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Ética, religión y Mónica -2

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Jueves.

El mejor día de la semana. Los jueves, al menos para mí, las clases terminan a la una de la tarde y no hay entrenamiento así que espero hasta las tres que salen los amigos y aprovecho para hacer mis tareas. Al cuarto para las cuatro estoy en casa y tengo toda la tarde para hacer lo que me plazca.

Todavía con el recuerdo fresco en la mente de mi encuentro con Mónica el día anterior (acompañado de la erección correspondiente), llegué a la escuela y me dirigí a mi primera clase del día. Mónica aún no estaba allí, cosa rara porque siempre era de las primeras en llegar. Entró el profesor de estadística al salón y justo atrás de él, Mónica que llegó al salón corriendo.

No nos hablamos durante las tres primeras clases, fue hasta la hora del receso, cuando me dirigía a la cafetería, que me alcanzó y caminó conmigo.

- ¿Por qué tan solito? – Me preguntó. – ¿Hoy no traes escolta?

Ella se refería a Carlos y a Héctor. Tal vez deba presentarlos.

Carlos era miembro del equipo de natación, y tenía el record inter-escolar en nado de pecho. Poseía el cuerpo más atlético que he visto, era bien parecido y tenía toda una corte de seguidoras. Además, el año pasado había ganado las competencias estatales y fue seleccionado al equipo que iría a los nacionales. Desde luego el número de admiradoras que tenía se multiplicó ampliamente, no creo que nadie haya tenido más sexo que él en ninguna preparatoria del país.

Héctor, por otro lado, era miembro del equipo de yo los sigo a todos lados, no tenía ninguna disposición atlética, no era particularmente guapo ni era tampoco un gran estudiante, sin embargo, era esa clase especial de persona capaz de hacer lo que muchos no harían. No había reto pequeño para él, como el día que lo retamos a ligar con una de las maestras. Para ser precisos, la maestra de dibujo.

La Hippie era la maestra de dibujo cortejada por Héctor y recibía ese apodo por su aspecto desaliñado, de unos treinta y tantos años no era ni guapa ni fea pero siempre vestía unos jeans desgastados que, al no usar cinturón, se le bajaban a cada rato, ella se los tenía que subir constantemente jalándolos de las trabillas y meneando la cadera varias veces sin importarle dónde o con quién estuviera. Usaba blusas muy coloridas sin mangas y un enorme chaleco largo y abierto al frente, de cuyas bolsas parecía ser capaz de sacar cualquier objeto, lápices, gomas, pasadores, labiales, licuadoras, cachorros de hurón, de todo. ¡Era un prodigio!

Héctor la siguió a todos lados por una semana, la esperaba en el estacionamiento, le abría la puerta del auto y le llevaba los libros y materiales. Se encontraba con ella en la cafetería, aunque para eso perdía una clase, y una vez hasta le llevó unas flores. Todos estábamos muertos de la risa aunque disimulábamos y cada vez que caminaba con ella en el patio, al pasar junto a nosotros, volteaba a vernos y nos guiñaba el ojo con una gran sonrisa.

En otra ocasión, estando en las duchas, salió corriendo con su traje de Adán y cruzó el pasillo metiéndose al baño de las mujeres cantando mientras corría Tiburón a la vista (por cierto, la mascota de la escuela es un tiburón). Se oyeron los gritos de las mujeres y después sus voces que le llamaban toda clase de nombres. Tuvo que salir huyendo de vuelta con una toalla en una mano y unas pantaletas en la otra mientras yo y todos los demás estábamos literalmente revolcándonos de risa en el piso de los vestidores. Carlos se le acercó y le dijo:

-¡Pendejo te van a expulsar!

Héctor se le quedó viendo desde donde estaba sentado en el piso y entonces acercó las pantaletas a su rostro, aspiró profundamente y poniendo cara como de estar enamorado contestó:

-No importa, valió la pena.

