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Desafío de galaxias (capítulo 8)

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—Estamos igual que cuando encontramos el DAE-3, —comentó Loewen—. Está tan oculto que no lo vemos… y los escáneres nos están ayudando una mierda.

El transbordador maniobraba entre el gigantesco mar de asteroides y planetoides de Sordello da Goito. Se extendía a lo largo de medio año luz, entre los sectores 6 y 7, y los planetoides más grandes no superaban los 30 kilómetros de diámetro, es decir, que casi ni lo eran.

—Esto es un laberinto, —comento Marión sin dejar de teclear en su consola—. Pero lo que más me desconcierta es que no detecto nada metálico…, que curioso.

—¿Qué tienes? —preguntó Marisol aproximándose.

— Detecto una fuente de emisión magnética, —contestó Marión con cara de extrañeza— y no hemos detectado nada metálico. ¡Piloto! Regresa a las coordenadas exactas.

La nave se paró en las coordenadas y todos miraron por las ventanas sin ver nada.

—Las coordenadas exactas corresponden con ese planetoide.

—Y la emisión magnética proviene de él, —añadió Marión—. Siete kilómetros de diámetro y… ¡muy poca masa!

—Está hueco, —confirmo Loewen.

—Piloto. Comienza un rastreo a ver si encontramos una entrada, —ordeno Marisol. La nave, ayudándose de dos potentes focos exteriores, además de los sistemas electrónicos, comenzó una exploración sistemática de la superficie.

—¡Piloto! Hay una distorsión en el campo magnético a 27º a babor de la proa, —informo Loewen.

—Corrigiendo rumbo a 27º a babor, —lentamente la nave se dirigió hacia dos protuberancias de roca que custodiaban una puerta de hangar del mismo color.

—Detecto un emisor, —informó Marión sin dejar de teclear en su consola—. Creo que puedo enlazarlo…, ya está. Requiere la clave de acceso.

—Aquí la tienes, —dijo Clinio entregándola su tableta.

Marión introdujo la clave encontrada en la unidad de almacenamiento de la Princesa y el portón se empezó a abrir mientras una docena de luces parpadeaban a su alrededor. La nave entró a un hangar y la puerta de cerro automáticamente a su espalda, para inmediatamente abrirse otra frente a ella. La traspasaron mientras Marisol ordenaba al teniente Gómez, comandante del destacamento militar que llevaban a bordo que se preparara.

—Tenemos gravedad… y tenemos soporte de vida, —informó Loewen. Marisol dio la orden y el portón trasero del transbordador se abrió. Los soldados salieron rápidamente encarando sus armas hacia delante y se desplegaron por el hangar hasta alcanzar el perímetro. Marisol y todos sus acompañantes salieron de la nave mirando a todas partes ayudándose de sus escáneres.

—¡Joder! —exclamó Marión mientras seguía tecleando en su tableta.

—Muy expresiva, —bromeo Marisol riendo—. Una expriora soltando tacos. ¡Qué vergüenza! —el comentario provocó la hilaridad de los demás— mira a ver si puedes ser más concreta.

—Esto es artificial, —dijo Marión ignorando la broma—. Me refiero a que no es un planetoide escavado.

—¡No jodas! —exclamó Marisol.

—¿Estás segura? —preguntó Opx acercándose a ella y mirando la tableta por encima de su hombro.

— Totalmente. Esto tiene que ser obra de un ingeniero tan genial como Camaxtli, —y con admiración añadió—. Está tecnología no existe. Construyó la estación y luego la forro de roca… de alguna forma. Esto no sabríamos construirlo ahora.

—Mi general, hemos encontrado un terminal, —informó el teniente Gómez—. Hay dos ascensores, un montacargas y una escalera de servicio. Se le parece bien, voy a dividir el destacamento para que progresen por la escalera a los niveles superior e inferior.

—De acuerdo, procede.

Los soldados desaparecieron por la escalera mientras Loewen ocupaba la terminal que estaba en una habitación acristalada anexa.

