Nuevos relatos publicados: 13

Ética, religión y Mónica -3

  • 18
  • 7.045
  • 9,60 (15 Val.)
  • 2

lll. Liberación

Mis padres son médicos, se conocieron cuando hacían su internado y al tiempo se casaron. Después llegué yo. Papá es cirujano y mamá es oncóloga. Tienen una rutina de trabajo realmente ardua. Temprano en la mañana al hospital para checar a sus pacientes, después al consultorio hasta la hora de la comida. Mi papá entonces regresa al hospital y opera hasta ya tarde, para, al terminar, checar nuevamente a sus pacientes. Mi madre, después de la comida, regresa a su consulta y, ya en la noche, vuelve al hospital, revisa a sus pacientes internados y espera a mi papá para volver a casa. Como resultado de esta intensa rutina, nos vemos muy poco. Casi siempre nos vemos por las mañanas antes de salir a nuestras actividades, los sábados por la tarde y domingos todo el día. Y, aun así, no había garantías ya que con cierta frecuencia tenían que salir a atender emergencias.

A raíz de todo esto, me pusieron en una escuela de tiempo completo y, hace unos meses cuando cumplí dieciocho, me compraron un auto compacto.

Mónica y yo llegamos al auto y subimos. Durante el trayecto hicimos bromas acerca de Héctor y su aventura, luego me preguntó si habría alguien en la casa, le hablé de mis papás y le dije que la señora del aseo solo iba lunes, miércoles y viernes, así que estaríamos solos. Llegamos a casa después de un rato, lo estacioné, entramos y subimos a mi habitación.

Dejamos nuestras cosas en el piso y la abracé al tiempo que le plantaba un beso. Ella respondió y nuestras lenguas se encontraron. Metí ambas manos bajo la blusa y empecé a sobar esas tetas que me tenían loco, besé su cuello y mordí suavemente el lóbulo de su oreja. Ella respiraba pesadamente y se contraía en mis brazos. Dejé de besarla y mi atención se centró en sus pechos. Pasé mis manos a su espalda y desabroché el sostén, saqué las manos de debajo de la blusa y la desabotoné dejándola abierta, ella bajó la cabeza y me dejó hacer. Acto seguido metí mis manos por debajo del brassiere ya suelto y masajeé esas enormes preciosuras por varios segundos. Luego los solté para desabotonar el pantalón y jalárselo por debajo de sus redondas nalgas que se proyectaban divinamente hacia atrás. Le dejé las pantaletas porque quería ver a plena luz del día la mancha provocada por la humedad. En efecto se sentían húmedas, pero nada más, como si ya se estuvieran secando, cosa que se me hizo rara considerando lo que había pasado la última vez que nos tocamos. Le bajé los calzones para descubrir su preciosa mata de pelo y cuando se la empecé a acariciar se echó para atrás y empezó a sollozar.

- No, no puedo…

Ella trataba de cubrirse los senos con la mano y el brazo derecho y con la izquierda tapaba su panocha.

- Noo. Esto está mal. - Decía sin poder controlar el llanto.

Yo la veía parada en medio de mi habitación, llorando con la cabeza baja y tratando de cubrirse. Una mezcla de sensaciones me golpearon brutalmente. Por un lado, la imagen de una chica en estado de angustia llorando a mares me hizo sentir lástima y compasión. Por el otro lado, verla tratando de cubrirse sin lograrlo me tenía loco. No importaba cuanto tratara. Su brazo y su mano simplemente no podían cubrir sus generosos senos. Lo único que lograba al apretarlos, era hacer que se vieran aún más enormes. Abajo, entre las piernas, el vello púbico asomaba entre sus dedos y alrededor de ellos. Finalmente, también sentí desesperación. Yo, siempre tan seguro, siempre con la respuesta adecuada, siempre con el plan maestro, no sabía qué hacer.

El corazón me decía que la abrazara, que la protegiera. Que le dijera que todo estaba bien, que no permitiría que le pasara nada. Mi verga parada, a punto de explotar, me demandaba que me le fuera encima, que la arrojara a la cama y forzara mi entrada en ella haciéndola cumplir su promesa. Mi cerebro solo preguntaba: “¿Y ahora qué vas a hacer, idiota?”.

