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Contratada (para coger) I

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Era la cuarta chica que entraba a mi casa por el puesto de empleada doméstica cama adentro. Soy divorciado, 49 años, buen aspecto. Al verla, aunque no supiese limpiar ni cocinar, decidí contratarla. Era preciosa la pendeja.

Natalia me dijo llamarse, oriunda de un pueblo del interior y de 18 años, aunque me pareció más chica. Pequeña, metro cincuenta y cinco, delgada, preciosa cara, largo pelo negro, ojos color miel, labios carnosos, piernas torneadas, nalgas primorosas, paraditas, duras, y unas tetas impresionantes. Calculé que sus medidas debían ser noventa, cincuenta y 85, que por su estatura la hacían una bomba.

Llegó vestida humilde pero provocativamente: un vestido enterizo corto, escotado.

Saltó de alegría al decirle que “la probaría” por un mes y escuchar cuanto cobraría. Luego le mostré su habitación y el baño.

Al entrar a ducharse, corrí a hurgar en su bolso. Pantalones cortos, remeras, y lo que más atrajo: dos corpiños y tres bombachas de ordinario encaje. Agarré una, color blanco, la olí y sentí olor a hembrita. Excitado, saqué la pija y refregué la prendita en mi pedazo. Guardé todo y fui a mi dormitorio para pajearme. Aquella noche no miré porno con pendejas; sólo imaginando a Natalia me alcanzó para tres gozadas.

Sin bombacha

Debido a que trabajo en mi casa, me despierto a las 8 y levanto a las 9. Siempre duermo desnudo, y debido a las agotadoras acabadas, me había dormido con la leche sobre mi vientre, bolas y muslos. Recordaba haber cerrado la puerta, por eso me sorprendió verla abierta y, sobre una bandeja, una taza con café.

¡La empleada, la preciosa pendeja había entrado y visto no sólo en pelotas sino con las inocultables huellas de los lechazos! Pasé a ducharme, me puse una bermuda, y fui al living, de donde escuchaba a Natalia cantar.

Al llegar quedé paralizado. ¡La chiquita -a cuatro patas sobre la alfombra, aparentemente buscando algo debajo del sillón grande- tenía puesto un pantaloncito corto de lycra, ajustado, pegado, hundido en su culito empinado! Lo que vi. Era maravilloso: la nena estaba sin bombacha, cola perfecta y la telita metida en sus marcados labios vaginales. El pene reaccionó con una total erección, y como estaba sin calzoncillo, levantó mi bermuda como si fuese una carpa.

“Dura por vos”

Natalia se dio vuelta para sentarse en el piso, con las piernas abiertas. La lycra se hundió en la gordita concha. Como si fuera poco, arriba tenía puesta una remerita ajustada, tipo top, por donde se veían sus senos y cintura sabrosos. Sus ojazos me miraron inocentemente, bajaron a mi tremendo bulto, sonrió con encanto y dijo:

—¡Buen día señor! ¿Puedo sacar las sábanas de su cama para lavarlas?

—Este… bueno… -respondí, confundido al darme cuenta que ella debía haberse dado cuenta de los restos de mis acabadas- Disculpame por haberme visto desnudo…

—¡No hay problema señor! Tengo hermanos y tíos, así que no me asusta ver lo de ustedes… ¿No le duele su cosota apretada así? Por mi no se preocupe, sáquela, y atiéndala si quiere… -sostuvo y se incorporó de un salto.

Sin embargo, el ágil movimiento logró que trastabillase, en dirección a mi cuerpo.  Para evitar su caída, avancé con mis brazos y la sujeté. Ella recuperó el equilibrio, y como si fuese casualmente, apoyó su cadera contra la mía y descendió una mano rozando mi pija erecta.

—¡Disculpeme! –expresó, sin apartarse.

Reaccioné. Pegada a mi cuerpo estaba una nena hermosa. La abracé, apretándola contra mí, sintiendo sus pechos y vientre. Busqué sus labios y la besé suavemente. Natalia abrió su boquita y luego me besó apasionadamente.

—Está dura por vos… Y ahora no quiero pajearme… - aseguré.

—¡Es muy grandota! Primero la pruebo… Si me entra en la boca, capaz que aguanto… - sostuvo.

Entonces bajó y metió mi pija en su boquita…

Glotona de leche

Arrodillada, con sus manos en el pene, sacó la lengüita caliente y jugueteó en el glande y su agujerito. Aunque no sea gigante, casi 18 centímetros de extensión y 14.5 cm  de circunferencia, lograron llenarla y casi atragantarla.

—¡Qué rica! ¡Es la más grandota que como! –exclamó en un respiro, riéndose.

Ella estaba divertida, mirándome con picardía, alternando durante diez minutos mamada y masturbada.

—¡Nena! ¡Si seguís vas a tragar mi leche!

—¡Si! ¡Eso quiero!

Escucharla, sentirla, mirarla, fue suficiente. Jadeé, gemí, aullé, bufé, insulté diciéndole “putita”, “zorra”, “trola”, “reventada”, “perrita”; bufé lujurioso. Y exploté dentro de su boca. Hilos de semen chorrearon de sus labios.

Conchita deliciosa

Natalia se acostó sobre la alfombra. Descendí a ella para besarle la boca y sentir mi leche en mi lengua.

—Mi chiquita, ahora vas a gozar vos… - aseguré.

Me encanta chupar vaginas, y la conchita de la nena, rosadita, como una flor, deliciosa, era un manjar…

(Continúa)

(9,33)