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La calentonsita de la Yani

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Mi nombre es Luis, soy profesor de educación física, tengo 34 años, dos hijas, y actualmente estoy separado de mi mujer. Tengo varias horas en distintos colegios como titular, pero debido a que se venían los 15 de mi hija, agarraba todo tipo de suplencias para juntar un mango más.

Así llegué a un secundario público de nivel medio, cuyo destaque es la cantidad de casos de adolescentes que asisten alcoholizados o con armas blancas. También son populares las ventas de faso o de celulares robados, y las peleas entre mujeres. Una vez presencié una, en la que dos rubias dejaron prácticamente desnuda a una morocha, con la ropa destrozada, el pelo desastroso, moreteada por todos lados, llena de rasguños sangrantes y sin algunos dientes. Tenía un corte en la mejilla izquierda por el que fluía más sangre, y algunas marcas de mordidas profundas en los pechos.

Realmente todavía yo no estaba en el cargo, por lo que no tenía injerencia sobre esos alumnos. Pero cuando al fin la dejaron desparramada en la vereda del colegio, y todos los boludos la miraban sin solidarizarse con ella, me acerqué con mucho cuidado y la ayudé a levantarse. Intentó explicarme todo, pero el llanto quebrado en su garganta y la burla de la concurrencia solo me hicieron comprender que una tal Yanina le mandó a esas chicas, en principio por la disputa de un vago.

Entramos al colegio, y ya en la dirección, yo me puse a completar papeles y planillas, entretanto la chica hablaba con una profesora y una asistente social.

Al otro día me presenté a las 8 de la mañana, y tuve mi primer grupo de varones. Por suerte estaba soleado. Así que les di la pelota, armé dos equipos de 8 para que jueguen al fútbol luego de un trote alrededor de la cancha, y después los mezclé con los de segundo B, puesto que no tenían matemáticas.

Cuando el partido terminó llegaron las chicas de quinto C. en ese grupo estaba Yanina, la kapanga de las pibas y delegada del curso. Tenía un culo manoseable, bien parado y ávido de pija. No me la voy a dar de guacho langa ni de moralista. Pero es imposible a veces continuar el hilo de la clase, impedirle a mis ojos que no se llenen con los culos infernales de las pendejas, o con sus tetas florecientes en plena polinización. Menos aún porque siento que ellas me miran con un deseo que me alienta a pecar.

La primera vez que las vi entre abdominales y flexiones sentí que la pija me agradecía bajo el pantalón con una dureza que jamás me había demostrado. El olor de sus pieles sudando, el alboroto de sus hormonas, sus risitas, las formas que tienen de tratarse y las charlas sexuales que tenían entre sí no me dejaban llevar siquiera el control de las asistencias.

Ya avanzado el mes de abril conocía con pelos y señales las trampitas de la tal Yani. Contaba de a dos en las series de diez abdominales, en el trote tomaba atajos para llegar más rápido que las demás, o simplemente se hacía la descompuesta. Cuando no era la panza era la cabeza, siempre que no mañoseara con que tenía sueño.

Una mañana me mostró delante de todas que se le había descocido la calza en la entrepierna, y que por eso no iba a hacer nada. Verle la bombacha por dicha aventura fue demasiado para mi autocontrol. Le dije que si no hacía al menos una serie de 15 abdominales no le ponía el presente. Yo sabía que venía re jugada con las faltas. Rezongó y se quejó cuando le pedí que apague el cigarrillo con el que entró al patio. Pero en cuanto el montón de chicas jugaba al vóley, se echó boca arriba en la colchoneta para cumplir con mi consigna.

Me pidió que le tenga los pies mientras contaba con desinterés las 15 abdominales. Mi olfato podía violar cada poro de su esencia al moverse, y mis ojos se quebraban en la tela de su colales mientras el agujero de su calza se pronunciaba más.

