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Ella se acerca

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Ella se acerca. Mientras hacía broma con unos y otros, hola guapo, que haces aquí, estás solo? se aproxima. Risas y rumores en la sala, oscura por el humo del tabaco que las luces indirectas atraviesan con dificultad, puntos de luz cegadores en el techo, risas y rumores que se detienen bruscamente, como un portazo, al preguntar ella: vienes conmigo? no muerdo, te lo aseguro, y que recomienzan en cuanto es otro el grupo que es objeto de sus comentarios. Allí donde ella está, los gritos de antes: "venga, quítale el tanga, que se vea, tongo", se transforman en rápidas negativas, dichas con un hilo de voz, cuando ella les coge de la mano, suavemente, tirando de ellos hacia el escenario. Tímidas negaciones – no, no, en todos los tonos, cohibidos, no, no, no por favor, tajantes, no, en absoluto, pero sobretodo, patéticas risitas de conejo, voces que no alcanzan a articular palabra.

Ella se acerca. Vagamente espero que se entretenga por el camino, que encuentre otro blanco sobre el que lanzarse, que otro sea quien se atreva a seguirla al escenario, aquel oriental que fuma cigarrillo tras cigarrillo, uno de los rusos escandalosamente borrachos. Pero oscuramente sé que un borracho quitará brillo al espectáculo, y que un oriental es demasiado extraño. De alguna manera me siento condenado, no por el qué dirán de la sala, que me es indiferente, sino por mi propio orgullo. Me horroriza pensar que en el futuro, y ya para siempre, al recordar este momento, me diré: aquel día, cuando no me atreví.

Me queda la esperanza de mi vecino, tan solo como yo. Pero su mirada distante, displicente, aburrido de estar allí, crean un cerco de frío a su alrededor. Por suerte, ella lo considera como un envite: hola, te aburres? ven a bailar conmigo allí arriba, acaríciame, tengo ganas de un hombre de verdad, no uno de esos que se ríen en el fondo y que se escapan de corrido o que se corren a escape en cuanto una hembra de verdad les mira. Va, vosotros, los del fondo Sur, valientes, salid de dos en dos, que no podéis conmigo. Pero los del fondo no se mueven, y el vecino continúa en su postura de ejecutivo antes de dar lectura al balance de situación. Ella continua, ¿no hablas inglés? ¿sprechen sie deutsch? ¿no será que lo que entiendes es el griego? – risas en el fondo de la sala, contentos de no ser ellos el objeto de los sarcasmos – Ven conmigo, que si no hablas el español, al menos practicaremos el francés. Y las risas arrecian, métele el starter, que está frío, gritan desde detrás de una columna, métele mano mejor, otra voz. El continua impasible, mirada perdida, inhumana, capitán de la Bounty antes del amotinamiento. Ella no va a perder más el tiempo. Sobre todo no mirarla me digo, disimular, ojos clavados en el vaso.

Ella se acerca. Aparta la mesa, se pone directamente delante de mis ojos, mi estrategia se hunde. Ella me toma por la barbilla, me gustan los hombres con bigote, abarcan más territorio cuando lamen, y empieza a tirar de mí. Claro, puedo resistir, pegarme al asiento, lapa asociada a la roca, un todo con la silla. Y no perdonarmelo luego nunca. Finalmente estoy en pie, los gritos arrecian, tres escalones, encima del escenario, y me detengo, paralizado.

Pide un aplauso, y mientras trata de tranquilizarme

" vamos a bailar un poco, no sucede nada, vamos a calentar un poco a la sala. Abrázame fuerte, y no te preocupes de donde pones las manos" Suena una balada romántica, las luces disminuyen y bailamos. Pongo las manos sobre sus caderas, y ella las baja hasta las nalgas, puedo notar la rejilla de sus medias bajo la falda. Mueve las caderas en un suave ondular. Se inclina sobre mi cuello, cálido aliento detrás de mi nuca y continuamos el baile. Sus manos pasan de mi pecho a la espalda, me acaricia los brazos y delicadamente me desabrocha los puños de la camisa, subiendo sus manos por el interior de mis brazos.