Cuando finalmente pude reaccionar me acerqué a ella, la tomé por los hombros e hice que se sentara en la cama. Sus manos seguían tratando de cubrir sus partes íntimas y seguía llorando con la cabeza baja.

- Espera ahora vuelvo.

Caminé hacia el escritorio y tomé unos pañuelos desechables de la caja junto a mi computadora (Por favor, no pregunten porque hay una caja de Kleenex junto a mi computadora). Me senté junto a ella y le ofrecí los pañuelos. Al tomarlos separó de su cuerpo la mano que inútilmente trataba de ocultar sus senos y nuevamente me deleitó con la vista de sus enormes pezones.

Y de nuevo la maldita dicotomía emocional.

Se limpió ojos y nariz sin dejar de llorar y luego se volvió hacia mí, me abrazó y hundió su cabeza en mi pecho.

- Perdón, Perdón… Sí quiero, pero no puedo….

Puedo sentir sus pechos contra mí meciéndose por el llanto, ha dejado de cubrirse al poner sus brazos alrededor mío y vuelvo a ver su pubis cubierto por el abundante vello. La oigo pedir perdón por algo que no ha hecho y siento sus lágrimas mojando mi camisa.

¿Qué diablos hago?

Al no saber qué hacer, simplemente la abracé y nos quedamos en silencio un rato. El llanto se detuvo y cuando recuperó un poco la compostura se separó de mí y con una media sonrisa me dijo:

- Has de pensar que soy una niñita estúpida, ¿Verdad?

Sonreí y le dije en tono de broma:

- No. Pero sí creo que tienes serios problemas emocionales. ¿Dime, tus papás no te quisieron llevar al circo de chiquita? ¿Te espantaban con el coco o te encerraban en el ropero cuando no te comías tus verduras?

Me dio un golpecito con el puño en el pecho mientras medio sonreía y contestó:

- No, tonto. Yo siempre me comía mis verduras cuando era chiquita.

- ¡Diablos, entonces estás peor de lo que pensé!

Otro golpecito en el pecho, ahora un poco más fuerte.

- ¡Tonto!

Tratar de consolar a una chica con una crisis emocional mientras está a medio desvestir y sentada en tu cama cuando la casa está sola, es como tener frente a ti una Coca-Cola helada a medio día en el verano y entonces pensar: “La Coca-Cola es mala para la salud”.

Con un tono ya más serio le dije:

- Me parece que entiendo por lo que estás pasando. Años de programación católica pueden causar este conflicto que tienes. Lo entiendo de veras. Pero ¿Puedo ser absolutamente honesto contigo?

- Claro que sí.

- Ok, mira. Si no quieres hacerlo…

Me interrumpió poniendo su mano en mi pecho.

- No, si quiero. Lo deseo, en verdad que sí. Yo llegué aquí convencida de que hoy era el día y todo iba bien hasta que entramos a aquí. Fue entonces que me di cuenta de que iba en serio. Cuando vi tu cama no pude evita pensar: “Aquí es donde voy a dejar mi virginidad” y el pensamiento me espantó. ¿Sabes? Es como un gran paso. Es… importante. Luego me di cuenta de que apenas y te conozco, que hace apenas unos días nos gritábamos en la clase de ética y ahora, aquí estamos. Sentados en tu cama.

¡Rayos! ¡La chica es lista!

- Lo que iba yo a decir es que, si no quieres hacerlo, lo entiendo. Sólo espero que no sea porque sigues cargando con la culpa que pusieron sobre ti otros. Si es porque no te gusto, o porque quieres hacerlo con otra persona, hombre o mujer, entonces ok. Si estás buscando el momento adecuado y ese momento no es éste, de acuerdo. Pero ahora, honestamente, ¿No hay un poco de culpa por ahí? Porque, si es así, entonces no creo que valga la pena seguir hablando. Te llevo a casa, regreso aquí, me masturbo como un poseído tú en tu casa también, si quieres, y mañana en la escuela tan amigos como siempre.

Me puse pie y le dije:

- Piénsalo. Yo necesito un refresco, ahorita vengo.

La dejé sentada en la cama. Ella había dejado de cubrirse. La blusa abierta y el brassiere suelto que reposaba sobre sus enormes pechos que desafiaban la gravedad proyectándose hacia el frente, su pantalón y calzones a media pierna que permitían a su hermoso culo besar mi cama y esa panocha que deseaba como loco, me acompañaron escaleras abajo a la cocina.