Yanina no era linda ni atractiva. De hecho, era discriminada por gordita, aunque también dueña de 18 años respetados por su temperamento, su éxito con los varones y su cola trepadora. Cuando la ayudé a levantarse la muy toquetona rozó mi bulto haciéndose la inocente. Al rato vi que le contaba su travesura a las chicas. Era evidente, ya que todas miraban mi paquete desde lejos y reían. La verga no se me bajó hasta que salí del colegio.

Otra mañana, mientras todas hacían unas espinales, Yanina me dijo cuando yo le corregía la postura de las manos:

¡profe, no cierto que la Lore tiene la cola más linda de todas?!

No le respondí, y como consecuencia de mi silencio Yanina se levantó dejando que se le caiga el jogging. Al parecer tenía los elásticos vencidos.

¡uuuh, perdón profe!, dijo subiéndolo sin apuro, y esa vez no tenía ropa interior.

Lorena era una rubia insulsa de ojos tristes, pero era cierto que su cola podía ser el homenaje nocturno de todos los varones del curso. Aunque la favorita para mi calentura era la de Yani.

Esa mañana, apenas todas disfrutaban del recreo, la piba se me acercó y me dijo haciendo globitos con su chicle:

¡profe, usted tiene un lindo auto; ¿no me llevaría a pasear algún día?!

De nuevo tragué saliva y no contesté.

Hubo otras mañanas en las que sus provocaciones hacían que mis huevos se den a la tarea de fabricar más y más leche para su boca. Había soñado con eso. Incluso una mañana me acabé encima con solo rozarme la punta del pene mientras la veía correr con una mano adentro de la calza. Ese mismo día le bajó el pantalón a Lorena haciéndose la graciosa. Como la Lore enseguida le pagó con la misma moneda, todas se le cagaron de risa porque tenía una bombacha blanca hecha pedazos. Pero a mí me bastó para no rechazar otra vez aquella propuesta de llevarla a dar una vuelta en mi auto. No fue ese día, aunque no hubo que esperar mucho.

Resulta que un frío lunes de junio se llovía todo, y no era posible salir al patio ni a la canchita. Como yo tenía que ir de todos modos a dar el presentismo, a eso de las 11 vi a Yanina comprando en el kiosquito del colegio. Me fui acercando con disimulo, pero ella aceleró el trámite corriendo hacia mí, y no tuvo pudor en posar su mano en mi pene mientras decía:

¡dale profe, hoy sí llevame en tu auto, que llueve mucho!

Su aliento fresco y el olor de sus ganitas hicieron que mi rebeldía le manosee el culo con alevosía. Ella se me apoyó diciendo que si la llevaba me hacía un pete. Le dije que la esperaba a 2 cuadras, a las 12-45, pero que hiciéramos como si fuese casual, por si alguien miraba.

Cuando su figura se acomodó a mi derecha en mi auto y cerró la puerta suspirando, tomé un atajo camino a un descampado lleno de árboles. Esos minutos fueron un suplicio.

¡dale, sacá la pija afuera y seguí manejando!, dijo la piba mientras se quedaba en tetas. Ella solita se sirvió de mi pija ya a la intemperie, subió y bajó con su mano unas cuantas veces por mi falo con la palma previamente ensalivada, y antes de detener mi auto su boca se apoderaba de mi glande rebalsado de presemen. Luego dio unos ricos saltitos por mi extensión peneana, lamió mis huevos, apretó la base del tronco mientras succionaba mi pija, lo rozaba con sus dientes desparejos, la escupía con sabiduría y me pedía la leche casi susurrando.

¡dame la lechita, porfi profe, si querés que te la tome toda guacho!, se oía entre chupada, beso obsceno y alguna que otra arcada cuando mi cabecita púrpura tocaba el principio de su garganta. Yo le tocaba las tetas, intentaba pajearla sobre la calcita sintiendo que se le mojaba con un calor abrazador. Mi pene también conoció la tersura de sus gomas cuando se agachó afanosa por frotarlas contra él. Hasta me pidió que se las muerda y escupa con fuerza. Su boca volvió a ser protagonista, y con un arte solo comparable al de las actrices del porno se la tragaba sin remordimientos, hasta el fondo y gimiendo con deseo.