Nuevamente todos a reír. Las muchachas se portaron de lo mejor y nunca acusaron a Héctor, de hecho cuándo Héctor ya estaba de vuelta en los vestidores se pudieron oír las risas de las chicas.

Al salir, ya cambiados y listos para ir a casa, Héctor se dirigió a un pequeño grupo de chicas aún con el cabello mojado que también acababan de salir de las regaderas, tocó el hombro de una de ellas, Martha, y poniendo una rodilla en tierra sacó de su bolsillo las pantis lilas y se las ofreció diciendo:

-Para vos mi lady.

Martha se las arrebató de la mano y las metió como un rayo en su bolso al tiempo que le gritaba:

- ¡Baboso, lárgate de aquí infeliz!

Chicas y chicos, todos muertos de la risa. Y nosotros con una erección pensando en Martha caminando por la escuela en falda y sin calzones.

Regresando al relato.

- Héctor y Carlos no entraron a clase porque tienen que hacer un trabajo de recuperación para química y la fecha límite es hoy. – Contesté.

Al llegar, la cafetería estaba llena así que compramos unos sándwiches, unos refrescos y salimos de vuelta al patio. Encontramos una banca sola y nos sentamos. Frente a nosotros, en el patio, la misma escena de todos los días. Algunos jugando fut o básquet otros, como nosotros, comiendo, algunos corriendo y otros platicando. Volteé a ver a Mónica y noté que tenía unas marcadas ojeras.

Ella notó mi mirada y preguntó:

- ¿Mis ojeras?

Asentí con la cabeza mientras daba la primera mordida a mi sándwich.

-No dormí en toda la noche.

Por mi mente pasó la idea de que la culpa o el remordimiento habían dejado sin poder dormir a Mónica. Mi cerebro trabajaba rápidamente buscando un argumento para hacerle ver que no tenía por qué sentirse mal cuando dijo con sus ojos fijos en mí.

- Me masturbé toda la noche.

La sorpresa hizo que el bocado se me fuera chueco y casi me ahogo. Tosí varias veces y finalmente me recuperé. Mónica se rio con ganas y cuando pude hablar de nuevo solo atiné a decir:

- Si muero el reporte de la autopsia dirá; Causa de la muerte: sándwich de jamón y queso en los pulmones.

Mónica volvió a reír y luego, con la mirada seria, me dijo:

- Tenías razón. El sexo es liberador.

-Ok, pero… ¿TODA la noche?

- Sí, me masturbé una y otra vez diciendo en voz alta y con malas palabras cosas que ni por error había dicho nunca. Que soy una puta, que me gusta la verga, que quiero que me cojan. Me metí los dedos, me piqué el culo, me pellizqué los pezones casi hasta arrancármelos. Perdí la cuenta de cuántas veces me vine hasta que, como a eso de las cuatro y media de la mañana me quedé dormida en la cama empapada de mis propios jugos.

Pocas veces había tenido la verga tan dura simplemente por oír un relato. La imagen de su cuerpo desnudo retorciéndose de placer en la cama inundó mi mente. Me la imaginé meneándose furiosamente su panocha peluda con las dos manos, acostada en la cama y con las piernas abiertas mientras sus tetas al aire se bamboleaban de un lado al otro. La imaginaba también con una mano al frente ensartándose los dedos en la panocha y con la otra atrás picándose el culo. La podía ver con la cara contorsionada de placer al llegarle el orgasmo y juro que casi la podía oír pidiendo verga. También me podía imaginar los aromas de sexo intenso que inundaban su habitación.

Como pude, y no sin esfuerzo, mantuve la serenidad. Me pregunté si sería que ahora ella es la que estaba jugando conmigo.

- Así que te pusiste a hacer tu tarea, ¿eh?

Nuevamente se rio.

- Si, hice tooooda mi tarea.