Cuatro veinte de la tarde. Abro el refrigerador, saco una lata de refresco y doy un trago. No es suficiente. Abro de nuevo el refri y saco una botella de cooler de las que gurda mi mamá y me la tomo casi de un golpe. Saco otra, la abro y le doy un par de tragos. No sé qué hacer. Finalmente, me doy cuenta de que no hay nada que hacer, pienso “¡Qué diablos!”, me termino el segundo cooler y subo de nuevo a la habitación.

Al entrar veo a Mónica sentada en la misma posición en la que la dejé. No se ha vestido y está mirando hacia la ventana. Afuera el sol brilla y toca su rostro con cálida luz. Avanzo hacia ella y me siento a su lado.

- ¿Quieres que te lleve a casa?

Ella voltea a verme y está sonriendo. Pone sus brazos alrededor de mi cuello y deposita en mis labios el beso más tierno que he recibido jamás. Es el beso perfecto. Separa su rostro del mío y me regala una dulce sonrisa.

- No, profe. Todavía tienes una lección que enseñar.

Me vuelve a besar, ahora, apasionadamente. Empieza a desabotonar mi camisa y la abre, su boca recorre mi pecho llenándolo de besos. Mis manos corren al encuentro de sus tetas. Las acaricio y juego con sus pezones. Ella suspira con mi toque. La pongo de pie y la despojo de la blusa y el sostén mientras ella se encarga de mis pantalones. Una vez desnudos le digo:

- Espera, déjame verte.

Ella se turba un poco, sonríe tímidamente y se hace un paso hacia atrás. Se para frente a mí y descansa el peso de su cuerpo sobre una de sus piernas lo que hace que su cadera se contoneé. Por primera vez veo en total plenitud sus maravillosos pechos. La silueta de su cuerpo es perfecta. Bajo la mirada y veo su panocha cubierta por esa abundante mata. Puedo sentir mi corazón latiendo y el calor que envuelve mi rostro. Da, entonces, media vuelta y veo sus nalgas redondas que son sostenidas por sus hermosas piernas torneadas. Vuelta de nuevo a verme, avanza hacia mí y pasa sus brazos alrededor de mi cuello. Su sonrisa y su mirada se imprimen en mis ojos y no puedo más. Pongo mis manos en sus nalgas y la levanto, ella da un gritito y se me abraza fuertemente. La deposito con suavidad en la cama y empiezo a recorrer su cuerpo con mi boca. Empiezo en sus tetas, las sobo y beso sus pezones. No la veo, pero puedo oírla suspirar. Me quedo ahí unos segundos y luego avanzo hacia abajo me detengo en su vientre y lo beso repetidamente. Los suspiros son ahora más intensos y continuos. Finalmente llego al centro de mis anhelos. La sensación es indescriptible, siento en mis labios su vello y mi nariz capta el aroma del sexo. Dulce y ácido al mismo tiempo. Me embriago de él y entonces me muevo un poco hacia abajo para plantar un profundo beso en sus labios vaginales. Ella gime y mueve una de sus piernas ligeramente hacia arriba. La vuelvo a besar, ella se contrae y levanta el vientre. Mi lengua se asoma y penetra el túnel. Su aroma me envuelve, su sabor me llena y mis oídos se deleitan.

- Aaaahh, Sí. Ohhh Dios, sí…

Sus manos acarician mi cabeza mientras continúo gozando su sabor a mujer. Me revuelve el cabello, lo despeina, lo jala y levanta la cadera al tiempo que hace presión sobre mi cabeza para aumentar la sensación. Mi lengua cambia de objetivo. Muevo la cabeza y me pongo en posición. La lengua se revuelve alrededor de su clítoris. Lo beso, lo chupo, lo lamo. Ella toma mis manos y las jala hacia sus tetas. Empiezo a amasarlas y a sobar y pellizcar los pezones que se vuelven de goma entre mis manos. La vuelvo a oír.

-Siii, puta madre…, siiii.

¡Dulce liberación!