—General, esto es el control general de la estación. Desde aquí tengo acceso todo y… en las dársenas de la estación hay… 42 transportes de tropas, 3 fragatas y 5 corbetas.

La noticia provocó el entusiasmo de los compañeros de Marisol, que sin embargo se mantenía seria y pensativa. Anahis se acercó a ella, la puso una mano sobre el hombro y la susurro con suavidad—. Tía, es una muy buena noticia.

—Ya, ya sé que lo es mi amor, — contestó sonriéndola y acariciándola la mano— pero a corto plazo, no nos resuelve nada. En una semana se abrirá el portal y estás naves son demasiado valiosas como para sacrificarlas. Clinio ¿cuándo estarán operativas? ¿qué opinas?

—En el mejor de los casos, tres o cuatro semanas mínimo.

—Mi general, —se oyó por el comunicador—. Estoy en el nivel superior. Posiblemente querrá ver esto.

—¿Qué ocurre teniente?

—Que aquí tengo la nave más alucinante que he visto en mi vida.

Todos, salvo Loewen, se dirigieron a la escalera y subieron a la planta superior. Cuando entraron se aproximaron a la barandilla que rodeaba la dársena. Ante ellos, una nave enorme permanecía anclada a los laterales con unos robustos brazos metálicos.

—General, he enlazado el control central a mi tableta, —Loewen se situó a su lado mientras tecleaba—. Es un transporte. Defensas de perímetro, escudos primarios y secundarios, y algo más de 500 metros de largo.

—Son más grandes que los cargueros comerciales actuales.

—Mi general, —dijo el teniente Gómez señalando a los lados— por esos pasillos hay cuatro dársenas en cada sentido. El sargento me ha informado de que lo que hay abajo es distinto a esto.

—Bien. Sigue explorando los niveles superiores y toma buena nota de todo, —le ordenó Marisol—. Nosotros vamos al nivel inferior.

Se dirigieron a la escalera, y descendieron al encuentro del sargento.

—Mi general, creo que esto no es un transporte, —dijo el sargento mostrándola la nave—. En total hay tres.

—Son fragatas de batalla clase Küsh, —informó Loewen consultando su tableta—. 230 metros de largo, 6 cubiertas. Escudos primarios y secundarios, defensas de perímetro, artillería principal de partículas en tres torres, baterías secundarias, 8 tubos lanzatorpedos y 20 lanzadores de misiles.

—¡Joder! Esto si que es una maquina de guerra. ¿Sabemos que tripulación necesita?

—Si, general, —respondió Opx mirando su tableta—. 185.

—¿Y las corbetas?

—65.

—Con las tripulaciones de los transportes necesitamos unos 2.000 tíos altamente especializados que no tenemos, —razonó Marisol—. Bien. Loewen, Clinio y Opx, quedaros aquí, quiero un inventario exhaustivo de todo lo que hay. Os voy a mandar gente suficiente para trabajar en la estación, pero necesito transportes que ayuden en la evacuación de Faralia. Pasado mañana, a primera hora, os quiero en Mandoria para una reunión de estrategia.

Dos días después, Loewen, Clinio y Opx, se encontraron en un pasillo del palacio real de Mandoria con el presidente Fiakro, el canciller y varios ministros.

—¿Sabéis alguno donde está la general Martín? —preguntó el presidente después de recibir los militares saludos de todos—. En su habitación no está y no contesta al comunicador.

—No, señor presidente, —contestó Opx— pero a está hora habíamos quedado en la sala de estrategia.

Todos se encaminaron a la sala y por el camino se encontraron con Anahis que también se dirigía al mismo lugar acompañada por varios miembros del equipo. Cuando entraron en la estancia, vieron a Marisol, recostada sobre una mesa, repleta de papeles y tabletas, placidamente dormida. Anahis la acaricio suavemente la espalda y Marisol dio un respingo sobresaltada.

—¿Desde qué hora llevas aquí? —preguntó el presidente.