Nuevamente se puso seria y con voz franca me dijo:

- Gracias Alex. Gracias de veras. Yo pensé que me iba a sentir mal, pero la verdad es que me siento… liberada. Tengo esta sensación agradable en el pecho y por primera vez desde que tengo memoria, no siento angustia por las tareas, por la escuela, por mis padres. En fin, por nada. Tengo ganas de sonreír y de sentir el sol en el rostro, de salir a pasear y…

- Wow, wow, wow. ¡Un momento señorita, un momento! El sexo tiene propiedades… medicinales, si quieres ponerlo así, pero no va hacer que la escuela desaparezca. El sexo no te va a liberar ni de las tareas, ni de los exámenes, ni de darle de comer al gato. Y si te pierdes en él puede haber consecuencias adversas. Hay que disfrutarlo ple-na-men-te, pero siempre consciente de lo que estás haciendo… Considera esta charla como la lección número dos.

-Je, gracias profe. Es solo que me prometí a mí misma que el resto de la semana no habría preocupaciones y que me divertiría. El lunes ya veremos.

No, no estaba jugando conmigo. En verdad se estaba transformando. Años de, no digamos abstinencia sino de, autorrepresión sexual, estaban llevándola a este punto. No se trataba de no haber tenido sexo, sino de haberse sentido culpable por tan solo pensar en ello. Pensé que, de alguna manera, estaba yo haciendo una buena obra y me daba cuenta de que Diosito me recompensaría por ello con un excelente fin de semana.

El receso había terminado y nos levantábamos para ir a nuestra siguiente clase: Dibujo. Para ello teníamos que movernos de salón. Ella dijo que debía ir al baño y que nos veríamos ahí. Me encaminé hacia el salón de dibujo sin prisa pensando en todo lo que estaba ocurriendo y afuera del salón ya estaban Carlos y Héctor esperándome. Carlos rodeado de chicas, como siempre y Héctor a su lado.

Al verme, Héctor me saludó con la mano y empezó a caminar hacia mí, pero Carlos lo tomó del cuello de la camisa, sin apartar siquiera su vista de las muchachas con las que hablaba, y se lo impidió. Héctor sintió el jalón y su cuaderno de dibujo y sus lápices cayeron al piso mientras conservaba precariamente el equilibrio, provocando la risa de las chicas alrededor de Carlos que parecía detener al otro sin mayor esfuerzo. No fue difícil, como ya dije Carlos era muy atlético y Héctor pues… era simplemente Héctor.

Al entrar al salón nos dirigimos a nuestros lugares de costumbre, hasta atrás en un rincón. Un despistado estaba ocupando el lugar que yo siempre tomaba, Héctor caminó hacia él y le dijo mientras hacía una seña con su pulgar:

-Muévete rata.

Al vernos el chico se cambió de lugar sin decir nada y pude entonces ocupar mi sitio, nos sentamos y Héctor estaba a punto de abrir la boca cuando llegó Mónica que entró al salón detrás nuestro.

- Hola chicos ¿Les molesta si me siento con ustedes?

Ambos voltearon a verla, se vieron entre ellos y después a mí. Creo que se puede decir que de alguna manera yo soy el líder del grupo. No es que ellos fueran mis criados o algo así, de ninguna manera. Cada quien hacía lo que quería o lo que tenía que hacer, cuándo lo tenía que hacer y cómo lo quería hacer, pero cada vez que estaban en duda o no sabían cómo reaccionar volteaban hacia mí en espera de una respuesta. Yo asentí casi imperceptiblemente con la cabeza y entonces Carlos volteó a verla para decirle sonriendo:

- Claro que no, adelante.

Héctor volvió su mirada al mismo chico que ocupaba mi lugar al entrar a la clase y le dijo:

-Muévete rata.

