el médico le tapó la boca y le amenazó con contar fuera que era una puta, que se la había chupado y era tan viciosa que le había dejado mojarle la cara con su semen. Judith protestó, pero recordó su aspecto en el espejo y se dio cuenta de que las palabras del sanitario iban a estar más a su favor de a favor de ella, y con mucha rabia decidió callarse. Era la segunda vez que se aprovechaban sexualmente de ella esa mañana.

Por lo menos, el médico le dio el volante para ginecología, donde esperaba acabar de una vez por todas. Se fue sin decir nada, mientras el médico dirigía una mirada perversa y se guardaba la polla en su sitio.

Mas la pobre Judith no podía ir muy tranquila al ginecólogo, pese a sus intentos por eliminar los rastros, aún habría restos de sangre y semen de la violación del negro que el especialista vería sin duda. Pero no tenía otra opción, le seguía doliendo (aunque ya no sabía si le dolía más la infección, el orgullo o el coñito por la follada). Judith paró de nuevo un baño muy parecido al de antes, donde se lavó la cara con agua y jabón varias veces, menudo asco. Una vez seca la cara, pensó que había eliminado la corrida. Peor en el pelo tenía algunos rastros que hacían que su pelo fuese pegajoso. Judith quería llorar de indignación e impotencia. Lo único que pudo hacer es usar unas pinzas de pelo que llevaba en el bolso para peinarse tapando esa zona manchada de semen. Una vez disimulada cuanto pudo, salió del baño y se puso a buscar ginecología.

La pobre Judith no paraba de pensar en por qué no le habría pedido a Mónica que la acompañara…

Encontró ginecología. En la sala de espera una mujer madura iba delante de ella. Judith volvió a coger una revista y se concentró mucho en ella hasta que llegó su turno. Judith se sonrojó de sólo recordar que en menos de una hora había sido víctima de dos ataques sexuales no consentidos. Y más aun siendo estas sus primeras experiencias con el sexo, en una ciudad muy lejos de la suya y lejos del apoyo de personas cercanas. Se habían aprovechado de ella, de su carácter débil. Se habían corrido en su cara, y lo que era peor, en su coñito. ¿Qué haría si resultaba que estaba embarazada de su violador?

Sumida en sus tristes pensamientos, Judith fue llamada a consulta. Le consoló ver que la llamaba una enfermera, una presencia femenina le daba más confianza. Pero la enfermera que le abrió la puerta se largó deprisa en cuanto ella entró al médico. Al entrar en la sala vio el aparato de ginecología al que estaba acostumbrada cuando iba a su ginecóloga en su ciudad. La diferencia es que en vez de una mujer, allí el especialista era un hombre. Se aproximaría a la cincuentena y tenía un aspecto robusto, no tanto como el taxista negro, pero recordaba a un toro, especialmente por su cara hosca.

Sin embargo, cuando Judith le dio el volante del médico de cabecera y explicó su problema urinario lo mejor que pudo, el ginecólogo se mostró como un tío majo. Le dijo que no se preocupase, iba a examinarla, pero siendo diagnosticado y tratado ese mismo día se podía controlar bien la infección. La indicó que se quitase los pantaloncitos y la ropa interior y se sentase abierta de piernas en el cabestrillo. Judith pasó un poco de vergüenza, pues era el primer médico masculino que le examinaba el sexo, pero le permitió ponerse una manta hasta la altura de las rodillas para reducir la violencia de la inspección.

El médico cogió una lupa metálica y una linterna para adentrarse en la vagina de Judith. Mientras, hizo un breve discurso sobre lo frecuente que era que los extranjeros adquiriesen este tipo de infecciones, que podían ser de múltiple naturaleza, pero principalmente dieta o actividad sexual. Le preguntó a Judith si había tenido sexo intenso durante los últimos días y en base a eso había cogido la infección. Judith, muerta de vergüenza, le contestó:

-No, no, nada de eso, no he hecho el amor durante estos días. Yo…

El médico salió de debajo de la manta y la miró con gran cara de incredulidad, mientras le contestaba en inglés:

-Pues menuda fiesta acabas de tener en tu sexo, hija. Veo semen aún fresco. Y además, te han metido una buena herramienta porque te han dejado totalmente irritada.

Judith se puso totalmente roja y no contestó. Pero el médico siguió examinando y comentando:

-¿Cómo dejas que te follen así, chica, sin protección ni nada? Joder, tienes rastros de semen en el útero… Vaya, si hasta has sufrido desgarro, tienes sangre aún no coagulada. ¿Pero, y esto? Hala, pero si hasta hace poco eras virg…

-¡¡Doctor, deje ya de comentar!!! – dijo Judith muy enfadada, intentando protegerse. - Le he dicho que vengo por una infección, el sexo lo acabo de tener ahora y es cosa mía, ¿vale? Así que póngase a trabajar y menos cotilleo, que para eso no le pagan.