Continúo con lo que hago, a duras penas puedo mantenerme entre sus piernas debido a sus espasmos. No aguanto más la curiosidad y alzo la cabeza para ver su rostro. Ojos cerrados y ceño fruncido en dulce agonía. Al sentir que me detengo ella baja su mirada y con gesto de impaciente pasión, pone sus manos en mis mejillas y me atrae hacia su cara. Me acerco para besarla y mis labios están llenos de su sabor y aroma. Acerca sus labios a los míos, percibe su propio olor y suspira fuertemente. Me besa y su lengua recorre toda mi boca sintiendo su propio sabor. Se separa y con ojos suplicantes me dice:

- ¡Ya, por favor, métemela ya!

Me posiciono entre sus piernas y apunto mi verga a la entrada babeante de su panocha. Presiono la cabeza contra la entrada y me detengo. Dudo en continuar. No tenemos protección. No quiero accidentes. Ella ve mi cara de duda y adivina lo que pienso. Vuelve a tomar mi rostro entre sus manos y acerca su cara para decirme con voz ronca por el deseo:

- ¡Todo… Hasta el final¡

Mi sentido común es aniquilado por su pasión y empujo. Lentamente la cabeza se va abriendo paso y encuentra resistencia. Empujo un poco más y siento claramente como el túnel cede a mi paso. Puedo sentir cada centímetro al avanzar siendo envuelto por las paredes de su virginidad. La sensación es abrumadora. Veo su cara contraída en una mezcla de dolor y placer y continuo hasta que mi verga queda cómodamente anidada en su interior. Ella respira rápidamente y yo me quedo quieto dejándola que se recupere. Dejándola que se acostumbre a mi presencia dentro de ella. Abre los ojos y me dice:

- Te puedo sentir todo. Me tienes llena.

Poco a poco empiezo a moverme tratando de no deslizar mucho mi verga en su interior, pero es imposible. La lubricación es muy abundante. Ella siente como se mueve dentro de ella y sonríe.

- ¡Por Dios… Qué rica está!

No puedo más. Empiezo a moverme más rápido y ella gime.

- Cógeme, cógeme toda. Soy tuya, soy tu puta. Dámela toda.

Yo solo fui capaz de contestar:

- Sí. Toda, tómala toda.

Podía sentir sus piernas al aire moviéndose mientras recibía mis embestidas. Veía sus tetas meciéndose al compás del profundo mete y saca. Se habían formado gotitas de sudor en su frente y en su labio superior. Su voz se apagó. Podía verla con el rostro congestionado. Los ojos fuertemente cerrados y la boca abierta sin emitir sonido. Estaba llegando.

Empecé a empujar más fuerte y ella se contrajo iniciando su orgasmo. La imagen fue simplemente demasiado, los chorros empezaron a salir. Yo gruñía con cada emisión de semen y ella abrazaba mis nalgas con sus piernas con una fuerza que no creí que tuviera.

Nos quedamos como estábamos, ella poco a poco fue aflojando las piernas hasta que se quedó inerte como una muñeca de trapo. El único sonido que se percibía era el de nuestra respiración agitada. Cuando sentí que otra vez me podía mover, me giré sobre mi hombro y quedé tendido sin fuerza a su lado. Mi verga semierecta salió de su panocha arrastrando consigo una mezcla de sus jugos y mi semen, que se depositó como un grueso hilo que iniciaba en los pelos de su panocha y parte de su pierna y que acababa en la punta de mi verga.

Así permanecimos unos instantes. Ella se volteó y recargó su cabeza en mi hombro mientras su mano acariciaba mi pecho. Una de sus tetas descansaba sobre mi brazo y cruzó una de sus piernas sobre mí, descansando en mi verga. Yo pasé mi mano detrás de su cabeza, sintiendo todo el peso de su seno y ella se acomodó en ella.

- ¿Fue cómo te lo imaginabas? – Pregunté

- No. Fue mejor.

- Nunca había disfrutado una cogida así.

Se medio incorporó y recargó su cabeza en un a mano y su teta en mi pecho. Me miró a los ojos con una enorme sonrisa y preguntó emocionada:

- ¿De veras?

- Te lo juro, esto fue… intenso. Por decir lo menos.

Con su sonrisa pícara de niña de kínder me preguntó nuevamente:

- ¿Mejor que con todas?