En lugar de restiradores había mesas con cubierta de formaica blanca en donde cabían varias personas. Mónica se sentó a un lado mío y los otros dos frente a nosotros, una vez que se acomodó, Héctor abrió la boca y empezó a decir:

- Ni te imaginas lo que pasó ayer Alex. Al salir de clase iba yo a buscarlos a la puerta de salida cuando…

Carlos le dio un codazo para callarlo y Héctor volteó a verlo con el ceño fruncido. Carlos lo vio de frente y le indicó con una mirada que Mónica estaba allí.

-Ah… si… bueno, luego te cuento. Es que... tuve una situación con la maestra de dibujo y… quería saber tu opinión.

Carlos lo veía con una sonrisa que apenas podía contener y entonces abrí los ojos y la boca con sorpresa cuando creí entender de qué se trataba.

- ¡No me digas que tú…!

Volteé a ver a Carlos y él, con la cabeza apoyada en su mano, simplemente asintió con la cabeza varias veces sin dejar de sonreír. Volví la vista hacia Héctor.

- Tú… Nooo… ¿a poco?

Héctor me miraba con la cara de satisfacción del gato que se comió al ratón.

- ¡Ay, ya digan de que se trata! No pueden hablar así y esperar que no sienta curiosidad. Ya suelten la sopa.

Ambos se le quedaron viendo a Mónica y luego a mí. Yo pensé que, si se trataba de lo que yo creía, ésta podía ser la oportunidad para iniciar la lección número tres con Mónica. Ésta sería una experiencia interesante.

- Pueden contarlo todo, no hay problema con Moni.

Ahora fueron ellos lo que abrieron desmesuradamente los ojos. Héctor con franca voz de asombro dijo:

- ¿Ella? Pero si ella… - no terminó la frase simplemente se persignó tres veces frente a ella. Carlos no dijo nada solo se me quedó viendo con cara de asombro. Señalando a Mónica con la palma de mi mano dije:

- Mónica es una persona nueva. Creo que ha aprendido algunas valiosas… lecciones y ahora ve la vida de una manera más… liberada. Digámoslo así.

Mónica se puso un poco roja, pero los seguía viendo a ambos con una sonrisa franca. Se presentó un breve silencio mientras procesaban la idea y finalmente, Mónica dijo:

- Bueno ¿Me van a contar o no?

Héctor vio brevemente a Carlos y volvió la vista hacia Mónica.

- Bueno, lo que pasó es que la maestra de dibujo y yo… ya sabes… pues… nos metimos a la cama juntos.

- ¡Nooooo! ¿Te cogiste a la Hipp…

-SHHHHHHH.

Mónica se tapó la boca con las dos manos cuando Carlos y yo la callamos casi al unísono. No creo que los demás alumnos hayan oído a Mónica decir nada, pero nuestro shhh hizo que todos voltearan a vernos.

- Sí, déjame te cuento, ayer…

Héctor dejó de hablar al recibir un zape de Carlos.

- Oyeee...

- Cállate. Yo cuento la historia.

- Pero ¿por qué tú? si yo fui el que…

- Porque tú tienes déficit de atención y eres un tarado, seguramente la vas a contar mal.

- No soy un tarado, simplemente soy… excéntrico.

- Como sea. Ya estaba yo en la salida esperando a que llegaran ustedes dos, cuando este zonzo llega corriendo y me pregunta todo apurado que si traigo dinero. Yo le pregunto que para qué y él me dice que para una cosita. Le pregunto que cuánto y el muy tarado me dice: “todo”. Estoy a punto de molerlo a palos y entonces me dice: “Se me hizo con la Hippie y a lo mejor tengo que pagar el hotel”. Yo pensé que era otra de sus puntadas, pero vi su cara de angustia y le dije: “¿De veras?” Y él todo apurado me dijo que sí. Le di el dinero que traía y se va corriendo sin decir nada. No se aleja ni diez metros y se da media vuelta y corre de nuevo hacia mí. “¿Traes carro?” Yo le contesto: “¿Ya no te acuerdas cómo llegaste a la escuela hoy baboso? Yo te traje”. “Ah, cierto bueno, entonces vente al estacionamiento y nos sigues”. “¿Y para qué carajos quieres que los siga?” le pregunto yo, y entonces me dice: “Para que veas que es cierto”.