El doctor se calló y se puso a examinar la uretra de Judith. Ella, mientras, se quería morir, quería salir de allí, que sólo terminara aquello. Por suerte, el médico acabó y no comentó nada más. Le dijo que se quedara allí un momento mientras consultaba el ordenador. Le comentó que le recetaría un antibiótico potente vía oral y que debía beber mucha agua durante el día, y que no le diese miedo orinar, era bueno para eliminar la infección. Judith asintió, contenta porque al fin esa mañana infernal estaba a punto de acabar.

El médico estaba tecleando cuando al momento paró de hacerlo y la volvió a mirar. Se volvió a dirigir a ella en inglés.

-Oye… Mira, sé que no quieres hablar de ello, pero tengo que dar parte de tu actividad sexual, va con el diagnóstico. Es posible que pudiese agravar tu estado porque ha habido sexo violento de por medio y como médico debo notificarlo o sería una negligencia.

Judith quiso protestar, pero estaba claro que él tenía razón. Pero si lo notificaba, ¡¡sus padres acabarían por enterarse de todo!! ¿Qué podía hacer?

-¿No hay alguna forma de evitar ponerlo?

El médico sonrió para sus adentros y contestó:

-Sí, aunque la posible culpa iría para mí por no notificarlo. De todas formas, podríamos llegar a un acuerdo.

-¿Un acuerdo?- preguntó sorprendida la chica.

-Sí. Mira, no apuntaré nada fuera del diagnóstico de la infección, ninguna referencia al estado de tu sexo. Pero a cambio me complacerás.

-¿¿Qué?? No, de ninguna forma, me duele el…

- Ya lo sé, tu vagina está ahora mismo muy dolorida. Por eso voy a usar tu ano.

Judith se quedó en shock, enmudecida. ¿Qué hacía? Por nada del mundo quería que la penetrase el culito. Pero estaba a merced del ginecólogo ahora mismo. Si se negaba y en su historial constaba la violación con rotura del himen y semen hasta el útero, el problema era cuantiosamente mucho peor. La matarían en casa sin dudarlo. Perdería toda la reputación también entre sus círculos de amigos, que la consideraban una santa. A Judith se le escapó una lágrima mientras reconocía que no tenía otra opción, que debía permitir que su último orificio también fuese profanado esta mañana.

-Hágalo, por favor… - suplicó Judith con resignación.- Tome mi ano y por favor, no notifique nada.

El médico se levantó, con una sonrisa en los labios. Ese era el precio de su silencio. Se acercó a la sensual Judith y le quitó de encima la manta que le tapaba las rodillas. Ahora sólo la camiseta y el sujetador cubrían el cuerpo de la deliciosa pelirroja. El ginecólogo tomó la precaución de cerrar la puerta de la consulta con cerrojo mientras volvía a ella. Una deliciosa putita pelirroja recién iniciada en el sexo... La propia Judith fue quien se quitó la camiseta y se desabrochó el sujetador hasta quedarse totalmente desnuda en la silla. Observaba cómo el médico que le había visto su interior ahora la veía totalmente en bolas, con una mirada muy lasciva. Sus reflejos la llevaron a cubrirse los pechos con las manos y a cerrar las piernas, pero el médico la tocó y le dijo que no lo hiciera.

Se acercó y la besó en la boca, le metió la lengua hasta más allá de donde nacía la suya. Judith no pudo evitar pensar que ese beso la estaba poniendo cachonda, pero rápidamente rechazó la boca del doctor. Le dijo que no quería cosas así, quería que la penetrase y ya está, cuanto antes mejor. No quería saber nada más de lo estrictamente necesario de las sensaciones sexuales por aquél día, quería acabar e irse a la residencia.

El médico pareció sorprendido por este hecho, pero le importaba bien poco. La tomó de los pechos y jugó un poco con ellos, con sus pezones graciosos mientras le indicó que se levantara y se situase en la camilla, de pie. Observó al andar que la chica tenía unos buenos muslos coronados por unas nalgas no muy grandes pero bien tersas, unas curvas muy armoniosas. Se acercó a palpar con ambas manos las nalgas y las encontró tersas, que perfección. Masajeó por unos instantes el culo mientras Judith callaba todos sus sentimientos.

El ginecólogo se encontraba tremendamente cachondo desde que examinara el coñito de esa putita a quien habían desvirgado vaginalmente, y se excitó más al pensar que el haría lo propio con su ano. Empujó la espalda de Judith suavemente hasta que casi tocaba la camilla, con lo que su ano y parte del coñito quedaban completamente expuestos. Judith no quiso ni imaginarse como se vería en esa postura desde donde él la miraba.

Sacó del armario un frasco que ella reconoció como vaselina. Al menos, no le dolería mucho de esa forma, pensó. El médico abría las nalgas de Judith con delicadeza e impregnó de varias pasadas el ano de Judith, una sensación que ella incluso se tomó con placer. Para ese momento en el que ya había suficiente vaselina en el culo de la joven, el médico, ya sin bata, se había bajado los pantalones y los calzoncillos y una verga que Judith no quiso observar asomaba de sus ingles. Se trataba de un falo potente en erección, bastante grueso, con lo que el hombre siempre se había considerado bien dotado. Cubrió su miembro con algo de vaselina también y lo enfiló a ano se Judith, mientras con las manos abría al máximo la abertura anal de la chica. Judith estaba a punto de ser desvirgada por el culo también en esa misma mañana por otro hombre sin escrúpulos.