- Créeme cuando te digo que no se puede pedir más.

- No estoy se gura de eso. ¿Mencionaste antes algo acerca de un refresco?

Me reí. Le di un beso en la boca y le dije:

- Espera, ahora te lo traigo.

-Yo voy contigo.

Se levantó casi de un brinco y caminó hacia la mesa de la computadora con un trotecito alegre. Sus preciosas nalgas se movían con cada paso y temblaban ligeramente mientras sus tetas se mecían al compás. Tomó unos cuantos pañuelos desechables y se secó entre las piernas. En ese momento volteé hacia la cama y vi una enorme mancha que seguramente había llegado hasta el colchón. Eso iba a ser difícil de explicar. Volví la vista hacia ella y vi que venía hacia mí con unos pañuelos en la mano. Delicadamente tomó mi verga y empezó a limpiarla. Mientras veía como lo hacía pensé que ninguna otra chica con la que había estado antes, había tenido un gesto así. Terminó su tarea y tiró los kleenex en el bote junto al escritorio.

- ¿Vamos?

- Sí, claro.

¡No tenía planeado vestirse! ¡Iba a salir de mi habitación completamente desnuda!

Salimos de la habitación y caminamos por el pasillo hasta la escalera. La dejé pasar de nuevo y la vi bajar dando esos brinquitos de niña que hacían que su culo se moviera tan rico. Llegamos a la cocina y tomó la Coca-Cola que dejé sin terminar sobre la mesa, le dio unos tragos y se recargó en el mostrador.

-Nunca había sentido tanta sed.

Me puse junto a ella y pregunté:

- ¿Cómo te sientes?

- ¡Como nunca! ¿Siempre es así de bueno?

- No lo sé, siempre es bueno, pero hay… diferentes formas de hacerlo. Supongo yo que depende de cuál de ellas te guste más.

- ¿Más lecciones, profe?

- Sí, hay más cosas que estudiar si te interesa.

Se acabó el refresco, puso la lata sobre el mostrador y pegó su panocha a mi cuerpo.

- Sí me interesa.

Ante su contacto, mi verga empezó a reaccionar nuevamente y se puso dura sobre su vientre. Ella la sintió y se separó para verla.

- ¿Ya es hora de ir a clase? – me preguntó con mirada pícara.

Viendo a mi verga parándose le contesté:

- Solo si estás lista.

- Estoy más que lista.

Se puso de puntitas, me jaló hacia ella y me dio un beso.

- Aún tengo sed, ¿podría tomar otro refresco para llevarlo a la recámara?

- Seguro, lo que quieras.

- Gracias.

Caminó al refrigerador lo abrió y empezó a buscar. Al hacerlo se fue agachando y pude ver cómo sus nalgas se iban abriendo poco a poco dejando su ano y su panocha a la vista. Se levantó, cerró el refrigerador y volteó a verme sosteniendo una botella de cooler en la mano. Cuando me vio allí con la vista perdida en ella y una erección rampante, se dio cuenta de lo que había pasado. Caminó hacia mí hasta que su vientre tocó mi verga.

- ¿Te gustó lo que viste?

No contesté.

- Porque a mí me gusta lo que estoy viendo.

Le quité el cooler de la mano, lo puse en el mostrador y la besé intensamente. Otra vez el olor de sexo se hizo presente. Ella devolvió el beso con igual pasión y bajó su mano hacia mi verga. La apretó fuertemente y empezó a moverla. Mis manos no le daban respiro a sus tetas. Las apretaba y pellizcaba sus pezones que de inmediato se pusieron duros. Nuevamente respiración entrecortada y suspiros. Bajé mi mano a su panocha y la acaricié. Ella abría las piernas para permitir la exploración y empezaba chorrear. De pronto, dejó de besarme y se arrodilló, se le quedó viendo a lo que tenía entre las manos y luego subió la vista para mirarme y decirme:

- ¡Qué vergota tienes!

Me la empezó a chupar y yo sentía que se me iba el alma. Dejó de chuparla un momento y me dijo:

- Tu verga sabe a mí.

Perdí el control.

- ¿Y a qué sabes? Le pregunté con voz intensa.

- A puta. ¡Tengo sabor a puta!

La tomé de los hombros y la puse de pie.

- ¿Quieres verga?