Mónica y yo nos reímos a carcajadas y Héctor comento, con tono teatral:

- No permitiré que se ponga en juego mi integridad ni que me llamen mentiroso. Por cierto, perdón por dejarte plantado. Supongo que nos estuviste esperando tres horas para que al final ni apareciéramos.

- No te apures. Esta ocasión lo ameritaba. Además, aproveché el tiempo para repasar algunas lecciones de ética y moral. – Dije, volteando a ver a Mónica que puso sus manos juntas entre sus piernas e hizo una ligera presión sobre su panocha.

Carlos continuó:

- En fin, ya en el estacionamiento vi con mis propios ojos como Héctor llegó al carro de la Hippie, ella estaba ya dentro del auto y entonces abrió la puerta del otro lado para que éste se subiera. ¡No podía creerlo! Arrancaron y yo salí tras ellos. Resulta que no se fueron a un hotel sino al departamento de ella. Son los condominios que están a un lado del deportivo. Bajaron del carro y ella caminó delante de él. Cuando estaban a punto de entrar al edificio este baboso me hace señas para que diera la vuelta hacia la parte de atrás. Lo hago, me bajo del carro y como vive en la planta baja veo por una ventana como entran al departamento. Me acerco y los vi meterse a la recámara, la Hippie cierra las cortinas y pensé: “Bueno aquí se acabó. Condenado suertudote”.

- No es suerte es habilidad y encanto personal. – Bromeó Héctor.

- ¿Qué creen que hace entonces este pervertido? ¡Abre ligeramente las cortinas para que yo me pueda asomar!

Mónica nuevamente exclamó en voz alta:

- Ibas a dejar que viera como te la ibas a cog…

-SHHHHHHH.

Nuevamente tuvimos que callarla y ella se volvió a tapar la boca. Entonces dije:

Ya pasó casi media hora. Se me hace que no va a venir hoy.

- Seguramente sigue recuperándose de la fatiga. – Dijo Héctor mientras se soplaba las uñas.

Carlos le dio otro zape.

- Oyeee…

Algunos alumnos ya se habían ido y entonces sugerí irnos a otra parte. Nos marchamos y mientras caminábamos le conté a Mónica lo del reto de cortejar a la maestra de dibujo. Con toda intención, los llevé al mismo jardincito detrás del gimnasio. Mónica volteó a verme y me dedicó una sonrisa pícara.

Nos sentamos bajo la sombra del árbol más o menos en las mismas posiciones en que estábamos en el salón y Carlos continuó su historia.

- La verdad es que estaba a punto de irme. No me llamaba la atención quedarme a ver las miserias de este menso, pero luego pensé que esta podría ser quizá la única vez que tuviera sexo en su triste vida y decidí quedarme a tomar una foto para que la tuviera de recuerdo.

- Oyeee…

Risas otra vez. Pero ahora sin cuidar el volumen de la voz.

- En fin. Me asomé y… ¡wow! La Hippie se le fue encima como una salvaje. Lo empezó a besar, más que con pasión con violencia, parecía que se quería comer su cara. Por un momento pensé que lo iba a asfixiar. Prácticamente le arrancó la camisa y después empezó a quitarse ella la ropa. Primero la blusa y después el sostén, todo sin dejar de besar a Héctor. Se bajó los jeans sin ni siquiera desabotonarlos y…

Carlos dudó en seguir y volteó a ver a Mónica sin saber si debía seguir contando la historia. Mónica, agitando las manos le dijo con voz ansiosa:

- ¡Sigue, sigue! ¿Qué pasó después?

- ¿Con todo y detalles…?

- ¡Sí! ¡Todo, todo!

- Ok, si insistes.