Entonces ella notó el contacto de una dura polla contra el inicio de su ano. Le pareció gruesa pero se negó a mirar y se concentró a mirar hacia delante, hacia la pared, mientras intentaba evadirse. El pene retumbó contra las paredes del ano e inició una inmersión hacia las entrañas del culo de Judith. Avanzaba con lentitud, era difícil abrir las carnes de Judith lo suficiente para permitir el grosor. Judith sentía una presión que la dilataba, como nunca hubiera imaginado mientras el glande se hacía paso. El médico empujó con violencia hasta que consiguió ensartar el glande. La había metido bien, había jodido el orificio. Judith emitió un pequeño chillido pero ella rápidamente se tapó la boca. No podían descubrirla, sería terrible. ¡Pero le dolía mucho!

Él ya se sintió feliz porque la verga entraba poco a poco, abriendo a su paciente. Supuso que sería doloroso para ella en ese momento y los siguientes, pero él sólo quería correrse, el dolor ajeno le importaba poco en ese momento, incluso para ser médico. Y así fue como empujó más para meter la polla todo lo que el culo de Judith le permitió, que fue bastante. Judith sentía con terror y agarrándose como una loca a la camilla el trozo enorme de carne que la perforaba hasta bien adentro, ya le habrían metido unos 15 centímetros. Se moría de dolor, de lo incómodo de esa postura y del falo ensartado en su culo, algo que jamás había soñado que ocurriría ni que ella permitiese. Y ahora, se llevaban también su virginidad anal…

El médico, que consideró que ya estaba trabajando con buena diligencia el culito inexperto, se dispuso a iniciar acometidas rápidas. Sin embargo, el culito aún no deslizaba bien y cada mete-saca provocaba estertores a Judith en su ya maltrecha pelvis. A cada empujón, Judith se estrellaba contra la camilla y recibía una gruesa verga que cada vez quería ir más adentro, mientras las manos del médico la cogían por los costados y la movían a su ritmo. Era lo más horroroso que Judith podía concebir, y estaba ocurriéndole justo entonces. Él imprimía movimientos rápidos a su tronco, que perforaba a Judith cada vez con más ganas, abriéndola. Judith sintió mucho dolor al momento, ¿¿sería otro desgarro??

El médico, de tan caliente que estaba, vio que no iba a aguantar mucho sin correrse. Aunque le ponía correrse por encima del cuerpo de la putita desnuda, de repente se vio al galope, con empujones mucho más rápidos hacia el culo de Judith que acabaron por estrujarle los huevos en un gruñido de placer. Judith sabía, como lo supo cuando el negro descargó, que él haría lo mismo, pero le dejó hacer. Su impotencia ya era máxima y sólo quería que acabase.

Fue entonces cuando el doctor del sexo sintió el esperma lechoso salirse de su glande e inundó la cavidad anal de la pobre Judith. Judith sintió el semen muy caliente dentro de ella, mientras el médico tenía aún otros dos chorros bien cargados con los que inseminar ese bello trasero. La gruesa verga dio sus últimos estertores para acabar de exprimir la calentita leche que Judith se había merecido. Ella, de mientras, se tapaba la cara del asco que sentía por ser llenada de lefa en su culo.

El médico salió de ella con la verga aún erecta, mientras la miraba con gran gratitud. Judith se quedó en esa posición ridícula un rato más, sollozando para sus adentros y conteniendo este nuevo dolor que se sumaba a los anteriores.

Mientras se vestía, e intentaba con un poco de papel higiénico quitarse el semen que se derramaba de su ano, Judith recibió la receta de antibióticos y la hoja del diagnóstico de un médico que aún tenía la polla afuera. Apartó la vista de ese cabrón, terminó de ponerse las botas, metió las cosas en el bolso y se fue sin decir nada, una vez más.

Como no, acabó de nuevo en un baño del pasillo, sentada en la taza mientras dejaba que de su culo chorreara el semen que faltaba y con papel intentaba secar lo que pudiese. Jamás había deseado tanto una ducha larga, muy larga, para volver a dejarla lo más pura que pudiese, para purificar sus agujeros…. Aunque las virginidades no iban a volver, pensó con resignación. Leyó el diagnóstico y para su alivio comprobó que, cumpliendo su palabra, el médico omitió el estado de su maltrecho sexo en las observaciones. Sintiéndose algo mejor, dentro de todas las vejaciones, se dispuso a abandonar el perverso centro de salud.

Todo por una infección, menudo horror… Judith salió del hospital, y se dirigió hacia la residencia. Pero debería ir en autobús o en taxi. Como no sabía donde coger el bus, se acercó a los taxis aparcados a la puerta del hospital. Se acercó al primero que alcanzaba a ver.

Desde el primero, al que Judith se acercaba, un negro gigantesco la veía acercarse desde el asiento del taxi y se relamió pensando en un sexo desvirgado…

Agradezco como siempre sus comentarios, que me ayudan a mejorar.

(8,90)