Suavemente me acaricia el pecho, sobre la camisa primero, abriendo los botones luego y pasando la mano entre el algodón y la piel, caricias en las areolas. Mientras, bailamos en el escenario y el público deja de existir. Me dice que demos un poco de animación a la sala, que se van a dormir, y me besa, mientras deja caer mi camisa al suelo. Se aparta, y en unos pasos de baile se quita también la blusa. Sus pechos, libres de sujetador, areolas negras sobre su piel pecosa, apuntan hacia mi.

Continuamos el baile, mientras las luces suben en intensidad. Siento el calor de su piel sobre la mía, sus pezones oscuros sobre mi cuerpo, mientras me suelta el cinturón, y pasa la mano hacia el interior, separándose de mi un poco, para el publico, supongo. Palpa mi cuerpo, por encima de los calzoncillos, sospecho que para apreciar su respuesta. También yo la noto, el maravilloso inicio, parte de mi cuerpo tomando la iniciativa, con su voluntad y vida propias, suave aumento de presión. Ella se detiene enseguida, comprobada la buena voluntad. Si quita la mano se caerán los pantalones, pienso. En este momento la música se hace más viva, y en un movimiento rápido ella se tira a mis pies, me quita los zapatos, y me abre la cremallera de los pantalones, que caen. Situación patética, los pantalones bajo las rodillas, en calzoncillos y calcetines en un escenario.

Ella me dice, fuerte para que todos la oigan, que ahora no me puedo mover, y que me deja hacer lo que quiera, o ponerme otra vez los pantalones y volver a mi silla, o quitarmelos y continuar el juego. Que se quede, que se quede, gritan todos, me quito los pantalones y los calcetines y me planto en el centro de la pista en ropa interior.

Ondulante, se pone de espaldas a mi, indicándome que la abrace, las manos en sus pechos, mientras sus caderas avanzan y retroceden, en muda invitación al amor. Siento mi cuerpo responder a sus golpes mientras pienso en cada una de las personas de la sala, ojos fijos en mi y en el relieve bajo mi ropa, que, invisible hace unos instantes, toma forma.

Ella se quita la falda, y los rubios rizos dejan ver que no lleva nada más que las medias y los ligueros. De espaldas a mí, pone mis manos sobre su pubis, ya su único movimiento es un ondular de caderas, de lado a lado, rozándome con su cuerpo. Con mis dedos trato de hallar sus labios, tarea imposible por su movimiento, no coopera en absoluto, no quiere que mis manos se introduzcan en ella. El publico, enardecido, grita: qué se vea, que se aparte, tongo, todo aquello que tanta gracia me hacía, antes y que ahora no deseo, vergüenza de mostrar mi desnudez abultada.

Se separa de mi, las luces cobran toda su intensidad, y me muestra a la sala, orgullosa del resultado, abombamiento refrenado por la ropa, obstaculizado, incomodo. Me doy la vuelta, y en los espejos del fondo del escenario, en el centro del reflejo de la sala estoy yo, en ropa interior, adiposidades al aire. No estoy seguro de querer seguir, ya he demostrado que podía salir a la palestra y exhibirme. Pero tal vea sea ya un poco tarde, me digo, no puedo decepcionar a mi publico.