Carlos se aclaró la garganta y continuó:

- Se bajó los pantalones con desesperación y luego las pantaletas. Empujó a Héctor en la cama y se le fue encima. Desabrochó el cinturón luego los pantalones y prácticamente le arrancó la trusa. Tomó su verga y la empezó a mamar como si no hubiera mañana. La lamía, se la jalaba, se la metía a la boca y la empujaba hasta su garganta. Héctor estaba tieso como una tabla y tenía los ojos en blanco. Después de unos minutos, se subió en él, tomó su verga con una mano y la apuntó a su panocha. Cuando sintió que estaba en posición, se dejó caer y lo montó. Empezó a moverse de arriba abajo y le decía. “Méteme la verga, métemela toda, hasta los huevos papi”. Las tetas de la hippie están grandecitas y apuntan hacia abajo. Se le movían para todos lados mientras lo montaba y entonces Héctor se las agarró. Se las apretaba, le jalaba los pezones que se estiraron un par de centímetros y ella le decía “Sí, así, jálamelas duro, acábatelas” Así estuvieron un tiempo hasta que Héctor no aguantó más y con voz entrecortada le dijo: “¡Me voy a venir, me voy a venir!”. Ella contestó: “¡Yo también estoy a punto papi, suéltalos, échamelos todos!” Ella siguió moviendo el culo con fuerza, Héctor gimió y ella grito “¡Sí, sí, sí, siento tus chorros hasta adentroooggghhh…! Se vino ella también y se desplomó sobre Héctor que estaba casi privado. Desde donde estaba yo pude ver como estaba ensartada en su verga y como le escurrían los chorros de semen.

Mónica escuchaba con atención cada parte de la historia con la boca ligeramente abierta y sin parpadear siquiera. Su respiración se oía levemente entrecortada y tenía otra vez las manos entre las piernas haciendo presión sobre su panocha.

Yo también estaba excitado, aunque no tanto por la historia en sí, sino por la reacción de mi alumna.

Carlos siguió:

- Así se quedaron un rato. Respirando profundamente y bañados en sudor. Después, la Hippie se giró para acostarse junto a él y algo le dijo al oído que no pude escuchar. Empezó a acariciarle el pecho, luego bajó su mano y lentamente le empezó a acariciar la verga que todavía estaba parada. Cuando terminó de recuperar el aliento se agachó otra vez y volvió a mamársela. Esta vez con calma. Mientras se la chupaba, con una mano se la jalaba rítmicamente y con la otra le acariciaba los huevos. Poco a poco empezaron a calentarse otra vez y cuando estuvo a punto se puso en cuatro y le ofreció el trasero. Esta vez la cara de la hippie apuntaba hacia donde yo estaba. Héctor se arrodilló detrás de ella y se la empezó meter desde atrás. Al principio la Hippie se lo tomaba con calma y, con los ojos cerrados y la boca abierta, disfrutaba de cada una de las metidas que le daba. Empezaron a acelerar el ritmo y Héctor se la empezó a meter con más fuerza. Las tetas de la maestra se sacudían con cada empujón, empezó jadear cada vez más fuerte y entonces Héctor le dijo: “¿Te gusta por atrás?” “Siii” contestó ella “¿Como los perros? Le preguntó. “Siii, como los perros, dame fuerte, más rápido, soy tu perra, monta a tu perra”. Otra vez a gemir y a jadear, esta vez duraron más tiempo. Héctor se armó de valor y empezó a decirle de cosas. “¿Te gusta perra, te gusta? “Siii, me encanta. Métemela, métemela”. “Si perra, sí. Te la voy a dejar ir toda ¿Quieres más verga?”. “¡Si, cógete a tu perra, soy tu perraaahh…! Se le pusieron los ojos en blanco y empezó a sacudirse con cada metida que le daba y entonces se vino otra vez. Héctor la bombeó unas cuantas veces más y acabó otra vez dentro de ella.