—Desde anoche. Tenía mucho trabajo y al final me quede dormida.

—¿Esperamos unos minutos para que te despejes? —preguntó de nuevo el presidente.

—No, no, no. Vamos a empezar, pero si alguien me trae un café, se lo agradezco.

Anahis la trajo su café negro, y mientras los demás se acomodaban en la sillas le dio un par de sorbos.

—Tenemos que ganar tiempo como sea, y eso pasa necesariamente por cerrar el portal, —todos, tan proclives a dar su opinión, esta vez, permanecieron callados y la miraron con expresión neutra. Marisol los miró detenidamente y se percató definitivamente de la terrible soledad que la rodeaba—. Gracias por vuestro apoyo ¡joder!

—General, —se atrevió finalmente a hablar Loewen, y lo hizo con sinceridad—. Casi no comprendemos como es posible abrirlo y tú quieres cerrarlo… ¿cómo?

—Como sea, aunque me temo que tendrá que ser con el método español… a lo bestia, —todos se revolvieron en sus asientos mientras Marisol los miraba detenidamente. Incluso, el presidente Fiakro la rehuyó haciendo que cuchicheaba con la persona que tenía al lado.

—Menuda banda de… ¡Cobardes! —estalló sin poder controlarse. La furia hispana brotó a raudales por todos sus poros—. ¡Todos! Desde el primero al último.

—Mi señora, —intervino finalmente Opx—. Si me ordenas que me meta por ese puto agujero, lo haré sin dudarlo, pero ni siquiera puedo imaginar como lo quieres hacer.

—He decidido utilizar a los voluntarios de Faralia.

—¿Y que más? Porque solo con ellos, no creo.

—Ellos serán la tercera fase de un plan más amplio y arriesgado, —guardó silencio un par de segundos para captar la atención de todos, aunque hacia rato que todos lo estaban—. Primero vamos a atraer su atención hacia un enemigo ficticio que ya están preparando en los astilleros de Raissa. Segundo, vamos a meterles por la boca del corredor un… regalito especial que están preparando los zapadores de la 1.ª División. Si logramos cerrar el portal, los voluntarios de Karahoz, tendrán ciertas posibilidades. ¿Alguna pregunta?

—Mi general, con su permiso quiero unirme al grupo de Karahoz, —dijo Opx con decisión—. Antes de que diga que no, quiero que sepa que mis tres años de noviciado los pase en Karahoz. Conozco el monasterio como la palma de la mano, y con los nuevos generadores místicos, creo que podríamos activar defensas y escudos, y obligarles a combatir sobre el terreno.

—Conforme, tú serás el comandante de la operación, — y mirando al presidente, añadió—. ¿Me ha traído los nombramientos, señor presidente?

—Si, aquí los tienes, —respondió tendiéndola una tableta.

—Por la presente, —comenzó a leer Marisol— se acuerda promover a la categoría de general del ejército, a los siguientes ciudadanos de la República: Loewen, Clinio, Opx, Marión, pretor Ghalt y el teniente del Tercio Viejo de Voluntarios de Nueva España, Fabián Torres. También se acuerda promover al grado de capitán de estado mayor, a Anahis de Mandoria. A todos los efectos desde la lectura de está orden. Bla, bla, bla. Firmado: Fiakro, presidente, —los miro a todos cuando dejó de leer—. Señores, señoras, enhorabuena.

—Gracias general, —contestaron todos al unísono.

—Por otra parte, hace días que hemos perdido contacto con el Consorcio Bellek. He ordenado al general Ghalt que mande varias naves a ver que pasa, pero tiene mala pinta.

—¿Por qué lo dice, general? —preguntó el canciller.

—Hace 400 años, sus enormes naves estaban preparadas para operar en un ambiente tan hostil como el sector oscuro. Pero ahora no y sus naves son demasiado grandes para aguantar las distorsiones. En fin, ya veremos, —Marisol guardó silencio mientras se apoyaba con las manos sobre la mesa—. Es posible que antes me halla pasado, pero en ocasiones la furia hispana aparece y los voltios se me disparan. Les pido humildemente disculpas a todos.