Recliné el asiento hacia atrás, y justo cuando la loca se bajaba la calza sin frenar el impulso de su lengua en mi verga, un sacudón estrepitoso le ordenó a mis testículos liberar una ferviente cantidad de lechita caliente en esa boca espaciosa, golosa y adolescente de buenas costumbres. Ella eructó dos veces, saboreó un poco de mi semen ante mis ojos inciertos, sacó la lengua para untar las gotas que decoraban sus labios y me agarró la mano con urgencia.

¡dale, colame los dedos profe!, dijo abriendo las piernas. No fue necesario hacer demasiado. En cuanto mi dedo índice cruzó el umbral de su vagina mojada, sentí que empezaba a presionarlo, que sus jugos brotaban como si se estuviera meando, que temblaba su cuerpo y que el aire parecía no alcanzarle. Acabó en mi mano la muy puta, y después me limpió la pija con su corpiño antes de vestirse.

Arranqué el auto y decidí llevarla a la plaza de la ciudad. Pero la muy insaciable me tocaba la pija a cada rato, y el olor de su conchita deliciosa en mi mano lograba que mis instintos solo tengan capacidades para querer cogerla toda la tarde. En el camino también me contó que todos los días cogía en la cama de su mami con un compañerito nuevo, y que a todos los vuelve loco su forma de chupar la pija. Supe que la famosa Lorena estaba embarazada, que otra de las chicas es lesbiana, que a Paula le gustan los viejos y que otra de sus amigas tiene relaciones con su hermanastro.

Pronto un voluntarioso arrebato me dio escrúpulos para manotearla del pelo y exigirle fregar su cara en mi entrepierna. Ella no se resistió. Me la mordía sobre el pantalón, me hacía tantearle las gomas y gemía como suplicando coger ya.

¡harías cualquier cosa por tenerme en tu cama no?, a ustedes les encantan las guachitas peteras, sucias, putitas y regaladas como yo!

En cuanto mis oídos decodificaron sus palabras saqué la verga de mi bóxer y le empujé la cabeza para que la chupe. Fueron unos peligrosos minutos los que le rebalsaron otra vez la boca de leche, ya que estábamos en la ciudad, a unas cuadras de la plaza. No sé cómo nadie sospechó nada, o al menos eso pienso hasta hoy.

La muy atrevida se bajó del auto apenas estacioné en un kiosco con una mano adentro de su calza gastada, y me sonreía desde lejos paseando su lengua por sus labios cuando su silueta se perdía entre la gente luego de comprarse caramelos. Esa siesta me pajeé como un nene pensando en lo desfachatada de la Yani, y en lo terrible que fue lo que hice para complacer a mis curiosidades más bajas. Realmente la chiquita lo hacía muy bien!

La semana siguiente Yanina faltó a gimnasia, pero la próxima fue imposible evitar sus gestos, ocurrencias indirectas, sus risitas cada vez que le ordenaba una nueva actividad o sus preguntas. En medio de todo el barullo quiso saber si alguna vez dormí desnudo, si es verdad que a los hombres nos gustan más las lolas que las colas, y si tenía novia. Mi autoridad ante ella se reducía a un tímido “callate y seguí con lo tuyo”.

Una de esas insoportables mañanas la reté, porque a 10 minutos de comenzada la clase quería ir al baño. Se lo prohibí ya que venía del recreo. Así que, cansada de su insistencia por querer quebrar las reglas prefirió enojarse y no hacer nada.

De repente la veo en cuclillas cerca del mástil de la bandera, con la calza en las rodillas y un pucho encendido en los labios. No pude articular palabra. Solo me remití a ver cómo hacía pis en el piso, despreocupada, orgullosa y sonriendo con cinismo. Su vulva brillaba por los destellos del sol, y hasta el contorno de sus nalgas parecía seducir al viento.