Mónica estaba completamente roja. Sus mejillas y orejas parecían semáforos en rojo. Tenía la boca abierta y sus senos subían y bajaban agitadamente con su respiración. Sus manos seguían apretando su entrepierna y parecía que iba a explotar.

- Después de eso me fui, no sé cuánto tiempo más estuvieron allí ni que hicieron. Pero con eso tuve suficiente para no dormir gran parte de la noche.

Carlos se volvió hacia Héctor lo abrazó por el cuello, le revolvió el cabello y le dijo:

- Bien hecho campeón.

Héctor puso una cara de felicidad en la que no le cabía la sonrisa. Que el chico más perseguido por las mujeres en la prepa le dijera algo así, lo hizo sentirse en las nubes.

- Por cierto Carlos, aquí está tu dinero, al final no lo usé. Gracias.

-Naahh, quédatelo. Te lo ganaste campeón. Pero tú invitas los refrescos la próxima vez.

Interrumpí el momento para decirle a Héctor:

- Oye, sólo tenías que coquetearle, no cogértela.

-Sí, lo sé. Lo que pasa es que su marido y ella se separaron. Parece ser que averiguó que la estaba engañando, tuvieron una pelea y el infeliz la dejó. Andaba bastante deprimida y como yo estaba siendo muy amable con ella pues…

- ¡Vaya! Tal vez Carlos si debió haber tomado la foto del recuerdo. - Le dije en tono de broma.

- Lo hice. – Dijo Carlos.

- ¡Quééé! – Dijimos todos casi al unísono.

- La tomé con el celular cuando estaban de a perrito. Estaban tan entrados que ni siquiera notaron el flash.

Todos nos acercamos hacia él

- ¡A ver, a ver!

Nos mostró la foto en su teléfono y ahí estaban, a todo color. La Hippie en cuatro dándole las nalgas a Héctor y éste atrás de ella agarrándole las tetas mientras se la metía. Ellos tres se quedaron viendo la foto largo tiempo, yo me volteé discretamente a ver a Mónica quien con una mano movía el teléfono para poder ver bien la foto y con la otra se apretaba descaradamente la panocha por encima de los pantalones.

- Borra esa foto. – le dije – Si alguien la ve Despiden a la maestra o algo peor y a éste lo botan de la escuela.

-Tienes razón, la borro ya.

Héctor dijo:

-Sí, hay que borrarla… Pero antes, me la pasas.

- No seas bruto. Alex tiene razón. Esto podría ser peligroso.

- No importa. Valió la pena.

-Ok. Pásasela, después de todo… es él el que está ahí. Tú, sí bórrala. Y tú no seas idiota y la vayas a andar enseñando.

- No te apures Alex. No quiero hacerle daño a la maestra ni me quiero ir expulsado…- Dijo con cierta tristeza. – La quiero para mis noches solitarias.

Carlos le dio un zape más y le dijo:

- ¡Tarado!

Nos reímos un rato más y como ya daban las tres Carlos se despidió para ir a la práctica de natación. El gimnasio seguía cerrado pero la alberca funcionaba perfectamente. Héctor se despidió también y dijo que iba a casa de la maestra para hablar con ella.

Los vimos irse y apenas doblaron la esquina Mónica se me colgó del cuello y empezó a besarme llena de lujuria. Sus manos recorrieron todo mi cuerpo, el pecho, la espalda, los hombros, las nalgas que apretó fuertemente y mi verga. Podía sentir sus senos presionando contra mí y sentí también como tallaba su panocha contra una de mis piernas. Separó su boca de la mía y con voz trémula por la lujuria dijo:

- Quiero coger.

- ¿Lista para seguir con nuestras lecciones?

-Sí.

¿Estás segura?

- Si no me coges tú, busco quien lo haga, no sé qué pienses tú, pero yo hoy me meto una verga.

No había nada más que decir. Recogimos nuestras cosas y con mi brazo en su hombro salimos de la escuela rumbo a mi casa.

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