—General, en ocasiones este viejo presidente necesita que le den una patada en el trasero, —el comentario provocó una carcajada general y que la tensión se relajara.

—Gracias señor presidente, gracias a todos, —contestó Marisol con los ojos brillantes—. Faltan cuatro días, y os quiero a todos centrados en Karahoz. Clinio, vete a Raissa y supervisa los trabajos con el señuelo. Loewen, ocúpate de los zapadores españoles, el regalito tiene que estar preparado a tiempo. Los generales Opx, Ghalt, y yo… acompañados por mi nuevo ayudante y oficial de estado mayor, nos vamos a Karahoz.

Mientras Opx y Ghalt iban directamente a Karahoz, Marisol y Anahis pasaron primero por Faralia, querían ver de primera mano como marchaba el proceso de evacuación.

—En dos días terminaremos de trasladar a la población civil, —dijo la regente Daalis—. Como se puede imaginar, el proceso ha sido muy traumático.

—No podíamos hacer otra cosa, las distorsiones ya se empiezan a notar aquí, y cuando dentro de tres días se abra el portal, la situación empeorara. Y no podemos tener a millones de civiles permanentemente bajo escudos de energía.

—Lo sé, lo sé. Es una tragedia colosal, el que más y el que menos ha dejado atrás muchas cosas.

—Si tenemos éxito y logramos cerrar el portal, tendremos otros dos meses más hasta que lo vuelvan a abrir…

—Seria bueno que con calma pudieran volver para recoger algunas cosas, —la interrumpió la regente—. Tenga en cuenta que es casi seguro que no podamos regresar a Faralia.

—Veremos que se puede hacer, pero comprenda que el despliegue militar es prioritario.

—Por supuesto. Solo pido que lo tenga en cuenta.

Al día siguiente llegaron a Karahoz, y en compañía de Opx inspeccionaron los trabajos de fortificación del santuario.

—¿Ya han llegado todas las tropas? —preguntó Marisol mientras recorrían la parte superior de los milenarios muros exteriores del santuario.

—Afirmativo, en total 2.350 soldados faralianos, más dos escuadrones españoles y un grupo de zapadores, también españoles.

—Veo que estás cavando trincheras.

—Hemos podido activar los generadores de escudo…

—Entonces, ¿para que cavan trincheras? —le interrumpió Anahis con ingenuidad.

—Los escudos no llegan al suelo. Estaban diseñados para resistir el bombardeo desde la órbita o desde el aire, pero permitían operar a la infantería. Se quedan como a cinco o seis metros del suelo.

—¿Y los pertrechos?

—Todo está aquí. Calculo que podremos resistir cerca de un mes, —contestó el flamante general Opx—. Por cierto, les hemos preparado una pequeña sorpresa. Los montes que hay al norte están llenos de cuevas. En ellas hemos ocultado cuatro baterías de misiles que podemos operar desde aquí. Confiamos en poder derribar alguna de sus naves.

—¿Y la artillería del monasterio?

—Solo hemos podido recuperar cuatro baterías de tiro automático, el resto está inservible. Lo mismo pasa con la artillería pesada, cuatrocientos años a la intemperie para factura. De la artillería de defensa planetaria, solo funciona una batería. Pero tenemos 14 piezas de artillería de campaña y 6 morteros de plasma de los encontrados en el DAE-3.

—Perfecto general, —Marisol se situó ante él y pasó su mano por la nuca del general—. Opx, no sé cuanto podré venir a ayudarte.

—No te preocupes mi señora, —contestó cogiéndola la mano y besándola— todos los que estamos aquí, sabemos a que hemos venido… y que posiblemente no regresemos.

—¡De eso nada! Te prometo que os sacaré de aquí, —y mirándole fijamente a los ojos, añadió—. Yo no abandono a los míos.

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