- Las putas siempre queremos verga. – Me dijo con voz segura, casi desafiante.

Hice que se volteara dándome la espalda y le dije:

- Hora de la siguiente lección.

Apoyé mi verga contra sus nalgas y le dije.

- Para el culo preciosa.

Ella lo hizo y preguntó con franca picardía:

- ¿Así?

- Sí, justo así.

- ¿Te gusta mi culo?

- Me encanta.

Apunté la cabeza y empecé a hundírsela. Nuevamente sentí como me abría paso en su panocha que, no hacía una hora todavía era virgen. Ella gemía con cada empujón. Ahora los gemidos eran de puro placer. Me detuve un momento para deleitarme la vista con la imagen de mi verga a medio meter cuando ella empujó hacia atrás y se la metió toda mientras decía:

- No te pares, la necesito tooodddaaa.

Empecé a bombearla y ella jadeaba. Hice de lado la cabeza para poder ver sus tetas y casi acabo cuando las veo colgando y sacudiéndose con cada empujón. También pude ver su cara contorsionada por el placer.

- ¿Te está gustando la verga?

- Siii. Siii. Siii.

- ¿Te está gusta cómo te tengo?

- Me gusta mucho, no pares, lléname.

- ¿Quieres más eh?

- Siii, la quiero toda, dame verga, dame verga, dame verga… Soy una puta, me gusta la verga, me gusta que me cojan…

Después de unos minutos las piernas se le empezaron a doblar. El orgasmo era inminente.

- ¿Te vas a venir puta? ¿Te vas a venir?

- Siii, no pares. Sigue dándome verga ya casi acaaboooo.

- Te voy a bañar las nalgas de leche, te las voy a chorrear todas.

- ¡No! Lléname, quiero que me llenes. Déjamela ir toda en la panocha.

- Puta, puta, puta, Me voy a veniiirr…

- ¡Ay siii! Déjalos ir, échameeellooos…

Empujé mi verga hasta el fondo y me quedé allí, eyaculando en ella mientras sentía sus contracciones. Pude ver como su ano se abría y cerraba al compás de su orgasmo. Ambos nos sacudíamos con las últimas sensaciones del clímax.

Ella estaba recargada en el mostrador y yo sobre ella. Ambos respirábamos intensamente. Todavía con la respiración entrecortada volteó a verme para decirme:

- ¡Qué venidota!

Me salí de ella y pesados chorros de sus jugos y mi semen cayeron al piso. Estábamos sudando copiosamente. Ella me abrazó y pude sentir su respiración todavía agitada moviendo sus tetas contra mí. El aroma a sexo y sudor era inigualable. Acaricié sus nalgas y mis manos se resbalaban en ellas a causa de la traspiración igual que sus pechos que podía sentir resbalando contra mi piel.

Con las piernas débiles subimos a mi habitación y nos tumbamos en la cama. Nos abrazamos, hablamos, nos besamos, reímos y nos acariciamos. Cerca de las siete. Me dijo que debía irse. Nos levantamos y empezamos a vestirnos. En ese momento descubrí que quitarle la ropa a una mujer es excitante, pero verla vestirse después de tener sexo con ella es simplemente maravilloso.

Bajamos, limpié un poco la cocina y salimos para llevarla a casa. Se fue abrazándome todo el camino y al llegar se despidió de mí con otro beso perfecto. Ya tenía una pierna fuera del auto para bajarse y la detuve sujetándola del brazo.

- Oye, si te masturbas hoy, piensa en mí.

- Tonto, no tenías que pedirlo.

Me besó una mejilla y bajó del auto. Esperé a que entrara a su casa y regresé a la mía.

Ordené un poco la cocina y la habitación asegurándome de que mis padres no encontraran nada fuera de su lugar al volver. Subí a mi habitación con la intención de un baño, pero lo retrasé lo más que pude. No quería perder el aroma a Mónica que impregnaba mis sentidos. Finalmente tomé ese baño y me acosté a ver la tele. No me pude concentrar en ella y la apagué. Me fui al lado de la cama donde Mónica dejó su humedad y aspirando profundamente su aroma me masturbé con su recuerdo para caer rendido en un sueño reparador.

¡Maldita sea! El que está cayendo soy yo.

(9,60)