Aquel día entregué el parte de asistencias a la preceptora, firmé unas amonestaciones para un pibe que me sacó de las casillas con sus contestaciones y me fui al auto. Pensaba en comprarme una hamburguesa por ahí, cuando a 6 cuadras del colegio casi se tiran encima del coche. Una era la Yani. La otra era de quinto B, y no paraba de lamerse un dedo a la vez que Yani me insistía con que le abra la puerta. Lo hice invadido por una fiebre sexual que ardía hasta en mis orejas.

Yani se sentó atrás y Maitena a mi lado. Antes de preguntarles a dónde querían que las lleve, Yanina expresó con sensualidad:

¡dale Maite, tocale la pija al profe, animate nena!

Maite no solo obedeció con creces, sino que sacó mi pene de los adentros de mi pantalón y lo sujetó en el hueco de su manito llena de migas de galletitas. Quise pedirles que reflexionen, que cualquiera podía vernos y demás. Pero solo aceleré camino al mismo descampado en el que Yani había logrado hacer feliz a mi cuerpo con su arte de petera golosa.

En cuanto llegamos la nena apagó el stereo, se apelotonó en el asiento y juntó sus labios a mi glande para lamerlo y jugar a que era un micrófono. De hecho, mientras su lengua me estremecía la verga decía:

¡1, 2, 3, probando!, y se reía al tiempo que la Yani le pegaba en la cola.

De repente su boca se abrió agradecida y expectante, y entonces su saliva decoró mi pija en medio de los saltitos de su cabeza, sus atragantadas productos del roce constante en su campanilla y de los intrépidos dedos de Yanina en sus agujeritos. Ella le había bajado la calza y, aunque no veía con exactitud, podía jurar que se la estaba cogiendo con los dedos por encima de su culote rosado.

¡cogeme la boca, agarrame del pelo y manoseame toda papi!, dijo Maite entre que elegía chuparme los huevos o la pija. Cuando la sacudí del pelo intentando que se trague mi poronga lo más que fuera posible, ella gritaba histérica para detenerme. Pero su garganta se inmovilizaba cada vez que mi glande la transgredía.

Me asusté un poco cuando la guacha me la mordió, y medio que hasta se me bajó en el momento que lo hizo. Pero cuando le pegué preguntándole que mierda le pasaba dijo:

¡así, pegame malo, y dame la leche como a la Yani, o te gusta más cómo te la mama ella?!

Yanina estaba nerviosa, y en el aire había una atmósfera extraña. Cuando vi que Yanina se bajó del auto y abrió la puerta de Maite no supe qué hacer, ni qué se traía entre manos. Les pedí mesura y orden. Pero Yanina sacó prácticamente de los pelos a su amiga del auto, le bajó la bombacha y se agachó para morderle el culo y la conchita peluda que tenía.

Pronto las dos abrieron la puerta y me empezaron a pajear. Yo me había estimulado al toque viendo cómo Maite ponía cara de asco mientras su amiga frotaba su rostro en su sexo. Pero ahora me la chupaban entre las dos. Yanina quería ser más profunda, puerquita y deliciosa en su concepto de petera, y lo lograba. Le pedía a Maite que friegue sus tetas contra mi pija, y después ella se las chupaba. Se pasaba mi pija por el pelo, la olía, la escupía y le comía la boca a Maite cuando ella me lamía el escroto. Me pajeaba, trataba de colarle dedos a su compañera sin éxito, y no se resignaba a tratarla de nena frígida.

Cuando acabé toda mi leche fluyó descarada y violenta en la boquita de la Yani, quien primero la saboreó, y después se la escupió en la boca a Maitena.

Apenas el cielo se volvía cada vez más negro, también mis convicciones oscurecían en mi consciencia. Entonces decidí que lo mejor era subir a esas nenas al auto, llevarlas a la plaza y que cada quien tome su rumbo.

Al otro día presenté la renuncia en ese establecimiento. No sé por qué, pero algo no me gustaba de la situación. Aunque, sé que será imposible encontrar a otra peterita calentona como la Yani. fin

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