Ella se acerca. Me pone de espaldas al espejo, de pie a mi lado para no ocultar la ceremonia a nadie, introduce la mano bajo la cintura de mi ropa, y en un toque experto hace que retome la forma, desaparecida bruscamente ante la avergonzante visión del espejo. Por lo breve de su caricia intuyo que desea obtener simplemente un a modo de bajorrelieve prometedor, desea guardar el misterio para el siguiente acto, sin que por ello yo me sienta disminuido y el público, desilusionado. Decidida me quita los calzoncillos, pero de forma en cierto modo funcional, sin aspavientos, lo mas natural del mundo. Me pone en cuclillas, de lado, de tal manera que no se me pueda ver completo, mi sexo, liberado de la presión de la ropa, tendido casi horizontal, oculto por las piernas. Su espalda está ahora delante de mí, se inclina de rodillas, mostrándome sus nalgas, invitándome a que la bese. Lo hago, separo su vello con las manos, y mi lengua alcanza entonces los suaves pliegues de su piel. Su sabor y el gesto eternamente repetido me hace olvidar dónde estoy, y hundo mi cara en su cuerpo, olor a mujer, siempre perseguido y algunas veces alcanzado. Noto el conocido latido de mi sangre entre las piernas, y mi subconsciente se preocupa por ello. Hasta este momento, aparte del hecho de estar en un escenario, rodeado de espejos y de luces, lo que se ha entrevisto de mi cuerpo es lo que suelo mostrar en las playas nudistas. Desnudo, si, algo más excitado, pero en unos límites razonables, nada ostentoso. Si estuviese en la playa, en este momento podría ir hasta el mar sin sentirme avergonzado, sumergirme en el agua, nadar un poco y salir, reposado. Pero no estoy en la orilla del mar, no es arena lo que hay bajo mis pies, no hay sol, es un foco circular el que nos ilumina, el que siluetea nuestros cuerpos, el resto del escenario en total oscuridad. Delante de mi, en blanco, los dos volumenes que terminan su espalda, en negro, el lugar en el cual estoy hundiendo mi cara en estos momentos, caricias con la nariz, con los labios, con la lengua. Mi cuerpo responde a estas sensaciones, profundos, espesos latidos, deliciosos al no haber nada que los refrene, olvido del mundo, concentrado en ella, en sus movimientos de fuga, para evitarlos paso mis manos por su cintura, hundo mis dedos en su vello, me pierdo en resbaladizos senderos, noto en mi piel y en mis labios que su cuerpo está preparado para aceptar al mío. En esto, el público grita, "queremos verlo, que lo enseñe", devolviendome a la realidad. ¿que más quieren ver? y me doy cuenta que mi sexo, perdida la horizontalidad, se alza ahora, sobresaliendo entre mis piernas. Y esto es lo que ahora ven, y quieren ver mejor, y para esto han venido, y para esto han pagado. Ella, rápidamente se aparta de mí, me pone en pie, y ahora sí, ahora mi sexo se yergue, dominante, soberbio, en toda su extensión, apuntando al cielo, mientras la sala aplaude.

Ella se acerca. Me acaricia entonces desde la espalda hasta el interior de las nalgas, deteniéndose en su centro, caricia a las cual mi sexo responde en una honda pulsación que lo eleva aún más por un instante. Pide un aplauso. Otra, otra, gritan desde el fondo. Nuevamente su mano me roza suavemente, nuevamente mi sexo se expande hacia arriba, elocuente saludo. Más palmas. Se repite varias veces, las palmas al ritmo ondulante de mi sexo, mi sexo siguiendo a las palmas, pleno dominio de ellas sobre mí.

Solo soy esta parte de mi cuerpo, que siento como el mar siente sus olas, enorme fuerza pugnando por escapar. Finalmente ella se pone a mi espalda, sin separar la mano de mi centro, y expertamente me conduce, mientras doy la vuelta al escenario precedido por mi sexo extendido, pulsaciones provocadas por ella cuando lo desea, acompañado por las palmas y los aplausos.

Mi deseo es patente, elocuente, palpable, doloroso, incluso. Ella se acerca y me susurra: bueno, te has portado muy bien, te mereces el premio... pero no aquí, no delante de todo el mundo, no ahora. En un gesto suyo, se detiene la musica, se apaga la luz.

Me quedo en el escenario, aun desnudo

Ella se aleja.

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